He estado dando un repaso a lo que he escrito en mi vida y a lo que voy a escribir y ha surgido algo que ya sabía. En mis proyectos pasados, en lo que ideo para el futuro, en lo que sigue captando mi atención, a menudo aparece y reaparece el tema de la fascinación.
Y claro es inevitable que me pregunte por qué me fascina la fascinación.
Según el diccionario, fascinación significa: atracción irresistible que siente una persona o una cosa por algo.
Para mí esa atracción irresistible se focaliza en la mirada. No puedo dejar de mirar lo que me fascina. Me quedo absorta en contemplación. Yo hasta diría que el ojo siente placer, fisicamente.
Eso me recuerda que me intrigó siempre una cita de Goethe, que dice:
Por encima de cualquier otro, fue el ojo el órgano con el que comprendí el mundo.
Siento que puedo intuir algo más allá de esas palabras y que no es gratuito que Goethe dedicara tanta atención a la fisiología o que en 1812 escribiera Teoría de los colores.
En todo caso, en cuanto a mí, esa mirada la puedo poner en acción en narrativa, por ejemplo con una predilección por el punto de vista limitado…. Cedo la visión a un personaje que me sirve de soporte para mirar al otro: el objeto de fascinación.
Me parece un punto de vista muy apropiado porque el lector también se sitúa ahí mismo. Y la limitación, la externalización, forma parte del mecanismo. También la distancia (y la separación).
Surge entonces el deseo de conocer.
Me paso el resto del tiempo intentando apresar ese objeto, penetrarlo (metafóricamente hablando).
Por otra parte, de una lectura de las historias que escribo podría deducirse que ando siempre fascinándome o que me siento intrigada (como mínimo) por mujeres inalcanzables, pero ya sabemos que esto es ficción, ¿no?
¿Se puede conocer a alguien por su ficción? En teoría, no. Pero es cierto que todo lo que escribo ha salido de mí, así que puede que sí.
Aquí viene el giro de tuerca. Si todo es parte de mí, si todos los personajes están aquí (¿qué creéis que estoy señalando, el corazón o la cabeza?)…
Entonces quizá no soy, como cabría interpretar, la persona normal que se fascina por otra. O no solo. También soy muchas veces la que es distante, difícil de conocer. Un absoluto misterio.
No pretendo proclamarme fascinante, solo aceptar cada parte de mi naturaleza. El tira y afloja que hay fuera y dentro de mí.
Lo receptivo (fascinada) y lo activo (fascinante) se ponen en juego, como dos caras de la misma moneda.
Lo mismo sucede cuando soñamos, cada criatura, hasta la que nos persigue en una horrible pesadilla, es parte de nuestra mente.
Quizá por eso soñar y escribir es también trazar un mapa de nuestra conciencia.
A mí me lo parece al menos.
Quizá eso explique que en algún escrito del pasado, y también en algún sueño, tiempo después, haya leído cosas premonitorias… como si algo de mí se hubiera adelantado, como si lo pasado y lo futuro ya formarán parte de mí.
O que, volviendo a la escritura y en palabras de Vázquez Montalbán:
Todo escritor sabe que el verdadero asesino de su novela es él mismo. El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el gánster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino.