Esta semana tengo claro de lo que quiero escribir: Halloween.
Y es que me gusta esta fiesta. Sí, admito que también tengo mis reparos: es una americanada, y tiene el anzuelo consumista en su interior (basta pasarse por Mercadona, El Corte Inglés o Ikea), pero, aún así, el mes de octubre tiene un aliciente para mí. Y hay una explicación fácil: desde niña me han fascinado las películas y las historias de miedo (sí y me han asustado más de la cuenta).
Pertenezco a esa generación que se quedó traumatizada con aquella TV movie «El misterio de Salem’s Lot», en la que un niño, que ha sido asesinado (en realidad, ha sido vampirizado), se presenta de noche en la habitación donde está su hermano durmiendo y, levitando desde el exterior de la ventana, araña el cristal con un dedito para que este le deje entrar… Uff, cuántas malas noches pasé yo con la tontería.
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Sin embargo, a pesar de las noches en blanco, yo seguía hipnotizada con las películas de terror. Ya fueran alquiladas en esos videoclubs de los noventa («Noche de miedo»; «El terror llama a su puerta», «IT») o cazadas en la tele («Carrie», «El exorcista», «La profecía», «La semilla del Diablo», «El resplandor»). Como fuera, seguía buscándolas. Me metía tan dentro de esas historias que salía de la experiencia completamente agotada, con los músculos en tensión y sin uñas. Desde luego, la infancia es el mejor territorio para pasar miedo. El más puro e inocente y, como el paraíso perdido, no se puede recuperar, solo evocar. Han pasado los años y ya no creo que la muñeca de la cómoda tenga intenciones de asesinarme en cuanto cierre los ojos, pero aún tengo atracción por las películas de terror (y aún soy capaz de asustarme mucho).
Así que, aunque solo sea por el incremento de películas en la tele, o por el montón de información y curiosidades que, con motivo de Halloween, invaden la Red, yo disfruto de esta semana sin reparos.
Será porque pasar miedo de modo controlado es como disfrutar de una tormenta épica al abrigo de tu hogar. Mirando por la ventana cómo se cae el cielo, mientras tú te agarras a tu taza de cacao y le guiñas el ojo a uno de tus gatos que ronronea perezoso en el sofá. ¡Aja! No parece que tenga mucho mérito, pero reconforta.
Así que, para la ocasión es obligado hacer una selección de películas. Yo, desde luego, tengo mis favoritas. La lástima es que se me acaba el catálogo y quedan cada vez menos cartuchos para experimentar la sensación de un miedo inédito.
En todo caso, si tuviera que hacer un kit personalizado estas serían mis tres elegidas este año (selección que puede ser ampliada, pero no es el objeto del post):
«La noche de Halloween» (1978), John Carpenter. Ambientada (como su título indica) en la noche de Halloween, esta peli fue pionera del género y marcó el camino para el florecimiento del «teensplotation» y los «slashers», películas protagonizadas por adolescentes que, básicamente, son carne de psicópata. Me gusta, en todo caso, por su clasicismo, porque Carpenter es un director que, en los márgenes del cine comercial, ha hecho cosas muy interesantes. También por Jamie Lee Curtis, que está genial en este debut en este papel protagonista, arquetipo de la heroína buena chica, seria y responsable. Me gusta además Michael Myers, ese malo sobrenatural (un psicópata que no es de este mundo), que encarna la maldad gratuita y carente de explicación. Ideal para pasar miedo en la víspera de Todos los Santos.
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«Pesadilla en Elm Street» (1984), Wes Craven. Otro clásico. Y otro director que me encanta. Lo de Pesadilla en Elm Street es una aproximación a los miedos más viscerales. ¿Qué hay más terrorífico que poder ser asesinado en una pesadilla? , ¿Cómo evitas quedarte dormido? Imaginemos el horror de verte atrapado en el peor de tus sueños frente a un despiadado y brutal asesino. La película explora los planos del sueño y la vigilia, lo que le permite además beneficiarse del onirismo para recrear escenas escalofriantes y cargadas de sugerencia. Contamos además con ese toque de erotismo tan del género y con un malo, Freddie, que es irónico, mordaz y… cortante.
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«La noche del cazador» (1955), Charles Laughton. Rompe bastante con las dos anteriores. Una joya del cine americano, filmada en blanco y negro con fotografía expresionista. Una rareza en su día. Muy de autor y única película dirigida por el genial Charles Laughton. Es un cuento de miedo en toda regla. Pocos villanos me han puesto los pelos de punta como este Robert Mitchum con los puños tatuados y tarareando su siniestra cancioncilla.
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Puesto que estas películas (y muchas, muchas otras) ya las he visto, he de rastrear por la red en busca de nuevas candidatas, con el handicap de que me gustan mucho las películas por así decirlo antiguas, y eso es un recurso finito 😀
En vistas a renovar mi listado ya he fichado una que promete (por varios motivos) y que no he visto:
The Slumber Party Massacre (1982). Esta peli tiene el aliciente de estar escrita por Rita Mae Brown, escritora y activista LGTB! Dicen las reseñas que es divertida y algo paródica del género (cosa que a mí me gusta). Además, las tres películas que componen esta franquicia, están dirigidas por una mujer. 🙂
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Una fiesta de pijamas y un psicópata. Buena combinación |
Y es que, echo de menos alguna película de miedo y con componente y protagonismo lésbico. Y no me vale lo último que he visto: «Lesbian Vampire Killers», y no porque no sea una parodia (un poco al estilo de Un hombre lobo americano en Londres, 1981) agradable y pasable, sino porque el lesbianismo es muy tangencial (y estoy siendo benévola) y no sale en absoluto victorioso. El arquetipo de vampira lesbiana es uno de los más trillados del género de los colmillos, bien sea explotando la sexualidad (frígidas o ninfómanas) o, bien como vampiras de la inocencia de jóvenes… heterosexuales. No obstante, buceando un poquito en Internet, he encontrado 15 sugerentes películas de terror con componente lésbico.
En todo caso, además de las películas, me gusta la iconografía propia de Halloween: fantasmas, zombis, esqueletos, murciélagos… Todo ello apela a un mundo de fantasía lleno de sugerencia. Precisamente porque permite dejar por unos instantes lo cotidiano a un lado. Y además nos anima a acercarnos a la idea de la muerte y del más allá, tal vez el terreno más misterioso que exista.
Hablando de símbolos de Halloween, me he informado sobre lo de las calabazas (siempre he pensado que era un tema de superproducción de vegetales de temporada o algo así), pero no exactamente. De lo que sí había excedente en su día era de manzanas, por eso se ofrecen manzanas de caramelo en esta fiesta. En todo caso, quien tenga curiosidad con el asunto de la calabaza aquí tiene la explicación.
En cuanto a la cocina y la decoración, ese es otro filón de infinitas posibilidades. No deja de sorprenderme la imaginación y el buen hacer de la gente, con todas las creaciones gastronómicas ad hocpara estos días. Yo no soy nada buena cocinera, aunque siempre podría usar mi torpeza para intentar improvisar algunos horrores culinarios. Os admito que este año tengo claro mi antojo.
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Salchimomias listas para el sacrificio |
Por ir cerrando este repaso, confieso que los disfraces, otro elemento distintivo de la fiesta, no son lo mío, aunque les veo su gracia. En todo caso, aún no he aprovechado lo oportuno de vivir con un gato negro (Mich) y uno pardo (Conguito). Cada año, me propongo ambientar la noche de Halloween con su participación. Me tira mucho eso de un felino draculero (Catcula)… aunque sospecho que mis dignos compañeros no están por la labor de cumplir mis fantasías.
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Una buena noche de Halloween necesita su gato negro |
En todo caso, al final, y como siempre que hay una celebración, la felicidad es compartir el momento con la mejor compañía. Y eso el próximo viernes, junto a la peli, los dulces y las leds con forma de calabaza, lo tengo garantizado.