Editar un texto: la lectura o cómo cruzar un puente y no morir en el intento

Me he dado cuenta de que una de las cosas que más me cuestan en la fase de edición de mis textos de ficción es la lectura completa del borrador. Tal cual. Ya lo sé, ya lo sé, parece sencillo así contado. Al fin y al cabo, después del esfuerzo que hemos hecho escribiendo, por fin nos podemos relajar un poco leyendo lo que hemos creado. Sí, estoy hablando solo de leer, no de empezar a corregir o reescribir. ¿Leer? Debería ser fácil. Pues no. Para mí no lo es. Y la cosa se vuelve más complicada cuanto más largo es el borrador, claro.

Voy a echar mano de una metáfora solo para tratar de entender por qué hago tan difícil algo sencillo. Si leer el borrador entero es cruzar un puente largo que nos ha de llevar a otro lado, yo me quedo muchas veces atascada al principio del puente, coqueteando con la idea de ir a construir otro puente y dejarme este abandonado o «en construcción». Tal vez, poner a prueba la obra de ingeniería, después de tantos días de obrera dedicación, me paraliza… ¿Y si no aguanta? ¿y si el incauto que lo pise cae al vacío en medio del trayecto?, ¿existe algún tipo de seguro para esto?, ¿y si se demuestra que mi puente es un inconsistente constructo? Si no lo testamos, aún puede conservar su apariencia de  obra funcional, aparentemente solvente mientras no se demuestre lo contrario…

En otras ocasiones, en las que me armo de sentido común y valor, tomo la decisión de cruzar, pero, de pronto, iniciado el tránsito, me sorprendo a mí misma, distraída, observando las cuerdas que forman la baranda, pateando las tablas del suelo, preguntándome si no será mejor volver a  probar la resistencia del puente… desde el principio, con los planos en mano. Convencida de esto vuelvo atrás y otra vez me enfrento a ese largo puente delante de mí. En ese momento la empresa se me hace un mundo, parece imposible llegar al otro lado algún día…
El problema aquí es que me cuesta leer mi trabajo sin opinar, sin juzgar, sin corregir, sin perderme toda la tarde en una escena o sin de repente sentir la irresistible necesidad de ir a Mercadona a por… qué se yo, ¿guisantes? ¡Si al menos los guisantes me inspiraran tanto como a mi compañera A.M. Irún ;)!

En serio, algo me dice que no debería ser así. Es indudable la importancia de hacer esa lectura global del texto, pero también debemos permitirnos disfrutarlo plenamente y suspender el juicio hasta llegar a la palabra FIN. Porque aquí queremos testar la coherencia global, la Sensación, esa primera impresión que provoca la obra como totalidad y que al final nos da una respuesta sencilla y muy valiosa, un «Sí» o un «No».

Por eso, venciendo todos mis reparos, me propongo firmemente darle a mis escritos el privilegio de esa lectura íntegra.
Se me ocurren un par de ideas para cumplir este propósito:

  • Comprometernos a leer hasta el final sin editar nada. Como mucho (para que la ansiedad no nos coma), podemos permitirnos tomar notas orientativas en un documento a parte. También es útil emplear símbolos, algo sencillo, que no rompa la fluidez y que luego nos ayude a recordar los puntos débiles (¡o fuertes!)
  • Marcarnos objetivos. Si lo que paraliza es la magnitud de la tarea (un texto largo) es útil dividir el proyecto en páginas y comprometerse a leerlas en determinado tiempo.
  • Si, con todo, la lectura se vuelve una tarea imposible, siempre podemos pedir a otra persona de nuestra confianza que cruce el puente y nos cuente qué le ha parecido la experiencia.
  • Manejarnos entre la exigencia y la indulgencia. Tod@s estamos aprendiendo. Mejoraremos día a día y en el futuro nos reiremos de estas nuestras dificultades de novatos (¡espero!)

Supongo que, al final, con la intención en mente y el compromiso firme de transitar ese maravilloso puente en el que tanto hemos trabajado y que deseamos que otras personas también quieran cruzar, nos atreveremos, ¿verdad?

 

Barbara Bel Geddes, tres momentos

Barbara Bel Geddes, esa actriz que siempre me ha intrigado (no sé muy bien por qué) y a la que tenía ganas de dedicar algún escrito. Era una actriz solvente, que no tenía nada especial y a la vez tenía algo… paradójico hechizo. Hizo carrera en el teatro, cine y televisión (fue la madre de J.R en Dallas!).

No era una actriz de una belleza destacada, con ese aspecto de chica buena, ideal para interpretar a la hermana, la amiga, la vecina… De hecho, Howard Hughes, anuló su contrato con RKO aduciendo la injusta y demoledora razón de que Barbara no era suficientemente sexy… Sexy o no, fue nominada al Oscar (por Nunca la olvidaré, 1948), también fue nominada a un Tony y obtuvo reconocimientos y distinciones durante su carrera en todos los medios en los que trabajó.

La recuerdo en Vértigo (1958), de resignada amiga de Scottie. El personaje de Midge, ilustradora de moda, no existe en la novela de Boileau-Narcejac. Siempre me ha fascinado un momento de la peli, esa mirada herida que parece decir: «Si tan solo quisieras verme de algún modo». Una vez, en una entrevista, la oí contar con gran modestia a propósito de esa escena que simplemente Hitch le decía: «ahora mira a la izquierda… ahora mira arriba…» y ella lo hacía.

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Midge, en efecto, es la compañera de estudios que tuvo un romance de varias semanas con el protagonista y que ha quedado al margen, relegada al rol de fiel amiga. Un papel corto, pero que es maravilloso en su contraposición a la fascinante Madeleine de Kim Novak. La batalla estaba perdida de antemano para Midge, claro, ella no era la mujer idealizada, fantasmagórica, irreal… ella era la opción de carne y hueso, la normalidad, casi la vulgaridad de lo que tenemos demasiado al alcance…, pero en realidad era un personaje sensato, inteligente y con sentido del humor. De hecho, hay un final alternativo de Vértigo en el que Scottie regresaba a Midge, como si al final hubiese de darse cuenta de cuál era la mujer que le convenía… la que estaba de verdad a su altura (¿lo estaba él a la de ella?). No sé si era un gesto halagador para Midge, una especie de premio de consolación, ya que no puedes alcanzar a Madeleine, la supraterrena, la que has mandado al abismo con tu enfermiza obsesión… ahí tienes a Midge. Creo que el personaje interpretado por Barbara merecía algo más que un Scottie. Tal vez algún día, alguien ruede un spin-off y nos muestra a Midge con todo su poder.

La recuerdo también en Lamb to the Slaughter (1958), uno de mis episodios favoritos de Alfred Hitchcock presenta y uno de los pocos que dirigió el propio Hitch, quien habitualmente solo presentaba el espacio. Este se basa en un magnífico cuento del también magnífico Roald Dahl. En él, una mujer acababa con la vida de su marido, dandole un golpe en la cabeza con una pierna de cordero. La gracia del episodio residía en que luego servía el arma del crimen a la policía, que acababa por comérsela con deleite, claro… Este episodio también lo rememora Almodóvar en Qué he hecho yo para merecer esto, pero qué distintas Carmen Maura, en esta peli, una alienada ama de casa de los suburbios de Madrid y nuestra Bárbara. Una es la naturalidad con olor a lejía y la otra esta delicadeza ingenua y -en este caso- brillante! ambas una reivindicación de la mujer dedicada a sus labores que explota con violencia y haciendo uso criminal de sus atributos domésticos…

 

Por último, la recuerdo en la versión teatral de La gata sobre el tejado de cinc caliente. Fue la primera en interpretar a Maggie en Broadway, en el año 1956. Contó con la compañía de Ben Gazzara interpretando a Brick y Burl Ives en el papel de Big Daddy. Sí, mi Bárbara llego antes de que Liz Taylor convirtiera en icónico el personaje en el cine. Esa Liz de ojos violetas y carnalidad nada tenía que ver con una Bárbara rubia y de voz suave, pero que daba al personaje esos matices tan suyos de impotente inteligencia, esa que no resulta suficiente, la que le obliga, por fuerza de pura necesidad y deseo sexual insatisfecho, a permanecer en el tejado aun cuando se esté quemando viva.

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