Mirar de verdad para escribir de verdad

Si te gusta escribir seguro que has escuchado lo aconsejable que es conectar con las propias memorias y vivencias. No es solo un modo de satisfacer una necesidad explicativa, también es práctico. Siempre se nos dice: «escribe de lo que conoces». Y es un buen consejo para empezar. Imaginar lo que no hemos vivido es difícil (no imposible) y lo más probable es que solo consigamos un sucedáneo falso y postizo a partir de ideas preconcebidas. En cambio, si trabajamos con lo vivido y lo contamos o empleamos para impulsarnos, algo auténtico puede emerger. 

Escribir sobre la experiencia personal es valioso, no solo porque enseña y proporciona material para trabajar y practicar, sino porque permite que aportemos al mundo nuestra visión y perspectiva, nuestra realidad. Si tod@s hiciéramos esto con honestidad y sin la necesidad de encajar o agradar, tal vez el mundo sería más diverso y rico. También si los distribuidores permitieran y se arriesgaran más con lo que publican o emiten, claro. 

Por suerte, cada vez hay menos filtros y más visibilidad de minorías, pero eso no garantiza que seamos más libres o diversas. Para contar una experiencia de modo genuino hay que observarla primero, comprenderla y traspasar lo superficial o evidente. Si nos descuidamos, caemos en el riesgo de estereotipar nuestra identidad o comunidad y sentirnos sastisfech@s por haber cumplido una cuota.

A propósito de esto, leía del filósofo Byung-Chul Han que, a pesar de lo que pueda parecer, hoy en día, vivimos en la tiranía de lo igual. Nos alimentamos de lo mismo, nos relacionamos con los de nuestro grupo, reafirmamos nuestras ideas, excluyendo lo que no es como nosotros o afín. Así creamos mundos homogéneos y exclusivos viviendo la ilusión de estar siendo auténticos y diferentes. 

Tiene sentido en un sistema tan conectado acabar siguiendo tendencias, pero ¿a qué precio? Al final, lo que escribes, lees, compartes o retuiteas (sea cual sea la red) es lo que se extiende y lo que ve definiendo el mapa del mundo, nuestra conciencia y nuestros límites. Y comprender eso es importante. 

Nosotr@s mism@s nos convertimos en clichés al hacer nuestros mundos pequeños. Por no hablar de la utilización interesada de la diferencia. La diversidad no debería ser una política de lo correcto para ganar votos de popularidad, o una manera muy descarada de vender (ay, qué ganas tengo de comprar una mascarilla con los colores del arcoíris), sino una consecuencia, una manera natural de reflejar nuestra variedad (a la vez que una modo de evidenciar nuestra semejanza última y esencial).

En todo caso, en el ámbito de la escritura, una manera de escapar de la tiranía de lo igual es alejarte del pasado y liberar tu visión. El pasado no es solo tu memoria de la niñez o de hace diez años, es un velo que cubre cada cosa que miras hoy.

Sí: hoy.

Se dice que, cuando el niño aprende la palabra árbol, deja de ver el árbol. Y así es, porque, a partir de ese momento, empieza a ver sus conceptos sobre el árbol, sus juicios y etiquetas y ya es incapaz de ver lo que tiene delante, que está vivo y es novedoso. Nos enfrentamos a un dilema aquí, pues, escribir es un modo de fijar algo que está abierto y latente, así que la operación de etiquetar y encasillar parece inevitable e inherente al acto de escribir. 

Tal vez sea así, pero siempre hay algo que se puede hacer. Lo conocido se puede abordar desde lo desconocido. Es posible ver con nueva mirada cada situación, escena, paisaje y personaje. 

Es evidente que también tenemos prejuicios enormes con nuestros personajes y los convertimos en caricaturas. Sucede porque no los conocemos bien, porque echamos mano de nuestro archivo mental y reducimos a esa persona imaginaria a unos rasgos más limitados aún de los que tendría en la vida ordinaria. Pero, ¿cómo no va a ser así si hacemos esto en cada interacción personal? Interactuamos con el otro según la visión parcial que tenemos, las ideas, los preconceptos y todo lo que guardamos en nuestro almacén sobre esa persona. Y así encarcelamos a la gente y encarcelamos a nuestros personajes. Los hacemos todos iguales porque los vemos a tod@s iguales (aunque sea dentro de categorías) y porque todas las personas nos estamos volviendo iguales.

¿Opciones? Las hay. Por ejemplo, esforzarse por mirar sin juicio ni prejuicio, más fácil de decir que de hacer, porque es un cometido que implica tomar un papel activo.

Y, sin embrago, esta ha sido una pretensión de la literatura desde siempre. Ahí tenemos los famosos ejercicios de desfamiliarización, cuyo objetivo es «ver» algo de forma novedosa y así contarlo con frescura. L@s escritor@s siempre han sabido que en la palabra y la visión está su poder creativo y que este poder se puede activar con atención y presencia. El escritor o escritora, ante todo mira de una manera intencional. 

Hacer esto de forma aplicada y consciente nos ayuda a penetrar en el alma de ese objeto (o situación) y nos permite, si nos comprometemos a empezar a observar todo así, ofrecer escenas más vivas, extraordinarias y llenas de misterio (no de suspense, del misterio de lo vivo).

Propuesta: toma un objeto de tu entorno, algo cotidiano, por ejemplo una lámpara de pie. Obsérvala como si nunca antes hubieras visto una en tu vida; como si no supieras ni de lámparas, ni de bombillas y trata de describir lo que ves. Quizá empieces por la descripción de su forma o características y seguro que después te preguntas por su función. ¿No es bastante maravilloso que apretando una parte de ese objeto se pueda disipar la oscuridad de una habitación? Déjate sorprender por el resultado de este ejercicio, el momento en que ese objeto cotidiano se convierte en algo que ves de modo distinto después de años y décadas viendo solo una insulsa lámpara.

Puedes hacer esto también con tu gato, tu hermano, una vecina… oh, qué sorpresas te esperan.

Nuevo libro: un pueblo tranquilo

En este prolífico verano, acabo de lanzar otro libro y en esta entrada os cuento alguna cosa sobre él.

¿Y cómo otro libro tan rápido? He llegado a la conclusión de que, en esto de escribir, todo se puede simplificar en algo tan sencillo como: escribe, publica, repite.

Siguiendo esta iluminación, en lugar de pensármelo tanto, avanzo y ya los libros irán contando por sí mismos el resto de la historia.

Así que allá vamos.

El referente

Un pueblo tranquilo es una historia a lo Agatha Christie, es decir: un policiaco agradable, de esos que no te perturban demasiado (no por su violencia, al menos) y estimulan a pensar. De hecho, la gran pregunta que siempre hay detrás de las historias detectivescas es: ¿quién lo hizo? Y eso, independientemente del género que una escriba, es magia para impulsar una narración o una lectura, porque resulta que los lectores somos muy, muy curiosos.

Agatha Christie es una autora que podría ser fácil denostar como escritora de género (esto es, literatura con ele minúscula), pero la reina del crimen sigue generando muchas adaptaciones televisivas, cinematográficas y teatrales. Sus libros son auténticos superventas casi 100 años después de que empezara a escribir. Por algo será.

En sus historias lo importante es la trama o el enigma y los personajes son funcionales, pero no es que los descuide porque, con pocas pinceladas, consigue dotarles de personalidad y viveza. No solo hace esto con los personajes centrales, como Poirot, Miss Marple o el coronel Rice, sino con cada uno de ellos. Además de su habilidad como creadora de tramas, demostraba un excelente y agudo sentido del humor, la ironía y la observación. Y ya sea en los pueblos de la campiña inglesa o en lejanos escenarios exóticos y variados, en sus libros también había perversidad, trapos sucios, pulsiones latentes y mucha ira contenida amenazando con desbordarse.

Una de las razones por las que resulta satisfactorio leer una historia suya es porque proporciona un sentido de orden y de completitud. Una y otra vez, en las historias que vemos y leemos, buscamos un principio que organice y dé sentido a la vida (tan caótica y compleja). Queremos una explicación a la violencia, un punto final a una historia abierta por un crimen. Un culpable que nos deje respirar por fin.

Además sus novelas y relatos son muy entretenidos (de nuevo, gran mérito que no hay que subestimar) y llaman a la participación del lector, al que se invita a descifrar el enigma junto al investigador. En una época previa a la interactividad y a la Web 2.0 este era un valor muy interesante que le valió legiones de fans.

¿De qué va el libro?

Inspirada en esos relatos detectivescos, mi nueva historia trata de un crimen que sucede en un pueblo encantador y bastante cerrado, en el que nunca ocurre nada malo (aparentemente). El inspector Bierzo tiene que hacer frente a una investigación que le incomoda. Acusar a sus vecinos e interrogarlos es demasiado. Claro que es mucho peor admitir que su pueblo no es tan idílico como parece o cuestionarse su propia y acomodada vida.

Pero todo el mundo tiene un ángel de la guarda y en esta ocasión, una extraña llega de fuera para ayudar al jefe de policía. Se trata de un personaje muy opuesto a él, una joven oficial de la capital, de presencia inmensa y que casi siempre exhibe una calma total. Unos ojos foráneos y un buen corazón, justo lo que Bierzo necesita.

Además de ellos dos, en Un pueblo tranquilo hay un montón de personajes. Esto me ha divertido mucho. Quería crear una red entre todos ellos y lograr por acumulación un efecto: que el lector sienta que está en una comunidad pequeña en la que, poco a poco, va conociendo a todo el mundo… Por lo menos la parte de ellos que quieren mostrar, porque, desde luego, casi todo pasa bajo la superficie.

Sobre el proceso

Una historia policíaca no es precisamente el mejor lugar para dejarse llevar y escribir a ciegas. Buena parte del éxito se basa en la construcción de la historia, que debe funcionar como un reloj suizo. No obstante, no quería tenerlo todo tan cerrado que me resultara un ejercicio tedioso. Así que seguí una técnica mixta: dirección en lo fundamental, libertad en el resto.

Al principio no sabía bien a dónde iba, de repente tenía esta situación inicial: una muerte durante un espectáculo teatral en directo… Ignoraba el resto, de modo que me tomé un tiempo para entender qué es lo que había ocurrido. Tuve que ir al final, por así decirlo y «ver».

Era muy importante que supiera cuál era el núcleo y el enigma que sujetaría todo el engranaje de este libro. Ideé concienzudamente sobre el papel este punto. Pensé en el cómo, en el por qué y en el quién. Miraba a todos mis personajes, ideados y apenas esbozados en ese momento, y me preguntaba, quién de vosotros ha sido???? ¡Decídmelo!

Cuando eso ya estaba claro, fue muy sencillo avanzar, siguiendo la lógica de cada personaje. Tenía que tener en cuenta cómo se relacionaba cada uno con los demás, qué subtramas surgían y que líneas se desplegaban. Aprendí a amarlos a todos, incluso a los más odiosos (y mira que son mayoría). En el caso de los protagonistas, que son el inspector Bierzo y la oficial Violeta Tap, debía permanecer atenta a sus propios problemas y necesidades.

Los temas

Casi sin proponérmelo, todos esos asuntos que me interesan, como son las relaciones entre las personas, las apariencias, el miedo al otro, los prejuicios, el aislamiento, las dinámicas madre-hijo, fueron surgiendo solos. No pretendía meterme en complejidades psicológicas, pero alguna chispa sale.

Por ejemplo, me he permitido una licencia. Aunque suene raro, yo reflexiono a menudo sobre la ficción y la importancia (o no) de esta en nuestras vidas. ¿Por qué creamos ficciones?, por qué hemos inventado las novelas, el teatro, el cine, la televisión? Yo creo que hay un juego de espejos, una necesidad explicativa de nuestra existencia, más allá de lo obvio. ¿Y qué es lo obvio? pues la historia que cuenta esa ficción particular, el argumento y la moraleja. No es que esto sea desdeñable. Qué maravillosas parábolas modernas son las novelas y los libros. Pero no son solo enseñanzas, modelos de comportamiento o muestrarios de personalidades. Eso es quedarse en la superficie.

Las ficciones también son tratados de metafísica, si atendemos a su simbolismo profundo. Parece que la existencia es como una gran juego o representación (metáfora parecida a la del sueño y que viene a poner de manifiesto la irrealidad de esta). Tenemos en ella una alegoría del papel de creadores y criaturas, de la relación con lo trascendente o simplemente de cómo somos (o parecemos ser) personajes de una misteriosa trama que se despliega sobre una pantalla y que al parecer ha sido escrita antes de nuestra participación en ella.

Enseguida nos preguntamos por cosas como, ¿entonces nuestro destino es inalterable?, ¿siempre seré un pringado? Por supuesto, las decisiones de los personajes, en cada momento, pueden alterar ese destino inicial (y en algunos casos, impedir la fatalidad). En otros, ya lo sabia Shakespeare, no hay nada que hacer.

En el libro hay un personaje especial, una autora, Aurora Mist, que me ayuda a jugar, sin pasarme de mística, con esa idea del creador/sustentador, de modo que sea una sugerencia para el lector y que a mí me permita explorar las cosas que me interesan, incluso en una historia policiaca.

Una historia universal

En Un pueblo tranquilo, no hay una trama LGTB especifica, como en otros libros míos anteriores, pero sí que hay un personaje, Violeta, que es lesbiana (bueno, estoy hablando en su nombre, ella no me ha dicho cómo se define, es lo que da a entender). Sin embargo, su identidad no está descrita por este hecho en concreto en exclusiva (al menos en esta historia en particular). Ella es mucha más cosas y ninguna de ellas. Me gusta su sencillez, su ausencia de complejidad o tortura. También su fortaleza e inocencia. Y eso es lo más importante en esta ocasión, porque las historias son icebergs, pequeñas instantáneas que dejan intuir una vida más allá… Ahí la lectora o lector participa también, evocando o uniendo los puntos. Como hacemos en la vida real.

Qué diferente es Violeta del atormentado y sensible Bierzo, un hombre que se ahoga en un vaso de agua y vive atrapado en el pueblo de sus amores (aunque eso suponga una amenaza para su vida amorosa). Me ha encantado contraponerlo con la interesante doctora Giménez (ay, la atracción irresistible de los personajes diferentes).

Estoy convencida de que, si una historia es buena o despierta interés, puede iluminar aspectos de nuestra humanidad, sea quien sea el protagonista y sea como sea. Parte de eso consiste en aceptar también las limitaciones y puntos ciegos de los personajes, sean solitarios, incapaces de emocionalidad o mezquinos. Todos hacen lo que pueden y algunos luchan por su felicidad.

Por encima de todo, y esto sí es muy importante e innegociable, está el intento de conectar con el lector/a… de conmoverle, picar su curiosidad… despertar sus ganas de pasar las páginas.

Superando resistencias y perfeccionismos

Este proyecto lo tuve guardado mucho tiempo en un cajón, porque me parecía que no estaba suficientemente bien y, mucho tiempo después, y con una visión más compasiva, me di cuenta de que era ágil, divertido, muy sólido y que merecía mucho la pena estar en el mercado. ¡Caray es que estaba muy bien! Y no, no necesitaba tantas cosas, o más bien una sola: seguir adelante y culminar.

Para mí, que sufro a veces de perfeccionismo un poco demente, conectar con cariño con esta historia me ha resultado balsámico.

La autopublicacion, de hecho, es otra manera excelente de entrenarse en controlar el perfeccionismo. Si lo haces todo tú sola (y no es la única opción, por supuesto),tarde o temprano tienes que aceptar los límites técnicos, de habilidades y capacidades y aceptar un resultado que te parezca digno. Y a veces eso solo puede ser más desafío que crear una trama compleja.

La buena noticia es que se puede. Hay que priorizar lo que es más importante para ti en cada momento. En mi caso, lo más necesario era lanzarlo, sin esperar a mejores condiciones.

Para eso fue fundamental conectar con el deseo de que este libro estuviera ahí fuera en la mejor manera posible (aceptando incluso lo que no es posible).

Ese deseo es el que de verdad impulsa hacia adelante, el que te permite escribir y continuar. Y al final este es el resultado.

Espero que lo disfrutéis y me mandéis vuestros comentarios.

Ah, si os interesa, esta disponible en Amazon. Contactad conmigo si no os sirve esta opción.

Escribir teatro: personajes encarnados

Lo bonito -entre otras cosas- de escribir teatro es que, a tu texto se le suma un nuevo componente: el actor/actriz.

La persona añade algo nuevo que se mezcla con lo propio del autor. Alquimia poderosa.

Esta fusión creativa, hecha de imágenes, palabras y presencias es muy valiosa también para la escritura.

Lo es después de haber escrito y lo es antes de haber puesto una sola palabra sobre el papel.

En el teatro no se escribe solo en papel

Todo se está escribiendo de algún modo, momento a momento, en la misma energía del grupo y en la historia personal de cada uno.

De manera más evidente, el actor aporta su cuerpo y su físico.

De hecho, una manera estupenda de llegar al personaje es a través de su cuerpo. Y una manera de llegar a la trama es a través del personaje… así que vamos llegando al corazón de la obra de forma unificada.

En teatro, como actores, cuando estamos improvisando, a veces, la mente quiere mandar y eso produce bloqueos. ¿Por qué? porque te has puesto a pensar. Te paras. «Un momento, ¿qué debería decir o hacer mi personaje?» Pánico, blanco… Los engranajes mentales dan vueltas y eclipsan todo lo demás.

En cambio, si en una improvisación te pierdes, siempre puedes tratar de atarte a lo único claro: el cuerpo del personaje.

Ese puede ser un punto de partida y de llegada.

Un par de ejemplos

Maite es un personaje que se ríe de forma compulsiva y se da golpecitos en el pecho, como si fuera un tic (esto no es mío; es de la actriz, ella lo ha buscado en su interior y ha conectado con eso…).

Vale, pues si nos perdemos, ( y empezamos a pensar y pensar… ¿qué diría Maite en esta situación?,¿qué haría?) A lo mejor ahí no obtenemos respuesta; En ese punto solo tenemos una idea preconcebida y superficial de sus motivaciones.

En cambio, si Maite vuelve a reírse de forma nerviosa o sigue con sus toquecitos o su manera distintiva de hablar a golpes; si persiste en su modo esquivo de mirar, y en su mostrarse altiva… ahí, poco a poco, volvemos a la senda.

De pronto hay algo auténtico, porque eso sale de ese cuerpo en concreto, no de una cabeza (que encima es la nuestra, no la suya).

Escribir con los personajes en mente

Otro ejemplo: tengo a este otro personaje, Iluminada Blanco. Es una mujer de voz muy grave y potente, pero pequeñita. Habla con grandilocuencia, despotismo y acento madrileño. Observamos todo eso…

Ese aire de grandeza proyectada, unido a esa fragilidad de su cuerpecito, me hacen ver claramente que acabará de rodillas, suplicando «¡No me hagas daño, solo soy una pobre mujer!». También sé que miente más que habla y que se ha hecho a sí misma. ¡Bueno!

De lo dicho se puede comprender que también para escribir ficción no teatral, la tarea de pensar en el físico del personaje ayuda mucho. Piensa en él o ella de la manera más integral posible… Su voz (con su tono, sus inflexiones), su manera de andar, su espalda demasiado recta o encorvada, sus pasos -levitando o arrastrándose.

¿Qué comunica el personaje de forma global? ¿Qué hay debajo de las apariencias?

Vale la pena hacer un esfuerzo por conectar con eso. De modo que las respuestas más naturales lleguen de forma espontánea, no vía mente, sino más orgánicamente.

Si lo hacemos bien, ni siquiera sabremos que estamos haciendo algo… las palabras precisas vendrán.

Un ejemplo de hacerse a un lado en la creación

Una muestra real del proceso creativo, en el que la apertura conduce a la sorpresa siempre.

Hablaba estos días sobre la importancia de quitarse de en medio en el proceso de crear. Me refiero al proceso de olvidar por un rato nuestra personalidad -y todo lo que implica- para acceder a otros paisajes interiores novedosos…

Y esta semana he asistido a una prueba viva de esto.

Como he comentado en algún post previo, estos meses estoy coordinando un grupo de teatro y -mientras esperamos que se reinicien las clases presenciales-, hacemos nuestras sesiones semanalmente a través de la pantalla.

Vivimos al día.

A pesar de las limitaciones, la creatividad y la diversión están siempre presentes y son reuniones muy fructíferas.

Para cumplir nuestro objetivo de creación dramática, con las aportaciones de tod@s, hemos creado una atmósfera, un lugar y unos personajes que se relacionan entre ellos. Como parte del trabajo de desarrollo de estos personajes, hacemos pequeñas improvisaciones entre estos. Después, vamos recogiendo las pistas que los personajes nos dan (y que nos sorprenden) y seguimos ajustando. De esta manera todo el mundo participa en la creación de lo que esperamos sea una obra de teatro en el futuro.

No sé qué tiene el teatro, pero he visto transformaciones asombrosas en personas tímidas, inseguras. Personas «normales» que no se creen creativas o talentosas. Y sin embargo, sienten la llamada de expresar algo interior. Se atreven a exponerse.

Pero ahí va el ejemplo que os prometía al principio:

En esta ocasión, había una escena entre dos personajes en una habitación. Uno de ellos tenía que entrar a esa habitación, donde el otro le esperaba y en ese punto empezar la escena… Una particularidad es que al personaje de la habitación nunca se le ve… solo se le escucha (así que veíamos su pantalla en negro).

A modo de antecedente: la compañera de la que quiero hablar en este caso concreto -el personaje de la habitación- es una persona dulce, delicada, sensible, educada, atenta, detallista. Su tono de voz es un poquito agudo, con algo de ingenuo e inocente, refleja ese parte infantil, divertida, pero escandalizable y asustadiza… Una persona a la que te dan ganas de proteger o por la que te dejarías mimar sin parar. En realidad, ella es muchas más cosas, pero esto es lo que más se «ve».

Así que imaginad nuestra sorpresa cuando, metida por completo en su personaje, escuchamos aquella voz grave, susurrante, colérica, potente… cambiante. Y no solo por el tono, sino por las cosas que decía… Eran palabras que hubieran sonrojado a la mismísima niña del exorcista. No eran solo provocaciones, algunas cosas eran terriblemente sugerentes…

En realidad, todo cuadraba perfectamente con el personaje que estaba componiendo que, como decía, es un ser muy misterioso (y de momento incorpóreo) que vive en una habitación y reacciona de manera distinta según con quien hable. Inesperadamente pasa del lamento y la súplica, al grito y el exabrupto… Se le escucha respirar deprisa o despacio. ¡Y todo con la voz! 

La compañera que hacía la escena con ella se quedó totalmente descolocada. No sabía por dónde «entrarle». Lo que le sucedía es que no reconocía a nuestra amiga en ese personaje que tenía enfrente y estaba estupefacta. What??

El resto hubiéramos podido sacar las palomitas y dejarnos transportar… Las pantallas mostraban a l@s compañer@s siguiendo la escena, llenos de interés. Debería haber hecho una captura de pantalla. Observaba su asombro, su sorpresa, incluso su fascinación ante lo que estaba pasando. ¿¿¿¿Pero quién era ese ser????

Yo estaba casi llorando de la risa. Entendía la sorpresa de la otra compañera que -no está mal precisarlo- tiene una personalidad arrolladora y poderosa. En esa ocasión estaba desarmada.

Fue brutal.

Para que eso saliera, la compañera que me sirve de ejemplo, tuvo que hacer un ejercicio de entrega. Dejar su personalidad a un lado, su manera de hablar, su vocabulario y su censura, incluso la imagen que tenemos de ella, lo que podíamos pensar, cualquier cosa… y permitir que aquel personaje provocador, ofensivo, gutural se manifestara como le diera la gana.

No es solo generoso, es creativo y es un acto de libertad. Quizá se acerca a un estado de trance en el que hemos suspendido por un rato nuestra manera racional y automática de ser y nos hemos permitido ser… lo que sea.

¡Wow! ¡Gracias!

Y para que veáis cómo son estas cosas…

Un par de días después, esta amiga y yo nos encontramos y ella con su habitual encanto me dijo: «Marta, no me gusta nada el personaje ese que me habéis puesto. Es angoniós (en valenciano, angustioso, asqueroso..)… Ufff, me tiene harta».

«¿Pero cómo que te hemos puesto?, pero si has salido de ti. Tú le has puesto el nombre, tú le has dado voz, tú le has dado palabras. Nosotros no hacemos más que flipar desde el minuto uno».

¿Ah, sí?, ¿yo?

Que sí, que sí, -le recordé- que yo no he sido. Solo te marco algunas cosas, como que no puedes salir de la habitación. Nada más. Ah, dijo otra vez, pensativa, ah…

En realidad, aún estaba intentando descubrir de dónde había salido ese personaje y qué quería contar…

Y la verdad es que no lo sabemos. Ni ella, ni yo…

Aquí no hacemos psicoanálisis, ni especulaciones psicológicas (¿será una parte reprimida?, ¿otro fragmento del yo que se enfada y es agresivo?) Pues ni idea, qué más da. Aquí lo único que importa es la creación y cómo esa pieza se integrará en una ficción con sentido y propósito. No el sentido de liberar algo en el interior y quedarse bien a gusto a nivel individual, sino en el de crear una historia que -trascendiendo nuestra pequeña historia personal- comunique algo al espectador… a eso nos someteremos.

Mientras ese sentido se revela… -y más allá de nosotr@s mism@s-, exploramos…

Diez características de los personajes tridimensionales

Muchas veces escuchamos hablar sobre personajes tridimensionales. ¿Qué hace que algunos de ellos parezcan tan reales?

Soy un artesano, necesito trabajar con las manos. Me gustaría tallar mis novelas en madera. Mis personajes… Me gustarían que fueran más densos, más tridimensionales. Y me gustaría hacer un hombre tal que todos los otros, al mirarlo, encontrarán en él sus propios problemas.

George Simenon

A veces, como escritora, he sentido el cansancio y la fatiga mental. He notado mi espalda castigada, mis ojos cansados y mi cabeza embotada. He estado atrapada en el aspecto que yo llamo el más plano de escribir: en la ingrata superficie.

Pero otras veces, y casi sin darme cuenta de cómo había ido de una dimensión a otra, he sentido que yo era una especie de proyector y que lo que a través de mi manos se escribía y en mi cabeza se pensaba tomaba cuerpo en mi imaginación. Entonces asistía a un espectáculo fascinante y no veía el momento en que otra persona pudiera conectarse también a eso. Para mí la parte más emocionante de escribir es esa especie de proyección y de creación de una realidad aumentada, una experiencia que ha de ser real para el lector, y que ha de conseguir que unas páginas -o pantalla- dejen de ser planas y literalmente cobren vida.

Es por eso que me gusta tanto la cita de Simenon, un autor que por cierto recomiendo y del que escribiré en otro post. Habla precisamente del proceso de materialización de la escritura, de cómo está llega a convertirse en algo con sustancia, algo tan tangible como la madera. Por favor, no pases por alto esta metáfora como algo ornamental y tómatela muy en serio. Indaga con profundidad en la cita que encabeza este post. A veces el lenguaje no alcanza a comunicar algunas cosas pero creo que todos hemos tenido esa experiencia de vivir un libro, y quedar absortos por completo en un universo de ficción.

Y sin duda parte de esa magia se consigue a través de los personajes. Una de las cuestiones más interesantes para un autor -y para un lector curioso- es descifrar qué hace que algunos personajes se sientan tan vivos. El concepto de personajes tridimensionales forma parte del vocabulario de los talleres de escritura creativa y de la ficción en general. Pero ¿a qué nos referimos exactamente con esto?

Para empezar, podemos hacer una distinción entre personajes planos y personajes redondos. Básicamente los primeros son aquellos que cumplen una función en la trama pero que no cambian ni evolucionan. Son personajes más limitados, aunque también necesarios. Por ejemplo, las sitcoms de la tele están llenos de ellos. En ellas los personajes hablan, piensan y hasta visten siempre igual.

En contraste, los personajes redondos son aquellos que tienen más profundidad y dimensión. Todos los personajes protagonistas deberían aspirar a ser personajes redondos (aunque no siempre es así y en esos casos la trama o la acción toman protagonismo).

En todo caso, si te gusta escribir o leer y te interesa la construcción de personajes, estas son características en las que puedes fijarte desde ya e incorporar a tus creaciones.

Un personaje tridimensional:

  • Tiene contradicciones: un personaje con profundidad es un personaje lleno de matices. Como en la vida misma, no es alguien siempre bueno, heroico, abnegado o siempre despreciable y odioso. Por el contrario, exhibe defectos, vicios, debilidades, y esa misma imperfección (o esos rasgos contradictorios) lo vuelven más humano. Esto es así tanto si es un héroe como un villano.
  • Evoluciona: el personaje posee lo que se llama arco. Esto es -expresado visualmente- una línea de transformación que es externa (sus circunstancias) e interna (su psique). Lo que quiere decir que un buen personaje siempre cambia a lo largo de la historia. Realiza un viaje de transformación, lo quiera o no.
  • Tiene deseos: a nuestro personaje le hace avanzar su necesidad de conseguir algo (o a alguien). El deseo actúa como motor imprescindible de la historia.
  • Tiene problemas: esto es, se sitúa en el centro del conflicto. Un personaje se define en la historia por su capacidad de superar obstáculos en la persecución de un objetivo (deseo).
  • Tiene cuerpo: aquí me refiero, no a una obviedad, sino a esa característica tan importante pero difícil de definir. Cuando hablamos de tridimensionalidad precisamente queremos aludir a esto. El tridimensional es un personaje que parece real porque tiene facetas, dimensiones, porque es profundo, está trabajado y desarrollado. Nos sorprende. Conseguimos esto con el trabajo en varios niveles.
  • Tiene una voz propia: conectado con el anterior y dentro de los aspectos relativos a la fisicalidad (perdóname por esta palabra, RAE) del personaje. Encontrar la voz adecuada del personaje es uno de los mayores retos en la construcción del mismo. Pero se trata de dar con el tono, el vocabulario, la manera de pensar única de ese personaje.
  • Tiene interés: hay que poner empeño en ello como escritores, porque hemos de lograr desde la primera escena que al lector le interese el personaje y su problema y que no pueda abandonarlo a su suerte una vez lo ha conocido. Es triste cuando lees un libro cuyo personaje principal no interesa ni al autor.
  • Tiene originalidad: esto quiere decir que el personaje es único. Aunque haya miles de mujeres adúlteras, Ana Karenina es única, como lo es Emma Bovary y lo es Ana Ozores.
  • Tiene universalidad: esta es la cara B de la anterior. Un personaje original pero desconectado de rasgos reconocibles y humanos sería como un marciano impensable y nos dejaría bien fríos. Es lo que resuena en nosotros de ese personaje lo que le da dimensión e importancia. Por eso los marcianos de Ray Bradbury son tan fascinantes.
  • Es memorable: esta es una consecuencia más que una causa. Si conseguimos ir trabajando con honestidad, curiosidad y pasión, puede que lleguemos a crear un personaje memorable, que no es otra cosa que un personaje con eco, que se recuerda una vez acabada la historia. Un personaje que deja su huella en nuestra mente y corazón.

Para cada uno de estos puntos, podemos emplear estrategias específicas. Nos interesa el efecto final, un algo que habla por sí mismo (pero que si destripamos está formado por varios aspectos que podemos practicar). Con atención y pasión artesana por los personajes de nuestras ficciones, pasaremos del papel a la madera y de ahí a soñar…

Como siempre, me encantará saber vuestra opinión sobre todo esto.