Ha llegado hasta mí el rumor

Ha llegado hasta mí el rumor de que me buscabas. Ha llegado correteando entre las piedras, a vuelo ligero sobre la playa. Se ha elevado un presagio de nuestras noches, mucho antes de vivirlas, antes siquiera de pensarlas.

Después del regocijo, he sentido frío al hacerte espacio. Quizá es la torpe falta de costumbre, a lo mejor son solo nervios. Mucho peor consejera es el hambre que las prisas y no sería la primera vez que preparo el corazón antes de tiempo. Tal vez me traicione a mí misma en la espera, en las horas espectrales que bailan dentro de mí como sombras chinas, bonitas falsificaciones que demuestran tu serena paciencia y lo inútil de mis esfuerzos.

Con esos fantasmas te he confundido mil veces. Y yo, que apenas tengo manías, confieso que prefiero las sábanas blancas a las cadenas, la ligereza a las ataduras, la risa antes que la cordura. ¿Y entonces?

Te llamo, por eso te has acercado. Un paso yo y tres tú. Así quedamos entonces, cuando soñaba este encuentro. Arriba y abajo, incontables posibilidades. Todo es admisible menos el orgullo. Ese… que se lo quede quien se preocupa siempre de pagar a medias.

Me es difícil contenerme, ya lo ves. Soy ferviente cuando te presiento, pero tampoco hoy me haré ilusiones, ni absolutas ni relativas. Ya me dijiste una vez –era de noche y entre nuestros susurros brillaba Mercurio— que no crea nunca todo lo que pienso.

Esa —ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé— no es la señal. Y, sin embargo, hay rumores.

El diario íntimo, práctica y revelación

Escribir es un acto subjetivo. Incluso en las formas pretendidamente objetivas (si es que eso existe), siempre hay algo nuestro. Nuestra voz, nuestro punto de vista, nuestros estudios, nuestras ideas, nuestros maestros y paradigmas. Y por encima (o debajo) de eso nuestro deseo expresivo, nuestra voluntad.
El discurso siempre surge de nosotros, aunque empleemos un enfoque distanciado, neutro, que invisibilice las marcas del «yo». Ahora no estoy pensando en la manipulación deliberada, sino en la inocente pretensión de estar siendo objetivo. ¿Quién no ha leído u oído alguna vez eso de: «No estoy contando una opinión, estoy contando los hechos.»? Y de ahí estamos solo a un paso de afirmar eso tan peligroso de: «Yo escribo (cuento, digo, poseo, vendo…) la Verdad».
De entre las formas más subjetivas (y quizá por eso menos prestigiosas) de expresión por escrito están las memorias y los diarios íntimos. Ahí tenemos la escritura del yo en estado puro.

La memoria es una mirada al pasado, un recuerdo mediado por nuestras ideas y experiencias presentes. Muchas veces una idealización, siempre una construcción y un deseo de perdurar en el mundo. Familiarizándonos con la etimología de la palabra recordar, se trata de pasar algo por el corazón, eso es justo lo que se hace. El diario, en cambio, es una mirada sin distancia, o la distancia de apenas horas o días. El diario es un ejercicio, secreto y espontáneo, de presente o de pasado inmediato. En este sentido, vibra con la vida mientras estas se despliega y también recoge el aburrimiento, el tedio, lo pequeño.
 Lo  insólito y lo banal aún están unidos por la falta de distancia. Me viene a la mente la famosa entrada del diario de Franz Kafka:
“Esta mañana los alemanes invadieron Polonia; por la tarde fui a la piscina”
.

En memorias y diarios se puede encontrar quizá una pista de la verdad personal de quien escribe y por extensión de la de un grupo social en un momento determinado.  Pero, más allá de eso, en los mejores casos, en este tipo de escritura, encontramos como un maravilloso regalo, la esencia de lo que significa ser humano, experiencia personal y común a la vez.

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A veces escribir sobre uno mismo, es una buen manera de empezar a escribir, un paso previo de la escritura. Se puede emplear como herramienta de perfeccionamiento de la técnica. En este caso, no es tan importante la abundancia como la disciplina de sentarse, pase lo que pase, frente al cuaderno. El diario se convierte en una excelente práctica para captar detalles; ampliar la sensibilidad al mirar y describir; escuchar y reproducir diálogos; Una práctica -en definitiva- de contar cosas, que es, a fin de cuentas, lo que luego haremos con la ficción. Una y otra vez, día tras día, la escritura se va a haciendo más fina. Pero, para mí, tomar el diario como mero ejercicio, sería darle poco valor. Más allá de eso, tenemos muestras de que el diario, en manos de escritores experimentados (o simplemente de personas sensibles), revela la necesidad humana de entendernos y expresarnos. La exégesis, como en el caso de Philip K. Dick, por poner un ejemplo fascinante.

¿Por qué los diarios atraen a adolescentes, a jóvenes, a tantas personas? Tal vez porque permiten conservar la memoria de algo que pasó con la esperanza de darle sentido. La necesidad de preservar el momento es uno de los motores de la creación. Antes de las fotos instantáneas y de las redes sociales diciéndonos quiénes somos (a partir de la mirada del resto). Antes… estaba la escritura. Pero también es importante para los jóvenes porque les ayuda a encontrar una voz personal, por vez primera. Descubrirse. La escritura de diarios es íntima y reveladora porque no está pensada (a priori) para ser compartida.  Es un ejercicio de introspección personal, de honestidad con uno mismo, donde no cabe proyectar un yo ideal que vender a otra persona. El diario no es para seducir, es para conocerse.

El diario es, además, un medio de transformación personal y manejo de las emociones, que permite sacarlo todo fuera, una estupenda herramienta de crecimiento interior, para el que esté interesado en ello.
Joyce Carol Oates hablaba de ellos como un experimento de conciencia. Y así es, uno que te va revelando, en su fragmentación y arbitrariedad, no solo la enorme riqueza de la vida y sus elecciones, sino también la construcción de una identidad personal, que asoma entre las entradas, por acumulación, día tras día.
Precisamente hay una cita en los diarios de J. Carol Oates que me encanta:

“Tal y como nuestro gran filósofo americano, William James observó, tenemos tantos yo públicos como personas a las que conocemos- Pero tenemos un único, singular, inabordable y quizás indisimulable “ser interior”, que se siente más en casa en los lugares secretos”.