Encuentra tu propio camino

Escribir es como cualquier otra práctica. Hay un momento en el que se parte de cero. Surgió una chispa de algún lado y empezó la combustión. A lo mejor empezaste a sentirte fascinado al leer un libro o quizá escribiendo fragmentos de tu experiencia. Sientes una afinidad creativa con las palabras, te planteas que podría gustarte escribir y te lanzas a ello. Entonces te fijas en tus autores o autoras favoritos.

Cuando estás empezando, tienes dudas y buscas referencias. Esa referencias las constituyen todos los escritores y escritoras recogidos en el canon de tu época y todos sus libros (por tanto hay un componente muy cultural y generacional en esto). Las historias que leíste despertaron algo en ti. Algo que tú también quieres despertar en otra persona algún día. Tu modelo a seguir son los libros que te inspiran.

Más allá del contenido de lo que escriben esos autores, tal vez empieces a interesarte por el cómo lo hacen. Te asomas entonces a lo que se llama el oficio y quizá surge un interés por la dimensión psicológica del escritor: cómo su personalidad ha determinado lo que escribe y qué cualidades le ayudan a realizar con éxito su tarea. Podemos considerar aquí la perseverancia, el compromiso, la tolerancia al fracaso, la rebeldía y la genialidad, etc.

Digamos que no nos hemos dejado convencer por esa idea de que la genialidad es un don que se tiene o no se tiene y por tanto seguimos adelante. Investigamos con la esperanza de conseguir lo mismo que nuestros maestros.

Una de las preguntas que más se repite a los escritores en los manuales es: ¿cuál es su método? Aquí entran cosas tales como: cómo surgen sus ideas, quién inspira a sus personajes y qué rutina emplea. Entonces llenamos nuestra cabeza de los modos de hacer de otra persona, porque al principio es todo lo que tenemos. Aún no conocemos nuestro propio sistema y camino.

Teniendo esto en cuenta, por supuesto que es muy valioso contar con esas referencias que te guían. Se ha utilizado desde siempre lo que se llama el modelado o imitación de modelos de comportamiento ideales. Si tengo la sensibilidad de Virginia Wolf, su compromiso, si tengo la fuerza de Hemingway, si tengo la vulnerabilidad de Kafka… La admiración nos hace perseverar, nos estimula.

El peligro es cuando hacemos de eso un ídolo o lo cristalizamos en un dogma. Creamos mitos, auras y pensamos que, para escribir y tener éxito, hay que ser superdotado, ultrasensible, místico, atormentado, tener una terrible vida amorosa, ser un solitario empedernido… (crea tu propia lista).

Hacemos lo mismo con los procesos o hábitos de trabajo: escribir a las 6:00 de la mañana, escribir por la noche, escribir de pie o tumbados en la cama, planificar mucho, no planificar nada. Vivir experiencias intensas, encerrarnos en la torre de marfil, consumir drogas o ser vegetariano, etc. En realidad, todas estas cosas le han funcionado a alguien, así lo demuestra la historia de la literatura, pero podría ser que ninguna te sirviera a ti.

¿Hay algo malo en ti?: no

Copiar las condiciones ideales de otras personas no es una garantía de éxito. Tampoco lo es el desanimarte y pensar que eres un caso perdido que no tiene nada que aprender de nadie. En cambio, con paciencia, dedicación y tirando al principio sobre todo de tu ilusión y tu placer, debes analizarte, empezar a entender qué funciona para ti y qué no.

Para ello, cuanto más experimentes, mejor. ¿A qué hora eres más productivo?, ¿a qué hora te sientes más creativo? ¿Tienes una mente muy analítica o quizá más intuitiva y visual? ¿Cómo piensas? ¿Qué cosas te motivan a seguir adelante y escribir? ¿Qué cosas te desconectan? ¿Qué podrías aprender aún o probar que pudiera marcar una diferencia? ¿Cuáles son tus éxitos y en qué condiciones se produjeron?

Identifica y repite lo que funciona, descarta lo que no. Irá emergiendo tu sistema. En el camino, ten siempre en cuenta que todo es revisable y modificable.

Es quizá aconsejable tomar notas o registrar este proceso. Puedes llevar un diario o simplemente empezar a ser muy consciente. Comprométete a fondo con tu propia experiencia y extrae tus conclusiones.

A través de una continua indagación sobre ti misma encontrarás tu manera única. Y quizá puedas advertir al futuro escritor que te admira que él o ella también deberán encontrar la suya.

El proceso de escribir en tres fases

Escribiendo estos días he meditado sobre algo que -ya que se ajusta a mi experiencia- me parece útil compartir.

Tal vez a quien escribe con asiduidad esto le resulte obvio. En todo caso, nunca está de más motivarse con alguna idea o enfoque, así que allá va.

La escritura (en formato breve o largo) se puede abordar siguiendo una especie de adagio estructurado en tres partes:

«Dilo. Di lo que quieres decir. Dilo bien».

Miremos esto con detalle:

Fase uno: dilo

Lo más importante al principio es vaciar en la página todo lo que de otra manera se quedará en tu cabeza, o se perderá. ¿Elemental, no?

El tema es no dejarse intimidar por la empresa. No importa que las cosas aún no estén del todo claras y que las ideas sean vagas, con cabos sueltos.

Aquí no debe preocuparte nada más que sacar la historia (idea, post, relato…) fuera de ti. De verdad. Basta con que juntes las palabras como puedas. Una excesiva precaución nos paraliza.

Libérate de la necesidad o expectativa de expresarte de forma perfecta. Simplemente saca todo lo que tienes.

Te advierto que la facilidad de esta tarea es inversamente proporcional a la tensión que sientes y al miedo que tienes de escribir tonterías.

Mi consejo: no pienses y date prisa.

Fase dos: di lo que (de verdad) quieres decir

En esta fase en lo que has de centrarte es en llegar al núcleo de la cuestión. Sí, es el viaje al centro de la tierra, la exploración gozosa.

Hay que desvelar lo que solo ha quedado esbozado y expresarlo ahora de manera más clara. Se trata de darle forma al texto, tratando de que el resultado refleje tu intención (porque tienes una intención, ¿verdad?)

Muy a menudo sucede que al pasar por la primera fase y adentrarte en la segunda empiezas a ver el mensaje que estaba oculto, revelando de pronto un sentido más profundo… Es momento de centrarlo y eliminar ambigüedades.

Pregúntate: ¿qué tema emerge aquí? Qué quiero contar expresar, transmitir? ¿Lo estoy logrando?

En esta fase puedes disfrutar del asombro de la revelación que da más calado y resonancia a tu texto.

Por ejemplo, de repente te das cuenta de que, en lo que has escrito, hay algo que todos los personajes comparten: todos ellos creen que tendrán tiempo de resolver sus conflictos (pero no es así). Así que uno de los temas importantes que estás planteando es ese: que no habrá tiempo si posponemos mirar adentro….

En la primera fase probablemente no eras consciente de esto. No habías partido con la idea: «voy a escribir una historia sobre cómo hay que aprovechar el momento presente»… pero surge como tema dominante.

Una vez ves las cosas claras, concéntrate en decir lo que quieres decir.

Fase tres: dilo bien

Ahora -y solo ahora- es el momento de corregir y tratar por todos los medios de que tus palabras expresen con precisión y belleza tu mensaje.

Es el momento de sacar al crítico interno (que estará impaciente y renegón) y es sin duda la hora de borrar, tachar, reelaborar y esmerarse en que todo quede ajustado.

Disfruta con las palabras, con el ritmo y el tempo. Deléitate.

Ojo: hay un momento de parar de corregir y cesar de deleitarse o se nos caen los higos de la higuera mientras los observábamos embelesados… no queremos eso.

Cumplido el ciclo de las tres etapas es ideal (imprescindible) dejar reposar el escrito y abordar la siguiente relectura con ojos frescos.

Otra manera de resumir todo lo dicho es recordar que escribir es reescribir. Confiar en el proceso ayuda. Practicar, también.

Notas sobre el proceso creativo

Estas semanas estoy iniciando un proceso creativo de grupo. Cuanto más trabajo con escritura y creación, sola o acompañada, más me convenzo…

Hay que trabajar en dos niveles: lo inconsciente y lo racional.

Vale, sí, teóricamente con lo inconsciente no se puede trabajar porque para eso debería ser consciente… Y sin embargo, juega un papel decisivo.

En todo caso:

Primero imaginamos, intuimos, permitimos y  luego damos la forma adecuada.

Es muy importante entender los dos niveles y respetarlos. Uno sin otro y… la obra ya no puede ser tal.

Por eso, al principio, NUNCA SABEMOS NADA.

Y está bien que sea así, es como debe ser.

Aquí no tiene que surgir la angustia o las prisas, no sirve de nada y se rompe la magia.

Es mejor simplemente abrirse y escuchar. Esperar, con los (iba a decir los ojos, pero no)…con todos los sentidos muy abiertos. Porque en esta fase el cuerpo entero es un órgano. Y nos sirve de igual modo lo visto, lo degustado, lo olido, lo tocado y escuchado… 

Pero no se acaba esto con lo físico tampoco. Hay más de lo que los sentidos pueden apresar.

¿Más?

Sí, porque también hay un mundo dentro, de fronteras no limitadas y está lleno de inspiraciones y tesoros. Es difícil, con nuestro lenguaje, darle nombre exacto a eso tan intangible y al final hemos de traducirlo a algo comprensible para poder trabajar con ello. Parecido a lo que pasa con el inconsciente… Se trata, como si se dijera, de traerlo de otra dimensión hasta acá… Pero bueno, eso no está en el exterior, está en otro sitio y otro tiempo. Está dentro.

Tenemos pues lo externo y lo interno. Lo tomamos todo.

Y lo mezclamos.

Hay en esta parte del proceso colisiones, fusiones, explosiones y reacciones. Todo lo leído, vivido, escuchado, pensado, soñado, sentido… los símbolos, asociaciones, connotaciones… todo de repente cobra un sentido aquí. Cada elemento combinado con otro, puede hacer surgir una cosa distinta y única. Y eso también es bastante asombroso, ¿verdad?

Me decía el médico ayer que no me haga la próxima analítica de sangre justo después de comer el roscón de reyes, que me saldrá azúcar. Y a mí me daba risa.. Ah, bueno, pensaba que me iba a salir la sangre azul!!  En todo caso, con la creación es igual. Lo que «comemos» hoy se refleja mañana. TODO: lo que leemos, lo que hablamos, los rostros que vemos, los paisajes que caminamos. Y no tiene que por qué ser nada concreto, ni teórico ni artístico.

Basta una mirada fugaz.

Confieso que ya he tomado algún mazapán antes de Navidad y también he hecho una excursión por el Montgó y sé que en la próxima escena  que sitúe al aire libre, entre montañas, lo quiera yo o no, en mí estará de algún modo ese paseo. Tal vez ese pequeño memorial de piedra, levantado para recordar un avión caído en ese punto, en diciembre de 1950, esa cueva en la que no me atreví a entrar -tal vez el temor-, o esas piedras rojizas, el perro escalando como una cabra de color trufa, el aire lleno de nubes grises- porque había pronóstico de lluvia- y la altura, la franja del mar velada por una incipiente neblina… No sé cómo, pero algo de eso estará… estará, de algún modo, el deslizarse hacia abajo, el ruido de las zapatillas, la respiración rápida al seguir a alguien que me precede…Y puede que también esté el mazapán (o el crujido del azúcar, o el gusto a almendra.. o la culpabilidad por comer dulces…

Y cuando eso surja -y puede que pase mucho tiempo hasta que la alquimia se produzca, no hay prisa-, será a partir de una resonancia o una llamada, de un impulso que puede ser disparado espontáneamente.

O puede ser inducido…

Partiremos entonces del latido inicial, que no es otra cosa que el DESEO de crear que precede a todo. Ahí en realidad empieza la historia, ese es el motor.

Después el deseo encuentra el cauce apropiado.

Por eso, ni prisa, ni respuestas antes de tiempo. Es mejor tener preguntas en esta fase.

Hablando de preguntas, si no tengo ni paciencia, ni fe… ¿Se puede forzar? Claro que sí, violentar todo esto, pretendiendo controlar, imponerse, llevar las riendas, marcar una línea, seguramente nacida de algún prejuicio o juicio limitado. Se puede.

Pero también se puede querer que un bebé sea un abogado o arrancar una flor por puro capricho y pretender que es nuestra porque percibimos su perfume…. Y no.