Odio mi cuello

Una tarde, merendando con mis queridas amigas y hablando sobre teatro… Pati me dijo que había leído unos relatos de Nora Ephron (la gran guionista de los ochenta, noventa) en los que hablaba de su odio a cosas (físicas y no físicas) y me propuso… ¿Podrías escribir para nosotras una escena así? Of course, dears. ¿Qué odias tú?, le pregunté. Yo, -dijo- pues igual que Nora Ephron, odio mi cuello (esa calurosa tarde llevaba un pañuelo que lo demostraba)… ¿Y tú, MJ…? (acababa de llegar toda agobiada y aún estaba sacando cosas que había comprado en la farmacia) yo… odio muchísimo mi bolso —resopló—. No lo soporto.

Ajam…

Y esa, ni más ni menos, es la génesis de la siguiente escena….

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Mujer 1 elegante, en la madurez, está sentada en una parada de autobús. A pesar de ser verano va tapada, lleva un pañuelo al cuello, gafas de sol y guantes que le cubren hasta los brazos. Tiesa y rígida como un palo.

Llega Mujer 2, más joven, acarreando un  bolso grande y pesado.

MUJER 2: Perdone, ¿La parada del 17 es aquí?

MUJER 1: Sí, sí, estará al caer, siéntese.

MUJER 2: (suspira de cansancio) Gracias. Llevo todo el día dando vueltas, no puedo más. (Se sienta, al hacerlo le da sin querer a la Mujer 1 con el bolso.) Ay, perdone.

MUJER 1: (sin perder nunca su rigidez) No se preocupe.

MUJER 2: (Peleando con su bolso.) Qué bolso más fastidioso. Es tan pesado, pero no puedo prescindir de él. (lo mira con desesperación) ¡¡No sabe cuantísimo lo odio!!

MUJER 1: (Mirando el bolso.) Pues a mí me parece bonito. Es de su estilo.

MUJER 2: (Apartándolo.) Ah, no, no cometa ese error.

MUJER 1: ¿Cuál?

MUJER 2: El de caer seducida por él. A mí también me hacía suspirar. Recuerdo como si fuera ayer el primer día que lo vi, en una tienda del centro. Me quedé sin respiración. No podía apartar mi mirada de él. Parecía que el escaparate estuviera montado solo para que él brillara y me sedujera. ¿Me entiende?

MUJER 1: Sí, creo que sí.

MUJER 2: Así que, aunque no era para nada mi tipo, piqué el anzuelo. El peor error de mi vida. Al principio fue un idilio total. Yo era feliz. Él, tan grande y generoso… no sé… me daba espacio y tanta seguridad.

MUJER 1: Conozco esa sensación.

MUJER 2: Y por eso sabrá que es adictiva, nunca tienes bastante. Cualquier cosa que yo imaginara, cabía en él. No solo esas cositas que todo el mundo lleva: las llaves, el monedero, el móvil. No, no, él me ofrecía más posibilidades. (Confidencia.) Con él yo hacía cosas impensables.

MUJER 1: ¿Ah, sí?, ¿como por ejemplo…?

MUJER 2: Pues como llevar mi ropa interior en una bolsita, siempre a mano. ¿Imagina usted el sentimiento de intimidad que eso proporciona?

MUJER 1: Imagino, sí.

MUJER 2: Y eso es solo una muestra. Además de práctica y ordenada, gracias a él podía ser muchas más cosas. Podía ser…hipocondriaca… con todas mis pastillas encima. (Saca unas pastillas.) Mire: Valium, Paracetamol, tiritas y hasta crecepelo;

MUJER 1: ¡Crecepelo!

MUJER 2: ¿Nunca ha necesitado desesperadamente crecepelo? Pero es que también podía ser artista, (Saca un pincel.) mire, mire: acuarelas, pinceles, bolillos… Podía ser intelectual (Saca un libro y se lo ofrece.) tenga: “Las meditaciones de Marco Aurelio”. O gastrónoma, fíjese: Kambucha y un tupper con delicias de mango o , ¿qué me dice de esto? (saca unas cucharitas): cinco cucharitas medidoras para las recetas en inglés.

MUJER 1: Asombroso. ¿Y qué más?

MUJER 2: Podía ser detective: mire….(Saca unos prismáticos.) para espiar a mis vecinos.

MUJER 1: ¿Y qué más, qué más?

MUJER 2: Deportista (Saca una pelota pequeña. Se la pasa.) Esto va genial para prevenir la artrosis, pruebe, pruebe. (Saca un silbato. Sopla.) Podía ser reivindicativa. O soñadora (saca un antifaz y una almohadita) y dormir a pierna suelta en cualquier rincón.

MUJER 1: Qué maravilla. Normal que cayera rendida en sus brazos.

MUJER 2: Sí, pero…. antes de él yo era libre y ligera.

MUJER 1: Madurar es aceptar las cargas de la vida y la realidad de la decrepitud.

MUJER 2: ¿Usted cree? Lo peor es que me volví extremadamente dependiente. No podía salir sin él. Sentía, no solo que me completaba, sino que yo no era nadie sin estas cosas. Pero todo idilio tiene su fin y así un buen día…

MUJER 1: ¡No me lo diga, descubrió su fondo oscuro!

MUJER 2: (Rebuscando.) Y tan oscuro! Me pasaba horas buscando las llaves de casa. ¿Sabe lo frustrante que es que te oculten las cosas?

MUJER 1: Pierdes confianza y algo deja de encajar.

MUJER 2: Sí y lo que es peor: algo empieza a pesar demasiado. Cada día unos gramos más. Vamos, que ya no puedo con mi vida por el maldito bolso. No solo estoy estresada y confundida respecto a mi identidad, es que… ¿se ha fijado en mi espalda? ¡Tengo chepa!

MUJER 1: Ah, vaya, ahora que lo dice…

MUJER 2: Me siento atada, pesada, sofocada… Por cierto, qué calor hace (Saca un abanico.) Tenga.

MUJER 1: Gracias.

MUJER 2: Quiere una viserita?

MUJER 1:: No, gracias.

MUJER 2: ¿Protector solar?

MUJER 1: No, de verdad.

MUJER 2: (Estira la espalda.) Qué bien me ha sentado hablar con usted. Pero no quisiera que se llevara una mala impresión de mí. Como le he soltado así, a las bravas, que odio mi bolso…

MUJER 1: Qué va, al contrario. Le agradezco la sinceridad. Yo también sé lo que es odiar sin medida.

MUJER 2: ¿Ah, sí? 

MUJER 1: Por supuesto.

MUJER 2: ¿Y qué odia usted?

MUJER 1: Yo odio mi cuello.

MUJER 2: ¿Su cuello?

MUJER 1: Sí, mi cuello, y a diferencia de usted con el bolsazo, yo no puedo librarme de él.

MUJER 2: ¿Y por qué odia su cuello, si puede saberse?

MUJER 1: ¿Que por qué? Pues porque me delata, me traiciona y conspira contra mí. ¿No sabe usted que el cuello de una mujer nunca miente?

MUJER 2: ¿A qué se refiere? 

MUJER 1: ¡Qué inocencia! Eso es porque es usted más joven y no se preocupa todavía, pero… (le mira el cuello), ah, sí, creo que, por desgracia, pronto lo descubrirá. 

MUJER 2: (Se toca el cuello.) ¿Qué… descubriré?

MUJER 1: Pues que por mucho que trate de estar estupenda de cara a la galería y por mucho que se esfuerce en aparentar a base de inyecciones de ácido hialurónico que acepta bien la madurez, su cuello va a ir diciendo por ahí a los cuatro vientos cosas muy feas de usted.

MUJER 2: ¿¿Qué cosas??

MUJER 1: Lo peor que se puede decir: que es usted una mujer en decadencia física. 

MUJER 2: ¡Pero oiga!

MUJER 1: Una reliquia del pasado, una vieja gloria, una uva pasa.

MUJER 2: ¿Yo una pasa?

MUJER 1: No, me refiero a mí, yo soy la uva pasa.

MUJER 2: Y la reliquia.

MUJER 1: Y la vieja gloria, sí.

MUJER 2: Ah, bueno, no exagere. Yo la veo estupenda. Es lo primero que he pensado al sentarme aquí, “qué mujer más elegante”. 

MUJER 1: ¿De verdad? bueno eso es porque tengo a mi odioso cuello a raya.

MUJER 2: También he pensado, “pero qué tapada va con el calor que hace”.

MUJER 1: Y ahora ya sabe por qué.

MUJER 2: ¿Y los guantes…?

MUJER 1: Las manos también son muy chivatas. No le digo nada de los brazos…

MUJER 2: ¿Y las gafas de sol?

MUJER 1: Los ojos. Más de lo mismo. Claro que nada que ver con el odio inveterado que le tengo a mi cuello desde que cumplí 43 y empezó a decir cosillas. La gente me miraba… y al final era como… ¡como si yo fuera un árbol y me estuvieran contando los anillos! Horrible.

MUJER 2: Entiendo. Mire, hablando de troncos, lo que sí he notado, y espero que no se moleste si soy sincera, es cierta rigidez en usted, como si … como si…

MUJER 1: ¿Como si llevara unas pinzas que sujetan mi cuello y no me dejaran moverme?

MUJER 2: Algo así, sí.

MUJER 1: Es que las llevo.

MUJER 2: ¿De verdad? ¿Y no le molesta?

MUJER 1: Mucho, muchísimo, me atormenta. 

MUJER 2: ¿Y no le gustaría ser libre?

MUJER 1: Más que nada en el mundo, ¿pero qué sugiere?

MUJER 2: (Buscando en el bolso. Saca unas tijeras de podar.) No soy quien, pero creo que podría beneficiarse de esto.

MUJER 1: ¿De verdad cree que…?

MUJER 2: Pero primero tendría que darme el pañuelo.

MUJER 1: No sé, llevo años aferrada a él…

MUJER 2: Venga, lo está deseando, como yo darle una patada a este detestable bolso.

MUJER 1: (Se quita el pañuelo con dudas.) La verdad es que sí. Pero no grite si le espanta la visión, ¿eh?

MUJER 2: Tranquila. (Mujer 2, coge el pañuelo.) Hale, muy bien, eso, deme. (Lo mete en el bolso.) Esto aquí dentro.

(Mujer 2 se levanta y se sitúa detrás de Mujer 1 con las tijeras de podar.)

MUJER 2: Y ahora… voy a cortar estas pinzas y la voy a liberar. ¿Preparada?

MUJER 1: (Cierra los ojos, aterrada.) Ay, Dios mío.

(Mujer 2 corta, se oye “Clac”, “clac”. La mujer 2 se acerca de nuevo a la mujer 1.)

MUJER 2: ¿Qué, qué tal?

MUJER 1: Pues, pues, (Mueve el cuello.) ¿De verdad no le horrorizo?

MUJER 2: Para nada. De hecho, me parece que su cuello le queda muy bien. Le aporta una serena dignidad.

MUJER 1: El caso es que me siento algo mejor. Qué raro, ¿no? Es como haberse quitado…

MUJER 2: Un peso de encima.

MUJER 1: Sí, un peso y un maldito corsé.

MUJER 2: Es como ser solamente una misma.

MUJER 1: Y qué bien sienta. Hacía años que no podía hacer esto (Gira la cabeza a un lado y otro.)… Qué maravilla. Uh, mire, por ahí veo al 17 llegando.

MUJER 2: Oiga, ¿la esperan en casa para comer?

MUJER 1: No, ¿se le ocurre algo?

MUJER 2: ¿Por qué no vamos a tomar algo juntas?, conozco un sitio al que siempre he querido ir y nunca he podido.

MUJER 1: ¿Y eso?, ¿es muy caro?

MUJER 2: No, muy estrecho. Se come en la barra y no me cabe el bolso

MUJER 1: (Quitándose las gafas y los guantes).… No se hable más. Deje ese mamotreto ahí y vayamos.

MUJER 2: Ay, sí…. (Duda.) espere, ¿puedo coger la cartera? Le aviso de que también es grandecita y bastante odiosa.

MUJER 1: (Saca una tarjeta de crédito del bolsillo.) Yo invito. Y si quiere, después podemos ir a ver un partido de tenis. (Moviendo el cuello a ambos lados.) Me encantaría ejercitarme.

(Salen las dos, dejando el bolso, y las demás cosas.

MUJER 2: Adoro el tenis. ¿Sabe que llevo una raqueta en el bolso?

MUJER 1: Increíble.

Escribir teatro: personajes encarnados

Lo bonito -entre otras cosas- de escribir teatro es que, a tu texto se le suma un nuevo componente: el actor/actriz.

La persona añade algo nuevo que se mezcla con lo propio del autor. Alquimia poderosa.

Esta fusión creativa, hecha de imágenes, palabras y presencias es muy valiosa también para la escritura.

Lo es después de haber escrito y lo es antes de haber puesto una sola palabra sobre el papel.

En el teatro no se escribe solo en papel

Todo se está escribiendo de algún modo, momento a momento, en la misma energía del grupo y en la historia personal de cada uno.

De manera más evidente, el actor aporta su cuerpo y su físico.

De hecho, una manera estupenda de llegar al personaje es a través de su cuerpo. Y una manera de llegar a la trama es a través del personaje… así que vamos llegando al corazón de la obra de forma unificada.

En teatro, como actores, cuando estamos improvisando, a veces, la mente quiere mandar y eso produce bloqueos. ¿Por qué? porque te has puesto a pensar. Te paras. «Un momento, ¿qué debería decir o hacer mi personaje?» Pánico, blanco… Los engranajes mentales dan vueltas y eclipsan todo lo demás.

En cambio, si en una improvisación te pierdes, siempre puedes tratar de atarte a lo único claro: el cuerpo del personaje.

Ese puede ser un punto de partida y de llegada.

Un par de ejemplos

Maite es un personaje que se ríe de forma compulsiva y se da golpecitos en el pecho, como si fuera un tic (esto no es mío; es de la actriz, ella lo ha buscado en su interior y ha conectado con eso…).

Vale, pues si nos perdemos, ( y empezamos a pensar y pensar… ¿qué diría Maite en esta situación?,¿qué haría?) A lo mejor ahí no obtenemos respuesta; En ese punto solo tenemos una idea preconcebida y superficial de sus motivaciones.

En cambio, si Maite vuelve a reírse de forma nerviosa o sigue con sus toquecitos o su manera distintiva de hablar a golpes; si persiste en su modo esquivo de mirar, y en su mostrarse altiva… ahí, poco a poco, volvemos a la senda.

De pronto hay algo auténtico, porque eso sale de ese cuerpo en concreto, no de una cabeza (que encima es la nuestra, no la suya).

Escribir con los personajes en mente

Otro ejemplo: tengo a este otro personaje, Iluminada Blanco. Es una mujer de voz muy grave y potente, pero pequeñita. Habla con grandilocuencia, despotismo y acento madrileño. Observamos todo eso…

Ese aire de grandeza proyectada, unido a esa fragilidad de su cuerpecito, me hacen ver claramente que acabará de rodillas, suplicando «¡No me hagas daño, solo soy una pobre mujer!». También sé que miente más que habla y que se ha hecho a sí misma. ¡Bueno!

De lo dicho se puede comprender que también para escribir ficción no teatral, la tarea de pensar en el físico del personaje ayuda mucho. Piensa en él o ella de la manera más integral posible… Su voz (con su tono, sus inflexiones), su manera de andar, su espalda demasiado recta o encorvada, sus pasos -levitando o arrastrándose.

¿Qué comunica el personaje de forma global? ¿Qué hay debajo de las apariencias?

Vale la pena hacer un esfuerzo por conectar con eso. De modo que las respuestas más naturales lleguen de forma espontánea, no vía mente, sino más orgánicamente.

Si lo hacemos bien, ni siquiera sabremos que estamos haciendo algo… las palabras precisas vendrán.

Un ejemplo de hacerse a un lado en la creación

Una muestra real del proceso creativo, en el que la apertura conduce a la sorpresa siempre.

Hablaba estos días sobre la importancia de quitarse de en medio en el proceso de crear. Me refiero al proceso de olvidar por un rato nuestra personalidad -y todo lo que implica- para acceder a otros paisajes interiores novedosos…

Y esta semana he asistido a una prueba viva de esto.

Como he comentado en algún post previo, estos meses estoy coordinando un grupo de teatro y -mientras esperamos que se reinicien las clases presenciales-, hacemos nuestras sesiones semanalmente a través de la pantalla.

Vivimos al día.

A pesar de las limitaciones, la creatividad y la diversión están siempre presentes y son reuniones muy fructíferas.

Para cumplir nuestro objetivo de creación dramática, con las aportaciones de tod@s, hemos creado una atmósfera, un lugar y unos personajes que se relacionan entre ellos. Como parte del trabajo de desarrollo de estos personajes, hacemos pequeñas improvisaciones entre estos. Después, vamos recogiendo las pistas que los personajes nos dan (y que nos sorprenden) y seguimos ajustando. De esta manera todo el mundo participa en la creación de lo que esperamos sea una obra de teatro en el futuro.

No sé qué tiene el teatro, pero he visto transformaciones asombrosas en personas tímidas, inseguras. Personas «normales» que no se creen creativas o talentosas. Y sin embargo, sienten la llamada de expresar algo interior. Se atreven a exponerse.

Pero ahí va el ejemplo que os prometía al principio:

En esta ocasión, había una escena entre dos personajes en una habitación. Uno de ellos tenía que entrar a esa habitación, donde el otro le esperaba y en ese punto empezar la escena… Una particularidad es que al personaje de la habitación nunca se le ve… solo se le escucha (así que veíamos su pantalla en negro).

A modo de antecedente: la compañera de la que quiero hablar en este caso concreto -el personaje de la habitación- es una persona dulce, delicada, sensible, educada, atenta, detallista. Su tono de voz es un poquito agudo, con algo de ingenuo e inocente, refleja ese parte infantil, divertida, pero escandalizable y asustadiza… Una persona a la que te dan ganas de proteger o por la que te dejarías mimar sin parar. En realidad, ella es muchas más cosas, pero esto es lo que más se «ve».

Así que imaginad nuestra sorpresa cuando, metida por completo en su personaje, escuchamos aquella voz grave, susurrante, colérica, potente… cambiante. Y no solo por el tono, sino por las cosas que decía… Eran palabras que hubieran sonrojado a la mismísima niña del exorcista. No eran solo provocaciones, algunas cosas eran terriblemente sugerentes…

En realidad, todo cuadraba perfectamente con el personaje que estaba componiendo que, como decía, es un ser muy misterioso (y de momento incorpóreo) que vive en una habitación y reacciona de manera distinta según con quien hable. Inesperadamente pasa del lamento y la súplica, al grito y el exabrupto… Se le escucha respirar deprisa o despacio. ¡Y todo con la voz! 

La compañera que hacía la escena con ella se quedó totalmente descolocada. No sabía por dónde «entrarle». Lo que le sucedía es que no reconocía a nuestra amiga en ese personaje que tenía enfrente y estaba estupefacta. What??

El resto hubiéramos podido sacar las palomitas y dejarnos transportar… Las pantallas mostraban a l@s compañer@s siguiendo la escena, llenos de interés. Debería haber hecho una captura de pantalla. Observaba su asombro, su sorpresa, incluso su fascinación ante lo que estaba pasando. ¿¿¿¿Pero quién era ese ser????

Yo estaba casi llorando de la risa. Entendía la sorpresa de la otra compañera que -no está mal precisarlo- tiene una personalidad arrolladora y poderosa. En esa ocasión estaba desarmada.

Fue brutal.

Para que eso saliera, la compañera que me sirve de ejemplo, tuvo que hacer un ejercicio de entrega. Dejar su personalidad a un lado, su manera de hablar, su vocabulario y su censura, incluso la imagen que tenemos de ella, lo que podíamos pensar, cualquier cosa… y permitir que aquel personaje provocador, ofensivo, gutural se manifestara como le diera la gana.

No es solo generoso, es creativo y es un acto de libertad. Quizá se acerca a un estado de trance en el que hemos suspendido por un rato nuestra manera racional y automática de ser y nos hemos permitido ser… lo que sea.

¡Wow! ¡Gracias!

Y para que veáis cómo son estas cosas…

Un par de días después, esta amiga y yo nos encontramos y ella con su habitual encanto me dijo: «Marta, no me gusta nada el personaje ese que me habéis puesto. Es angoniós (en valenciano, angustioso, asqueroso..)… Ufff, me tiene harta».

«¿Pero cómo que te hemos puesto?, pero si has salido de ti. Tú le has puesto el nombre, tú le has dado voz, tú le has dado palabras. Nosotros no hacemos más que flipar desde el minuto uno».

¿Ah, sí?, ¿yo?

Que sí, que sí, -le recordé- que yo no he sido. Solo te marco algunas cosas, como que no puedes salir de la habitación. Nada más. Ah, dijo otra vez, pensativa, ah…

En realidad, aún estaba intentando descubrir de dónde había salido ese personaje y qué quería contar…

Y la verdad es que no lo sabemos. Ni ella, ni yo…

Aquí no hacemos psicoanálisis, ni especulaciones psicológicas (¿será una parte reprimida?, ¿otro fragmento del yo que se enfada y es agresivo?) Pues ni idea, qué más da. Aquí lo único que importa es la creación y cómo esa pieza se integrará en una ficción con sentido y propósito. No el sentido de liberar algo en el interior y quedarse bien a gusto a nivel individual, sino en el de crear una historia que -trascendiendo nuestra pequeña historia personal- comunique algo al espectador… a eso nos someteremos.

Mientras ese sentido se revela… -y más allá de nosotr@s mism@s-, exploramos…

«Tengo que contarte una cosa»

El otro día soñé algo que me impresionó bastante.  En el sueño aparecía una amiga mía, independiente, trabajadora, activista, políticamente comprometida. Se sentaba a mi lado y me cogía de la mano. Su semblante era serio, respiraba hondo y entonces decía: «tengo que contarte una cosa». Había algo especialmente poderoso en la manera en que me pedía que le escuchara, así que yo ponía todos mis sentidos en ello. Entonces ella me contaba una terrible historia, desconocida por mí, en la que revelaba el maltrato que sufría a manos de su pareja, y situaciones muy humillantes.  Su gestualidad, incluso su manera de hablar, todo era diferente a lo acostumbrado, pero muy vibrante y yo estaba hondamente impresionada.

«No sabía nada», le decía al fin. Entonces ella parecía volver a ser la de siempre y me decía: Ni una sola cosa de lo que te he contado es verdad.  Estoy poniéndome en la piel de una mujer a la que le ha sucedido todo esto. Es un ejercicio.  

Al principio creía que era una broma, pero después ella me pedía que hiciera yo lo mismo. Era mi turno de meterme en un papel diferente, alejado de mí, uno que me costara. Y ella me daba unas instrucciones para que entendiera quién iba a ser yo por unos minutos.

Yo lo intentaba, al principio con dudas, después cada vez más convertida en esa persona. Lo que más recuerdo es la sensación de que aquella era una experiencia transformadora, mucho más allá  de lo que teóricamente se sugería en la premisa «vamos a hacer un ejercicio» y más allá quizá de lo que puedo contar aquí. Todo se desataba en el momento exacto en que una le decía a otra persona: «Tengo que contarte una cosa…»

Sé que no es nada nuevo esto de proponer ejercicios de empatía y role playing. Creo que soñé esto por una mezcla de cosas. Había estado leyendo sobre el teatro como herramienta terapéutica, una vía de exploración basada en interpretar personajes ocultos, reprimidos, ignorados. Una manera, en definitiva, de entrar y salir de una misma. Parece hasta muy obvio. Pero esto de la empatía es algo que a veces pasamos por alto (porque lo hemos oído demasiado quizá). Y sin embargo, este enfoque no es más que un intento de sintonizar con quien nos habla, entendiendo que la emoción que subyace a su historia resuena porque toca algo que también está en nosotros. Conectando con ese sentir común, entenderíamos mejor las reivindicaciones (y necesidades) de algunos colectivos. Y no en un aspecto racional, sino vivencial.

Así veríamos muchas cosas, por ejemplo que a veces hay una posición de superioridad moral en las mujeres mismas (oh, esa historia nunca me podría pasar a mí, yo no soy de esa clase mujeres… Eso es lo que yo sentía en mi sueño antes de hacer mi papel). O los hombres podrían tratar de encarnar en su cuerpo por unos minutos el miedo físico que una mujer puede sentir en determinados momentos. No entenderlo. Sentirlo. O la frustración por las injusticias en el trabajo. O el cansancio extremo por cargar con el peso de un hogar.

Realmente son cosas sencillas. Y hay muchas situaciones en las que podríamos aplicarlo, en distintas direcciones y con diferentes categorías (genero, sexualidad, racialidad…). No creo que haga falta la experiencia de ser un hombre para intentar sentir como un hombre, ni de ser madre para intentar sentir como una madre… los actores no lo necesitan, los escritores no lo necesitan, tiran de algo común, reconocible y que también les pertenece, para entrar en ello.

El problema, lo que me da a mí miedo, es cuando creemos que somos tan distintos (seguramente mejores) que nunca podríamos ponernos en la piel del otro. Entonces, corremos el peligro de no escuchar, no ver, no sentir cuando alguien nos diga «Tengo que contarte una cosa».

Él y ella. Escena de teatro

Si noviembre es el mes del NoNoWrimo (escribir una novela en 30 días), mayo es el mes del relato corto. Cuando puedo me gusta participar en el Story A Day. Para los que no lo conozcáis es muy simple: una historia por día. A partir de aquí motivación y flexibilidad… Yo casi siempre escribo relatos de unas 1.000 palabras, pero no me cierro a la forma que puedan tomar. Ayer, por ejemplo, escribí algo teatral. Y eso es lo que comparto hoy aquí. ¡Que el ritmo no pare!

*

(ÉL y ELLA solos. Están juntos, espalda contra espalda, atados con cuerda por las muñecas. Él murmura algo, palabras inconexas. ELLA patea el suelo con irritación.)
ELLA.-¡Para! No soporto ya esas lamentaciones, no lo aguanto.
ÉL.- (Se encoge de hombros.) Pero ¿de qué lamentaciones hablas? 
ELLA.- Como si no lo supieras. No paras de musitar, de murmurar cosas. Es insoportable.
ÉL.- (Vacila.) Ah, ¿puedes oírlo? Lo siento, creía que solo pasaba en mi mente.
ELLA.- Pues no… Lo oigo todo el tiempo. Es como una tortura. Todo el rato, bla, bla, bla, bla. Pensamientos inútiles, pasando una y otra vez. Quejas, miedos y frustraciones. Si al menos fuera divertido, no una náusea repetitiva.
ÉL.- (suspira.) ¿Qué puedes entender tú de todo eso? He comprendido que ese es mi propósito. 
ELLA.-¿Torturar a los demás con tus mierdas?
ÉL.-¡Calla! Me refiero a registrar la condición humana. Tratar de entender mi esencia, mejorarme, superar mis límites y eso implica reflexión constante… por mí y mis semejantes…
ELLA.-Vaya, quien te oiga, creerá que aún debe darte las gracias.
ÉL.-Bueno, tal vez debería.
ELLA.-Pues yo pienso que tú eres quien tendría que indemnizarnos a todos, por soportarte.
ÉL.-¿A todos? Aquí estamos solos y lo sabes. Es inútil apelar a otros, además, el saber eso me hace pensar…
ELLA.-¡No, por Dios!
(Callan.)
(ÉL canturrea.)
ÉL.-¿Hice bien, ¿no hice bien? ¿debería hacer? ¿qué tengo qué hacer?… (Ella sacude los hombros.)… No, no me interrumpas, tengo que concentrarme. Esto es un gran esfuerzo. ¿Pero qué vas a saber tú? Es muy bonito eso de evadir la responsabilidad. 
ELLA.-¿Responsabilidad de qué?
ÉL.-Pues de encontrar una respuesta.
ELLA.-¿Una respuesta o una solución?
(ÉL duda.)
ELLA.-Ajá! ¿lo ves, lo ves? Ni siquiera lo sabes. Ahí está la clave, en que no buscas una solución, algo que pudiera concluir con tus lamentaciones, sino que lanzas preguntas, cacareas como una gallina y además esperas una respuesta. ¿Sabes qué? apuesto a que temes que exista esa respuesta.
ÉL.-¡Qué tontería!
ELLA.-Sí, porque si la hubiera te condenaría al silencio y eso es algo que no puedes concebir. Silencio, quietud, no hacer…
ÉL.-Bah, eres muy necia, como ignoras todo de la vida, te permites bromear y despreciarme.
ELLA.-Yo seré todo lo necia que tú quieras, peo veo las cosas como son exactamente…
ÉL.-¿Y cómo son las cosas exactamente?
ELLA.-En tu caso, evidentemente… interpretas un papel.
ÉL.-¿Podrías explicarte mejor?
ELLA.-Interpretas el papel de hombre sensible. Crees que eso justifica que te pases el día con dudas y tribulaciones cuando en realidad lo que sucede es que eres un vicioso que no puede pasarse sin su vicio de rumiar y rumiar y rumiar. ¡Menudo mérito el tuyo!
ÉL.-¿Y qué debería hacer según tú para ser más noble?
ELLA.-Aceptarte con humildad.
(ÉL medita unos instantes.)
ELLA.-Es muy fácil, venga, si quieres te ayudo. Repite conmigo: “Soy un cretino indeciso”. Asúmelo, encarna la idea, deja que penetre en ti y luego calla para siempre. Vive según las consecuencias.
(A Él le flojean las piernas, las flexiona.)
ELLA.-¿Qué haces?
ÉL.-Creo que tengo que sentarme un rato. Estoy mareado.
ELLA.-Oye, no, no te sientes. Ahora no. Me habías prometido que…
ÉL.-¿Qué?
ELLA.-Que te darías la vuelta, que me mirarías un rato…
ÉL.-Creo que no va a poder ser. (Se sienta y obliga a ELLA hacer lo propio.) De todos modos, ¿para qué necesitas a este cretino?
ELLA.-No te necesito para nada…. Y sin embargo… Siento esa vibración, esa… molestia en la piel. Apriétame las manos, muy fuerte…. (Lo hace. ELLA suspira.). Gracias…. pero no es bastante. Clávame las uñas… Sí, así, más fuerte… mejor…. Pero… No, no, no,  no cesa. la sigo notando en la cara, en el pecho… Necesito una mirada. Ahora mismo.
ÉL.-Nadie necesita nada en realidad; contigo debería bastarte…
ELLA.-¡Chorradas! Puedo mirarme los pies, las piernas, pero ¿y lo que no veo? ¿cómo puedo saber que no estoy cambiando a cada segundo que pasa? ¿Cómo puedo saber que mi cara es la misma de ayer?
ÉL.-En realidad no es la misma. Cada día renuevas tus células, tu piel…
ELLA.-(Impaciente, se revuelve.) Anda, por favor, levanta. Levanta. Llévame al espejo, al espejo, por favor.
ÉL.-No me apetece.
ELLA.-¡Te lo ruego!
ÉL.-¿No se tratará de un vicio, ese de mirarse?
ELLA.-¡Por favor! Después me callaré, podrás seguir pensando en lo tuyo.
(Se levantan. Se acercan hacia un espejo situado a la derecha. ÉL se gira y permite que ELLA encare el espejo. ELLA sonríe.)
ELLA.-Ah, no estoy nada mal. ¡Qué alegría! Casi diría que… sí, es posible que… estoy mejor que nunca. El cansancio me ha dejado un brillo precioso en la mirada. ¡Qué pestañas! Mis ojos siguen siendo fascinantes. Tengo un rubor en los pómulos, Dios mío, cuánto me favorece…
(Él se ríe.)
ELLA.-¿De qué te ríes?
ÉL.-Adelanto el drama…
ELLA.-¿Qué drama?
ÉL.-Continua, continua…
ELLA.-Pues decía que estoy bellísima, mejor que nunca, con un magnetismo especial que lo llena todo. Deberías…. verme. Si solo me miraras… (Se queda quieta.)
ÉL.-Ese drama, querida.
ELLA.-(Llorando.)¿¿¿Por qué no quieres mirarme?? Eres un hijo de….
ÉL.-Aceptación, querida.
ELLA.-No sabes la suerte que tienes de estar a mi lado… Muchos darían la vida por mí, por estar en la misma habitación que yo, por contemplarme.
ÉL.-¿Eres bella si nadie te mira?… me lo pregunto. ¿Eres joven si nadie lo atestigua?
(ELLA grita, desesperada. ÉL suspira.)
(Se quedan quietos. ELLA, por fin, se calma.)
ELLA.-Oye… ¿no vas a seguir con tu cantinela…?
ÉL.-¿Ya no te molesta?
ELLA.-Es mejor que este silencio.