Escribir es fracasar (y por qué eso no es malo)

El fracaso es una de las cosas que más tememos los escritores, pero si entendemos bien este concepto y dejamos de luchar contra él, podemos liberar mucha creatividad

Recientemente he leído un artículo de JoT Down que trata del fracaso de escribir de un modo original e irónico. Y, aunque luego el post se centra más en escritores prolíficos (y también en los de un solo libro)- a mí, en conjunto, me ha hecho pensar en ese concepto al que se le teme tanto en las letras y el arte (y en la vida en general): el fracaso.

Si repasamos el imaginario asociado a los escritores vemos esa moneda de dos caras continuamente, el éxito y el fracaso. Y esto no solo en las ventas o los premios. Pienso, por ejemplo, en esa imagen de alguien profundamente concentrado ante su escritorio, conectado con un mundo ficticio tan rico e interesante, en una alianza tan misteriosa y mágica, que realmente parece un elegido de las musas. Pero también claro está la otra parte: la amargura de no poder producir nada de valor, la frustración de un trabajo que no fluye, el sufrimiento que nada ni nadie alivia…

¿Esta dicotomía implica que deberíamos buscar el éxito y huir a toda costa del fracaso? Y más importante aún: ¿de verdad son dos cosas diferentes e inseparables? De hecho, a veces me parece que -por una operación mística e inspirada- los contornos se difuminan y la dualidad aparente desaparece mostrando que, en el fondo -esto es, lejos de la superficie- ambos aspectos son parte de lo mismo. Y si esto es así, la cosa tiene importantes implicaciones.

Desde una visión unificada, todo entra en el saco de la escritura. Cabe la gloria y el ostracismo; la insatisfacción y la plena complacencia; la inspiración y la sequía; la incomprensión y la luna de miel con el lector; la frustración por no poder expresarse como una desea y la euforia de la frase acertada: la alabanza y la crítica; las lisonjas y los cuchillos afilados. Querer un aspecto sin el otro es narcisismo o masoquismo, una perspectiva distorsionada.

Mi punto es que, si nos relajamos respecto a las presiones externas e internas y aceptamos la unidad de la experiencia de escribir (o crear) vamos a liberar mucha energía y posiblemente estaremos más equlibrad@s y felices. Y esto nos conviene, no por idealismo, sino por pragmatismo.

Encabezaba el post de Jotdown la cita que yo también quiero comentar de Philip Roth y que ayuda a ilustrar todo esto.

Siempre he pensado que hay algo aberrante en escribir. En intentar trasladar al papel una historia. Es una de esas cosas que a uno jamás le salen como quiere. Se asemeja, supongo, a criar a un hijo o plantar un jardín. El texto siempre parece ir decidiendo su propio camino al margen de la voluntad del autor. Es un proceso utópico e infeliz. Lleno de insatisfacciones. El escritor nunca logra estar a la altura de sus propias aspiraciones. De lo que esperaba de sí mismo como autor. Por eso escribir es, sobre todo, fracasar. Fracasar una y otra vez con la absurda esperanza de no morir en el intento y vencer algún día. Como si Sísifo tuviese alguna posibilidad de alcanzar en el futuro la cima de la colina.

Philip Roth

Lo primero que apunta este magnífico escritor es que escribir, en sí, es algo raro. Sí, porque se trata de atrapar una historia con palabras (papel o pantalla) y eso, por la propia sustancia de lo que se quiere atrapar, tan rica e imprevisible, es ya una garantía de insatisfacción. Como criar un hijo o plantar un jardín: una cosa es la teoría y otra cosa lo que la vida dicta. El hombre propone y Dios dispone, dice la sabiduría popular.

Por eso, no es algo impropio, sino precisamente lo más natural del mundo, que el proceso de escribir sea insatisfactorio y que el escritor fracase en el intento. Y es que la tarea es, de base, inalcanzable. Con lo cual escribir siempre va a ser fracasar en este sentido.

Por si no fuera poco, añadidas sobre esta utopía ya de por sí irrealizable, están las aspiraciones y pretensiones del escritor que, precisamente por lo explicado antes, porque se trata de un imposible, el autor jamás podrá ver colmadas. Y sin embargo, la ilusión de lograr algún día vencer en la tarea impulsa al escritor cada día como al infeliz de Sísifo.

¿Estamos pues condenados a una tarea imposible de cumplir?

La verdad es que visto así, nos podríamos sentir muy deprimidos y, siguiendo el consejo de much@s grandes escritor@s, salir corriendo lo antes posible.

De hecho, una de las cosas que más bloquea a las personas que quieren escribir -según mi experiencia- es el miedo desproporcionado a escribir mal. Y con escribir mal me refiero a todo lo que puedas imaginar. A escribir tonterías, expresarse con incorrecciones, a perecer un poco loc@, a ser rechazad@, a no estar a la altura del ideal propio o de los demás… A fracasar con estrépito y escarnio.

Y sin embargo, yo creo que esto de asumir el fracaso de antemano (pero de verdad, conscientemente, no de boquilla) no es algo malo, sino que por el contrario nos puede liberar de mucha presión innecesaria.

Sí, porque de entrada, ya lo hemos visto, escribir es fracasar y por tanto nuestro fracaso no solo no es vergonzoso, sino que es lo más lógico y casi adecuado a la situación. Y desde ahí podemos disfrutar. Si aceptamos que la tarea es hercúlea -y por tanto solo a la altura de dioses-, podemos permitir que nuestra escritura tome la forma que necesite y se desarrolle – no según nuestra expectativa y exigencia o según los modelos heredados- sino de una manera más orgánica -y sí, imprevisible, impredecible, sorpresiva y fresca. Una manera hecha a nuestra medida única y que nadie nos puede ni arrebatar ni rebatir.

Por supuesto, en nuestro afán diario, el que, por fortuna nos impulsa a seguir pretendiendo llevar esa roca hasta la cima, hay opciones humanas y mundanas que sí está en nuestra mano activar: son las técnicas, la práctica y la experiencia. Ahí tenemos un amplio campo de experimentación y mejora. Ahí está todo por hacer. Y en ese camino cabe el gozo de aprender -gramática, ortografía, narrativa, o lo que necesitemos-, de ejercitar nuestra imaginación y perfeccionar nuestra expresión.

Bienvenidos pues los talleres, las lecturas y las tertulias, tan necesarios y vivificantes. Pero bienvenidos también los borradores a medias, los relatos fallidos, los argumentos llenos de agujeros, los poemas sonrojantes, y los posts que ni fu ni fa… Sí, adelante con todo eso y lo que venga.

Porque -bien entendido- todo está bien en realidad en el maravilloso arte del fracaso llamado escritura.

✏️ Contadme vuestra experiencia. ¿Os ha paralizado alguna vez el miedo al fracaso?, ¿qué significa para vosotros tener éxito al escribir?

Diez características de los personajes tridimensionales

Muchas veces escuchamos hablar sobre personajes tridimensionales. ¿Qué hace que algunos de ellos parezcan tan reales?

Soy un artesano, necesito trabajar con las manos. Me gustaría tallar mis novelas en madera. Mis personajes… Me gustarían que fueran más densos, más tridimensionales. Y me gustaría hacer un hombre tal que todos los otros, al mirarlo, encontrarán en él sus propios problemas.

George Simenon

A veces, como escritora, he sentido el cansancio y la fatiga mental. He notado mi espalda castigada, mis ojos cansados y mi cabeza embotada. He estado atrapada en el aspecto que yo llamo el más plano de escribir: en la ingrata superficie.

Pero otras veces, y casi sin darme cuenta de cómo había ido de una dimensión a otra, he sentido que yo era una especie de proyector y que lo que a través de mi manos se escribía y en mi cabeza se pensaba tomaba cuerpo en mi imaginación. Entonces asistía a un espectáculo fascinante y no veía el momento en que otra persona pudiera conectarse también a eso. Para mí la parte más emocionante de escribir es esa especie de proyección y de creación de una realidad aumentada, una experiencia que ha de ser real para el lector, y que ha de conseguir que unas páginas -o pantalla- dejen de ser planas y literalmente cobren vida.

Es por eso que me gusta tanto la cita de Simenon, un autor que por cierto recomiendo y del que escribiré en otro post. Habla precisamente del proceso de materialización de la escritura, de cómo está llega a convertirse en algo con sustancia, algo tan tangible como la madera. Por favor, no pases por alto esta metáfora como algo ornamental y tómatela muy en serio. Indaga con profundidad en la cita que encabeza este post. A veces el lenguaje no alcanza a comunicar algunas cosas pero creo que todos hemos tenido esa experiencia de vivir un libro, y quedar absortos por completo en un universo de ficción.

Y sin duda parte de esa magia se consigue a través de los personajes. Una de las cuestiones más interesantes para un autor -y para un lector curioso- es descifrar qué hace que algunos personajes se sientan tan vivos. El concepto de personajes tridimensionales forma parte del vocabulario de los talleres de escritura creativa y de la ficción en general. Pero ¿a qué nos referimos exactamente con esto?

Para empezar, podemos hacer una distinción entre personajes planos y personajes redondos. Básicamente los primeros son aquellos que cumplen una función en la trama pero que no cambian ni evolucionan. Son personajes más limitados, aunque también necesarios. Por ejemplo, las sitcoms de la tele están llenos de ellos. En ellas los personajes hablan, piensan y hasta visten siempre igual.

En contraste, los personajes redondos son aquellos que tienen más profundidad y dimensión. Todos los personajes protagonistas deberían aspirar a ser personajes redondos (aunque no siempre es así y en esos casos la trama o la acción toman protagonismo).

En todo caso, si te gusta escribir o leer y te interesa la construcción de personajes, estas son características en las que puedes fijarte desde ya e incorporar a tus creaciones.

Un personaje tridimensional:

  • Tiene contradicciones: un personaje con profundidad es un personaje lleno de matices. Como en la vida misma, no es alguien siempre bueno, heroico, abnegado o siempre despreciable y odioso. Por el contrario, exhibe defectos, vicios, debilidades, y esa misma imperfección (o esos rasgos contradictorios) lo vuelven más humano. Esto es así tanto si es un héroe como un villano.
  • Evoluciona: el personaje posee lo que se llama arco. Esto es -expresado visualmente- una línea de transformación que es externa (sus circunstancias) e interna (su psique). Lo que quiere decir que un buen personaje siempre cambia a lo largo de la historia. Realiza un viaje de transformación, lo quiera o no.
  • Tiene deseos: a nuestro personaje le hace avanzar su necesidad de conseguir algo (o a alguien). El deseo actúa como motor imprescindible de la historia.
  • Tiene problemas: esto es, se sitúa en el centro del conflicto. Un personaje se define en la historia por su capacidad de superar obstáculos en la persecución de un objetivo (deseo).
  • Tiene cuerpo: aquí me refiero, no a una obviedad, sino a esa característica tan importante pero difícil de definir. Cuando hablamos de tridimensionalidad precisamente queremos aludir a esto. El tridimensional es un personaje que parece real porque tiene facetas, dimensiones, porque es profundo, está trabajado y desarrollado. Nos sorprende. Conseguimos esto con el trabajo en varios niveles.
  • Tiene una voz propia: conectado con el anterior y dentro de los aspectos relativos a la fisicalidad (perdóname por esta palabra, RAE) del personaje. Encontrar la voz adecuada del personaje es uno de los mayores retos en la construcción del mismo. Pero se trata de dar con el tono, el vocabulario, la manera de pensar única de ese personaje.
  • Tiene interés: hay que poner empeño en ello como escritores, porque hemos de lograr desde la primera escena que al lector le interese el personaje y su problema y que no pueda abandonarlo a su suerte una vez lo ha conocido. Es triste cuando lees un libro cuyo personaje principal no interesa ni al autor.
  • Tiene originalidad: esto quiere decir que el personaje es único. Aunque haya miles de mujeres adúlteras, Ana Karenina es única, como lo es Emma Bovary y lo es Ana Ozores.
  • Tiene universalidad: esta es la cara B de la anterior. Un personaje original pero desconectado de rasgos reconocibles y humanos sería como un marciano impensable y nos dejaría bien fríos. Es lo que resuena en nosotros de ese personaje lo que le da dimensión e importancia. Por eso los marcianos de Ray Bradbury son tan fascinantes.
  • Es memorable: esta es una consecuencia más que una causa. Si conseguimos ir trabajando con honestidad, curiosidad y pasión, puede que lleguemos a crear un personaje memorable, que no es otra cosa que un personaje con eco, que se recuerda una vez acabada la historia. Un personaje que deja su huella en nuestra mente y corazón.

Para cada uno de estos puntos, podemos emplear estrategias específicas. Nos interesa el efecto final, un algo que habla por sí mismo (pero que si destripamos está formado por varios aspectos que podemos practicar). Con atención y pasión artesana por los personajes de nuestras ficciones, pasaremos del papel a la madera y de ahí a soñar…

Como siempre, me encantará saber vuestra opinión sobre todo esto.