¿Las ideas nos encuentran? Una pizca de Borges para escritores

Como lectora y escritora hay un tema que me intriga y fascina a partes iguales. Me refiero al proceso creativo en sí, a lo que lleva a un autor/a a crear una historia de la nada…
Por lo que he leído y he podido averiguar estos años, el debate se polariza casi siempre en dos posiciones: l@s que abogan por el trabajo como único medio y l@s que hablan de la inspiración como punto detonante.
Entonces, visto así, hay un enfoque mágico y otro prosaico (Y la pregunta es… ¿don de los dioses o capacidad de trabajo?)

Yo ya no busco respuestas definitivas y cambio de opinión por momentos, así pues, si me examino como autora, no soy capaz de permanecer en una de las dos opciones (si es que hay que definirse).

Supongo que es más que obvio afirmar que sin el trabajo y el esfuerzo (y escribir es trabajoso hasta decir basta), difícilmente vamos a conseguir resultados. Aquí, en mi opinión, el esfuerzo quiere decir la mera dedicación (eso, sentarse frente al ordenador, puede ser lo más difícil y lo que requiere de mayor fuerza de voluntad). Pero, dicho esto… me sigue intrigando eso de que las historias nos ronden y nos busquen ellas a nosotras y no al revés. El autor sería un mero… vidente(¿?), o, mejor aún. un médium que tiene que traer esa historia del más allá hasta el reino de los vivos.

Olvidando un poco la parafernalia esotérica, yo a veces me siento un poco así: surge una imagen y veo poco más y después he de ingeniármelas para seguir viendo el resto y contarlo (sin que se pierda la imagen por el camino).

Cuando me pierdo mucho en estas disquisiciones, yo acudo a los Grandes. Ell@s siempre dan una buena opinión. Ella@s han echo esto antes que nosotros (y de qué manera).
En «El aprendizaje del escritor», libro recientemente publicado y que reúne tres charlas de Jorge Luis Borges, dictadas en 1972, leo esto:

«Este en una especie de misterio central: cómo se escriben mis poemas. Puedo estar caminando por a calle o subiendo y bajando las escaleras de La Biblioteca Nacional y, de pronto, siento que algo va a ocurrir. Entonces trato de situarme en actitud pasiva. Tengo que estar atento a lo que está por ocurrir. Y luego surge algo, que puede ser un cuento, o puede ser un poema, ya sea en verso libre o en alguna forma cerrada».

Aquí está claro que Borges aboga por esta concepción del autor/a como receptor. Pero que nadie se piense que esto es tan sencillo como esperar a que te caiga un ladrillo en la cabeza (si es que eso es fácil ;))  Según este que dice Borges tenemos una responsabilidad muy grande. No somos meras antenas. Atención…

 

«Lo importante en este punto es no falsear. Debemos, a fin de no ser ambiciosos, dejar que  el Espíritu Santo, la musa o el inconsciente —si prefieren la mitología moderna— hagan lo suyo con nosotros».

Es deir, que lejos de actuar en algún sentido, nos debemos dejar «poseer» por la idea. No debemos alterar nada. Entonces, tenemos que ser activos en… ser pasivos. ¡Menuda potente paradoja!
Para mí esto se acerca ya a un debate ontológico. Y de hecho, dice Borges:

«Ya que cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Pero no tengo la sensación de inventarlo; las cosas son así. Son así pero mi deber de poeta es encontrarlas. Por eso, en el debido momento, si no me he engañado, me será dada una línea, o quizá alguna vaga noción —acaso una imagen— de un poema, todavía lejano. a veces, apenas puedo descifrarlo; luego, esa forma borrosa, esa vaga nube, cobra forma y entonces oigo mi voz interna que me dice algo».

Si todas las creaciones que podemos acometer en nuestra vida ya existen, entonces tenemos que encontrarlas. Esa sería nuestra gran tarea. La verdad es que no sé si es determinista o desalentador (¿hasta qué punto entonces es nuestro el mérito de lo que escribimos?).

«Todo esto se reduce a un simple enunciado: la poesía  le es dada al poeta. el escritor vive, la tarea de ser poeta no se cumple en determinado horario. Quien es poeta lo es siempre, y se ve asaltado por la poesía continuamente. Yo no creo que un poeta pueda sentarse deliberadamente y escribir. Si lo hiciera nada que valga la pena puede resultar de eso. Yo hago lo posible por resistir esa tentación».

Asumiendo esta visión, (que las ideas, los argumentos nos van a ser dados si sabemos atender) creo que no haríamos bien en tumbarnos a la bartola. Esta puede ser una trampa mortal.
Porque, a fin de cuentas, nos habla un hombre (Borges) que era un sabio y un devorador de libros; que era ciego pero que veía con la piel y tenía una intuición bestial.

Así que, tal y como me parece esta noche de julio, nos quedan varios trabajos por delante: afinar nuestro sintonizador (con lecturas, con observación, con vivencias…) y prepararnos para trabajar lo que haga falta para materializar después esa idea que puede asaltarnos en cualquier momento.