Sobre la poesía

Voy a ser un poco osada y afirmar así, como sentando cátedra, que  la poesía sirve (disculpadme el utilitarismo) para transmitir ideas de una manera especialmente poderosa y que en este sentido no tiene rival.  Pero el suyo no es un dominio por la fuerza, sino algo natural y por eso no necesita defensores (ni me necesita a mí). Hay algo abierto en la poesía, menos dirigido, más evocador que nos conecta con niveles más sutiles que el puro discurso secuencial de la prosa o el ensayo; Tal vez se parezca así a la pintura no figurativa o a la música (la menos estándar)…

Quizá por esa cualidad más inasible, los maestros zen utilizan Koanes que dejan perplejo al estudiante y producen ese choque que los lleva a salir de su pensamiento habitual. También los haikus trabajan con las emociones que despiertan estas sencillas composiciones poéticas. Por eso mismo, tratar de apresar el significado de un poema es un esfuerzo inútil. La belleza accede entre los huecos, como la luz a través de dos manos entrelazadas. No hay nada que obtener (¡uy, qué zen!). Es difícil expresar esta cualidad con palabras. Sí, mejor relajar los músculos, los sentidos y dejar que nos lleve.

Voy a romper un poco la ensoñación. Decía Sartre en ¿Qué es literatura? que el escritor de literatura y prosa (el dramaturgo también) utiliza el lenguaje como instrumento y en cambió el poeta se pone él mismo al servicio del lenguaje. Al primero se le debía pedir compromiso, pero al segundo es inútil exigirle esto.

«Los poetas son hombres que se niegan a utilizar el lenguaje… En realidad, el poeta se ha retirado de golpe del lenguaje- instrumento, ha optado definitivamente por la actitud poética que considera las palabras como cosas y no como signos. Porque la ambigüedad del signo supone que se le pueda atravesar a voluntad como un cristal y perseguir más allá a la cosa significada, o volver la vista hacia su realidad y considerarlo como objeto. El hombre que habla está más allá de las palabras, cerca del objeto; el poeta está más acá. Para el primero, las palabras están domesticadas; para el segundo, continúan en estado salvaje. Para aquél son convenciones útiles, instrumentos que se gastan poco a poco y de los que uno se desprende en cuanto no sirven; para el segundo son cosas naturales que crecen naturalmente sobre la tierra, como la hierba y los árboles»

A esto podíamos añadirle una visión lírica. ¿Qué diría un poeta? No sé, improvisemos, tiremos de Oscar Hahn:

Invocación al lenguaje

Con vos quería hablar, hijo de la grandísima.
Ya me tienes cansado
de tanta esquividad y apartamiento,
con tus significantes y tus significados
y tu látigo húmedo
para tiranizar mi pensamiento.
Ahora te quiero ver, hijo de la grandísima,
porque me marcho al tiro al país de los mudos
y de los sordos y de los sordomudos.
Allí van a arrancarme la lengua de cuajo:
y sus rojas raíces colgantes
serán expuestas adobadas en sal
al azote furibundo del sol.
Con vos quería hablar, hijo de la grandísima.

Volvamos a Satre un momento y a la literatura engagée. Un escritor comprometido parte de una intención clara (por ejemplo, defender la libertad del individuo) y el resto, su relato y cada palabra que escoge sirven para llevar al lector exactamente allí. El lenguaje es aquí una herramienta. En la poesía, en cambio, las palabras no se pueden vaciar de su sentido. No es lo mismo esta que aquella. Y hay que contar con el ritmo también y la rima. Aún así, si todo fuera tan sencillo, si todo fuera mera forma, la poesía sería intraducible a otro idioma (y es cierto que este es un buen debate), pero no solo hay palabras en juego, hay ideas o mejor, invitaciones, algo libre de formarse en cada mente y de hablar a cada espíritu, en cualquier idioma.

Yo creo en la capacidad transformadora de la poesía. Si nos toca, si despierta algo, ¿no indica eso que hay quizá una zona por encima de lo puramente lineal, algo que también nos puede mover y por qué no cambiar?

Serpenteemos y para terminar este paseo reencontrémonos de nuevo con Oscar Hahn y a partir de aquí que cada cual vaya y venga como desee.

Ningún lugar está aquí o está ahí…

Ningún lugar está aquí o está ahí
Todo lugar es proyectado desde adentro
Todo lugar es superpuesto en el espacio

Ahora estoy echando un lugar para afuera
estoy tratando de ponerlo encima de ahí
encima del espacio donde no estás
a ver si de tanto hacer fuerza si de tanto hacer fuerza
te apareces ahí sonriente otra vez

Aparécete ahí aparécete sin miedo
y desde afuera avanza hacia aquí
y haz harta fuerza harta fuerza
a ver si yo me aparezco otra vez si aparezco otra vez
si reaparecemos los dos tomados de la mano
en el espacio
donde coinciden
todos nuestros lugares

 

Feliz día Mundial de la poesía!

El bloqueo del escritor (o la escritora)

Cuando era niña tenía una imagen bastante estereotipada del bloqueo del escritor, porque -es un hecho- este asunto del bloqueo siempre ha estado presente en el imaginario colectivo en forma de cliché. Pues bien, si pensaba en eso que llamamos «bloqueo del escritor», lo que me venía a la mente era un hombre (¡sí, un hombre, aquí nadie hablaba aún de mujeres!), enfrentado a una máquina de escribir, fumando un cigarro tras otro, estirándose de los pelos, incapaz de continuar una frase, atascado en medio de una linea. Hay que precisar que no imaginaba a este pobre sufridor empantanado en un argumento o «peleando» con un personaje, sino inmóvil en pleno acto de escribir, precisamente como si se hubiera quedado paralizado. Y ahí permanecía el pobre hasta que llegara el remedio (si llegaba… Si no, siempre quedaba el whisky…). Además, sentía que eso del bloqueo era un mal bastante arbitrario. Me parecía como una gripe que acecha en otoño o una maldición. ¡Ay señor, líbrame del bloqueo! ¡Ay, doctor, deme una vacuna!

Después, con el tiempo, con la experiencia y con la propia vivencia, he llegado a considerar el bloqueo como algo totalmente diferente. Una parte de mí ve las cosas con mucha claridad; otra se queja un poquito. La parte que «ve» ha dictado sentencia: bloquearse no significa quedarse sin voz, sino sin deseo de hablar. Pero ¿qué dices?, si lo ansío con toda el alma, pero es que no me salen las palabras. No lo creo.

Vamos a ver, analicemos el asunto: no es que tu mente de pronto sea un inmenso páramo deshabitado. Por supuesto que en tu cabeza existen personajes; junto a ellos están la cantidad infinita de argumentos que te ofrece el mundo; la posibilidad a cada segundo de empezar a contar algo y sin embargo… todo eso no fluye. ¿Qué es lo que sucede? Hay un bloqueo en ti. El problema está en la conexión que tú tienes con la escritura. El bloqueo, a mi modo de ver, es de tu visión y por extensión de tu modo de ver el mundo. De repente, desconectas  y empiezan las dudas. Porque escribir, y eso es algo también ya muy comentado, es un inmenso acto de fe. No solo párrafo a párrafo, sino como misión de vida. No hablo ahora de todos los asuntos prácticos que pueden desalentar a un aspirante a escritor profesional. En este instante estamos suponiendo que no te preocupa el dinero y que tu problema no se trata de la fe menor en producir algo monetizable. Lo devastador es cuando lo que está en juego es la Fe en que tu mensaje tenga sentido. El drama llega cuando te elude el convencimiento de que contar lo que tienes dentro es necesario. A fin de cuentas,  ¿por qué rescatar esas imágenes, hacer el tremendo esfuerzo de llevarlas a lo real, materializarlas y ponerlas al servicio de alguien, compartirlas en definitiva, si crees que no merece la pena? Es ahí cuando surge el bloqueo y eso es lo peligroso: en el momento en que no crees, te has perdido a ti misma y caes en ese cenagoso desánimo. A la luz de eso, es evidente que resulta mucho más sencillo afrontar la dificultad para acabar una línea que enfrentarse a este inquietante dilema.

Por supuesto escribir bien es difícil, dominar el oficio exige esfuerzo. Requiere buena técnica enfrentarte a los problemas que surgen al tratar de traducir imágenes a palabras; al tratar de ver donde aún no hay nada. Pero cuando la oscuridad está en tus ojos, la técnica no sirve de nada. Cuando lo que está obstruido es tu corazón, lo demás es irrelevante. Por eso, como estamos hablando de una dificultad del corazón, hay que explorar dentro y buscar las razones de esa desconexión. En el interior está el problema y también  la solución: sí, querid@, sugiero que busques de nuevo la sintonía con tu Esencia. Te escucho protestar, pero juro que ahora mismo intento ser más práctica que mística. Créeme: ahorrarás tiempo y frustración si empiezas por ahí.

La motivación se puede entender como la movilización de los recursos personales, en este caso para crear. Y para que tenga razón de ser precisa una dirección y sentido. Cuando no está claro el sentido, pierdes las ganas de acercarte al teclado y en realidad te dejas vencer por cualquier gratificación inmediata (por ver la televisión o alguna serie de moda, qué más da; por hablar por teléfono con alguien justo en ese momento; por salir a comprar cualquier cosa). En realidad, lo que está sucediendo es que no quieres afrontar lo que hay. La idea de abrir el documento de texto, te mortifica. Y no es para menos. Cuando te acercas al portátil y tus dedos se tensan sobre el teclado, en realidad no quieres ver lo que esa inquietud y ese deseo de salir corriendo te están diciendo. No es que no se te ocurra una frase. No es que no puedas escribir de repente, yo qué sé: «Y las nubes bajaban como dioses y se acercaban en paralelo a los mortales», por ejemplo. Vale, no es una línea nada inspirada, pero eso sería decir algo y acabamos de comprobar que es muy fácil. Pero lo que tú temes es de verdad afrontar esa duda que se esconde debajo. Esa duda es mucho más grande que una parálisis por no encontrar un sinónimo.

Por eso es difícil confiarse a remedios superficiales. Existen infinidad de libros sobre el bloqueo, con disparadores de la creatividad, rutinas, ejercicios y por supuesto todo eso está muy bien. Al fin y al cabo, se trata de ponerte en movimiento, de superar la inmovilidad. Poco a poco quizás comiences a rebajar las expectativas y la tensión acumulada que supone un bloqueo prolongado. Quizás empieces a crear, aunque sea por azar, como cuando acercas dos cables y salta una chispa después de tanto tiempo de dudas. Puede que, de manera casual, algo se encienda y retomes cierta confianza a través del placer que atisbas en esos momentos de conexión inesperada, pero todo eso solo son parches si no ahondas en el verdadero problema. Escribir exige una esperanza anticipada. Proviene de una necesidad y de una convicción.

Pienso de pronto en algunos escritores como R. Bradbury o Ursula K. Leguin, Asimov (¡qué sci-fi me he puesto sin querer!). En ellos se observa absoluta pasión. Puede que esto solo sea visible en un estado de gracia -en esos períodos en los que no les ronda el bloqueo-, pues creo que ningún escritor, en tanto que ser humano, está libre de las dudas en algún momento de su vida. Pero seguramente estarás de acuerdo conmigo en que, cuando ves a un autor en armonía con su propósito y con confianza, estás presenciando algo mágico.

Así que contra el bloqueo, my friend… cuida esa conexión. Si sientes que la has perdido, deja todo y lucha por reencontrarla.