Ha llegado hasta mí el rumor de que me buscabas. Ha llegado correteando entre las piedras, a vuelo ligero sobre la playa. Se ha elevado un presagio de nuestras noches, mucho antes de vivirlas, antes siquiera de pensarlas.
Después del regocijo, he sentido frío al hacerte espacio. Quizá es la torpe falta de costumbre, a lo mejor son solo nervios. Mucho peor consejera es el hambre que las prisas y no sería la primera vez que preparo el corazón antes de tiempo. Tal vez me traicione a mí misma en la espera, en las horas espectrales que bailan dentro de mí como sombras chinas, bonitas falsificaciones que demuestran tu serena paciencia y lo inútil de mis esfuerzos.
Con esos fantasmas te he confundido mil veces. Y yo, que apenas tengo manías, confieso que prefiero las sábanas blancas a las cadenas, la ligereza a las ataduras, la risa antes que la cordura. ¿Y entonces?
Te llamo, por eso te has acercado. Un paso yo y tres tú. Así quedamos entonces, cuando soñaba este encuentro. Arriba y abajo, incontables posibilidades. Todo es admisible menos el orgullo. Ese… que se lo quede quien se preocupa siempre de pagar a medias.
Me es difícil contenerme, ya lo ves. Soy ferviente cuando te presiento, pero tampoco hoy me haré ilusiones, ni absolutas ni relativas. Ya me dijiste una vez –era de noche y entre nuestros susurros brillaba Mercurio— que no crea nunca todo lo que pienso.
Esa —ya lo sé, ya lo sé, ya lo sé— no es la señal. Y, sin embargo, hay rumores.