Halloween, miedo para todos los públicos

Esta semana tengo claro de lo que quiero escribir: Halloween.

Y es que me gusta esta fiesta. Sí, admito que también tengo mis reparos: es una americanada, y tiene el anzuelo consumista en su interior (basta pasarse por Mercadona, El Corte Inglés o Ikea), pero, aún así, el mes de octubre tiene un aliciente para mí. Y hay una explicación fácil: desde niña me han fascinado las películas y las historias de miedo (sí y me han asustado más de la cuenta).

Pertenezco a esa generación que se quedó traumatizada con aquella TV movie «El misterio de Salem’s Lot», en la que un niño, que ha sido asesinado (en realidad, ha sido vampirizado), se presenta de noche en la habitación donde está su hermano durmiendo y, levitando desde el exterior de la ventana, araña el cristal con un dedito para que este le deje entrar… Uff, cuántas malas noches pasé yo con la tontería.

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Sin embargo, a pesar de las noches en blanco, yo seguía hipnotizada con las películas de terror. Ya fueran alquiladas en esos videoclubs de los noventa («Noche de miedo»; «El terror llama a su puerta», «IT») o cazadas en la tele («Carrie», «El exorcista», «La profecía», «La semilla del Diablo», «El resplandor»). Como fuera, seguía buscándolas. Me metía tan dentro de esas historias que salía de la experiencia completamente agotada, con los músculos en tensión y sin uñas. Desde luego, la infancia es el mejor territorio para pasar miedo. El más puro e inocente y, como el paraíso perdido, no se puede recuperar, solo evocar. Han pasado los años y ya no creo que la muñeca de la cómoda tenga intenciones de asesinarme en cuanto cierre los ojos, pero aún tengo atracción por las películas de terror (y aún soy capaz de asustarme mucho).

Así que, aunque solo sea por el incremento de películas en la tele, o por el montón de información y curiosidades que, con motivo de Halloween, invaden la Red, yo disfruto de esta semana sin reparos.

Será porque pasar miedo de modo controlado es como disfrutar de una tormenta épica al abrigo de tu hogar. Mirando por la ventana cómo se cae el cielo, mientras tú te agarras a tu taza de cacao y le guiñas el ojo a uno de tus gatos que ronronea perezoso en el sofá. ¡Aja! No parece que tenga mucho mérito, pero reconforta.

Así que, para la ocasión es obligado hacer una selección de películas. Yo, desde luego, tengo mis favoritas. La lástima es que se me acaba el catálogo y quedan cada vez menos cartuchos para experimentar la sensación de un miedo inédito.

En todo caso, si tuviera que hacer un kit personalizado estas serían mis tres elegidas este año (selección que puede ser ampliada, pero no es el objeto del post):

«La noche de Halloween» (1978), John Carpenter. Ambientada (como su título indica) en la noche de Halloween, esta peli fue pionera del género y marcó el camino para el florecimiento del  «teensplotation» y los «slashers», películas protagonizadas por adolescentes que, básicamente, son carne de psicópata. Me gusta, en todo caso, por su clasicismo, porque Carpenter es un director que, en los márgenes del cine comercial, ha hecho cosas muy interesantes. También por Jamie Lee Curtis, que está genial en este debut en este papel protagonista, arquetipo de la heroína buena chica, seria y responsable. Me gusta además Michael Myers, ese malo sobrenatural (un psicópata que no es de este mundo), que encarna la maldad gratuita y carente de explicación. Ideal para pasar miedo en la víspera de Todos los Santos.

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«Pesadilla en Elm Street» (1984), Wes Craven. Otro clásico. Y otro director que me encanta. Lo de Pesadilla en Elm Street es una aproximación a los miedos más viscerales. ¿Qué hay más terrorífico que poder ser asesinado en una pesadilla? , ¿Cómo evitas quedarte dormido? Imaginemos el horror de verte atrapado en el peor de tus sueños frente a un despiadado y brutal asesino. La película explora los planos del sueño y la vigilia, lo que le permite además beneficiarse del onirismo para recrear escenas escalofriantes y cargadas de sugerencia. Contamos además con ese toque de erotismo tan del género y con un malo, Freddie, que es irónico, mordaz y… cortante.

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«La noche del cazador» (1955), Charles Laughton. Rompe bastante con las dos anteriores. Una joya del cine americano, filmada en blanco y negro con fotografía expresionista. Una rareza en su día. Muy de autor y única película dirigida por el genial Charles Laughton. Es un cuento de miedo en toda regla. Pocos villanos me han puesto los pelos de punta como este Robert Mitchum con los puños tatuados y tarareando su siniestra cancioncilla.

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Puesto que estas películas (y muchas, muchas otras) ya las he visto, he de rastrear por la red en busca de nuevas candidatas, con el handicap de que me gustan mucho las películas por así decirlo antiguas, y eso es un recurso finito 😀

 En vistas a renovar mi listado ya he fichado una que promete (por varios motivos) y que no he visto:

The Slumber Party Massacre (1982). Esta peli tiene el aliciente de estar escrita por Rita Mae Brown, escritora y activista LGTB! Dicen las reseñas que es divertida y algo paródica del género (cosa que a mí me gusta). Además, las tres películas que componen esta franquicia, están dirigidas por una mujer. 🙂

Una fiesta de pijamas y un psicópata. Buena combinación

Y es que, echo de menos alguna película de miedo y con componente  y protagonismo lésbico.  Y no me vale lo último que he visto: «Lesbian Vampire Killers», y no porque no sea una parodia (un poco al estilo de Un hombre lobo americano en Londres, 1981) agradable y pasable, sino porque el lesbianismo es muy tangencial (y estoy siendo benévola) y no sale en absoluto victorioso. El arquetipo de vampira lesbiana es uno de los más trillados del género de los colmillos, bien sea explotando la sexualidad (frígidas o ninfómanas) o, bien como vampiras de la inocencia de jóvenes… heterosexuales. No obstante, buceando un poquito en Internet, he encontrado 15 sugerentes películas de terror con componente lésbico.

En todo caso, además de las películas, me gusta la iconografía propia de Halloween: fantasmas, zombis, esqueletos, murciélagos… Todo ello apela a un mundo de fantasía lleno de sugerencia. Precisamente porque permite dejar por unos instantes lo cotidiano a un lado. Y además nos anima a acercarnos a la idea de la muerte y del más allá, tal vez el terreno más misterioso que exista.

Hablando de símbolos de Halloween, me he informado sobre lo de las calabazas (siempre he pensado que era un tema de superproducción de vegetales de temporada o algo así), pero no exactamente. De lo que sí había excedente en su día era de manzanas, por eso se ofrecen manzanas de caramelo en esta fiesta. En todo caso, quien tenga curiosidad con el asunto de la calabaza aquí tiene la explicación.

En cuanto a la cocina y la decoración, ese es otro filón de infinitas posibilidades. No deja de sorprenderme la imaginación y el buen hacer de la gente, con todas las creaciones gastronómicas ad hocpara estos días. Yo no soy nada buena cocinera, aunque  siempre podría usar mi torpeza para intentar improvisar algunos horrores culinarios. Os admito que este año tengo claro mi antojo.

 

Salchimomias listas para el sacrificio

Por ir cerrando este repaso, confieso que los disfraces, otro elemento distintivo de la fiesta, no son lo mío, aunque les veo su gracia. En todo caso, aún no he aprovechado lo oportuno de vivir con un gato negro (Mich) y uno pardo (Conguito). Cada año, me propongo ambientar la noche de Halloween con su participación. Me tira mucho eso de un felino draculero (Catcula)… aunque sospecho que mis dignos compañeros no están por la labor de cumplir mis fantasías.

 

Una buena noche de Halloween necesita su gato negro

 

En todo caso, al final, y como siempre que hay una celebración, la felicidad es compartir el momento con la mejor compañía. Y eso el próximo viernes, junto a la peli, los dulces y las leds con forma de calabaza, lo tengo garantizado.

 

Supersticiones

El día que conoció a Paula se le había cruzado un enorme gato negro. Y eso era algo que Eva recordaba  a menudo. De camino a su cita, aquel primer día, se dijo que aquella sería un desastre con toda seguridad: creía en las señales y lo del gato no podía traer nada bueno. Se resignó a encontrarse con una de las tantas piradas que florecen en Internet (había conocido a unas cuantas y sin felinos azabaches de por medio). Y, sin embargo y para su sorpresa, todo fue de perlas con la nueva candidata. La conexión entre las dos fue inmediata. Paula resultó mucho más perfecta en carne y hueso: una mezcla asombrosa de belleza, inteligencia y sentido del humor. Por no hablar de sus dos carreras, los buenos modales, las perrillas en el banco y su estupendo escote. Eva no podía pedir más.  Dio gracias a todos los santos y se propuso disfrutar del idilio.

Todo eran buenos indicios esos primeros días: Paula alababa la imaginación desmedida de Eva, su espontaneidad y su pasión. Incluso toleraba su romanticismo un poco hortera.  Tan solo había un punto de discrepancia entre las dos. Profundamente racional como era, Paula se mostraba incapaz de entender las manías supersticiosas de Eva. Una cosa era que le riera las gracias cuando ella le aseguraba que jamás se pondría algo amarillo, que diera un rodeo cuando veía una escalera apoyada en una fachada o que  aceptara no sentarse en la fila 13 del cine (aunque fuera la única libre). Pero que Eva se pusiera blanca como un fantasma y se negara a cenar cuando se le derramó la sal en aquel restaurante tan caro o que armara un drama la tarde  que a ella se le cayó un espejito muy mono en una tienda del centro… eso había sido el colmo. Eva  había armado un escándalo en la tienda. Totalmente fuera de lugar. Según decía, se veía condenada a siete años de mala suerte por la torpeza de Paula. Y claro, Paula se pilló un buen mosqueo. Se había sentido abochornada y estuvo tres días sin cogerle el móvil. La relación parecía en crisis. Cuando por fin Paula accedió a verla de nuevo, le dijo que temía que Eva estuviera un poco desequilibrada. “¿Te das cuenta de que tus pensamientos son totalmente irracionales?”. Eva le dijo que se daba cuenta.  La pregunta trascendental era: ¿Sería capaz de controlarse en lo sucesivo? Eva no estaba ni mucho menos segura, pero si aquella chica le hubiera pedido que se prestara voluntaria  como mujer bala y se dejara lanzar en dirección a Kazajistán, lo hubiera hecho sin dudar. Estaba loca por ella. Así que se propuso firmemente dejar de lado todas sus manías.

Las semanas fueron pasando. Eva descubrió con asombro que su enamoramiento era tal que apenas tenía neuronas libres que dedicar a sus obsesiones, lo cual era una enorme ventaja. Los meses cayeron  entre arpas y querubines.

Se acercaba el aniversario de tan dichosa unión. Eva quería hacer algo especial para Paula, algo que recordaran toda la vida. No en vano, se sentía más libre y feliz que nunca. Llevada por un impulso, compró dos billetes de avión y reservó habitación en un hotel muy cuco cerca de Florencia, todo a un precio fantástico. Desde luego, a juzgar por las fotos, el sitio estaba a la altura de su romanticismo: un castillo soleado, un paraje romántico, preciosos viñedos alrededor. De película. No necesitó más información.

Sin embargo, ya sentadas en el avión de aquella compañía de bajo coste, Eva tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para superar su convicción de que iban a caer en picado porque el pasajero de la primera fila era bizco. Captó la mirada de Eva y se tomó un Valium. Para distraerse se puso a ojear una guía de la Toscana. Empezó a tranquilizarse, poco a poco.

—Escucha, Paula, al parecer te llevo a un castillo famoso.

—Ah, ¿sí? —se interesó Paula con su maravillosa sonrisa.

—Sí  —continuó Eva con voz modulada y seductora— , escucha: el castillo de los condes Ravanelli de  Mugello es uno de los más famosos de Europa por su estilo neogótico y  sus maravillosos torreones.  Destaca su capilla y sus techos de madera. Además, atrae a intrépidos viajeros de todos los rincones de Europa por… —Eva se quedó congelada—… su terrible maldición no apta para miedosos y supersticiosos.

Paula le quitó la guía, divertida.  Lejos de asustarse, quiso saber más del asunto. Al parecer, la condesa de Ravanelli había sido una mujer muy hermosa, dotada de un talento extraordinario para el canto. Su marido, celoso y cruel, creyendo que  esta le engañaba, le había mandado cortar la lengua. La condesa no había tardado en perder la cabeza y una tormentosa noche saltó al vacío desde la torre más alta. La maldición decía que, si alguien miraba el cuadro de la condesa, que se exhibía en el salón azul y osaba cantar en su presencia, esa persona se volvería irremisiblemente loca. A Paula le pareció una anécdota deliciosa. Eva languideció en su asiento. Mierda de castillo, pensó,  ¿cómo podía tener tan mal ojo? De todos los castillos del mundo, ella tenía que caer en uno maldito. Respiró hondo. No pasaba nada. Todo era una tontería. Ella no quería saber nada de la maldición. Ni hablar. Ella había reservado en un hotel luminoso y cursilón: el castillo del amor. Y eso mismo se repitió a sí misma una y otra vez.  A pesar de sus intentos por autosugestionarse durante el resto del trayecto, cuando por fin llegaron a las puertas del hotel, era ya noche cerrada, llovían chuzos de punta y el castillo en cuestión era lo más siniestro que había visto en su vida.

—¡Qué horror! Sólo le faltan un  par de gárgolas rampantes —dijo en voz alta.

En ese momento, un magnífico relámpago iluminó unas figuras siniestras de piedra en los remates de las torres. Sí, ahí las tenía: un  estupendo par de gárgolas rampantes.

—Seguro que por la mañana te encanta.

  Eva hizo acopio de toda su fortaleza. Sólo debían mantenerse lejos del cuadro de la condesa.  Algo de comer le haría ver las cosas de otro modo.

De hecho, así fue. Paula estaba radiante durante la cena. Su encanto se había multiplicado por cien en aquel exótico paraje. Las dos se achisparon un poco bebiendo vino italiano. Eva se relajó. Afuera caía el diluvio universal, parecía que la Toscana fuera a borrarse del mapa, pero ellas estaban a salvo en ese bonito salón rústico y las esperaba una gran noche de amor. Subieron a la habitación animadas por esa perspectiva. Lo que antes era pavoroso ahora era divertido para Eva. Hasta le hicieron gracia las armaduras del pasillo, que las observaban entre beso y beso. La suite también era estupenda y acogedora. Paula se dejó caer en la cama con dosel mientras reía:

—Esto es tan cursi que es de coña. Es perfecto –de repente se incorporó: Vayamos a ver el cuadro.  Ahora.

Eva se atragantó con su copa de vino: “¿Ahora?”. Pero Paula estaba entusiasmada con su idea y fue  del todo imposible disuadirla.  Eva no pudo más que seguirla.

Por lo visto, no había nadie despierto en todo el hotel. El animado ambiente de la cena y el salón se había convertido en silencio sepulcral. Bajaron unas tortuosas escaleras. Eva gritó cuando un rayó iluminó una vidriera. Por fin, guiadas por un folleto de mano, llegaron a la famosa sala azul que albergaba los cuadros. La estancia estaba llena de retratos horrorosos de gente con cara de mala leche. Para eso, pensó Eva, podían haber pintado flores. Por fin se encontraron frente al retrato de la condesa. Era innegable que era una mujer hermosa, pero con una cara de odiar al mundo que congelaba la sonrisa de cualquiera que la contemplara. ¿Le habrían ya cortado la lengua cuando se lo pintaron?  Imposible saberlo, como imposible huir de sus ojos oscuros. Era uno de esos cuadros que seguían la mirada, aunque te desplazaras. Paula se situó frente al lienzo. Eva no podía soportarlo. No dejaba de pensarlo. Si la mirabas y cantabas, te volvías loca, era la maldición. Paula continuaba mirando fijamente a la condesa. Eva la intentó apartar.

—Que no pasa nada —se resistió Eva—. Y ahora voy a cantar.

—Nooo! —El grito de Eva fue tan potente que un cuadro pequeño cayó al suelo. Pero Paula le dijo que no estaba siendo nada consecuente. Y que ella pensaba cantar. Tal vez así se daría cuenta de lo ridículo que era todo aquello. Era evidente que todavía le duraba el efecto del vino. Tenía la mirada febril. La cogió de la mano y la arrastró hacia ella. “Vamos a cantar juntas  “Se me enamora el alma”. Vamos. Va por ti, condesa”.

Eva se soltó y salió corriendo de la sala, tapándose los oídos. Sin embrago, oyó a Paula cantando los primeros acordes del hit de la Pantoja. Habría dicho que su amada tenía mejor gusto. Dios mío.

Pero era lo de menos, porque estaba condenada.  Subió a la habitación corriendo. Cerró la puerta. Al cabo de unos minutos de profunda angustia, Paula llamó a la puerta. “Abree”, le pidió con voz susurrante. Eva abrió con cierta precaución. Paula la miró sonriente con las manos en la espalda.

—Pues va a ser que tenías razón, Eva —dijo, y  sacó un cuchillo de cocina—, te vuelves loca y, en mi caso… asesina. La condesa me habla: “mata, mata, mata”.

Paula tenía cara de ida y Eva no estaba dispuesta a quedarse para comprobar si era un trastorno transitorio. “Qué pena de novia”, pensó mientras subía a la carrera a la azotea. “Qué mala suerte tengo”.

Paula la seguía cantando estribillos siniestros. “Joder, por contratar viajes baratos”, siguió subiendo Eva. “Esto a mí no me pasa más”. Salió a una amplia terraza. “Se me cruzó un gato negro”.  Llovía a mares y el viento aullaba. Paula la seguía con gran tenacidad armada con su cuchillo, pidiéndole que se detuviera. Antes muerta. Eva resbaló con una hoja traicionera y se arrastró como pudo por el suelo. Finalmente,  Paula le dio alcance. No había escapatoria. Estaba acorralada al borde del abismo. Solo le quedaba la opción de saltar al vacío a sus espaldas. Cuando todo parecía perdido, Paula soltó el cuchillo. Su expresión recobró la normalidad. “Eres una boba” le dijo.”No me puedo creer que te lo hayas creído, pero es que no había manera de pararte. Ay, nos vamos a resfriar aquí arriba. Venga, ya está bien de bromas. Vámonos, deja que yo te ayude a entrar en calor”. Tras unos segundos de estupor, Eva aceptó la broma con deportividad. Realmente se sentía muy ridícula. Ya le daría un ataque de indignación cuando hubiera entrado en calor, aunque ¿qué iba a confesar, que creía firmemente en la maldición? Era mejor dejarlo correr. Afortunadamente, como si el destino quisiera compensarla por el susto pasado, la noche fue épica y el viaje maravilloso.

De vuelta en casa, el romance continuó viento en popa. Todo seguía siendo perfecto… o casi. Eva se mosqueaba algunas veces, cuando pillaba a Paula hablando a solas con grandes aspavientos. “¿Con quién hablas?”  le preguntaba.  “Con la condesa”, bromeaba ella. Y después se reía. Con una risa muy, muy, muy extraña.

Lazos ardientes, una película para celebrar

Con este post quiero rendir un homenaje a la película Lazos ardientes (Bound; 1996).

El pasado 31 de agosto se cumplieron 18 años de su estreno, buena ocasión para recordarla.

Lazos Ardientes es la primera película de los hermanos Wachowski (que han dejado huella en la historia del cine por la archiconocida Matrix). A mediados de los noventa eran dos novatos interesados por los cómics y las películas de terror y habían escrito el guión de Asesinos (1995), que fue dirigida por Richard Donner.
Faltaba aún una década para que Larry Wachowski pasara a ser Lana Wachowski. Ignoro si en aquellos tiempos ya existía una sensibilidad de esta parte del tándem de los directores por los personajes LGTB. No es cuestión de hacer cábalas sin fundamento. Quedémonos con el hecho y ya está.

Volviendo a la película, Billy Wilder fue el gran inspirador de los Wachowski para este proyecto. Querían hacer una película de cine negro al estilo del maestro (pienso en Perdición, Días sin huella, incluso en El crepúsculo de los dioses). Casi nada 😉

Una peli a lo Billy Wilder, ese era el reto

No era algo nuevo eso de revisitar el cine negro. Sin ir más lejos, en 1994 había aparecido Pulp Fiction y La última seducción.  Lazos ardientes encaja como aquellas en la etiqueta «neo-noir». Entre otras cosas «neo» porque nos sirve una historia femenina en un género que no se caracteriza por ceder el protagonismo a las féminas. Y, entre otras, porque introduce una pareja de lesbianas como eje del argumento. 

La película trata de la alianza de dos mujeres que se acaban de conocer (la sensual Violet, novia-florero de un mafioso y Corky, ex presidiaria que trabaja de fontanera), para engañar a un grupo de poderosos mafiosos (para los que trabaja César, el novio de Violet) y robarles un botín de dos millones de dólares.
Todo ello servido con sus imprescindibles dosis de violencia y sexo. Atrevido, ¿no?

Jennifer Tilly y Geena Gershon son pura química.



Me gusta mucho esta película por varias razones (ojo, lo siguiente contiene spoilers).
Voy a dejar al margen su ingenioso guión, su brillante puesta en escena (low cost) y sus atrevidos planos (¿qué hay de ese recorrido a través del cable telefónico?). En esta ocasión, celebro el aniversario de Lazos ardientes por otros motivos:

  • Por se una película con una trama lésbica perfectamente encajada en la historia. De hecho, no es una película para el público LGTB, sino para el gran público. Una prueba de que podemos encontrar historias que nos representen e interesen a una audiencia amplia. Algunos pueden opinar que no hay una problemática lésbica expuesta en la película y que podría tratar de una pareja hétero y la historia sería la misma. Yo creo que, si esta peli la protagonizara una pareja hétero, perdería todo el carácter subversivo que pueda tener (y he leído sobre las dificultades por ejemplo para encontrar actrices que quisieran hacer el papel o el rechazo de productores a la relación sexual entre las dos protagonistas). Y a mí no me interesaría ni la cuarta parte. Además, considero que la normalidad es siempre un excelente camino.
  • Porque acaba bien (creedme, esta es una poderosa razón para mí). Cerca estuvimos de que acabara bien Thelma y Louise (1991), pero escapar pasaba por despeñarse por un barranco. No voy a repasar aquí cuántas películas LGTB tienen un final dramático (tal vez en otro post). Simplemente, me produce gran placer que las chicas se salgan con la suya 😀
  • Porque tiene lecturas feministas. Como iba diciendo antes, en esta peli triunfan las mujeres, cosa que no hay que dar por sentada y menos en un mundo tan opresor y machista como es el de la mafia. Y es que, en estas películas con argumento mafioso, las mujeres prácticamente siempre (agradeceré ejemplos que no sean así) son utilizadas como personajes secundarios, a menudo mujeres explotadas por su belleza. Aquí tenemos una alternativa. Me dio un gustazo parecido la película Byzantium, la última de Neil Jordan. En ella son dos mujeres (madre/hija) vampiras las que tienen que pelear por sobrevivir en una hermandad (tipo mafia) de vampiros. Recomendable también.
  • Porque juega con los estereotipos. Violet una mujer ultra femenina, de voz muy fina y novia de un gángster (la típica mujer florero) es en realidad una astuta mujer lesbiana. ¡Toma expectativas! Lazos ardientes escenifica en pantalla (y sin pretensiones) los roles Butch/femme. Yo no le pido peras al olmo, pero agradezco que un par de recién llegados como los Wachowski se empeñaran en conservar a sus protagonistas y su idea de película hasta el final.

Lazos ardientes es una película de las que me alegro que existan. Un buen ejemplo de cómo naturalizar una relación lesbiana y ofrecernos un entretenidísimo thriller noir. Así que celebremos su aniversario con un brindis (por Corky y Violet).



El umbral, 10 consejos para iniciar una historia

Ayer releí unas reflexiones de David Lodge sobre las distintas maneras de iniciar una novela (El Arte de la ficción, 1992).
De entre todas las cosas interesantes que cuenta, me quedo para esta ocasión con una sugerente pincelada:
 

«El comienzo de una novela es un umbral, que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado. Debería, pues, arrastrarnos».

 
La enseñanza de esta breve cita se puede extender a toda historia de ficción en general, sea novelada, guionizada o servida en otro formato.
Me atrae mucho y me parece fantástica la imagen de un umbral que traspasar. Una puerta que nos lleva a otro mundo (un espejo, un armario que esconden entradas secretas). Creo que para los que nos gusta leer (o el cine) es ese uno de los motivos de nuestra predilección: Esa sensación de ser transportado durante un rato al centro de una aventura. Y creo que tod@s hemos experimentado con nuestros autores favoritos la sensación de ser conducid@s por un camino de no retorno.
Hablando de la magia y el umbral, el de Rebecca es uno de mis principios favoritos. Opino que el primer capítulo del libro de Daphne du Maurier es brillante porque encarna precisamente esa invitación  a entrar en un reino de fantasía que supone adentrarse en una historia de ficción (con el añadido de que la autora juega expresamente con ese elemento onírico y misterioso). Aquí os dejo las primeras líneas (aunque aconsejo leer el capítulo entero, para captar la finura del inicio en conjunto):
 
«Anoche soñé que había vuelto a Manderley. En mi sueño me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. Estaba cerrada la puerta con candado y cadena. En sueños llamé al guarda, pero nadie me contestó, y cuando miré detenidamente a través de los mohosos barrotes de la verja, vi que la caseta estaba abandonada. 
No humeaba la chimenea, y las ventanucas y sus celosías bostezaban en su abandono. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente dotada de una fuerza sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que me detenía».
 
 

Desde el inicio, Manderley se convierte en el centro de un secreto que anhelamos desentrañar. Engancha.
También es ejemplar, desde luego, el principio de la adaptación dirigida por Hitchcock en 1940. Para ello, se emplea el  mismo inicio del libro (acortado ligeramente) en voz en off y este recurso (junto con las sugerentes imágenes) sirve de poderoso señuelo para atraernos hasta el otro lado. Juzgad si no…

Creo que estamos de acuerdo pues en que el principio es un elemento clave en toda historia. Aunque se puede argumentar con razón que también lo es el final y el ecuador de un relato, no es menos cierto que un final dubitativo o lento nos puede relegar a la estantería o hacer perder el favor del lector para siempre. Nos la jugamos. Por eso, es interesante prestarle la debida atención.
 
 
A Snoopy también le cuesta arrancar
Si sois como yo, habréis experimentado también dudas y temor acerca de vuestra invitación a cruzar el umbral.
Aquí os dejo diez consejos elaborados de mi experiencia como lectora y escritora para atacar este delicado momento:
  • Mímalo. Al hilo de lo que hemos venido diciendo, vale la pena esforzarse con el principio, pues es nuestra invitación al otro lado. Debemos esmerarnos en que sea invitación sea atractiva y efectiva (piensa en arrastrar al lector).
  • No te obsesiones, no te bloquees. Puede parecer una contradicción con el punto anterior, pero no lo es. El inicio puede intimidarnos muchas veces. Nos quedamos petrificad@s porque no se nos ocurre nada suficientemente bueno. No te dejes amilanar. Sigue adelante y ya tendremos tiempo de encargarnos de ese inicio.
  • Déjalo para el final. En efecto, cuando hayas acabado tu historia, retoma el inicio y comprueba si es el más adecuado. Tal vez veamos que no es potente o que es un poco dilatado. Ahora podemos juzgarlo con el tono general de nuestra historia y darle mejor forma.
  • Si estás perdid@, busca el conflicto principal o a tu protagonista. Pregúntate si ese inicio sirve para entender al personaje principal, si está conectado de algún modo con el conflicto. Si la respuesta es que no, puede que no sea el mejor inicio. Puede ser paja.
  • No te enredes con el backstory de los personajes o con ideas previas a la historia que quieres contar. Por regla general, sobran los preludios. ¡Ve al grano! Y luego, ya veremos…
  • Busca circularidad. Sigues bloquead@, ¿qué puedes hacer? Tu historia acaba con una persecución por las alturas, eso lo tienes claro. Puedes probar a empezar también con una escena en las alturas (que cuente algo importante de tu personaje). Las estructuras circulares suelen dar unidad a la historia. Pregúntate de qué manera se conectan el final y el principio de la historia que quieres contar. Dale vueltas (nunca mejor dicho).
  • No te cases con nadie. Ni contigo mismo. No temas en cargarte un principio que no te convence y buscar alternativas mejores (cuidado después con encajar el resto de piezas de la historia, no vayas a cometer gazapos).
  • Pide opinión. Dáselo a leer a alguien en cuyo criterio confíes (mejor cuando ya esté la historia acabada para que la valore como un todo) y pregúntale por el principio…¿Le ha interesado?, ¿le ha aburrido? ¿En qué momento empezó a interesarse por la historia? (ese sería el mejor momento de situar tu principio, probablemente).
  • Lee mucho. Ayuda sobremanera comprobar cómo empiezan nuestros autores favoritos. Fíjate en las historias que te enganchan.
  • No te flageles. Todo tiene arreglo. Escribir es aprender y cada nueva historia (cada nuevo borrador) nos brinda la ocasión de reivindicarnos y mejorar.
Espero que os sirva de ayuda para trabajar vuestros proyectos. En cualquier caso, me encantaría conocer vuestra opinión como escritor@s, lector@s o espectador@s de ficción.
¿Cuáles son vuestros principio favoritos?, ¿qué libro no pudisteis dejar de leer? ¿Qué peli (o serie) queda en vuestra memoria por su impactante inicio?

El globo

Leonard se había despedido de Amelia con cuatro palabras apresuradas. Ahora estaban tomando altura y ella iba haciéndose cada vez más pequeñita a sus ojos, rodeada de los periodistas y los curiosos. Amelia agitó un pañuelo blanco a modo de despedida. Una semana antes le había invitado a participar de aquella aventura tan… juliovernesiana. Un viaje en globo con ella y … con Arthur. Leonard, que había accedido porque ella le había rogado que fuera.  Finalmente, en el último momento, Amelia se había descartado para la expedición y él se había comprometido a acabar al menos una etapa.

A su lado. Arthur miraba los cabos del globo con satisfacción, como si él mismo les hubiera dado forma. Pero Donde él  parecía estar viendo la maestría de la mente humana, Leonard sólo veía unas simples  cuerdas.

     —¿No es una maravilla? Estamos volando, ¿te lo puedes creer?

Leonard pensó que no cabía escepticismo en su posible respuesta. De hecho, la certeza de que estaban volando se imponía a cualquier otra posible verdad en aquel momento. El espacio visual de Leonard estaba lleno de un azul celeste cruzado de nubes. Sonrió amablemente. Pese a  todo, no le gustaba la afición de Arthur por las preguntas retóricas.

     —Alcanzaremos los tres mil metros de altura con facilidad. Vamos a tocar el cielo con la punta de los dedos, amigo.

     —¿Y cuándo bajaremos? —Leonard no quiso sonar muy impaciente.

     —Aún queda mucho para eso, Leo. Disfruta del momento.

Y se lo dijo como si fuera una orden. Porque Arthur estaba acostumbrado a hablar así, con condescendencia y arrogancia. Como si el mundo le perteneciera por derecho. Como si todos fueran empleados de la Welthy Corporation.

Pero Leonard no podía disfrutar del momento, ni aunque se lo ordenaran. Sus dedos se agarraban fuertemente a la cabina. Aún no se había soltado desde que habían despegado. Miró hacia arriba. Las llamas del quemador se elevaban hacia lo alto, envueltas por la gran lona roja. Su potencia hacía que el globo subiera y subiera.  Rojo también era el vestido que Amelia llevaba la última noche que se habían visto a solas. Rojo sangre.  Arthur estaba de viaje en aquella ocasión, como siempre. Sus negocios lo habían llevado a Ceilán. Amelia había dado una fiesta en casa y Leonard se las había apañado para quedarse hasta el final. Él, que se había convertido en el mayor apoyo de Amelia. Primero un buen amigo, después confidente y más tarde…

     —Me alegro de que hayas venido -dijo Arthur sacándolo de su ensimismamiento-. Últimamente no te vemos el pelo. El trabajo en la oficina debe de tenerte muy atareado, muchacho.

     —Sí—mintió.

     —¿Cuántos años llevas ya allí? Debes de ser ya por lo menos… encargado. ¿Eres encargado?

     —Once años. Y no, no soy encargado.

     Arthur miró al infinito y tomo aire.

     —No sabes cuánto te envidio, Leonard. Un trabajo de nueve a cinco, sin responsabilidades, sin desafíos. Previsible y seguro. Y cada día a comer a casa. Y con tanto tiempo libre. En cambio yo, siempre viajando de un lado a otro, haciendo millones y perdiendo vida. Apenas veo a mi mujer.

     Leonard desvió la mirada. Él sí la veía. O al menos había sido así hasta el día de la fiesta. Al principio la ausencia de Arthur era la mayor queja de Amelia. Nunca estaba y cuando estaba parecía ausente. Tenía la cabeza llena de números y planes. Siempre pensando en cerrar acuerdos y abrir vías. En cambio Leonard era sensible a sus necesidades. Nunca hablaba del trabajo, leía mucho, siempre tenía conversación y estaba loco por ella.

     —Tú sí que has sido listo, Leonard —. Arthur hizo una pausa y Leonard sintió que tenía que llenar ese vacío.

     —¿Hacia dónde vamos exactamente?

   —Según mis cálculos, el viento nos arrastrará hacia el noroeste. Y, si no me equivoco, en unos minutos… descargará una buena tormenta.

     —No sabía que iba a llover. ¿Esto es seguro?

     —Claro. No hay nada que temer. Estos globos son muy seguros. A veces hay accidentes, claro, pero suelen deberse en la mayoría de los casos a la imprudencia y la temeridad. Disfruta el paisaje, estás pálido.

Leonard no se atrevía a girarse. El cielo era azul y chato. Le impresionaba la vista tan abierta. Le angustiaba el vacío escenificado ante él. Sentía los pulmones llenándose de aquel aire denso, poco apoco. Se hubiera sentado en la cabina de haber estado solo.

  Pasaron los minutos. Arthur no decía nada. De la cháchara jovial había pasado a un frío silencio. Leonard tendría que haberse negado a subir en aquel trasto con Arthur. Era una idea absurda. No tenían nada de qué hablar. Leonard despreciaba a Arthur. No se merecía a Amelia. Era un hombre aburrido con disfraz de ganador. Un geómetra de las finanzas. Tan fatuo como el globo. Tan lleno de amor propio que podría salir volando. Leonard tuvo una visión de Arthur hinchándose como un globo y elevándose en el cielo. Se perdía en el infinito y no regresaba nunca más. Y Amelia y él eran felices por fin… Sintió unas gotas en la cara. Estaba empezando a llover, como la noche de la fiesta. Amelia le había dicho entonces que no podía verle más. Se tenía que acabar su aventura o todos iban a sufrir. Era verdad que Leonard le había devuelto la vida cuando se creía muerta. Marchita por un matrimonio infeliz. Pero ahora, eso tenía que acabar. Leonard, que había llevado sus emociones al límite con Amelia, se había roto en mil pedazos esa noche. Y desde entonces, y de eso hacía dos meses, había deambulado como un zombi por la vida. Una vida que ya no le era propia. Cuando Amelia le había invitado a ir con ella en globo, había creído ver una esperanza de reconciliación. Pero ahora estaba solo… con Arthur.

     —Amelia hubiera disfrutado con este viaje -La lluvia se hizo más fuerte. Arthur accionó una de las manivelas del quemador. La llama de fuego rugió. El globo ascendió —Claro que el médico le ha dicho que no viaje en su estado.

     Leonard había conseguido soltarse de la cesta y por primera vez en todo el viaje permanecía de pie sin apoyo.

     —Vamos a tener un hijo—dijo Arthur y lo miró a los ojos.

Leonard se volvió de espaldas bruscamente. La lluvia y el viento le azotaron en la cara.

     —Yo creo que la vida siempre te recompensa, Leonard —. Prosiguió Arthur, que se había acercado a él y le hablaba pegado a su cogote—. Yo voy a criar a un niño que se que no es mío y tú nunca vas a ver a tu hijo.

   Ahora se lo explicaba todo. Amelia en la fiesta estaba tan rara. Sus ojos le rehuían constantemente. Había cambiado de la noche a la mañana y Leonard no entendía  por qué.

Y así que esa era la razón de la invitación. Todo había sido planeado por Arthur.

     —No voy a resignarme, Arthur -se sentía invadido por un nuevo vigor- Amelia solo te tiene miedo, nada más. Ella no te quiere. Nunca te ha querido.

     Pero Arthur, hombre planificador y estratega, ya había contado con eso, por supuesto.

     —Todo el mundo sabe que te marean las alturas, Leonard. Ha sido un milagro que te subieras a este globo. Te has puesto un poco nervioso. Yo te pedí que te calmaras, pero mientras yo maniobraba, fuiste un imprudente y no pude evitarlo. Estas cosas son rápidas, tontas, fatales.

   Leonard intentó zafarse del abrazo de Arthur, pero lo había inmovilizado y lo empujaba.

Perdió la batalla. Nunca había imaginado que acabaría sus días así, lanzado desde un globo a dos mil metros de altura, una tarde de tormenta. Pero siempre había sabido en su interior y sin género de dudas que lo suyo con Amelia acabaría mal.