Sobre las ventajas de soñar

Para dar la bienvenida al nuevo año, os dejo un inspirador poema de G. Belli.

¡Feliz 2019!

***

SOBRE LAS VENTAJAS DE SOÑAR

Soñar no cuesta nada.
Contrario a cuanto ejercicio hoy se nos recomienda,
no requiere de zapatos, ni ropa adecuada.
No nos pide sudar o quemar calorías.
Ni calcular el posible daño o provecho
para nuestra salud.
No es tampoco un hábito
cuya repetición pueda conducirnos a cáncer de pulmón
o de cualquier otra parte del cuerpo.

Soñar no daña la ecología,
ni atenta contra la capa de ozono.
No aumenta el colesterol,
ni fomenta la crueldad contra los animales.
Soñar no afecta los reflejos,
ni causa daños congénitos.
No es dañino para las mujeres embarazadas,
ni inhibe la lactancia materna.
Soñar es un deporte barato.
No requiere de equipo sofisticado,
ni de constante y agotado entrenamiento.

No se puede decir, sin embargo,
que no cause riesgos al corazón.
Sin embargo, hasta el momento,
no se ha encontrado base científica para
contraindicar los sueños,
aunque los argumentos a favor de su extinción
se fabrican a diario.

Yo sostengo que soñar continúa siendo una práctica
subversiva,
con una deliciosa, pero lícita, peligrosidad;
un hábito difícil de erradicar,
cuya ternura y perseverancia
sigue teniendo la innata capacidad de conmover
y abrir ranuras, por pequeñas que sean,
en corazas bien armadas y aparentemente impenetrables.

Si quiere practicar una actividad de bajo costo,
bajo riesgo, y sin ninguna susceptibilidad a las altas y bajas
del mercado,
le aconsejo soñar,
y no permitir que nadie lo convenza
de que no sigue usted siendo dueño, al menos,
del inmenso poder de su imaginación.

Sobre las ventajas de soñar// Gioconda Belli

Para dar la bienvenida al nuevo año, os dejo un inspirador poema de G. Belli.

¡Feliz 2019!

***

SOBRE LAS VENTAJAS DE SOÑAR

Soñar no cuesta nada.
Contrario a cuanto ejercicio hoy se nos recomienda,
no requiere de zapatos, ni ropa adecuada.
No nos pide sudar o quemar calorías.
Ni calcular el posible daño o provecho
para nuestra salud.
No es tampoco un hábito
cuya repetición pueda conducirnos a cáncer de pulmón
o de cualquier otra parte del cuerpo.

Soñar no daña la ecología,
ni atenta contra la capa de ozono.
No aumenta el colesterol,
ni fomenta la crueldad contra los animales.
Soñar no afecta los reflejos,
ni causa daños congénitos.
No es dañino para las mujeres embarazadas,
ni inhibe la lactancia materna.
Soñar es un deporte barato.
No requiere de equipo sofisticado,
ni de constante y agotado entrenamiento.

No se puede decir, sin embargo,
que no cause riesgos al corazón.
Sin embargo, hasta el momento,
no se ha encontrado base científica para
contraindicar los sueños,
aunque los argumentos a favor de su extinción
se fabrican a diario.

Yo sostengo que soñar continúa siendo una práctica
subversiva,
con una deliciosa, pero lícita, peligrosidad;
un hábito difícil de erradicar,
cuya ternura y perseverancia
sigue teniendo la innata capacidad de conmover
y abrir ranuras, por pequeñas que sean,
en corazas bien armadas y aparentemente impenetrables.

Si quiere practicar una actividad de bajo costo,
bajo riesgo, y sin ninguna susceptibilidad a las altas y bajas
del mercado,
le aconsejo soñar,
y no permitir que nadie lo convenza
de que no sigue usted siendo dueño, al menos,
del inmenso poder de su imaginación.

Algún día nuestros ojos verán 

La lógica y hasta la educación dicen que hoy debia presentaros el libro que acabo de autopublicar, Algún día nuestros ojos verán, y destacar sus puntos  fuertes y pasar de puntillas por los débiles y hacéroslo atractivo para redireccionaros elegantenente a  la página de compra de Amazon, pero –aunque no tengo nada contra la promoción y entiendo que es necesaria–, prefiero contar lo que experimento hoy y que eso hable por sí mismo (y por mí misma).

Si soy absolutamente sincera, paso ahora, una semana después de lanzarlo a volar, por un valle que se parece a un vacío (¿¿depresión posparto??) He cumplido con mi parte y ahora… ¿qué es lo que espero o necesito? Pues… no lo sé.

Ya me había preparado para este momento, ¿cómo? Liberándome de expectativas. Sí, no tenía nada pensado ni elaborado, ningún rasero con el que medir mi posible éxito o fracaso, ningún plan. Simplemente (¡!) he escrito lo que sentía, obedeciendo a una voz interior que (ya nos vamos conociendo) parece ir siempre a contracorriente.
Esa voz no calcula ni busca complacer, solo quiere expresarse, bien, mal o regular.  Pase lo que pase, aunque eso la condene a ser un naipe sin baraja.

Desde este punto de vista libre de objetivos, todo lo demás (comentarios, reseñas, críticas, likes, dislikes…) sobra. ¿Verdad?

Me entristece observar cómo (nosotros mismos, quiénes si no), para someternos (o por estar sometidos) a los dictados del consumismo y la compraventa reducimos la creación a una cuestión de estadística. Lo que importa es cuántos seguidores, cuántas páginas leídas, cuántas ventas en tu informe de kdp… Vales los clicks que consigues y el ruido que generas. Qué locura, ¿no?

En esta ocasión no quisiera yo caer en eso, aunque suene arrogante. ¿Pero es algo a mi alcance? ¿Podemos realmente librarnos de ese condicionamiento, de esa obligación de seducir, de que nos compren nuestro libro, nuestra idea, nuestra imagen? ¿No lo corrompemos todo así? 

Bueno, parece claro que no es algo que vaya a resolver con un post, así que dejemos eso ahí de momento y vamos humildemente a lo concreto.

En este libro he querido reunir una selección de relatos cortos. Me gusta mucho el género breve, entre otras cosas por su variedad, que permite plantear situaciones diversas, «conocer» a mucha gente diferente, observarlos por un instante y después seguir con lo nuestro. 
Dijo Cristina Peri-Rossi que «mientras que la novela transcurre en el tiempo (aunque sea un tiempo corto como el Ulises de Joyce), el cuento profundiza en él, o lo inmoviliza, lo suspende para penetrarlo». Y ahí, en esa condensación, en esa galería de actitudes, podemos quizá encontrar algo que además los une a todos, un sentido. Quizás…

En cuanto a ese sentido no he querido pontificar, aunque tal vez he sido torpe al expresar mis ideas, en este caso el defecto es más mío que de los personajes. ¡Lo asumo!
Lo acepto además como parte de un  proceso personal. Estos relatos han sido escritos o reelaborados en 2018, este año que ha sido maestro y me ha traído además mi 40 cumpleaños. No es tan extraño que me hayan asaltado esas preguntas que a otras edades dan risa, porque se ven lejos – o por venir o ya superadas–. 

Escribiendo estas historias he sentido la perplejidad ante lo que es la vida (aunque aún no sepa bien), más sencilla de lo que pretendemos, abierta a la revelación en un minuto, si paramos, si soñamos, sí contemplamos.

Pero no siempre reaccionamos abriéndonos, a veces nos cerramos más, huimos, miramos a otro lado… y yo no he querido juzgar a los protagonistas de los relatos. Alguien me dijo una vez:  «tú y tus personajes mezquinos…» Sí, así es, tengo cierta debilidad por ellos. Y como me sucede a veces, como defensa, un verso viene al rescate…

«Porque solo en el roto corazón de lo turbio/ he encontrado la luz verdadera del fuego,/ que las sombras me lleven»

Admiro a los personajes que se elevan sobre sus limitaciones, pero tengo claro que no siempre somos heroicos, también somos cobardes, insignificantes, envidiosos o rencorosos y eso puede ser contado.

Algún día nuestros ojos verán. Qué anhelo más grandioso. Y en ese caso, ¿qué verán? Cada cual tendrá su respuesta y no hace falta ser  grandilocuente. Justamente estos días (¿casualidad?), con mi estupendo grupo de Escritura, he releído un relato de Raymond Carver: Catedral. En él, un hombre gris, pasivo, cerrado, muerto en vida, accede a un momento de grandeza cuando un amigo de su mujer, un ciego que llega de visita, le pide que dibuje con él una catedral.
El momento climático acontece cuando el narrador, ese hombre encerado en su mundo, se abre a esta experiencia y cierra los ojos. Y así , entrando en su interior, paradójicamente, por fin «ve». A veces basta con eso.

En fin, no os quiero dar lecciones de nada, este ha sido solo el modo en que he podido expresarme está vez y me ilusiona ahora compartirlo con vosotr@s, pues ese punto de encuentro es el fin de toda escritura. El recorrido que estas historias tengan ya no es  cosa mía. ¡Quién sabe que  vendrá luego, qué forma, qué piel tendrá, de dónde surgirá! 

Acudiré a Henry James para despedirme, porque él ya capturó algo sencillo de forma muy hermosa y creo que la honesta sensatez de su mensaje nos libera de muchas pretensiones.

«Trabajamos en la oscuridad. 
Hacemos lo que podemos
Damos lo que tenemos
Nuestra duda influye es nuestra pasión
Y nuestra pasión es nuestra tarea
El resto es la locura del arte».

Amén!

Tres aspectos del cuento

El cuento (o relato breve, o microficción…) es una de mis formas favoritas de ficción y acudo a él siempre que tengo ocasión, como lectora y autora.  De hecho, en los próximos días os presentaré Algun día nuestros ojos verán, un libro con veinticinco relatos cortos que tengo ya casi, casi, listo. Mientras eso llega, aprovecho para compartir algunas reflexiones sobre el género.

Habitualmente, se suele identificar y/o categorizar el cuento por su brevedad, quizá porque este aspecto formal es el más evidente de apreciar. Lo cierto es que no es fácil dar definiciones (puede que no sea ni necesario), porque , al margen de su extensión, el relato corto admite muchísimas posibilidades, temas y enfoques y ahí reside uno de sus atractivos.

Hoy, quiero tomar una idea de Mempo Giardinelli, novelista, poeta, ensayista, cuentista y teórico del cuento, director durante años de la revista «Puro cuento» (1986-1992).

Dice él en su libro Así se escribe un cuento (1992) que el cuento es alusión, ilusión y elusión.  Más allá de un juego de palabras, este trinomio me encanta para subrayar tres características del relato corto.

Es alusión porque refleja una realidad, independientemente de que el cuento sea realista o no. Toda producción escrita se enmarca en una cultura y da testimonio de ésta. Aun cuando leamos un relato de ciencia ficción, en él están las claves de la realidad de su tiempo. De modo que, con la realidad como punto de partida o punto de llegada, el cuento nos ayuda a entender.

Es ilusión porque se nutre del ingrediente más necesario y el mejor patrimonio de un autor/a: la imaginación. Decía Juan Rulfo que esta da forma a los tres puntos de apoyo de un cuento: personaje, ambiente y modo de expresión del personaje. Para él esta función creativa humana era la clave de la escritura: 

La imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a adivinar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura. Concretando: cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar.

Finalmente, es elusión porque la sutileza es una de las armas más potentes del (buen) cuento. Por su brevedad, muchas veces recae en el lector la tarea de completar el sentido que apunta. No es que un relato no pueda —o deba o escoja— tener un final rotundo (si esa es la voluntad del autor), sino que el cuento siempre  evoca, dejando en el aire pistas, ecos, que parten del texto y se construyen de manera única y personal en la mente de quien lee. Precisamente el diálogo con el lector es uno de los mejores estímulos del relato breve (y uno de los que tienen mayor capacidad de transformación) ya que, por su concisión, conecta de una manera muy directa y no permite distracciones.

El cuento, en definitiva, es una invitación a vivir una experiencia de concentración y revelación, aludiendo, eludiendo, ilusionando… Y eso, en esta época, ya es mucho decir.