Todo lo bueno cuesta

Todo lo bueno es costoso, y el desarrollo de la personalidad es de las cosas más costosas que hay. Se trata de decirse sí a sí mismo —proponerse a sí mismo como la más seria de las tareas y permanecer continuamente consciente de lo que se hace y mantenerlo en todos sus aspectos dudosos siempre ante los ojos —, una tarea, en verdad, que llega a la médula. —El secreto de la flor de oro--Jung

En el Camino que cada uno transitamos como podemos yo reconozco mi necesidad de llegar a un compromiso entre el deseo constante de mejorar y alcanzar la mejor versión de mí misma (en todas las dimensiones que me componen) y el respeto y conciencia de mis límites y limitaciones.

Para desarrollar ambos aspectos –y también para conciliarlos–, preciso de una conciencia activa, receptiva, despierta. Cuesta, pero recompensa. Y –además–, no conozco otra vía.

Qué será ser tú (Ana Rossetti)❤️‍🔥

Para este 14 de febrero de 2022 un poema de Ana Rossetti, una mujer que nunca quiso ser escritora, pero (por fortuna) se dejó llevar…

#elAmorComoUnEspejo.

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QUÉ SERÁ SER TÚ

Este es el enigma, la atracción sobrecogedora
de conocer, el irresistible afán de echar el ancla
en ti, de poseerte.
Qué será la perplejidad de ser tú.
Qué, el misterio, la dolencia de ser tú y saber.
Qué, el estupor de ser tú, verdaderamente tú y,
con tus ojos, verme.
Qué será percibir que yo te ame.
Qué será, siendo tú, oírmelo decir.
Qué, entonces, sentir lo que sentirías tú.

Adiós, escorpión

Recuerdo en la terraza de mi casa, las persianas de madera blanca clareaban. Tu silueta en la penumbra, en manga corta. Había un canario enjaulado a tu espalda .

Y yo te grité.

El pececito contra el escorpión. Te canté las cuarenta y tú con la mirada herida, los brazos cruzados sobre el pecho, rebelde, de vuelta de todo con 15 años, jugando con el paquete de Fortuna.

Y ahí casi se acaba todo, dos orgullos enfrentados y un «hasta aquí hemos llegado».

Pero en un segundo, aunque tú no quisieras, entre tus palabras de indiferencia y tú encogerte de hombros con el aguijón preparado, vi que te comunicabas así. Un relámpago de entendimiento me hizo saber que eran tus ganas de llegar a mí lo que te hacía atacarme.

Vi a la chica sensible deseando ser amada. Y tú viste también mi intenso deseo de que te acercaras de otra manera y mi torpeza para pedírtelo. Siempre fue más fácil eludirte que mirarte a los ojos.

Por suerte aquel día no nos rendimos. Nos aceptamos.

Y nos recuerdo por fin conectadas y relajadas, tan distintas pero tan iguales, en tu habitación, sentadas en el suelo, escuchando tu casette de Junco. Y yo, que iba de lista, decía que no me gustaba nada la música que me ponías y luego me marchaba a casa, ligera y con entusiasmo adolescente, cantando por la calle: “Hola, mi amor, tengo que hablar contigo…”

Sonreía cada vez que escuchaba tu canción en la radio, pero eso, claro está, jamas te lo confesaría.

Descansa en paz, amiga ❤️

Tres moscas y tres lecciones vitales

Un insecto tan impopular y cansino como una mosca puede transmitirnos una, dos y tres lecciones sobre la vida.

Me encanta la película La mosca. En especial, la versión de Cronenberg del 86. He releído varias veces el relato de George Langelaan en el que se basa. Me produce una mezcla de horror y fascinación. Algún día podemos comentar cosas muy interesantes de la adaptación, pero hoy no me quiero desviar. 

Supongo que lo que quería decir es que, más allá de excitar mi imaginación en obras de Ciencia Ficción, en realidad, las moscas nunca me han interesado lo más mínimo.

Más bien me molestan y me desagradan. Como a todo el mundo.

Sin embargo, en las últimas semanas, han aparecido tres veces en mi vida y he extraído tres lecciones de estos «encuentros». 

Quizá es relevante mencionar que vivo en un entorno natural, abro con frecuencia ventanas y puertas y no es raro que los insectos vayan y vengan, cambiando de protagonismo según la estación. 

Pero ahí van las lecciones.

Primera lección: escucha a los demás, puede ser la última oportunidad.

A las moscas les gusta la luz, así que esa noche no me resultó raro que la que se había colado en el salón revoloteara cerca de mi lámpara de lectura. A cada rato su zumbido interrumpía mi concentración.

Mi reacción fue espantarla sin mirarla y retornar a mi silencio y mi tarea.

Continuaba tratando de leer, pero el insecto estaba empeñado en importunarme. Se posaba en mi hombro, en mi libro… «Oh, qué pesada eres, tía», me oí decirle, mientras abría la puerta. «Fuera». No funcionó, claro. El ciclo volvió a repetirse.

Seguí leyendo con el zuuummm constante, pero, no sé por qué, en una de las ocasiones en que se detuvo en la lámpara, dejé mi Ipad y la observé bien.

Me pareció que era una mosca muy anciana.

Ahora que la estudiaba advertí que su vuelo era un poco fatigoso. Entonces me dije que tal vez esa mosca que tanto me molestaba estaba en sus últimas horas de vida. Y eso me llevo a otro pensamiento: ¿qué hará con esas horas?

Desde mi limitado punto de vista, ella era un incordio, pero ¿qué estaría experimentando ese insecto?, ¿qué necesitaba?

Me vino a la cabeza una idea un tanto peculiar: ¿Cómo podría hacer más agradable sus últimas horas? Estamos tan enfrascados en nuestro universo que nos vemos más allá de nuestra nariz. Por insignificante que fuera, este era un ser vivo quizá apurando los últimos momentos de su existencia.

Se me ocurrió que todo lo que podía hacer era prestarle mi atención. La observé con mucho detalle y así fue como pude entender que era una mosca anciana. No sé explicarlo mejor. Había un desgaste, en su color, en sus alas, en el cuerpecillo…

No hice nada más que reconocer su presencia. Te veo y sé que estás viva. Fue un breve instante de empatía y conexión. Así quedó la cosa, me desentendí de ella y me fui a dormir. 

Al día siguiente por la mañana, el gato me señaló con su interés, en la misma zona de lectura, una mosca inmóvil en el suelo. No sé si él tuvo algo que ver.

Solo sé que la mosca había muerto.

Segunda lección: confía y no des a nadie por muerto antes de tiempo (ni siquiera a ti mismo)

Mi cocina tiene una gran ventana que da al jardín. Desde allí, mientras friego los platos, puedo ver si alguien viene a verme o si mi vecina pasa con el coche cuesta arriba. A veces solo veo los árboles.

Me disponía a fregar las cosas del desayuno que había dejado a remojo en la pila horas antes. Entonces vi que en la taza llena de agua había una mosca flotando.

Vaya por Dios, qué mala suerte. Ha aterrizado en el agua y se ha ahogado. Me da un poco de pena cuando un insecto acaba así. Me imagino a un pionero que se estrella con su avioneta en el océano. Es el precio por ser intrépido.

Nada que hacer. Un insecto que se va a la basura. Y sin embargo, antes de tomar acción, observé. Vi que la mosca, que ahora estaba en la superficie de acero inoxidable del fregadero, había movido un ala. Oh, sorpresa.

Busqué una cuchara para rescatarla de allí, aunque se resistía. Ahora mismo soy tu mejor opción. ¿Tal vez había tiempo de salvarla? ¿Tiene sentido salvar a una mosca?

La deposité en el alféizar de la ventana, al sol y desde allí observé. Advertí que esta vez la mosca era joven. Se notaba en algo que también me cuesta explicar. Diría que se trataba de la elasticidad, la novedad de sus rasgos… no sé.

Desde mi observatorio, vi cómo el insecto frotaba las patas arriba y abajo de su cuerpo, retirando el exceso de agua. Y mientras yo fregaba, atestigué cómo el sol actuaba en ella. Despacio, se recuperaba sobre un pequeño charquito de agua. Unos minutos más tarde, voló y se fue. ¡Bye!

Contra todo pronóstico, la aventura de su vida no acabó en la taza de mi desayuno.

Tercera lección: el esfuerzo no siempre es la mejor opción.

El último episodio hasta la fecha sucedió ayer Y este es un clásico de las moscas, quizá la lección más ejemplar que una mosca puede ofrecer.

Me refiero a la mosca que se estrella una y otra vez contra la hoja de la ventana que está cerrada. Tú tratas de enseñarle que la otra parte está abierta, pero siempre va a elegir estrellarse contra el cristal en lugar de salir. No solo eso, la puerta que da al exterior también estaba abierta. Pero nada, ella lucha y lucha y lucha y lucha.

Mi capacidad de observar moscas había aumentado con las dos experiencias anteriores. Esta también exhibía un volar fatigado y torpe.

Después de intentar la misma operación sin éxito una y otra vez, se posó sobre la mesa, sin fuerzas para esquivar mi mano. ¿Por qué te esfuerzas tanto? ¿No te has dado cuenta de que no te funciona? Si te dejas ayudar te ofrezco una perspectiva mejor que la de estar encerrada en una casa golpeándote contra la ventana. Afuera hace un día magnífico.

La mosca se rindió, únicamente por cansancio. Pero lo esencial es que se detuvo. Cogí un cartoncito en el que ponía: «Best Wishes», la recogí, salí al exterior, y la dejé en un sitio bastante agradable, al lado de un cactus.

La vida puede ser más fácil. Si te dejas ayudar, claro o si te cansas lo suficiente de empujar…

Epílogo

Hace unas horas, pensando en todo esto, me he acordado de esta mosca y me he dicho: ¿seguirá allí?

Ha hecho un viento terrible y la terraza estaba revuelta, así que era muy improbable.

He salido y no había nada en el lugar donde la dejé. La maceta con el cactus y ya. Previsible. Pero en ese instante una mosca se ha posado sobre la superficie que yo contemplaba. Han sido dos segundos y se ha ido hacia la pinada.

¡Qué casualidad!, ¿no? ¿Qué posibilidades había de que, justo cuando yo me he acercado a ese lugar, una mosca se situara allí? Porque, aunque por este escrito pueda parecerlo, juro que no vivo rodeada de moscas.

Me lo he tomado como un saludo gracioso, ligero y ya está.

Sin lecciones esta vez.

Recuerdo de una amistad

Ayer, durante el café, la memoria me trajo el recuerdo de unas amigas a las que apenas veo, pero a las que siempre estaré unida por la magia de la infancia, que une los corazones de una manera muy transparente y genuina. ¿Por qué ellas? Tal vez mi mente buscaba un respiro, una conexión feliz, una risa interior. La escritura también sirve para eso, ¿no? Si te abres a lo que propone, si tiras del hilo, pasan cosas. Lo que sea que escribe dentro de ti, sabe que le has pedido una aspirina espiritual. Y te la da.

El que haya pasado su etapa escolar en los años ochenta- noventa en España, sabrá que eso de la diversidad no existía, o mejor dicho, como América desde el punto de vista Europeo, no se había descubierto. En ningún ámbito. Todo era bastante uniforme -especialmente si te hacían vestir uno-, el mundo tenía muy pocos colores y desde esa estrecha visión local se reforzaba la creencia en que las cosas eran así. Pero siempre ha habido resquicios, hasta en los sitios más cerrados. Los libros, las películas (si se salían del american way) y las personas que viajaban podían añadir capas, colores, hacer el mundo más grande, con más dimensiones. Tal y como yo lo entendía, la luz siempre venía de fuera.

Cuando yo estaba en mi tercer colegio y tenía unos diez años, ya me había convencido de que tenía el superpoder de atraer hacia mí a l@s niñ@s que no eran de España. ¿Por qué si no acababan sentados a mi lado?, por qué la profesora decidía que ese era el mejor sitio para ellos?, ¿por qué a veces era el único asiento libre de la clase? Las cosas se confabulaban para que así fuera. Y si no, ya me las arreglaba yo para conseguir su atención. Quizá era mi hambre de variedad, el entusiasmo con el que l@s miraba (esta niña me va a abrir el mundo!) Y así hice algunas de mis mejores amistades de la infancia.

Vicky y Mayra, aparecieron en pleno curso escolar. Qué revuelo ese día. La clase estaba en marcha y al parecer había llegado una alumna nueva. ¡Ay, qué emoción!, me dije, ¡novedades! Yo misma estaba en mi primer año en ese cole, pero ya sentía que llevaba eones en mi pupitre. De modo que, después de explicarnos que íbamos a tener una compañera nueva, la profesora se dirigió con energía a la puerta, abrió y allí cayó Vicky, que estaba escuchando tras la puerta y enseguida pretendió disimular con una sonrisa de gato de Cheshire. «Juju, qué pillada», pensé yo.

Me cayó bien esa niña al instante: parecía entre confiada y asustada, lo que yo consideraba una mezcla muy apropiada para un debut escolar. Cuando la profe explicó que venía de Argentina, mi emoción se redobló. Como el que repasa su álbum de cromos… ¡No conocía a nadie de Argentina!, solo a Kempes y únicamente en mi mente. De ese primer día, solo recuerdo su entrada y que ella decía que no veía bien por las lentillas. ¿Lentilas? Tampoco conocía a nadie que llevara algo distinto de simples gafas (como yo misma). Sí recuerdo mi propósito firme: Victoria Tobalina va a ser amiga mía. Y, aunque pronto descubrí que odiaba el fútbol y pasaba de Kempes, vaya si lo conseguí.

Mi amiga hablaba con un acento muy particular que a mí no me sonaba a argentino y que sin duda era una mezcla de sitios, España incluida, de palabras y modos de hablar. Era acento Tobalino, personal y vivencialmente modelado, absolutamente único. Cambiante, según con quien hablara. Maravilloso y repleto de neologismos y sorpresas. A la pequeña lingüista que yo llevaba dentro eso le apasionaba, aunque veces también me desconcertara. «Dame el coso ese de ahí», me decía. «Pero ¿cómo que el coso?, ¡será la cosa!». «No, Marta, una cosa es el coso y otra cosa es la cosa». Vale. Por lo visto, el novio de la cosa, el coso, era algo más indefinido que la cosa… una súper palabra omniabarcante, algo que podías aplicar a todo si no querías usar su nombre, ¡¡¡personas incluidas!!!…

Podría contar muchas cosas de aquella amistad, que incluía en el pack a Mayra, hermana de Vicky, dos años menor que nosotras y que también hablaba el Tobalino. Dos años parecían un abismo entonces y siempre nos quejábamos de que Mayra se quedaba dormida en todas partes. A veces nos la llevábamos en brazos o en un ligero trance sonámbulo. En el grupo teníamos todas la misma edad y luego estaba Laura claro, que, para nosotras, había repetido doscientas veces, así que, además de fracasada escolar, era muy, muy mayor (en realidad solo dos años)… Pero la benjamina era una niña increíble.

Para empezar, estaba enamorada de Humphrey Bogart!!! Nada de niñatos de la Superpop. Humphrey Bogart. Yo, que era una amante del cine clásico le decía: «¿Bogart? ¿No es un poco viejo?», a lo que ella respondía con una determinación inusual en una niña: «es un hombre muy atractivo». Esto me descolocaba por completo: ¡Pero si se parece mogollón a Pedro, el de El Congo! El congo era un bar de la avenida Antiguo Reino, justo al lado del restaurante chino de Luyan, y su dueño era para mí como Rick de Casablanca. Pero Mayra era inamovible en su devoción a Boggie. Bueno, me dije, tendré que revisar mi concepto de lo que es atractivo (cosa que no tenía nada clara). Al final deduje que atractivo era un hombre que, a pesar de ser feo, parecía guapo.

Pasábamos mucho tiempo juntas después del colegio, casi siempre en mi casa. Como ellas no tenían televisión (otra novedad), primero veíamos muchos programas de Telecinco, mientras yo, que quería jugar, me impacientaba y trataba de despegarlas del aparato. ¿En serio que vais a ver Topacio? ufff, qué paciencia. ¿Bola del Drac??, ah, me matáis.

Así que yo prefería pasar tiempo en su casa, un piso de la calle Matías Perelló, al que se subía sin ascensor (otra novedad) y en el que el orden importaba tan poco como en mi casa. Simplemente no era la prioridad. Ahí vivimos muchas horas de juegos muy salvajes. Luego tomábamos yogur casero y tostadas. Y yo preguntaba todo lo que se me ocurría sobre Mar del Plata. Todo! ¿Y cuándo iremos? ¿y cómo son las calles?
—¿pero cómo que cómo son las calles? Pues son calles y ya está.
—Ya pero hay calles grandes o pequeñas o anchas o estrechas… Cada sitio tiene calles diferentes, si no serian el mismo sitio. ¿O no?
—Menuda pregunta rara, pues yo solo te digo que las calles no llevan nombre, sino número.
—¿Número?, ¿como en la canción??— Y yo cantaba— En la calle-lle veinticuatro-tro, ha habido-dodo un asesinato-to, una vieja-ja mató a un gato-to…… Bien pensado, eso del número me parece un poco ridículo.
—A mí me parece más ridículo vivir en la calle Luis Santángel. —dardo lanzado a mi calle.
—Hala, qué dices. Pues noooo, porque Luis Santángel era muy importante, que lo sepas..
—¿Ah sí y por qué?
—Pues porque puso el dinero para el viaje de Colón.
—Bah, pues vaya una cosa….
—Y Matías Perelló, ¿qué? ¿Quién era ese?, ¿a ver lista, quién, quién?
—Y yo qué sé. ¿Quién era?
—Ni idea, pero seguro que un pringao.
….
—Mira, ¿ves? Creo que sería mejor vivir en la calle veinticuatro y no nos enfadaríamos por tonterías….
—Mejor veintitrés, como mi cumple…
—Bueno, va. Tú en la veintitrés y yo en la diez.
—Okis.

La cosa acababa mejor cuando preguntaba ¿y qué se come? Bueno… entre otras cosas, descubrí los alfajores. ¿¿Alfaqué?? Pero no unos cualquiera, los de la marca Boston. Aún recuerdo la caja y la emoción cada vez que Vicky informaba de que su abuela había mandado un paquete desde Argentina. Creo que no había probado nada más rico en mi vida.

La madre de Vicky y Mayra era artesana y tenía un puesto en lo que llamaba por entonces los Hippies, que era un espacio de venta de artesanía en los jardines del Parterre. Su madre era una mujer muy interesante y poco convencional. Cuidaba a sus hijas ella sola y estudiaba a distancia (¿¿se podía estudiar a distancia?? Eso tampoco lo sabía). Recuerdo que una tarde no salió a saludarnos. Estaba en su habitación. «Está haciendo Renacimiento», me dijo Vicky y yo, claro, imaginé lo que solo podía imaginar: que estaba estudiando la pintura de Miguel Ángel. Hasta que empecé a escuchar extraños canticos y respiraciones y por fin me aclararon que, contrariamente a lo que yo pensaba, aquello no tenía nada que ver con el arte sino con el espíritu y que su madre podría recordar cuándo había nacido y qué había sentido en ese primer momento. Por no hablar de sus vidas pasadas, claro. ¿Quéeee? A mí todo aquello me fascinaba tanto como me asombraba.

Siempre había algo distinto que estimulaba mi mente, modos diferentes de ser, de pensar, alternativas, paisajes. Si abrías más la mente, podías hacer muchas cosas. ¿Como qué? Nuestras conversaciones eran variadas y siempre movidas por la curiosidad… Mis amigas ponían el entusiasmo y yo las objeciones. Por ejemplo, según Vicky, con determinados ejercicios y actitud, podías conseguir sanar tu vista por completo y y yo le replicaba algo como: «jo, pues tú estás súper cegata». Y ella me lanzaba un libro a la cabeza, o un zapato… o a su gata.

Su gata: la jefa.

Tigri también era parte de la pandilla, una gata atigrada que a mí me daba terror y a la que siempre trataba de evitar. Mayra tenía otra gata, que, selecta como ella, se llamaba Atenea y era bastante más dulce. En aquella época los gatos me daban mucho miedo y Tigri, más. Imaginad cuando a Vicky se le ocurrió la genial idea de llevar a la temible felina a mi casa metida en la mochila de clase y dejarla salir de repente delante de mi perro Tuichi (vale, nombre infantil no comparables con Atenea). ¡¡¡La que se montó!!! Por suerte, Tuichi era un bendito perro al que solo le faltaba la aureola de santo can. Pero Tuichi y su papel en nuestras vidas es otra historia…

También sería otra historia, y más antigua, la primera vez que vi a Claudia, mi amiga de Mexico (este fue el acento más divertido que conocería de niña, sin duda) o a Luyan, (por cierto que luego seríamos amigas todas, Vicky y Mayra incluidas). Todas me enseñaron cosas y cosos. Luyan hasta me iba a enseñar chino, aunque siempre nos parábamos en el: 1, 2, 3! Ellas me hicieron el mundo mucho más colorido y rico y el corazón un lugar más amplio y diverso. Y llegaron por supuesto más amigas, más países. ciudades o pueblos y más preguntas como ¿Y cómo son las calles?

Acordándome de todo esto, he saludado a mis amigas desde el grupo que compartimos de nombre Mosqueperras… Hola!!! ¿estáis todas bien?

Mayra ha dicho que acaba de levantarse. Luyan que llevaba ya trabajando en su oficina 3 horas (eran las 9).

» Madre mía, Empiezas a las 6? Por qué????»

«Porque soy china».

«No te refugies en convencionalismos para explicar algo que no tiene ningún sentido», ha intervenido Vicky. Y nos hemos reído todas ante una afirmación tan rotunda y certera.

¡¡¡Esta Vicky!!!

Despedidas

Cuando íbamos a la universidad yo siempre le afeaba a Arantxa una conducta que no entendía y me ponía de los nervios. Muy a menudo, mis -emails- aquellos pioneros mensajes, escritos desde Comunicación Audiovisual y dirigidos a Bellas Artes, improvisados en un aula de informática solicitada bajo cita previa y con turnos de 50 minutos- solían incluir alguna variante de este reproche: Ey, Nácher, ¿otra vez te fuiste a la francesa?, ¿¿¿por qué???

Y es que estábamos de fiesta, con un grupo de amigos en común y en algún momento de la noche yo preguntaba: «¿Dónde está Arantxa?» Y alguien miraba a otro, quien a su vez se encogía de hombros, y entre los gritos de Gloria Gaynor, yo lograba entender: «Ah, no sé, estaba aquí…» «Creo que se ha ido… «. «¿Se ha ido? ¡Pero si no ha dicho nada!».

Y cuando, días después, ella me contestaba al e-mail- cosa que siempre hacía bastante rápido, aunque no con la inmediatez de hoy en día-, me decía algo así: «Catalá, lo que pasa es que no me gusta que me insistan para que me quede. Así que, cuando lo decido, me voy. Y ya está».

Y daba igual que yo me propusieran en la siguiente ocasión estar muy atenta, casi vigilar sus movimientos, confiando en que, después de haber estado hablando tan a gusto, ya no iba a desaparecer sin más. Y por supuesto jurándome que, pasara lo que le pasara, si me decía que se marchaba, no le insistiría para que se quedara. Todo eso daba igual, porque cuando ella lo decidía… volvía a desaparecer a su voluntad y sin un indicio, ni mucho menos un adiós, lo que acabó propiciando que yo la llamara Houdini y que jamás corrigiera su conducta…

Y, aunque esto no dejaba de ser exasperante, no era grave en realidad y terminó siendo una broma más entre nosotras. Y sin embargo, hoy pienso en cuántas cosas he perdido en mi vida o se han ido sin un adiós…
Es como si en mi vida no encajaran bien las despedidas, ¿tal vez porque despedirse es algo demasiado premeditado? ¿Tal vez porque -según mi experiencia- las cosas pasan y ya está? Porque no todo tiene un cierre satisfactorio, porque no todas las piezas encajan -o no en el momento en que lo deseamos o necesitamos?-

Veamos… Además de fotos, libros y otras cosas sin importancia, he perdido un padre sin poder decirnos adiós. Una casa, con todos los recuerdos -buenos y malos. Un coche, del que solo recibí el contenido que se salvó del desguace… Más de dos y de tres personas queridas, que un día estaban y otro no… La tía María ha muerto. ¿De verdad?… Una amistad importante, que acabó con una sentencia mortuoria: para mí te has muerto… Un amor significativo, sin hablarnos, sin volvernos a ver. Un trabajo -en el que hubo despido, pero no despedida. Un perro, tan querido como incomprendido y cuyo nombre escuché por teléfono, por última vez cuando me informaron que lo llevaban a sacrificar… Antes de eso, otro perro, Lagún, mi hermano bóxer, al que le dio un infarto en la cena y al día siguiente ya no estaba en casa… También se perdieron varios colegios, uno no sé por qué, otro por derrumbe, otro porque sí… y no hubo adioses…. ni de esos jóvenes compañeros que un día murieron de manera prematura, solo un pupitre vacío y ninguna explicación…

Vale ahora todo suena muy a muerte, pero también hubo momentos más ligeros, finales sin explicitar -ni explicar- pero muy claros, casi un alivio, un acuerdo tácito… «ya nos llamaremos», «sí, sí…», «pide cita si lo necesitas…», «este grupo se disuelve», blablabla.

Con frivolidad o trascendencia, todo se aceptó de una manera muy natural, una especie de Ley de Vida. La ley de vida según la cual no hay despedida. Y supongo que es inútil preguntarse por qué. Creo que no hay un por qué… Quizá la joven Arantxa tenía razón cuando intuía que despedirse es solo insistir en algo que ya está decidido.

Uf, la magia de la ficción

Te voy a contar un cuento….

Esto era una pareja que estaba sumida en la más completa monotonía. Era un tarde de verano y a él le daba pereza hasta abrir la boca para comer un pedazo de tarta. Uf, decía de vez en cuando. Levantar la mano para espantar las moscas estivales era toda una proeza, así que imagina lo de masticar…

Aguantar a su mujer no era tarea más fácil. ¡Dios, qué tedio de mujer! Y la cosa era mutua, porque ella se sentía igual. Sin ganas de hablar, pero demasiado pesada como para escapar. El calor no ayudaba, claro. Todo era pegajoso y respirar era un esfuerzo. Los pensamientos se derretían en sus cabezas, sin formar nada claro.

Tomaban el café en la tetera porque se les había roto la cafetera y qué pereza buscar otra de remplazo…. Total, qué más daba.

Cuando no estaban ocupados tragando tarta y bebiendo café, permanecían callados. Bueno, él habló una vez. Le gritó a ella que, por favor (porque era un hombre educado), dejara de hacer ruido con la cucharita. Todo era muy irritante con el calor. La conversación ni les estimulaba ni les era posible… qué desgaste… Así que jugaron a las cartas. Sí, sí, las cartas, porque esto era en un tiempo en el que la gente no disponía de teléfonos inteligentes ni de Wifi con el que escapar de su aburrimiento o de su pareja…. Jugar a las cartas era lo mejor para matar el tiempo. Y después de eso, ya de noche, con la hiedra sifilítica y medio muerta del salón como testigo, se pusieron a ver la tele. Lo que fuera, porque en aquellos tiempos tampoco podías escoger mucho. De todo modos, qué cansancio escoger.

Así que, viendo la tele, los dos se quedaron dormidos en su pisito pequeño y sofocante.

Y entonces… ¡Ay, entonces! Sobre las doce de la noche, mientras los dos dormían… entraron por la ventana palomas rosadas, gallos negros de cañamiel, ciervos dorados, gaviotas de lapislázuli, hiedras multicolores, jirafas de heliotropo muy risueñas..

Los animales y las plantas se quedaron por allí toda la noche desplegando sus maravillas hasta el amanecer, pero cuando la pareja abrió los ojos ya no estaban, ni había ningún rastro de ellos. Entonces -ya cansado nada más empezar un nuevo día-, el hombre volvió a suspirar, Uf!!!!!!

***

Te he contado con mis propias palabras un relato genial y muy breve de Quim Monzó, que dio nombre también a su libro Uf, dijo él (1978). Mi primera intención era remitirte al cuento directamente, pero como era difícil de encontrar y por no transcribir, he preferido ejercer el arte de cuentista, contando la historia con libertad pero siendo fiel a su argumento.

En todo caso, lo que me gusta de esta historia y la razón por la que quería hablar de ella es que, aunque hayan pasado ya cuatro décadas, lo que cuenta sigue siendo muy impactante. Y es que «Uf, dijo él» retrata muy bien la monotonía y la desidia en la pareja. Pero no solo eso. Creo que se puede ampliar un poco el significado para ver cómo, independientemente de nuestro estado civil, vivimos a veces dormidos, encerrados en nuestros mundos particulares, repetitivos y mecánicos. Y de ese modo estamos cegados a la magia de la vida.

La preciosa y efímera irrupción que se da en este cuento de la maravilla y la belleza pasa totalmente inadvertida a los personajes. Ellos ni siquiera sospechan qué sucede cuando cierran los ojos. Pero nosotros como lectores, o al escuchar el cuento, sí lo sabemos.

Para mí la ficción debería aspirar a algo más que entretener (y entretener está muy bien, eh?). Ya tenemos muchas distracciones y muy bien elaboradas. Creo que debería aspirar a iluminar nuestra experiencia, a hacernos conscientes por ejemplo de estas cosas, que no suceden solo a las parejas aburridas… sino que forman parte del apasionante desafío de ser humano. Porque la tecnología no nos puede ayudar en eso. ¿Verdad que una suscripción a HBO no ayudaría en nada a estos dos personajes?

Decía antes que a menudo estamos ciegos a la magia de la vida. Y eso me recuerda a otro estupendo relato: «Catedral», de Raymond Carver, que precisamente tiene este asunto en su centro. Me lo guardo para la próxima ocasión. ¡Y no por pereza!

No renuncies a tu imaginación

¿Crees que la imaginación es un lujo?, ¿algo que- aunque quizá deseable- solo es útil para el poco útil trabajo del artista? ¿Preferirías ser cinco centímetros más alt@, que imaginativ@?

La imaginación es muy poderosa. El año milagroso de Einstein lo debemos a su uso de la imaginación desde la oficina de telégrafos y patentes. En su mente supo reunir las condiciones necesarias para dar ese salto mental-intuitivo tan inmenso que derivó en la teoría de la relatividad.

Pero aunque no seamos Einsteins, yo creo no deberíamos renunciar a la imaginación tan fácilmente ni relegarla a lo recreativo o fantasioso, sino considerarla vital. Tu derecho y el mío.

Tan cerca, tan lejos

Aquí donde lo vemos, este de la imaginación es un asunto que ha sido muy relevante para grandes pensadores del siglo XX: Wittgenstein, Heidegger, Gaston Bachelard, Henri Corbin, Simone Weil, Cornelius Castoriadis, Jean Paul Sartre, Gilles Deleuze… y por supuesto, Hannah Arendt. Para ella la imaginación era una facultad muy necesaria para la vida política.

Está totalmente fuera de mi alcance escribir sobre el concepto de imaginación en la obra de esta filósofa y teórica de la política, pero propongo realizar aquí un movimiento que puede parecer contradictorio: por una parte desbanalizar y darle un estatuto serio a la imaginación y por otra parte apoderarnos del concepto en la medida de nuestras posibilidades (aunque no seamos intelectuales). Tú eres tu propia autoridad en esta materia.

¿Cómo construir un mundo mejor si no eres capaz de imaginarlo?

A primera vista se me ocurre una manera en que la falta de imaginación nos puede perjudicar. Un orden económico mundial que lo vuelve todo uniforme requiere que nuestra imaginación esté bajo mínimos. Porque lo que nos da precisamente la imaginación es amplitud de miras y discernimiento. Nos ayuda a fortalecer nuestro juicio y nos hace más abiertos.

Aunque no quiero igualar imaginación con creación literaria, es un mal síntoma social cuando la ficción de una época es yerma, complaciente y tonta. Cuando la aldea global convierte todas las historias en clichés o cuando hay muchísima oferta pero poca originalidad.

Pero esto no es una conspiración (en principio). Aun con las mejores intenciones, para los creadores también es todo un reto salirse del circuito del que todos nos alimentamos y tratar de ver con ojos nuevos la realidad. Pero la imaginación nos tiene que ayudar a pensar otras (y nuevas) posibilidades.

La pereza no puede ganar la partida.

Para mí al imaginación se relaciona con la elección. Se ejercita eligiendo, descartando y decidiéndose por una posibilidad entre varias, incluso creando una donde no había ninguna. Así que, cuanta más capacidad de decidir perdemos (o cedemos), más se nos atrofia la imaginación -y viceversa.

Aquí se abre el abanico a todas las esferas de nuestra vida. Si podemos integrar puntos de vista diferentes, acoger perspectivas potenciales, si podemos imaginarlas, vamos a sentar las bases de una vida más empática y plural.

ver con nuevos ojos, imaginar posibilidades…

Estoy en la terraza de un bar, suena una música ambiental de éxitos en español de los años noventa. Antonio Flores, Maná, la primera Shakira…
Hay una mesa de gente joven detrás de mí. La dueña del bar se acerca a saludar y una chica le pide la playlist que está sonando. La dueña le dice: “Mira, no te la voy a dar porque la he hecho yo y es mía”. Sorprendentemente, logra decir esto de manera muy enrollada y la chica no se molesta por este ataque de posesividad, pero se decepciona visiblemente… ¿Y ahora qué? El verdecito es inapelable: se queda sin esa música tan chula…

Y yo me pregunto: ¿¿¿quién necesita que le den una playlist??? ¿no consiste eso precisamente en crear una lista de canciones que se guardan porque te gustan a ti? ¿Y no se desarrolla este gusto escuchando, descubriendo, decidiendo?

Entiendo que una parte del descubrimiento consiste en escuchar sugerencias de otras personas, compartirlas, etc., pero creo que aquella chica no estaba considerando la opción de elegir por sí misma. Y me pregunto por qué esta opción -la de elegir- no fue la primera que le vino a la cabeza. Supongo -y a nadie hay que culpar- que muchas veces nos vendemos por la comodidad y esta deviene a la larga en hábito…

Sí, admito que -salvo cuando es irritante- es cómodo que nos lo den todo hecho, sugerencia de vídeos, de series, de libros que te podrían gustar (según el análisis de tu perfil…), de personas con las que podrías tener una cita, y así de manera muy plácida y dócil nos acostumbramos a no elegir.

¿O elegimos no elegir?

He visto por ahí (Google considerará que lo necesito) un anuncio de una plataforma de ropa online que escoge para ti (y por ti) cinco prendas de vestir (seleccionadas según un análisis de tus gustos) y te las manda a casa… tú solo tienes que pagar. Vale, no hay que dramatizar, pero mi imaginación me hace vislumbrar que dentro de algunas generaciones tal vez se haya perdido por completo esa costumbre (esa habilidad) de decidir. ¿Y cómo seremos?

Que no cunda el pánico. Si nos déjaramos llevar por esta tendencia sin cuestionarla, el mundo no se pararía. Seguiríamos viendo anuncios personalizados, comprando productos sugeridos, siguiendo dietas recomendadas, escuchando noticias que nos van a interesar (u horrorizar), llevando una vida predecible y -oh, surprise- manipulable.

Salir de los círculos de siempre, de las conversaciones de siempre, del vocabulario de siempre (pocas palabras=poca imaginación), del paisaje, la opinión de siempre… imaginar otras posibilidades, cuestionar las tradiciones, las asunciones, todo eso es posible (y deseable) con imaginación.

Nadie lo puede ni debe hacer por ti

Por otro lado, para mí la imaginación se relaciona con la confianza propia y la independencia de criterio. Hay muchas personas que sabotean sus opciones creativas con el -poco cuestionado- eslogan: “Yo es que no tengo imaginación”. Y esto para mí es como decir “yo no sé caminar solo”. O “no sé hacerme una ensalada solo…”

El que imagina necesita confiar en su capacidad porque pone sus pies sobre el abismo (un abismo en el que finalmente, lejos de caer, acaba sobrevolando). El primer paso es incierto pero nace de una certeza: la de que algo irá surgiendo.

Por otro lado, la independencia de criterio se requiere porque, para imaginar, hay que transitar caminos solitarios, precisamente debido a que es una tarea creativa y personal (aunque se pueda abrir al colectivo).

Quien se acostumbra a no decidir también es candidat@ a ponerse en manos de otras personas (o instituciones, autoridades…) para que estas le digan cuál es su mundo soñado o qué debería imaginar. De este modo solo se pueden recorrer lugares ya explorados, lugares comunes. Quizá, en el mejor de los casos, lugares imprescindibles y necesarios, pero, desde luego, nunca lugares genuinos.

Dejo a la imaginación de cada un@ el escoger cómo podría poner más en práctica esta bendita cualidad.

Dijo Thoreau que, aunque suene lenta y remota, cada persona debería marchar al son de su propia música (y yo añado: y de su propia playlist!).

Mario Benedetti: El sexo de los ángeles

Me gusta mucho este microrrelato de Benedetti, porque, además de su sentido del humor y su originalidad, mezcla perfectamente narración y poesía…

La sugerencia del tema se suma a un empleo súperefectivo del lenguaje… Nada es casual y todo tienen intención.
Por poner un ejemplo, Estoque es una palabra que tiene un significado (espada estrecha y afilada en la punta) y además una sonoridad «dura» con la /K/… y una determinada evocación si estamos leyendo sobre un encuentro sexual… y eso en conjunto -las asociaciones, la forma, el sentido- es lo que trabaja silenciosamente en la mente de quien lee…

Las palabras son actuadas literalmente por los personajes… haciendo evidente ese poder de manifestación del lenguaje, el Verbo (aquí como sinónimo de palabra, no de tiempo verbal) porque Benedetti en su genialidad de poeta emplea sustantivos, palabras de esencia, pero mucho más pasivas… así que todo funciona por el propio significado y por la belleza de las palabras.
Y todo ese cortejo y ese intercambio ultrasignificativo (Cuenca, Manantial) va subiendo en intensidad de Cirros y Cúmulos hasta culminar en Rebato (golpe de campanas y por proximidad… arrebato).

Y, por si no fuera bastante, si haces el ejercicio de leer el texto en voz alta, te llevarás el bonus extra del ritmo y la musicalidad!

Además de deleitarnos en un ejercicio de voyeurismo angélico, esta composición nos recuerda que el amor por las palabras es mágico y sensual.

El sexo de los ángeles

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.

Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. El dice: “Alud” y ella, tiernamente: “Abismo”.

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Ángel dice: “Madero”. Y Ángela: “Caverna”.

Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

Él dice: “Manantial”. Y ella: “Cuenca”.

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Ángel dice: “Estoque”, y Ángela, radiante: “Herida”. El dice: “Tañido”, y ella: “Rebato”.

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.


 

¿Sueñan los androides con Philip K. Dick?

El otro día soñé que alguien me revelaba que este mundo era el infierno, solo que no lo sabíamos.  No que era una especie de infierno, no, no. Era el infierno, literalmente. Así que el temido averno no era un lugar fantástico (o imaginado), lejano y subterráneo. No, era nuestro mundo, una especie de lugar/dimensión al que cada uno habíamos ido a parar por méritos propios y que tenía apariencia de realidad (y que además contenía la idea de Infierno y Paraíso como algo distante). ¡¡¡¡Y no teníamos ni idea!!!

Pensé que, aunque yo me considero una buena ciudadana, seguramente habría hecho algo muuuuuy malo en otra vida si a la postre era una de las habitantes del mundo-infierno. Y lo peor, lo que más me chocaba, era no haber sospechado nada de todo eso.

Cuando me desperté me dije que este era un sueño muy estilo Philip K. Dick. Y llevo unos días preguntándome qué pensaría él de todo lo que estamos viviendo en estos tiempos en general y de este sueño en particular. 

Alguien sensato me diría que el sueño refleja la tensión de nuestro momento actual (que yo vivo como un infierno). En cambio, él podría haber dicho (y argumentado) que el Espíritu Santo me había mandado un mensaje y que el tiempo, una de sus grandes obsesiones, se despliega de modo diferente al que pensamos.  Y que la realidad no es lo que parece. Y a veces hay fisuras que nos dejan entrever esto, en sueños, por ejemplo. 

Tengo mucho respeto por la obra y figura de P. K. Dick. Siempre me ha parecido una mente asombrosa y jamás lo ridiculizaré ni lo llamaré loco. Porque, aunque a veces es complicado aceptar algunas de sus teorías, él hacía filosofía (ingenua para el filósofo) pero muy profunda para el escritor medio. No necesitaba Internet, tenía la enciclopedia británica. Y una gran curiosidad. Si fuera amigo mío hablaríamos horas y horas sin parar y seguramente los dos seríamos tachados de paranoicos. A eso no le veo ningún problema.

Por ejemplo, PKD pensaba que tal vez había tantas realidades como subjetividades, así que quizá un esquizofrénico solo era alguien que vivía en otra realidad distinta a la nuestra. La falta de comunicación entre esa realidad suya y la nuestra (la incapacidad de explicarnos su realidad y por tanto la imposibilidad de entendernos), eso sería la enfermedad.

Han pasado casi 40 años desde que murió y el mundo cada vez se parece más a lo que él prefiguró en su obra de ficción. Es por eso por lo que cualquier adaptación, revisión y lectura de sus obras sigue teniendo tanto atractivo. Sueñan los androides con ovejas eléctricas, El hombre del castillo, Ubik…. Podemos rastrear la influencia que ha tenido en nuestra cultura y que va aumentando más y más con el tiempo. No habría Matrix sin Philip K. Dick. Y cuántas cosas no habría sin Matrix.

Una vez, en una conferencia en Francia, en 1977, dejó al personal a cuadros cuando dijo que él creía que vivimos en un mundo simulado por ordenador. A día de hoy, tal afirmación podría seguir pareciendo una locura, pero… menos que hace cuatro décadas.

¿Qué pensaría de Internet, de las pantallas, de la interacción virtual… en la que el ser humano se convierte casi en un signo, un avatar, una presencia diferida (que va perdiendo autenticidad)?, ¿qué pensaría de relacionarnos con interfaces, con algoritmos, con ceros y unos? Proyecciones a tope, relaciones entre etiquetas, no entre humanos. Todo eso ya está en su obra y también los recuerdos implantados, los hologramas, los lásers mortíferos, la inteligencia artificial y los hombres (y androides) que ignoran su naturaleza.

He dicho que PKD era un filósofo. Dos de las grandes preguntas de su obra son: ¿qué es la realidad? y ¿qué constituye al ser humano auténtico (qué es el hombre)? Por eso su obra resuena.

Una vez una estudiante le pidió una definición de la realidad en pocas palabras y él dijo: “La realidad es eso que, cuando dejas de creer en ella, no desaparece”.

Así que en él está siempre la idea y la contradicción entre un mundo cambiante, ilusorio y falso y una realidad por debajo de este mundo, inmutable y por tanto, real.

La verdadera realidad estaría debajo de la aparente realidad. Un concepto muy hinduísta, ¿no?

Por eso, para él, los mundos que se desmoronaban eran una oportunidad y el caos una brecha hacia el vislumbre de la realidad auténtica. Sus personajes afrontan las dificultades de vivir en un universo que se desmorona. En el desmoronamiento no acaba todo, sino que empieza la historia. Cuando todo se resquebraja, cuando caen los decorados, cuando las caretas del poder quedan al descubierto, ahí empieza individuo a tener una opción de ser un auténtico ser humano.

Philip K. Dick vivía muy cerca de Disneylandia y le maravillaba la idea de lo falso, tan evidente en los parques temáticos. Le preocupaba el control de las personas por el poder, la construcción de un mundo ficticio que pretende modelar nuestro pensamiento y nuestras percepciones. “Si ven el mundo como tú pensarán como tú”.

No es inocente lo de Disneylandia. Otra de sus ideas recurrentes es la de la falsificación, no solo de la realidad sino del propio ser humano. Si las noticias son falsas, la realidades son falsas. Y esas falsas realidades se venden a los humanos convirtiéndolos en falsificaciones de sí mismos.

Vamos, que habría flipado en esta época de Fake News y mundos que se desmoronan. En la visión de PKD, la realidad está en cuestión, pero también la identidad del hombre. No sabe quién es en realidad, se ha dejado hipnotizar por la ilusión. Y de repente, el orden se altera. Algo se mueve. No cuadra. Umheilich.

Para él, el hombre heroico no lleva a cabo grandes acciones ni acumula notoriedad, ni pasa a la historia para que le pongan su nombre a un estadio. En sus propias palabras, su mayor valor reside en “saber lo que no debe hacer, en decir “no” al tirano y con calma asumir las consecuencias de su resistencia”. 

Un antihéroe. El que se resiste con una silenciosa negativa (muy gandhiano también).

En este último mes a veces me visualizo como en una encrucijada: a la derecha, distopia, a la izquierda, utopía. Ya no es solo saber qué camino tomar, ¿creer en el Apocalipsis o en un futuro mejor?, ¿en el cielo o en el infierno? Pero si ambas opciones pertenecieran a una realidad aparente, ¿entonces qué? No imporataría tanto el camino como quien lo emprende. Ser auténticamente humano (no una falsificación de sí mismo) sería vital entonces.