Escribir en tiempos de crisis

Os comparto unas ideas que esta semana vamos a ver en el taller de escritura. Tal vez sean de interés para quien sienta la necesidad o inclinación de escribir estos días.

 

“Y por cierto, se puede escribir de todo en la vida si tienes las agallas de hacerlo y la imaginación para improvisar. El peor enemigo de la creatividad es la duda sobre uno mismo”.
Sylvia Plath

Cuando una  se considera escritora, es decir, se da el permiso de observar y expresar el mundo desde esa posición, entonces, tal y como dice Silvya Plath, todo es digno de ser escrito. Los dos requisitos que ella cita son 1) tener agallas y 2) tener imaginación para improvisar.

Probablemente, lo primero que nos a va a poner a prueba es la famosa duda sobre nosotr@s mism@s.  ¿Que voy a escribir yo que sea de interés?…  A la resistencia le encanta adoptar esta apariencia y no necesita de una crisis mundial para sacar la patita. Pero no caigáis en la trampa. Entrar en este argumento es hacerle el juego a la enemiga de la creatividad… En lugar de eso, enfocaos en la imaginación y las agallas.

A veces se ha debatido si es necesario que el escritor viva en una época convulsa para poder expresar los sentimientos más profundos y extraer lo mejor de sí mismo. ¿No es acaso la sociedad del bienestar un poco adormecedora?  No hay una respuesta inequívoca.  El bienestar es bueno. Se pueden escribir de cosas muy profundas desde la serenidad y la felicidad. De hecho, las más de las veces, el arte es un refugio de paz y alegría, incluso en medio del caos (lo que podría llevarnos a deducir erróneamente que es el caos el que lo origina).

Una época de crisis puede espolear o puede limitar la creatividad, sobre todo al principio, porque la preocupación, la incertidumbre, la inestabilidad y a veces incluso la logística pueden ser un obstáculo. 

Pero resulta que no podemos elegir y tenemos que improvisar. Las épocas complicadas, sobre todo si nos desafían en un nivel colectivo, nos fuerzan a encarar directamente sentimientos y emociones que, de otra manera, y dependiendo de nuestra forma de ser, podrían quedar relegados. Y en ese sentido, son un campo muy interesante para el escritor.
Lo que nos interesa aquí es que la ficción, aunque es el producto de nuestra imaginación y por tanto no es real, siempre se escribe desde dentro de nosotras, y -por tanto- es muy real. Qué bonita paradoja.

Los límites de nuestra conciencia, son los límites potenciales de nuestra historia. Con eso quiero decir que cuanto más profundicemos en nuestra experiencia personal, cuanto más nos abramos al inconsciente, más rica será nuestra historia. Una historia que solo tira de la mente lógica puede ser impecable, pero seguramente también será fría. Como decía Mulder en Expediente X: “¡La verdad está ahí fuera!”. Y aún así… todavía dentro.

Quedémonos entonces con que hay un movimiento de dentro hacia fuera.

Cuando experimentamos miedo, ese miedo será el que experimente nuestro personaje X en nuestra historia X. Cuando nuestro protagonista es arrebatado por la alegría, esa alegría ha sido primero nuestra. El amor entre nuestros personajes lo hemos soñado, vivido, deseado o recreado primero en nuestro interior.

Así que os invito a que aumentéis el acervo de vuestra enciclopedia emocional, sensorial, perceptual. Es vuestro tesoro.

En estos momentos, el terreno en el que se esconde ese tesoro es nuestra propia casa. Una cuarentena nos fuerza a la introspección. También limita nuestros estímulos exteriores (que no la información), pero una casa y su dinámica única (y a la vez tan común) puede ser una gran fuente de inspiración. Una ínsula conectada con los demás ínsulas. Y qué mejor puente para comunicarse que la escritura.

Para esto, tomad notas, apuntes; recoged impresiones y aprovechad estos días tan inciertos para enriquecer vuestra escritura.

Puede que eso que estos días sentís no emerja en un personaje de esta semana, ni del mes que viene, pero, si seguís escribiendo y si construís personajes humanos, seguro que la huella del sentimiento de hoy se proyectarán en ese personaje que todavía no existe. 

No tengáis ideas preconcebidas, solo apertura. Tenemos que abrir la puerta a nuestros sueños, a nuestras intuiciones, a las imágenes que vislumbramos, a los diálogos que sin querer improvisamos, a la imaginación en cualquiera que sea la forma que se manifieste.

Recordad, además, que vosotras sois las únicas autorizadas para contar vuestra historia.
Esto puede parecer una perogrullada, pero es una verdad como un templo. Y a veces las verdades más grandes son las más evidentes. Aunque estamos todos experimentando un fenómeno global, nadie tiene tu visión particular. Tú posees un punto de vista que es irrepetible. Eres un experimento único de la naturaleza. De modo que tu opinión, tu visión y tu creatividad son importantes.

Comparte una historia sobre tu confinamiento. Trata de transmitir una emoción que estés sintiendo especialmente estos días. Hasta 500 palabras.

-Puede ser una historia a título personal, una opinión expresada como un diario, como una carta, como una charla, un diálogo…
-Puede expresarse a través del del miedo, del humor, de la esperanza, del enfado…
-Comprueba si tu emoción escogida se ha reflejado en el texto. ¿Has tenido dificultades?, ¿cuál es el vocabulario asociado a esa emoción?
-Intenta incluir alguna imagen visual o auditiva o sensorial.
-Si te sientes bloqueada, solo proponte escribir durante 7 minutos sin detenerte. Puedes empezar con “Quién me lo iba a decir a mí, encerrada en mi propia casa…”. O con la frase que quieras!!

Felicidad espontánea

Para estos días de cumpleaños, soledad y (falta de) contacto humano; para este marzo extraño, unos versos de Yeats (1865-1939) que iluminan nuestra experiencia.

Mi quincuagésimo año había ido y venido,
Me senté, un hombre solitario,
En una tienda atestada de Londres,
Un libro abierto y una taza vacía
Sobre el mármol de la mesa.
Mientras estaba en la tienda y miraba la calle
Mi cuerpo ardió de repente;
Y casi veinte minutos después
Mi felicidad parecía tan grande,
Que yo estaba bendecido y podía bendecir.

——Vacilación, IV. William B. Yeats.———

 

My fiftieth year had come and gone,
I sat, a solitary man,
In a crowded London shop,
An open book and empty cup
On the marble table-top.
While on the shop and street I gazed
My body of a sudden blazed;
And twenty minutes more or less
It seemed, so great my happiness,
That I was blessed and could bless.

 

¡Volverá la felicidad a pillarnos por sorpresa!

 

 

«Tengo que contarte una cosa»

El otro día soñé algo que me impresionó bastante.  En el sueño aparecía una amiga mía, independiente, trabajadora, activista, políticamente comprometida. Se sentaba a mi lado y me cogía de la mano. Su semblante era serio, respiraba hondo y entonces decía: «tengo que contarte una cosa». Había algo especialmente poderoso en la manera en que me pedía que le escuchara, así que yo ponía todos mis sentidos en ello. Entonces ella me contaba una terrible historia, desconocida por mí, en la que revelaba el maltrato que sufría a manos de su pareja, y situaciones muy humillantes.  Su gestualidad, incluso su manera de hablar, todo era diferente a lo acostumbrado, pero muy vibrante y yo estaba hondamente impresionada.

«No sabía nada», le decía al fin. Entonces ella parecía volver a ser la de siempre y me decía: Ni una sola cosa de lo que te he contado es verdad.  Estoy poniéndome en la piel de una mujer a la que le ha sucedido todo esto. Es un ejercicio.  

Al principio creía que era una broma, pero después ella me pedía que hiciera yo lo mismo. Era mi turno de meterme en un papel diferente, alejado de mí, uno que me costara. Y ella me daba unas instrucciones para que entendiera quién iba a ser yo por unos minutos.

Yo lo intentaba, al principio con dudas, después cada vez más convertida en esa persona. Lo que más recuerdo es la sensación de que aquella era una experiencia transformadora, mucho más allá  de lo que teóricamente se sugería en la premisa «vamos a hacer un ejercicio» y más allá quizá de lo que puedo contar aquí. Todo se desataba en el momento exacto en que una le decía a otra persona: «Tengo que contarte una cosa…»

Sé que no es nada nuevo esto de proponer ejercicios de empatía y role playing. Creo que soñé esto por una mezcla de cosas. Había estado leyendo sobre el teatro como herramienta terapéutica, una vía de exploración basada en interpretar personajes ocultos, reprimidos, ignorados. Una manera, en definitiva, de entrar y salir de una misma. Parece hasta muy obvio. Pero esto de la empatía es algo que a veces pasamos por alto (porque lo hemos oído demasiado quizá). Y sin embargo, este enfoque no es más que un intento de sintonizar con quien nos habla, entendiendo que la emoción que subyace a su historia resuena porque toca algo que también está en nosotros. Conectando con ese sentir común, entenderíamos mejor las reivindicaciones (y necesidades) de algunos colectivos. Y no en un aspecto racional, sino vivencial.

Así veríamos muchas cosas, por ejemplo que a veces hay una posición de superioridad moral en las mujeres mismas (oh, esa historia nunca me podría pasar a mí, yo no soy de esa clase mujeres… Eso es lo que yo sentía en mi sueño antes de hacer mi papel). O los hombres podrían tratar de encarnar en su cuerpo por unos minutos el miedo físico que una mujer puede sentir en determinados momentos. No entenderlo. Sentirlo. O la frustración por las injusticias en el trabajo. O el cansancio extremo por cargar con el peso de un hogar.

Realmente son cosas sencillas. Y hay muchas situaciones en las que podríamos aplicarlo, en distintas direcciones y con diferentes categorías (genero, sexualidad, racialidad…). No creo que haga falta la experiencia de ser un hombre para intentar sentir como un hombre, ni de ser madre para intentar sentir como una madre… los actores no lo necesitan, los escritores no lo necesitan, tiran de algo común, reconocible y que también les pertenece, para entrar en ello.

El problema, lo que me da a mí miedo, es cuando creemos que somos tan distintos (seguramente mejores) que nunca podríamos ponernos en la piel del otro. Entonces, corremos el peligro de no escuchar, no ver, no sentir cuando alguien nos diga «Tengo que contarte una cosa».