En revisión…. ✍️

Estoy revisando la que será mi próxima novela.

Cuando comienzo a escribir algo nuevo, llegar a este paso es una meta lejana que anhelo alcanzar. En la parte más rutinaria y obrera de la creación, cuando voy construyendo el muro con mis pequeños ladrillos -la suma de palabras y párrafos, el vertido de acciones y descripciones- mi preocupación se centra en mantener en pie el muro (o en no perder las ganas de seguir poniendo ladrillos).

Ahí de pronto pueden pasar dos cosas: o bien me vuelvo vacilante (¿Estaré levantando una casa bonita o se me va a hundir el chiringuito con el próximo bloque?) o bien vuelo, inconsciente, explorando sin pensar eso que se llama La Zona, hipnotizada y raptada por el proceso creador que dirige mi mente y mis manos…

En todo caso, cuando soy expulsada de la zona, en los momentos de desmayo, me digo que cuando ya esté todo medio atrapado en la página, sujeta la imaginación con los alfileres de las palabras, ahí es donde disfrutaré de verdad y  el sentido de la novela empezará a emerger y cada vez será más perfecto y podré extasiarme en los detalles. Será el momento de complacerme por haber escrito. 

Pero… ¡Qué va! Llegada por fin a este punto ya quisiera estar en otro nuevo. Tendré que asumir que -lejos de las argucias que uso para motivarme- cada parte tiene su dificultad y hoy me siento como alguien que recoge vasos de agua en el océano. Estoy perdida en el pulido de una palabra, de una frase, de una escena, de un capítulo, de un libro….

Supongo que el truco es estar en lo macro y lo micro a la vez, continuar adelante y mantener la confianza en la energía del proyecto, ayudar a realzar el impulso creativo original y minimizar la neurosis del perfeccionismo. Disfrutar, sí: trabajar y gozar.

Y después soltar.

Lección de estructura en un telefilm

Las películas comparten con las novelas el elemento narrativo, así que aprendemos de construcción de historias cuando leemos y cuando vemos una película. Y no importa que no sea muy buena, porque la estructura sigue existiendo y de todo se aprende. Y ese es el punto: abrir los ojos para fijarnos en como se cuentan las historias.

Y esto puede pasar viendo una peli se sobremesa. Ya sabemos en qué consisten: argumentos sencillos, domésticos y repetitivos, personajes estereotipados y tramas previsibles. Es lo que una espera (y busca) cuando ve un telefilm. Algo sencillo que te permita planchar o descansar la mente, o reírte o hacer la siesta 😀

Algunos antecedentes previos

Recuerdo el tiempo en que se estrenaron Mujer blanca soltera busca (1992) y La mano que mece la cuna (1992). Ambas fueron éxitos comerciales que tenían castings potentes. Se representaba ya en ellas el personaje de la mujer que (por motivos muy distintos y casi siempre un poco patológicos) quería arrebatar la vida (y la identidad) de la protagonista. Venganza o pura obsesión, se trataba de una verdadera pesadilla para la espectadora familiar media (estas pelis, dirigidas al público femenino, ponen sobre la mesa una amenaza sobre el estilo de vida de la clase media y sus valores tradicionales, pero esa es otra historia…) Si completamos estas dos películas con la previa y mítica Atracción fatal (1987) tenemos la trilogía fundacional del telefilm doméstico.

Años después, en pleno 2022, estas pelis se han alejado más del cine (con excepciones) y se consumen en su versión para la televisión. Son productos baratos y rentables que han acabado casi por parodiar aquellos primeros personajes, a fuerza de repetición y clichés. Pero no olvidemos que el objetivo es precisamente ofrecer siempre variaciones del mismo argumento (y de la misma amenaza) que -importante- siempre acaban con la amenaza neutralizada y la «buena» recuperando su vida y a su familia. Porque nadie quiere planchar y sentirse enmalrrolada mientras ve la peli, ¿no?

¿Qué nos puede enseñar un telefilm?

En las clases de escritura vemos algunos conceptos muy básicos de estructura (bueno, la confusión existente entre trama y estructura la dejamos para otro día). Una novela comercial estándar o una peli comercial suele seguir una estructura de tres actos. Pero aún podemos resumir mucho más esto en varios pasos sencillos que nos dan una idea general:

  • Inicio con el incidente incitador o detonante: tenemos al personaje en su vida ordinaria y de repente algo sucede que precipita la acción.
  • Complicaciones crecientes: básicamente se trata de problemas encadenados que se van haciendo más difíciles para el protagonista, en un claro crescendo.
  • Clímax: llegamos al punto álgido de la peli, donde la tensión llega al punto máximo.
  • Resolución: rápidamente, tras el clímax, la tensión baja y la historia se soluciona y la peli (o novela) concluye.

El interés de todo esto para el que escribe no es hacerse experto en narratología, sino entender algunos mecanismos simples que funcionan. Por eso, a mí en las clases me interesa que, ante todo, las personas interesadas en escribir ficción tengan un sentido dinámico de la historia. Una historia es movimiento y cambio. Es como la señal que marca un corazón cuando el protagonista está en el hospital, pi, pi, pi…. nadie quiere un pitido plano… Y para la historia que escribimos (sea cual sea) esa línea plana que podíamos representar en un gráfico es igual de letal… No podemos dejar que la historia transcurra de forma plana o nos la cargamos. Por eso necesitamos giros, cambios de dirección (cambio en la fortuna del héroe) y necesitamos problemas crecientes y cada vez más agobiantes o importantes o significativos. Problemas que hacen avanzar la historia y que ayudan a ver las agallas del personaje protagonista.

Más clarito, agua

La villana de la peli de Atresmedia del otro día (Reencuentro con el pasado) me proporcionó un ejemplo muy claro. Sabemos que las malas de estas pelis se caracterizan por su determinación y perseverancia. Pues bien, nuestra antagonista tenía una pizarra en su casa donde apuntó todos los pasos que quería dar en su maléfico plan:

  • Hacerse amiga
  • Trabajo
  • Hija
  • Carrera
  • Rob (marido de la protagonista)
  • Graduación

Y aquí teníamos delineadas de forma muy clara las complicaciones crecientes, pues cada ítem de su lista era un paso argumental (que seguramente se parece mucho al esquema del guionista de la peli). Desde hacerse amiga de la protagonista, conseguir empleo en su floristería, acercarse a su hija adolescente, sabotear su carrera profesional, dejar fuera de combate al marido… y -el plan final era ese-: matar a la hija de la protagonista en la graduación del instituto. Tachán!

Aquí tenemos un abrazo muy sincero y nada sospechoso de la villana de Reencuentro con el pasado

En efecto, la graduación era el clímax de esta historia (el momento de mayor tensión. Y es que ahora la vida de la hija de la protagonista está en juego). Con este último paso concluía la historia de forma circular, pues la peli empezaba precisamente en la graduación de la protagonista y la villana, -20 años antes- y que (tras una accidente que ella misma se busca) supuso el inicio del odio ciego-vengativo de la mala.

Después de este clímax (fallido para la villana) la resolución es muy rápida: la mala vuelve a fracasar (y a revivir su accidente), acaba en la cárcel medio trastornada y la protagonista buena y virtuosa recupera a su familia y es más feliz que nunca. Y el resto de espectadores podemos despertarnos de la siesta o planchar sin congoja 😀

Y tras superar el clímax de este post, resuelvo yo también de manera presta yéndome a preparar la cena. ¡Hasta la próxima!

Consejos para empezar a escribir microrrelatos


Un microrrelato es, como su nombre indica, un relato muy corto. No hay un acuerdo sobre cuántas palabras exactamente constituyen un relato breve, todo depende siempre de con qué comparamos. Una historia de 1.000 palabras es breve comparada con la de 5.000 y larga si la medimos con una de 100. Esto que parece una perogrullada, no lo es tanto. Al final, todo es cuestión de situarse en un espacio y ajustarse a los límites (las palabras). Hay historias que «piden» más y otras que encuentran su más bella expresión en la brevedad. Nombres hay muchos… microrrelato, microficción, microcuento, nanoficción, flas-fiction, ultrabreve, hiperbreve…. etc etc… pero siempre hablamos de lo mismo: una historia muuuy corta, pero potente, con sentido autónomo y autoconclusiva.

Si queremos hacer la explicación más breve aún: microrrelato= concisión + narratividad.

A mí me gusta trabajar con microrrelatos de entre 1 y 150 palabras. Ahí tenemos muchas posibilidades de experimentar y aprender.

Aunque puede parecer fácil, en realidad, el microrrelato exige precisión y dominio del lenguaje. Es este sentido emparenta con la poesía y el aforismo. La historia breve se apoya también en imágenes poderosas, evoca o provoca, dispara significados. Pero, diferencia de la poesía o la anécdota, tiene la voluntad de narrar algo (por pequeño que sea el incidente en el que fija el autor su atención).

Hay mucha info en la red sobre cómo escribir microficción, pero yo hoy me centro en algunas interesantes sugerencias del autor de microrrelatos David Gaffney. Serán útiles para todo el que quiera probar a desarrollar su creatividad con este apasionante formato.

  • Empieza en el medio: si la brevedad es un valor tan cotizado, es comprensible que lo mejor es empezar la narración en medio de una escena o situación (no tenemos tiempo para contar antecedentes). Hay que ir al grano y de manera inmediata.
  • Usa pocos personajes: por razones obvias, cada personaje necesita su espacio de presentación y desarrollo para producir un impacto. El microrrelato es como un zoom potente, ¡nada de fotos de grupo!
    Del mismo modo, limitar los escenarios también es buena idea.
  • Asegúrate de que el final no está al final: según apunta Gaffney, en la microficción existe el peligro de que mucha parte de la implicación con la historia tenga lugar cuando el lector ha parado ya de leer. Para evitar esto, sugiere situar el final en el medio de la historia. Así das tiempo al lector, mientras se desarrolla el resto del texto, a considerar la situación junto al narrador.
    Esta me parece interesante para no caer en que todo sea un final efectista, un truco, un chiste… porque eso nos puede llevar a una especie de fórmula y a veces no es sostenible. A pesar de lo dicho, recordemos que en creatividad y escritura no hay normas fijas. Esto es una sugerencia, pero es interesante y lo podemos experimentar. ¿Cómo cambia el texto si pongo el final al final o antes….?
  • Suda el título: dale vueltas y vueltas y prueba con varios hasta acertar.
    Súper de acuerdo con este punto. El título es algo que -si no somos practicantes avezados de microficción- solemos infravalorar (y por tanto desperdiciar). Hay miles de efectos posibles: ironizar, explicitar algo, completar, contrarrestar, provocar… El título juega con el texto y lo hace mucho más potente. Diríamos que es un arte en sí mismo.
  • Haz que tu última frase resuene con una campana: la última frase no es necesariamente el final. Pero la historia debería dejar al lector con algo que siga resonando dentro de él/ella cuando el relato ha acabado. La última frase debería llevarnos a un lugar diferente del que partimos, donde podamos continuar pensando sobre la historia, como un bello enigma.
    En efecto, es la resonancia de la última frase, la evocación o la sugerencia que lanza lo que hace que el relato se convierta en algo memorable.
  • Hazlo largo y después recorta: empezar ya en modo telegráfico no nos ayuda. Al principio no te preocupes demasiado por la brevedad. Primero crea un bloque de piedra del que vayas retirando lo que sobra para crear tu escultura final.

Algunas dificultades al escribir relatos muy breves

Y a continuación os comparto algunos problemas que he identificado cuando comento microrrelatos con otros autores o estudiantes.

Cuando todo es demasiado sutil: 😶‍🌫️A veces, aunque tenemos muy clara la idea nuestra cabeza, no conseguimos transmitir esa claridad en el texto. Como la microficción es el arte de la sutileza, y de la evocación,-también de la ambigüedad-, tenemos que verificar que las pistas que damos o las explicaciones son las justas y necesarias para que la situación se entienda. Lo mejor para comprobar esto es dar a leer nuestro relato a más de una persona. No suele fallar.

Cuando todo es complejo y telegráfico: ⁉️Otro problema que podemos tener es que nuestra historia era demasiado grande como para encajarla con comodidad en 100 palabras. Damos mucha información, pero, como tenemos que abreviar, empezamos a parecer redactores de telegramas. La sensación es de tener algo muy comprimido que podría estallar en cualquier momento.


En ese caso lo mejor es prescindir de algún aspecto, reducir y cerrar un poco el foco o bien comprender que necesitamos escribir un relato más largo porque nuestra historia nos lo pide.

Cuando no pasa nada:🥱 un microrrelato, aunque breve, siempre debe de contar una historia. A veces nos limitamos a describir unos hechos y sí, escribimos cien palabras pero no contamos ninguna historia. Casi siempre, esto se arregla buscando el conflicto o el cambio. Para que el relato sea dinámico y no estático es muy necesario que se produzca algún cambio en el tono emocional o en la situación que se plantea. Lo que empieza bien acaba mal y al revés, hay alguna sorpresa… un enigma o una sugerencia…. En definitiva, siempre hay un viaje, un recorrido, aunque sea pequeño. En los relatos cortos, lo pequeño se hace significativo y trascendente.

Cuando nos liamos con la voz del narrador o el tiempo:🤯 en un espacio tan corto, es preciso ser riguroso y coherente en el empleo del punto de vista (en primera o tercera la mayoría de las ocasiones) y el tiempo escogido (presente o pasado, la mayoría de las veces). Si no somos coherentes con esto confundimos al lector. ¿Cuántas personas hay en este relato?, ¿quien es quien?, ¿pero eso a quién le pasa? Parece una tontería, pero estos despistes son muy habituales.

Un truco para darle fuerza a nuestros microrrelatos

En todo microrrelato hay también una estructura: planteamiento, nudo y desenlace. De momento son conceptos que tenemos interiorizados y que de alguna manera ya estamos respetando casi todos al escribir y sin reflexionar sobre ello.

De todas maneras, si todo esto de la estructura nos es un poco complejo, vamos a prestar especial atención a:
La primera frase
La última frase
El título
La primera frase es la puerta de entrada al mundo que proponemos. Marca el tono y las intenciones. La última frase es aquella campana que queremos que siga resonando.

Si trabajamos con atención estos tres elementos vamos a mejorar la calidad y potencia de nuestro relato con muy poco.

Sugerencia de tarea: 100-50-25

La práctica hace al maestro. Y este es un ejercicio que yo suelo proponer en clase (variando la consigna inicial).
A modo de ejemplo:

a) Escribe un microrrelato de 100 palabras que empiece con esta frase: cuando despertó, el dinosaurio se había marchado…
b) Ahora escribe el mismo microrrelato en 50 palabras.
c) Y ahora, ve un paso más allá y déjalo en 25 palabras manteniendo toda su esencia.

De este ejercicio salen siempre interesantes revelaciones.

Se trata además de practicar la concisión y cortar el texto sin matar la esencia. Como decía Ray Bradbury, en esto de cortar para mejorar un texto hay que ser muy hábil con el escalpelo. Al fin y al cabo queremos curar, pero ante todo, debemos mantener al paciente con vida…

Aprender de Leonardo da Vinci para ser más creativos

Seguramente en nuestra mente Leonardo da Vinci (1452-1519) se perfila como uno de los genios más grandes de la historia. Representa uno de los ideales de lo que se ha llamado el hombre total del Renacimiento: polifacético, multiversado, un auténtico polímata. Leonardo desarrolló sus facetas de científico, inventor, constructor, ingeniero militar, pintor, escultor y arquitecto, demostrando una destreza excepcional en cada cosa que emprendía. Además de artista fue un pionero en los campos de la anatomía, botánica, geología y la física. Este gran hombre, lleno de pasión y energía, prolífico hasta lo infinito, creativo y atrevido como pocos, sigue siendo una figura llena de atractivo, misterio y poder de fascinación.

Pues bien, en 1998 Michael J. Gelb escribió un libro que tuvo un éxito inmediato: Cómo pensar como Leonardo da Vinci (1998). En este libro el autor desgrana las bases sobre las que se sustenta el método creativo de Leonardo da Vinci. En sus diarios el genio de Florencia dejó un registro de su filosofía, su forma de trabajar y su método.

Siempre es interesante asomarse a la mente y corazón de personajes históricos excepcionales que nos inspiran, pero no se tata de fomentar una curiosidad pasiva y menos en este caso. Lo cierto es que podemos aplicar las ideas de Leonardo para impulsar y refrescar nuestra propia creatividad. El libro de Gelb está lleno de ideas y sugerencias para poner en práctica el modelo de Leonardo.

Los siete principios de Leonardo

1. Curiosità

Abordar la vida con insaciable curiosidad y un deseo incansable de seguir aprendiendo.

Ninguno de los logros de Leonardo sería posible sin esta cualidad motriz. La curiosidad y el deseo de saber y aprender como una constante a lo largo de la vida. Desde niño a Leonardo le fascinaban la naturaleza, las matemáticas, el dibujo… Y de adulto continuó mostrando un amplio interés por todos los aspectos de la vida sin limitarse a una sola categoría o ajustarse a los confines de unos estudios formales.

Nosotros también debemos abrir nuestra mente más allá de nuestro campo de especialización. Podemos elegir mantener una curiosidad vibrante que nos ayude a hacernos preguntas inéditas, a seguir fascinándonos por lo que pasa a nuestros alrededor y a querer saber siempre un poco más.

El arte y la escritura nacen muchas veces de un deseo de averiguar más, de entender algún aspecto en profundidad (ya sea la naturaleza humana o una época). Y todo empieza con un espíritu vivo y curioso.

Llevar un diario, apuntarse a clases novedosas, aprender algo cada día, leer libros alejados de nuestra formación y nuestros géneros favoritos. Relacionarnos con personas de diferentes orígenes y culturas. Hacernos preguntas continuamente. Éstas son algunas de las cosas que podemos hacer para impulsar nuestra creatividad.

Estudio de pájaros voladores. Leonardo

2. Dimostrazione

Comprometerse a poner a prueba el conocimiento a través de la experiencia, la persistencia y la voluntad de aprender de los errores.

La mejor manera de aprender es a través de la propia experiencia y la puesta en práctica de los conocimientos que adquirimos. No nos hemos de limitar a absorber teoría sin experimentar porque entonces no se produce el aprendizaje, sino la acumulación de información. Parece una obviedad, pero la pasamos por alto muchas veces.

Leonardo encontró un gran campo de experimentación en el estudio del maestro pintor y escultor Andrea del Verrocchio, del cual fue aprendiz. Allí entró en contacto directo con los materiales, tanto de pintura como de escultura. Pero este es solo un ejemplo de su periodo formativo que se convirtió en un modo de proceder. Cada cosa que quería entender la probaba. Para estudiar geología iba a las colinas de Lombardía, para aprender anatomía diseccionó cuerpos humanos y animales. Su método era 100% empírico.

Leonardo no se limitaba a la enseñanza contenida en los libros, sino que desafiaba la tradición poniendo a prueba las cosas. Esto le valió una gran independencia y es una de las bases de su genialidad y visión únicas.

En escritura esto pasa mucho. Nos hacemos dependientes de libros y de ideas ajenas y acabamos con una mentalidad informada pero chata. Podemos leer muchos libros de teoría, seguir talleres o cursos pero no hay ningún aprendizaje comparable a nuestra propia práctica y reflexión. Con los errores, los desafíos, los tropiezos y también con los aciertos aprendemos y encontramos nuestro camino. Así evitaremos que los prejuicios se instalen en nosotros sin ser cuestionados.

Para practicar esto podemos hacer una lista de nuestras creencias y desafiar su verdad, una a una (¿es esto cierto?). También podemos comprometernos a aprender de nuestros errores como una maravillosa fuente de información y feedback.

3. Sensazione

Un continuo refinamiento de los sentidos, especialmente de la vista, como un medio de hacer vívida la experiencia.

Los sentidos son sin duda la puerta de entrada a la experiencia. Para Leonardo era de especial importancia el sentido de la vista y uno de sus lemas era: Sapere vedere (saber ver).

Muy a menudo, salvo que tengamos alguna condición que nos limite, damos por hecho que percibimos con normalidad. Creemos que vemos, escuchamos, oímos, saboreamos y tocamos pero, con mucha probabilidad, nuestros sentidos no están afinados y es que hay un rango muy grande de desarrollo y debemos tener el propósito específico de explorar y ampliar nuestro repertorio sensorial.

Michael J Gelb nos recuerda que en su Códice sobre el vuelo de los pájaros, Leonardo registró con minuciosidad los movimientos de las plumas y la alas durante el vuelo con un detalle que no ha sido apreciado en su totalidad hasta la aparición de imágenes en Slow Motion. ¡Pero esto Leonardo ya lo veía!

Desde luego, escribir es una manera de ver el mundo y, cuando decimos esto, no es una frase hecha porque es con la percepción y la mirada donde empieza todo. Con la capacidad de ver detalles, matices, texturas. Pero no solo ver objetos, también ver a las personas, sus reacciones, sus palabras (aquí escuchamos también). Creo que se puede ver con todo el cuerpo. Este trabajo de sensibilización se amplía a cada uno de los sentidos. Leonardo también fue un músico brillante y sus biógrafos dicen que vestía tejidos siempre agradables, se rodeaba de perfumes y flores y estaba interesado en la gastronomía.

Podemos empezar a entrenar nuestros sentidos haciendo prácticas de observación descripción (¿tenemos palabras para todo lo que percibimos?). También tenemos a nuestra disposición otros recursos, tan variados como estimulantes: ejercicios para descansar nuestros ojos, meditaciones escuchando música (o escuchando el silencio), catas a ciegas, un curso de aromaterapia, describir objetos solo con la ayuda del tacto, etc.

Admito que para mí también tiene mucho peso la visión y considero que practicar y mejorar la visualización (esto es, la que vemos en nuestra mente) nos puede ayudar mucho como escritores. Pero esto mejor lo dejo para otro artículo.

4. Sfumato

Abrazar la ambigüedad, la paradoja y la incertidumbre.

Lo que se pretende expresar con esta palabra es la voluntad o disposición de abrir la mente y afrontar lo desconocido, siendo este uno de los métodos más poderosos para potenciar la creatividad.

La pintura de Leonardo siempre ha tenido una característica misteriosa y esa cualidad como difuminada hecha a base de capas de pintura. También empleó mucho la oposición, la tensión y el contraste en sus composiciones.

Uno de los ejemplos más notables de este misterio es la enigmática sonrisa de la Mona Lisa, en palabras de Gelb: una sonrisa en la cúspide del bien y el mal, la compasión y la crueldad, la seducción y la inocencia lo fugaz y lo eterno.

Freud vio en ella una mezcla de «la reserva y la seducción, la devota ternura y la sensualidad que, despiadada y desafiante, devora al hombre como si fuera un extraño».

Como artistas o personas creativas nos beneficiaríamos mucho de tolerar la incertidumbre, la ambigüedad y lo desconocido. En lo conocido solo hay repetición y no hay lugar para el descubrimiento. Aceptar la paradoja es fundamental y saludable porque, en materia de creación, lo que hoy es verdad mañana puede no serlo y si buscamos certezas incuestionables nos bloqueamos y frustramos. ¡La vida es mucho más amplia que nuestras certezas!

Podemos entrenarnos en observar las contradicciones de las situaciones que presenciamos y de las personas que nos rodean. De hecho, en creación de personajes, encontrar el contraste nos ayuda a hacerlos mucho más ricos y con matices. Además de esto, aprender a confiar en nuestra intuición también es una gran habilidad a desarrollar cuando la información nos abruma. Puede constituir nuestra guía infalible.

5. Arte/Scienza

Equilibrar la ciencia y el arte, la lógica y la imaginación—pensar con todo el cerebro.

Aquí abordamos la familiar discusión sobre el lado izquierdo y derecho del cerebro. El lado izquierdo es el lógico, lineal, secuencial y el que domina en el lenguaje. Normalmente es el que tenemos más desarrollado en nuestra sociedad. El lado derecho trabaja con imágenes, asociaciones y no se expresa de manera verbal ni lineal. Privarnos de uno de ellos nos limita en nuestra creatividad.

En las primeras fases de creación es más aconsejable centrarse en el lado derecho: sin censura nos abrimos a imágenes, asociaciones e intuiciones. Posteriormente aplicar nuestra mente lógica y analítica garantiza el resultado perfecto.

Esta dicotomía entre lado derecho e izquierdo se refleja también en la división artificial entre el arte y la ciencia. Leonardo nos demuestra que no solo son disciplinas compatibles, sino además complementarias. Sin duda es un ejemplo del pensador de cerebro completo. No sabríamos decir si Leonardo era un artista que estudiaba ciencia o un científico que estudiaba arte. Lo era todo. Y es que, según afirmaba Leonardo en su Tratado de pintura, aquellos que se enamoran del arte sin previamente aplicar el estudio diligente del aspecto científica del propio arte se comparan a los marineros que se lanzan al mar en un barco sin brújula ni timón y que por tanto no han de llegar a buen puerto.

Una técnica muy útil para empezar a emplear los dos lados del cerebro para escribir es el uso de los mapas mentales. Con ellos jugamos con las asociaciones que las palabras despiertan y las imágenes arbitrarias que vienen a nosotros. Después descubrimos que hay un patrón de significado y algo emerge que nos empuja a escribir con un enfoque más abierto y novedoso (y menos lógico, ya que lo lógico se basa en el conocimiento previo y, por tanto, nunca puede sorprender).

6. Corporalità

Cultivar la gracia, la forma física, la ambidestreza y el equilibrio.

Mucha gente vincula el desarrollo intelectual con el descuido o desdén por el cuerpo y viceversa. De nuevo vemos la dicotomía social entre el enclenque ratón de biblioteca o el descerebrado mazas de gimnasio. Pero lo cierto es que Leonardo le daba mucha importancia a la forma física y al cultivo de un cuerpo saludable.

Leonardo tenía fama de grácil y era un gran atleta, así como un buen jinete y dicen que su fuerza era legendaria. Algunos estudiosos de su obra consideran que, de hecho, su pasión por la anatomía era un reflejo de su extraordinario físico.

Leonardo se interesó por el mundo externo y el interno; por el cosmos y por el hombre.

En realidad esto es muy interesante. Parece haber un tópico sobre los escritores y los artistas que proyecta una imagen de hábitos poco saludables, comportamientos autodestructivos, adicciones diversas, relaciones tóxicas, etc. Lo cierto es que para producir al más alto nivel hemos de cuidar nuestro cuerpo y nuestra salud. Además, el ejercicio favorece las conexiones neuronales, mejora el estado de ánimo y nos refresca y tonifica. Una dieta alimentaria equilibrada también está vinculada a un mejor desempeño mental. Adquirir mayor conciencia corporal o postural también puede brindarnos beneficios insospechados que, a priori, puede que no relacionemos con la creatividad.

Por último, y no podía ser menos en una personalidad tan integral como la suya, Leonardo estaba convencido de que adquirir la habilidad de ser ambidiestros (por tanto, estimular ambos lados del cerebro) era fundamental para el desarrollo de nuestras capacidades.

7. Connessione

El reconocimiento y la apreciación de la interconexión de todas las cosas— pensamiento sistémico.

Para el maestro florentino el mundo mostraba siempre patrones y conexiones. Por ejemplo: del mismo modo que una piedra en la superficie del agua causa círculos que se van haciendo más y más grandes hasta que se disipan, de la misma manera el aire despliega un movimiento de ondas circulares. De ese modo, nadar en el agua le enseñaba también cómo los pájaros vuelan en el aire.

Otra aspecto destacado de su manera de crear era su incansable creatividad y su práctica de combinar y conectar elementos dispares para formar nuevos patrones. La conexión y combinación empezaban en el estudio de la naturaleza pero se aplicaba también a su estudio de la anatomía humana y animal. El cuerpo humano era estudiado como un sistema completo, un patrón coordinado de relaciones interdependientes.

En este punto estamos ante una de las piedras angulares de la creatividad, que muchas veces se define precisamente como la capacidad de encontrar nuevas combinaciones o de crear algo nuevo a partir de la superposición, yuxtaposición, combinación, sustracción, adición, etc. de elementos previos. Además, la búsqueda de patrones también ayuda a crear obras con un significado más profundo puesto que apelan a mecanismos subyacentes y potentes que todos compartimos (y a veces desconocemos).

Si nos lanzamos a la divertida actividad de jugar a combinar, lo aconsejable es que nos forcemos a ir un poco más allá de las primeras ideas o de la lógica más evidente. Precisamente la capacidad de conectar avanza a través de lo más obvio hasta las revelaciones insólitas. Si nos damos cuenta también es eso lo que se busca cuando se hace una lluvia de ideas, por tanto es esencial no censurarnos. Abordar todo esto con un espíritu lúdico y de juego da siempre los mejores resultados.

Por supuesto también hay una visión espiritual en la contemplación y la relación entre el microcosmos y el macrocosmos y el lugar del hombre dentro de este. Muchas veces una mayor apertura espiritual es el producto de empezar a admirar sin juicios la vida y sus conexiones. Así una cosa lleva a la otra de manera natural e inevitable.

Como conclusión y en definitiva, parece evidente que, además de enorme talento, Leonardo tenía un enfoque integral de la vida y de la creación que tienen plena vigencia. Por eso, hoy en día, su visión y su pensamiento nos siguen inspirando y mostrando un camino de experimentación y plenitud.

fuente: Think like Da Vinci: 7 steps to boosting your everyday genius, Michael J. Gelb

Encuentra tu propio camino

Escribir es como cualquier otra práctica. Hay un momento en el que se parte de cero. Surgió una chispa de algún lado y empezó la combustión. A lo mejor empezaste a sentirte fascinado al leer un libro o quizá escribiendo fragmentos de tu experiencia. Sientes una afinidad creativa con las palabras, te planteas que podría gustarte escribir y te lanzas a ello. Entonces te fijas en tus autores o autoras favoritos.

Cuando estás empezando, tienes dudas y buscas referencias. Esa referencias las constituyen todos los escritores y escritoras recogidos en el canon de tu época y todos sus libros (por tanto hay un componente muy cultural y generacional en esto). Las historias que leíste despertaron algo en ti. Algo que tú también quieres despertar en otra persona algún día. Tu modelo a seguir son los libros que te inspiran.

Más allá del contenido de lo que escriben esos autores, tal vez empieces a interesarte por el cómo lo hacen. Te asomas entonces a lo que se llama el oficio y quizá surge un interés por la dimensión psicológica del escritor: cómo su personalidad ha determinado lo que escribe y qué cualidades le ayudan a realizar con éxito su tarea. Podemos considerar aquí la perseverancia, el compromiso, la tolerancia al fracaso, la rebeldía y la genialidad, etc.

Digamos que no nos hemos dejado convencer por esa idea de que la genialidad es un don que se tiene o no se tiene y por tanto seguimos adelante. Investigamos con la esperanza de conseguir lo mismo que nuestros maestros.

Una de las preguntas que más se repite a los escritores en los manuales es: ¿cuál es su método? Aquí entran cosas tales como: cómo surgen sus ideas, quién inspira a sus personajes y qué rutina emplea. Entonces llenamos nuestra cabeza de los modos de hacer de otra persona, porque al principio es todo lo que tenemos. Aún no conocemos nuestro propio sistema y camino.

Teniendo esto en cuenta, por supuesto que es muy valioso contar con esas referencias que te guían. Se ha utilizado desde siempre lo que se llama el modelado o imitación de modelos de comportamiento ideales. Si tengo la sensibilidad de Virginia Wolf, su compromiso, si tengo la fuerza de Hemingway, si tengo la vulnerabilidad de Kafka… La admiración nos hace perseverar, nos estimula.

El peligro es cuando hacemos de eso un ídolo o lo cristalizamos en un dogma. Creamos mitos, auras y pensamos que, para escribir y tener éxito, hay que ser superdotado, ultrasensible, místico, atormentado, tener una terrible vida amorosa, ser un solitario empedernido… (crea tu propia lista).

Hacemos lo mismo con los procesos o hábitos de trabajo: escribir a las 6:00 de la mañana, escribir por la noche, escribir de pie o tumbados en la cama, planificar mucho, no planificar nada. Vivir experiencias intensas, encerrarnos en la torre de marfil, consumir drogas o ser vegetariano, etc. En realidad, todas estas cosas le han funcionado a alguien, así lo demuestra la historia de la literatura, pero podría ser que ninguna te sirviera a ti.

¿Hay algo malo en ti?: no

Copiar las condiciones ideales de otras personas no es una garantía de éxito. Tampoco lo es el desanimarte y pensar que eres un caso perdido que no tiene nada que aprender de nadie. En cambio, con paciencia, dedicación y tirando al principio sobre todo de tu ilusión y tu placer, debes analizarte, empezar a entender qué funciona para ti y qué no.

Para ello, cuanto más experimentes, mejor. ¿A qué hora eres más productivo?, ¿a qué hora te sientes más creativo? ¿Tienes una mente muy analítica o quizá más intuitiva y visual? ¿Cómo piensas? ¿Qué cosas te motivan a seguir adelante y escribir? ¿Qué cosas te desconectan? ¿Qué podrías aprender aún o probar que pudiera marcar una diferencia? ¿Cuáles son tus éxitos y en qué condiciones se produjeron?

Identifica y repite lo que funciona, descarta lo que no. Irá emergiendo tu sistema. En el camino, ten siempre en cuenta que todo es revisable y modificable.

Es quizá aconsejable tomar notas o registrar este proceso. Puedes llevar un diario o simplemente empezar a ser muy consciente. Comprométete a fondo con tu propia experiencia y extrae tus conclusiones.

A través de una continua indagación sobre ti misma encontrarás tu manera única. Y quizá puedas advertir al futuro escritor que te admira que él o ella también deberán encontrar la suya.

Acabo el año con libro nuevo

Quisiera poner la guinda a un año bastante prolífico en lo creativo con el lanzamiento de mi próximo libro, que será el tercero que autopublique este 2021.

Si todo va como espero, la semana que viene La estúpida idea de querernos estará ya disponible en Amazon. Lo cierto es que me apetece aprovechar las navidades para lanzarlo en sociedad. Parece que es un tiempo propicio para ilusionarse con lecturas y con historias de ficción y de ahí que haya pisado el acelerador, contagiada por la magia de esta época del año.

Este libro tiene algo distinto del resto que he escrito hasta la fecha. Nació, en su germen, como una historia a cuatro manos que emprendí, allá por el 2017, junto a Emma Mars.

En aquellos tiempos, aunque las dos nos compenetramos de un modo muy fluido y fue superfacil escribir juntas, nuestra historia literaria no acabó de funcionar. Ahora comprendo que, en realidad y pese al sentimiento de bluf, hicimos un gran trabajo, pero solo alcanzamos a crear un esbozo. Nos faltaba trabajo para conseguir el libro redondo que proyectábamos. Después de un veredicto unánime y desfavorable de las lectoras beta, nos desanimamos, perdimos la motivación y la historia pasó al cajón de «Necesita madurar». Y ahí se quedó.

Hace unos meses, un poco medio en broma, medio en serio, hablé con Emma de la posibilidad de revisar esa historia y Emma me dio su permiso y bendición para hacer lo que quisiera con ella. Si era capaz, claro.

Al principio no tenía ninguna expectativa clara. Es más, tenía bastante resistencia. Cuesta regresar (y varios años después) sobre algo que se ha quedado en tu memoria como un proyecto a mejorar. Aunque es cierto que también vuelves con otra mirada, con más herramientas (y madurez), necesitas comprometerte y sentir que tiene sentido.

Tenía claro que debía encontrar algo que me motivara lo suficiente como para justificar la estúpida idea de intentar revivir La estúpida idea… en lugar de centrar mi atención y energía en las otras cosas que tenía (y tengo) entre manos.

Pero se dio. De hecho, y aunque no tenía planes exactos de qué hacer, en esa segunda lectura, hubo muchas cosas de la historia que me gustaron y que me indicaban, de algún modo, que valía la pena hacer un esfuerzo por el libro. Veía en aquellas páginas chispas de fuerza muy atractivas para mí. De no ser así, lo hubiera descartado por completo.

También, y era lo temido, conecté con todas las debilidades que nos lastraron en nuestra primera aventura: una segunda parte que se cae por completo; un personaje central y poderoso que necesita más atención; un final fácil y muy apresurado que restaba fuerza a todo… Vaya, que no iba a ser un paseíto por las nubes el pasar de borrador interesante pero incompleto a libro redondo.

Apostar por algo o no apostar, he ahí la cuestión que se nos plantea a menudo. En este caso, aposté y, haciendo acopio de ilusión y energía, me puse manos a la obra. Me encomendé al corazón que latía en el primer borrador como guía para iluminar el camino.

Aún así, una de las trampas que mas a menudo me tiendo a mí misma es decirme que lograré hacer algo sin apenas trabajo. Mentira. Cuando me meto, me meto, y al final, lo que iba a ser un «vamos a dejarlo decente», «bah, solo necesita un poco de coherencia», se convierte en un montón de horas de dedicación y una exigencia cada vez más grande (Agh, ¿de qué va este libro en realidad?, ¿qué me está pidiendo, qué le falta?). Pero a esas alturas ya era imposible dejarlo a un lado. Y es que, como digo, la historia ya me había atrapado, los personajes centrales eran tan importantes para mí que no podía fallarles con un apaño para cubrir el expediente. Ahora debía escucharles. Tenía que sacar a la luz todo lo que estaba potencialmente insinuado.

En el solitario mundo de la publicación independiente, una amigo es un tesoro. Gracias a Patricia Reimóndez (compañera de blogosfera y de letras) y que estuvo leyendo el nuevo manuscrito y dándome su valiosa opinión, conseguí no bajar el listón cuando alguna tentación de abandonarme al resultado fácil me acechaba o me entraban las dudas (mi clásico: «¿por qué hago esto?, por qué no me dedico a plantar bonsáis»). Ella confirmó las cosas que yo pensaba (o sabía) que no funcionaban, destacó las que sí y me alentó con su entusiasmo y fe en la historia para poner toda la leña en el fuego en mi misión.

De modo que, a grandes rasgos, esta es la historia del libro. La semana que viene os explico más detalles.

¿Cantidad de palabras o calidad de palabras?

La velocidad en el consumo de información nos empuja a producir contenido más deprisa. Las técnicas para aumentar el número de palabras escritas, no siempre implican un progreso en nuestra escritura.

El que no corre, vuela

Hoy en día, consumimos información a gran velocidad. Que el mundo ha cambiado es una evidencia. Lo sabemos, lo sentimos, lo disfrutamos y lo sufrimos.

El ritmo trepidante se traslada también a la rapidez con la que, como creadores, deberíamos crear el contenido. Nuevos posts, libros, tuits, stories de Instagram… Existe el imperativo de idear deprisa y sin respiro.

Hay un motivo, claro. Por un lado, permanecer al día y, por otro, mantener a nuestros seguidores atentos y motivados. De lo contrario, existe el riesgo de que mueran de inanición o, peor aún, se vayan a comer a otro lado.

Así las cosas, es difícil mantenerse al margen, a un ritmo más tranquilo y con el tiempo suficiente para, no solo digerir y procesar, sino preparar algo sustancial. Nos preguntamos si vale la pena crear con pausa y dedicación. Y no es una pregunta tonta. Lo más seguro es que aquello tan interesante y profundo que hemos escrito, quede sepultado en el alud imparable de las nuevas publicaciones. Así que, según el mandato social, es mejor ser continua y sostenidamente superficial que esporádicamente profundo.

Supongo que no hay reglas fijas y más vale atender a las sensaciones internas. Cada uno ha de encontrar el punto de cordura en el que se encuentra a gusto, estimulado y estimulante.

Conviértete en una máquina de producir palabras

En este sentido, es muy habitual encontrar métodos y libros dirigidos a escritores y a blogueros, que se enfocan en producir el máximo número de palabras posible al día (o a la hora).

La idea subyacente es que, cuantas más palabras escribes, más productivo, prolífico y competitivo eres. Con cada nuevo caracter que añades a tu casilla, estás ganándole la partida a tus pares y posicionándote mejor en tu campo.

Se da el pistoletazo de salida a una carrera imparable. ¡¡A correr!!

Así, vemos fórmulas que se podrán parecer a esta:

Se necesitan 1.000.000 palabras para conseguir la maestría en la escritura (ejem). Escribiendo 1000 palabras al día, lograrás tu objetivo en dos años y nueve meses. Pero, si escribes 5.000 palabras por día, serás un genio de la escritura en doscientos días, esto es, 6 meses y tres semanas. 

Otra regla de tres: escribiendo 2000 palabras al día, podrías escribir 14 libros de ficción al año. ¿Te imaginas cómo cambiará tu vida?

Cuestionando el mito de la cantidad

¿Pero, es eso cierto? Si escribo 1.000.000 de palabras, ¿me convertiré en Toni Morrison? ¿Si me comprometo a teclear 2000 palabras, nieve o truene, escribiré 14 libros de ficción este año?

Bueno, pues probablemente, no. Seguramente, no. Yo diría que rotundamente no. O no será a causa de la avalancha de palabras, sino por procesos de orden y discriminación que el método de la cantidad no proporciona por sí mismo.

Mejor escribir que no hacerlo, ¿no? Sí. Es cierto que acumularás experiencia, quizá desarrolles un hábito y aprendas mucho durante estas sesiones. La práctica hace al maestro, cierto.

Pero hay opciones de que, pasada la euforia inicial, ni siquiera prosigas tu vertiginosa competición contigo mismo. Es probable que te quemes en cuanto empieces a comprobar que solo escribes vaguedades o que comienzas a emplear adjetivos innecesarios solo por aumentar tu cuenta personal.

Además, entrar en la dinámica de la fiebre productiva, es un juego que nunca termina. Cuando consigas escribir 14 libros al año, no te sentirás feliz, o por un breve instante. Enseguida te marcarás el objetivo de escribir 27 el siguiente curso.

Lo que no hay que perder de vista

Yo puedo teclear (o dictar) sin parar durante una hora, pero eso no significa que lo producido tenga sentido, coherencia o belleza. 

Puedo acumular 730.000 palabras, pero eso no implica que se acomoden en 14 libros de ficción, en los que debería haber una trama, desarrollo, diseño de personajes, etc.

La productividad es un aspecto ambicionado y muy valorado por todos, quizá porque somos muy conscientes de todas las distracciones que nos acechan. Tal vez porque nos produce ansiedad tener la cabeza a mil, con tantos planes, tantos «deberías», tantos objetivos laborales y de desarrollo personal por cumplir. Y todo se convierte en una meta, una cifra, que quizá calme esa turbulencia pero que no la resuelve.

Personalmente, creo que se trata de una manera de aliviar nuestra inquietud interna y nuestra culpabilidad y de un intento de replicar y emular el propio ritmo acelerado que vemos en los demás y que nos contagia.

Escribir a lo loco no funciona

Si no hay conciencia de lo que hacemos, lo que hay es compulsión. Por mucho repetir un mantra no alcanzamos la iluminación; es preferible dedicarle 15 minutos con plena concentración y la mente totalmente enfocada.

Acumular letras sin sentido solo contribuye al ruido exterior. Decía Dorotea Brande: «La mente del hombre no es un contenedor que ser llenado, sino un fuego para ser encendido». Es decir, que el fin no ha de ser llenar todo de contenido, sino producir algo que estimule, encienda, interese o aporte.

De modo que sí, es deseable adquirir práctica y constancia y el número de palabras nos puede guiar y servir de registro claro en este sentido. Pero no debemos obsesionarnos con esto. Es preferible atender al progreso que hacemos, a lo que expresamos con nuestras palabras; a las ideas o experiencias a las que logramos dar forma. Y, ya de paso, a qué pretendemos exactamente con todo ello.

Mirar de verdad para escribir de verdad

Si te gusta escribir seguro que has escuchado lo aconsejable que es conectar con las propias memorias y vivencias. No es solo un modo de satisfacer una necesidad explicativa, también es práctico. Siempre se nos dice: «escribe de lo que conoces». Y es un buen consejo para empezar. Imaginar lo que no hemos vivido es difícil (no imposible) y lo más probable es que solo consigamos un sucedáneo falso y postizo a partir de ideas preconcebidas. En cambio, si trabajamos con lo vivido y lo contamos o empleamos para impulsarnos, algo auténtico puede emerger. 

Escribir sobre la experiencia personal es valioso, no solo porque enseña y proporciona material para trabajar y practicar, sino porque permite que aportemos al mundo nuestra visión y perspectiva, nuestra realidad. Si tod@s hiciéramos esto con honestidad y sin la necesidad de encajar o agradar, tal vez el mundo sería más diverso y rico. También si los distribuidores permitieran y se arriesgaran más con lo que publican o emiten, claro. 

Por suerte, cada vez hay menos filtros y más visibilidad de minorías, pero eso no garantiza que seamos más libres o diversas. Para contar una experiencia de modo genuino hay que observarla primero, comprenderla y traspasar lo superficial o evidente. Si nos descuidamos, caemos en el riesgo de estereotipar nuestra identidad o comunidad y sentirnos sastisfech@s por haber cumplido una cuota.

A propósito de esto, leía del filósofo Byung-Chul Han que, a pesar de lo que pueda parecer, hoy en día, vivimos en la tiranía de lo igual. Nos alimentamos de lo mismo, nos relacionamos con los de nuestro grupo, reafirmamos nuestras ideas, excluyendo lo que no es como nosotros o afín. Así creamos mundos homogéneos y exclusivos viviendo la ilusión de estar siendo auténticos y diferentes. 

Tiene sentido en un sistema tan conectado acabar siguiendo tendencias, pero ¿a qué precio? Al final, lo que escribes, lees, compartes o retuiteas (sea cual sea la red) es lo que se extiende y lo que ve definiendo el mapa del mundo, nuestra conciencia y nuestros límites. Y comprender eso es importante. 

Nosotr@s mism@s nos convertimos en clichés al hacer nuestros mundos pequeños. Por no hablar de la utilización interesada de la diferencia. La diversidad no debería ser una política de lo correcto para ganar votos de popularidad, o una manera muy descarada de vender (ay, qué ganas tengo de comprar una mascarilla con los colores del arcoíris), sino una consecuencia, una manera natural de reflejar nuestra variedad (a la vez que una modo de evidenciar nuestra semejanza última y esencial).

En todo caso, en el ámbito de la escritura, una manera de escapar de la tiranía de lo igual es alejarte del pasado y liberar tu visión. El pasado no es solo tu memoria de la niñez o de hace diez años, es un velo que cubre cada cosa que miras hoy.

Sí: hoy.

Se dice que, cuando el niño aprende la palabra árbol, deja de ver el árbol. Y así es, porque, a partir de ese momento, empieza a ver sus conceptos sobre el árbol, sus juicios y etiquetas y ya es incapaz de ver lo que tiene delante, que está vivo y es novedoso. Nos enfrentamos a un dilema aquí, pues, escribir es un modo de fijar algo que está abierto y latente, así que la operación de etiquetar y encasillar parece inevitable e inherente al acto de escribir. 

Tal vez sea así, pero siempre hay algo que se puede hacer. Lo conocido se puede abordar desde lo desconocido. Es posible ver con nueva mirada cada situación, escena, paisaje y personaje. 

Es evidente que también tenemos prejuicios enormes con nuestros personajes y los convertimos en caricaturas. Sucede porque no los conocemos bien, porque echamos mano de nuestro archivo mental y reducimos a esa persona imaginaria a unos rasgos más limitados aún de los que tendría en la vida ordinaria. Pero, ¿cómo no va a ser así si hacemos esto en cada interacción personal? Interactuamos con el otro según la visión parcial que tenemos, las ideas, los preconceptos y todo lo que guardamos en nuestro almacén sobre esa persona. Y así encarcelamos a la gente y encarcelamos a nuestros personajes. Los hacemos todos iguales porque los vemos a tod@s iguales (aunque sea dentro de categorías) y porque todas las personas nos estamos volviendo iguales.

¿Opciones? Las hay. Por ejemplo, esforzarse por mirar sin juicio ni prejuicio, más fácil de decir que de hacer, porque es un cometido que implica tomar un papel activo.

Y, sin embrago, esta ha sido una pretensión de la literatura desde siempre. Ahí tenemos los famosos ejercicios de desfamiliarización, cuyo objetivo es «ver» algo de forma novedosa y así contarlo con frescura. L@s escritor@s siempre han sabido que en la palabra y la visión está su poder creativo y que este poder se puede activar con atención y presencia. El escritor o escritora, ante todo mira de una manera intencional. 

Hacer esto de forma aplicada y consciente nos ayuda a penetrar en el alma de ese objeto (o situación) y nos permite, si nos comprometemos a empezar a observar todo así, ofrecer escenas más vivas, extraordinarias y llenas de misterio (no de suspense, del misterio de lo vivo).

Propuesta: toma un objeto de tu entorno, algo cotidiano, por ejemplo una lámpara de pie. Obsérvala como si nunca antes hubieras visto una en tu vida; como si no supieras ni de lámparas, ni de bombillas y trata de describir lo que ves. Quizá empieces por la descripción de su forma o características y seguro que después te preguntas por su función. ¿No es bastante maravilloso que apretando una parte de ese objeto se pueda disipar la oscuridad de una habitación? Déjate sorprender por el resultado de este ejercicio, el momento en que ese objeto cotidiano se convierte en algo que ves de modo distinto después de años y décadas viendo solo una insulsa lámpara.

Puedes hacer esto también con tu gato, tu hermano, una vecina… oh, qué sorpresas te esperan.

Nuevo libro: un pueblo tranquilo

En este prolífico verano, acabo de lanzar otro libro y en esta entrada os cuento alguna cosa sobre él.

¿Y cómo otro libro tan rápido? He llegado a la conclusión de que, en esto de escribir, todo se puede simplificar en algo tan sencillo como: escribe, publica, repite.

Siguiendo esta iluminación, en lugar de pensármelo tanto, avanzo y ya los libros irán contando por sí mismos el resto de la historia.

Así que allá vamos.

El referente

Un pueblo tranquilo es una historia a lo Agatha Christie, es decir: un policiaco agradable, de esos que no te perturban demasiado (no por su violencia, al menos) y estimulan a pensar. De hecho, la gran pregunta que siempre hay detrás de las historias detectivescas es: ¿quién lo hizo? Y eso, independientemente del género que una escriba, es magia para impulsar una narración o una lectura, porque resulta que los lectores somos muy, muy curiosos.

Agatha Christie es una autora que podría ser fácil denostar como escritora de género (esto es, literatura con ele minúscula), pero la reina del crimen sigue generando muchas adaptaciones televisivas, cinematográficas y teatrales. Sus libros son auténticos superventas casi 100 años después de que empezara a escribir. Por algo será.

En sus historias lo importante es la trama o el enigma y los personajes son funcionales, pero no es que los descuide porque, con pocas pinceladas, consigue dotarles de personalidad y viveza. No solo hace esto con los personajes centrales, como Poirot, Miss Marple o el coronel Rice, sino con cada uno de ellos. Además de su habilidad como creadora de tramas, demostraba un excelente y agudo sentido del humor, la ironía y la observación. Y ya sea en los pueblos de la campiña inglesa o en lejanos escenarios exóticos y variados, en sus libros también había perversidad, trapos sucios, pulsiones latentes y mucha ira contenida amenazando con desbordarse.

Una de las razones por las que resulta satisfactorio leer una historia suya es porque proporciona un sentido de orden y de completitud. Una y otra vez, en las historias que vemos y leemos, buscamos un principio que organice y dé sentido a la vida (tan caótica y compleja). Queremos una explicación a la violencia, un punto final a una historia abierta por un crimen. Un culpable que nos deje respirar por fin.

Además sus novelas y relatos son muy entretenidos (de nuevo, gran mérito que no hay que subestimar) y llaman a la participación del lector, al que se invita a descifrar el enigma junto al investigador. En una época previa a la interactividad y a la Web 2.0 este era un valor muy interesante que le valió legiones de fans.

¿De qué va el libro?

Inspirada en esos relatos detectivescos, mi nueva historia trata de un crimen que sucede en un pueblo encantador y bastante cerrado, en el que nunca ocurre nada malo (aparentemente). El inspector Bierzo tiene que hacer frente a una investigación que le incomoda. Acusar a sus vecinos e interrogarlos es demasiado. Claro que es mucho peor admitir que su pueblo no es tan idílico como parece o cuestionarse su propia y acomodada vida.

Pero todo el mundo tiene un ángel de la guarda y en esta ocasión, una extraña llega de fuera para ayudar al jefe de policía. Se trata de un personaje muy opuesto a él, una joven oficial de la capital, de presencia inmensa y que casi siempre exhibe una calma total. Unos ojos foráneos y un buen corazón, justo lo que Bierzo necesita.

Además de ellos dos, en Un pueblo tranquilo hay un montón de personajes. Esto me ha divertido mucho. Quería crear una red entre todos ellos y lograr por acumulación un efecto: que el lector sienta que está en una comunidad pequeña en la que, poco a poco, va conociendo a todo el mundo… Por lo menos la parte de ellos que quieren mostrar, porque, desde luego, casi todo pasa bajo la superficie.

Sobre el proceso

Una historia policíaca no es precisamente el mejor lugar para dejarse llevar y escribir a ciegas. Buena parte del éxito se basa en la construcción de la historia, que debe funcionar como un reloj suizo. No obstante, no quería tenerlo todo tan cerrado que me resultara un ejercicio tedioso. Así que seguí una técnica mixta: dirección en lo fundamental, libertad en el resto.

Al principio no sabía bien a dónde iba, de repente tenía esta situación inicial: una muerte durante un espectáculo teatral en directo… Ignoraba el resto, de modo que me tomé un tiempo para entender qué es lo que había ocurrido. Tuve que ir al final, por así decirlo y «ver».

Era muy importante que supiera cuál era el núcleo y el enigma que sujetaría todo el engranaje de este libro. Ideé concienzudamente sobre el papel este punto. Pensé en el cómo, en el por qué y en el quién. Miraba a todos mis personajes, ideados y apenas esbozados en ese momento, y me preguntaba, quién de vosotros ha sido???? ¡Decídmelo!

Cuando eso ya estaba claro, fue muy sencillo avanzar, siguiendo la lógica de cada personaje. Tenía que tener en cuenta cómo se relacionaba cada uno con los demás, qué subtramas surgían y que líneas se desplegaban. Aprendí a amarlos a todos, incluso a los más odiosos (y mira que son mayoría). En el caso de los protagonistas, que son el inspector Bierzo y la oficial Violeta Tap, debía permanecer atenta a sus propios problemas y necesidades.

Los temas

Casi sin proponérmelo, todos esos asuntos que me interesan, como son las relaciones entre las personas, las apariencias, el miedo al otro, los prejuicios, el aislamiento, las dinámicas madre-hijo, fueron surgiendo solos. No pretendía meterme en complejidades psicológicas, pero alguna chispa sale.

Por ejemplo, me he permitido una licencia. Aunque suene raro, yo reflexiono a menudo sobre la ficción y la importancia (o no) de esta en nuestras vidas. ¿Por qué creamos ficciones?, por qué hemos inventado las novelas, el teatro, el cine, la televisión? Yo creo que hay un juego de espejos, una necesidad explicativa de nuestra existencia, más allá de lo obvio. ¿Y qué es lo obvio? pues la historia que cuenta esa ficción particular, el argumento y la moraleja. No es que esto sea desdeñable. Qué maravillosas parábolas modernas son las novelas y los libros. Pero no son solo enseñanzas, modelos de comportamiento o muestrarios de personalidades. Eso es quedarse en la superficie.

Las ficciones también son tratados de metafísica, si atendemos a su simbolismo profundo. Parece que la existencia es como una gran juego o representación (metáfora parecida a la del sueño y que viene a poner de manifiesto la irrealidad de esta). Tenemos en ella una alegoría del papel de creadores y criaturas, de la relación con lo trascendente o simplemente de cómo somos (o parecemos ser) personajes de una misteriosa trama que se despliega sobre una pantalla y que al parecer ha sido escrita antes de nuestra participación en ella.

Enseguida nos preguntamos por cosas como, ¿entonces nuestro destino es inalterable?, ¿siempre seré un pringado? Por supuesto, las decisiones de los personajes, en cada momento, pueden alterar ese destino inicial (y en algunos casos, impedir la fatalidad). En otros, ya lo sabia Shakespeare, no hay nada que hacer.

En el libro hay un personaje especial, una autora, Aurora Mist, que me ayuda a jugar, sin pasarme de mística, con esa idea del creador/sustentador, de modo que sea una sugerencia para el lector y que a mí me permita explorar las cosas que me interesan, incluso en una historia policiaca.

Una historia universal

En Un pueblo tranquilo, no hay una trama LGTB especifica, como en otros libros míos anteriores, pero sí que hay un personaje, Violeta, que es lesbiana (bueno, estoy hablando en su nombre, ella no me ha dicho cómo se define, es lo que da a entender). Sin embargo, su identidad no está descrita por este hecho en concreto en exclusiva (al menos en esta historia en particular). Ella es mucha más cosas y ninguna de ellas. Me gusta su sencillez, su ausencia de complejidad o tortura. También su fortaleza e inocencia. Y eso es lo más importante en esta ocasión, porque las historias son icebergs, pequeñas instantáneas que dejan intuir una vida más allá… Ahí la lectora o lector participa también, evocando o uniendo los puntos. Como hacemos en la vida real.

Qué diferente es Violeta del atormentado y sensible Bierzo, un hombre que se ahoga en un vaso de agua y vive atrapado en el pueblo de sus amores (aunque eso suponga una amenaza para su vida amorosa). Me ha encantado contraponerlo con la interesante doctora Giménez (ay, la atracción irresistible de los personajes diferentes).

Estoy convencida de que, si una historia es buena o despierta interés, puede iluminar aspectos de nuestra humanidad, sea quien sea el protagonista y sea como sea. Parte de eso consiste en aceptar también las limitaciones y puntos ciegos de los personajes, sean solitarios, incapaces de emocionalidad o mezquinos. Todos hacen lo que pueden y algunos luchan por su felicidad.

Por encima de todo, y esto sí es muy importante e innegociable, está el intento de conectar con el lector/a… de conmoverle, picar su curiosidad… despertar sus ganas de pasar las páginas.

Superando resistencias y perfeccionismos

Este proyecto lo tuve guardado mucho tiempo en un cajón, porque me parecía que no estaba suficientemente bien y, mucho tiempo después, y con una visión más compasiva, me di cuenta de que era ágil, divertido, muy sólido y que merecía mucho la pena estar en el mercado. ¡Caray es que estaba muy bien! Y no, no necesitaba tantas cosas, o más bien una sola: seguir adelante y culminar.

Para mí, que sufro a veces de perfeccionismo un poco demente, conectar con cariño con esta historia me ha resultado balsámico.

La autopublicacion, de hecho, es otra manera excelente de entrenarse en controlar el perfeccionismo. Si lo haces todo tú sola (y no es la única opción, por supuesto),tarde o temprano tienes que aceptar los límites técnicos, de habilidades y capacidades y aceptar un resultado que te parezca digno. Y a veces eso solo puede ser más desafío que crear una trama compleja.

La buena noticia es que se puede. Hay que priorizar lo que es más importante para ti en cada momento. En mi caso, lo más necesario era lanzarlo, sin esperar a mejores condiciones.

Para eso fue fundamental conectar con el deseo de que este libro estuviera ahí fuera en la mejor manera posible (aceptando incluso lo que no es posible).

Ese deseo es el que de verdad impulsa hacia adelante, el que te permite escribir y continuar. Y al final este es el resultado.

Espero que lo disfrutéis y me mandéis vuestros comentarios.

Ah, si os interesa, esta disponible en Amazon. Contactad conmigo si no os sirve esta opción.

Libro nuevo y macguffins

Ayer por fin le di al botón de «publicar» de Amazon. Era algo que no sucedía desde finales de 2018, por lo que es una buena noticia.

Bien sabe cualquier autor independiente que esto de autopublicar (sin presupuesto) no es otra cosa que el arte de llevar el do it yourself hasta las últimas consecuencias. Escribe tú, edita tú, maqueta tú, diseña tú…. Lo positivo es que se puede (cada vez hay mejores herramientas) y no se precisan permisos ni aprobaciones. Lo negativo, que se pierden los filtros de calidad y -si no inviertes algo de dinero- prescindes de servicios muy profesionales y deseables que pueden llevar el libro al siguiente nivel. Pero bueno, suplo esto último con mi autoexigencia y -por lo demás- me quedo con la satisfacción de haber logrado culminar el hito en la medida de mis posibilidades.

la mujer orquesta en tares de creación de portadas

¿Por qué un libro?

Bueno, como dice alguien que conozco… más bien, ¿por qué no?

Escribí Madame Tutú y la urna funeraria en primer lugar y ante todo como un entretenimiento para mí misma. En estos meses tan densos y pesados quería sentir el soplo fresco de la ficción. Y para mí era importante reconectar con la ficción con mucha humildad y sin pretensiones.

Es lo que siempre recomiendo cuando alguien me cuenta que se siente bloqueado… Empieza sin más, diviértete un poco y ya.
Yo quería eso: volver a escribir una historia de principio a fin, crear un mundo y sus personajes.

Es cierto que ya había hecho esto con tres obras de teatro en este tiempo (que me han dado mucha satisfacción y oxígeno), pero deseaba regresar a la novela breve. La novela implica otros desafíos, no tiene limitaciones argumentales y se puede compartir con más gente.

En esta ocasión quería hacer algo del tipo de sus películas británicas: evasivo y dinámico. Me apetecía muchísimo inventar una historia con MacGuffin.

¿Y de dónde vino la idea? Hitch, always.

Como digo, la mía es ante todo una historia ligera y (espero) divertida. Como he expresado ya más de una vez, Hitchcock es uno de mis directores clásicos favoritos. Sus películas me han inspirado, entretenido, asustado, y seducido desde la infancia y forman parte de mi imaginario.

Un MacGuffin es, por así decirlo, una excusa argumental que no es lo más importante, pero permite que toda la historia avance y exista. Como ejemplos, es lo que sucede con La organización criminal “39 escalones” en 39 escalones, la melodía que es una fórmula secreta en Alarma en el expreso; El uranio en Encadenados, el abrigo y el cinturón en Inocencia y juventud; el microfilm en Con la muerte en los talones etc, etc.

Estos son los pretextos para que Hitch se despliegue y ponga en marcha su maquinaria.

¿MacQué?

Hitchcock explicaba en sus famosas conversaciones con Truffaut la historia que da origen a este gracioso nombre:

”La palabra procede de esta historia: Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un McGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un McGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un MacGuffin”, le responde el otro”.

Kiss, Kiss, bang, bang!!

Bueno, pues ese espíritu de la historia que transcurre en exteriores, con aventuras, peripecias y enredos es el que quería capturar yo. Supone un reto de creación de la trama y después de mantenerse en un código ligero, con humor, acción y ritmo.

No en vano, otra de las grandes referencias para mí ha sido el Pulp. Es un género que me encanta por estética y frescura… me gustan los toques exóticos en las historias… apellidos franceses, dragones chinos, urnas misteriosas…

Veréis que Madame Tutú es como una película, porque yo soy muy visual escribiéndo (quizá es que no lo sé hacer de otro modo). Por eso la portada también parece de una peli con fotogramas.

La premisa de mi novela es un encargo que se complica. Una misteriosa mujer con la pierna escayolada, Madame Tutú, contrata a la protagonista para que la lleve hasta Bretaña en coche a depositar las cenizas de su madre en el panteón familiar. A partir de ahí… comienza la aventura.

Me gusta pensar que a Hitchcock le hubiera divertido algo así (más aún con su humor tan negro 🙂).

¿Qué más?

En cierto modo era consciente de que estaba reinterpretando algunos temas de Vendrá la noche (el viaje en coche, dos desconocidas, la seducción y el peligro), pero esta vez era en otro registro muy distinto, así que eso también ha sido divertido… como las variaciones musicales que te ayudan a disfrutar un tema desde distintos ángulos.

Otro de los retos (y creo que con este libro me planto) ha sido el de emplear el punto de vista limitado a un solo personaje. Escojo esto cuando quiero subrayar el misterio y que el lector acompañe en primera persona al personaje que sostiene el punto de vista (Jata). Es limitante para todos, pero también estimulante y cumple su papel (espero).

Una fuerte necesidad interior era tener localizaciones en exteriores, mucho aire libre y cero restricciones pandémicas. En mi historia, que es contemporánea, no existe ninguna emergencia sanitaria, aunque el mundo sufre las mismas desigualdades y retos que el nuestro. Simplemente, no quería ese engorroso tema en mi libro. Al fin y al cabo, se trataba de evadirme, ¿no?

En el libro, todo sucede en tres días primaverales. Partimos de Alicante y pasaremos por Navarra, Biarritz y Londres. Aire libre, luz mediterránea y atlántica y gente que no sabe qué significa la distancia social. Y por supuesto… giros, villanos y sorpresas.

He aprovechado además para meter los coches y moda retro, que me gustan tanto…. Un Mercedes rojo R107 y una autocaravana Hymer de los setenta. Mi imaginación es muy vintage.

Una de las pelis más fricochas en las que sale el R107, el giallo de Lucio Fulci Las puertas del infierno (1989)

Pues esos básicamente son los elementos de partida. A partir de aquí, ojalá la historia llegue a más gente y amplíe su resonancia. Eso ya no depende de mí y es lo bonito de escribir: el espacio imprevisible que se abre a partir de un texto dado.

Mi trabajo está hecho de momento.

Si te apetece leerlo, lo encuentras aquí.

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