Abducidas

Eva está en una habitación donde predomina el color blanco.  No hay ventanas. No hay  adornos ni apenas mobiliario. Tan sólo una mesa y dos sillas de un diseño que convendremos en calificar de futurista.  Eva está sentada frente a un ser de aspecto no humano (no hay duda de que no es de esta Tierra). El ser extraterrestre (de ahora en adelante E.T.) la mira con sus tres ojos amarillos. Eva no parece preocupada ni por lo singular del encuentro ni por encontrarse en inferioridad ocular. Tiene sus propias tribulaciones.

—¿Y sabe usted cuando dicen eso de, “nos presentó una amiga”?

E.T. calla.

  —Pues yo soy la amiga, siempre. Ese es mi problema. La historia de mi vida.

E.T. permanece impasible. No hay manera de saber si se trata de indiferencia. Empieza a manipular un cristal ovalado. Garabatea en él con la ayuda de un cilindro. Eva, aburrida, mira alrededor.

—Usted habrá tenido novia… o novio… o… pareja, eso pareja, ¿no?

E.T. mantiene dos ojos fijos en el cristal. El tercero apunta a Eva, que se acerca como si aquello se tratara de un micrófono o una cámara. Habla más alto, como para asegurarse de que lo que tiene que decir queda claro.

—Pues yo no, ea. Siempre soy la maldita amiga. Y ahora también… la maldita amiga enamorada de su amiga…

Da un puñetazo sobre la mesa y se pone a llorar. E.T. dirige todos sus ojos al cristal.

***
E.T. (no podemos asegurar que sea el mismo ser que antes, a pesar de que es igual) mira a Laura, que juega con su móvil. Parece muy divertida. E.T. no dice ni pruna. Espera hasta que Laura por fin advierte su presencia.

—¿Qué?, ¿ya?, ¿me toca? perdone, como tardaba tanto… Estaba jugando a los marcianitos… a los marcianos, quiero decir, no como usted que tiene aspecto de…, no, no me lo diga, déjeme adivinar, ¿tal vez de vegano? Me refiero a procedente de la estrella de Vega, no a que sea vegetariano, que… también es probable, ¿no?

E.T. la mira con esa mirada impertérrita que tan bien domina. Laura se pone las gafas.

—Yo diría que sí, vegano, porque claro, ustedes no pueden venir de Marte, ¿sabe? Tendrían otro aspecto, no sé —se ríe— , leí una vez que si existieran, los marcianos, serían como bolas con muchas escamas y usted es muy… agradable y… simétrico.

E.T., que no parece atender a cumplidos, le extiende un informe en papel. Laura se ajusta las gafas y lee en voz baja. Respira hondo y parece que piense que qué tecnología tan cutre la del papel, pero seguramente su cabeza anda en otra cosa, porque no alude al soporte, sino al contenido.

—Sí, sí, todo esto es verdad. Técnicamente ella la vio primero… a Martina, pero entre ellas no había nada. Sólo van a la misma clase. Me lo dejó muy claro y eso que yo no pregunté ni nada, vamos que insistió.

Laura examina de nuevo a E.T. y mira el papel. Y ahora parece que piense en qué genialidad eso de conservar el papel. Pero tampoco es eso lo que dice al final.

—¿Es por eso por lo que estamos aquí? ¿Por Eva? —suspira— Bueno, no me lo puedo ni creer, qué mal perder. Yo… sólo me acerqué a Martina y le hable de Hawkins y surgió la chispa y nadie puede culparme porque las mujeres me prefieran a mí, generalmente, ¿no cree?

***

Martina se arregla el pelo con las manos. Mira con recelo a E.T., que esta vez tiene los ojos violetas, en vez de amarillos. Nadie habla durante unos segundos. Martina se decide a romper el hielo.

—Eva se sienta a mi lado en la clase de semiótica. No hablamos mucho, ella siempre está concentrada mirando al frente. Me sé de memoria su perfil, muy romano, ¿verdad?  Me sorprendió que me invitara a su cumpleaños, ¿le he dicho ya que nunca me habla?

E.T. mira una tablilla que se llena de extraños símbolos de forma periódica. Se detiene como esperando más información, aunque bien podría estar haciendo un Sudoku. No podemos saberlo. Martina tampoco puede saberlo.

—¿Sigo? Y Laura… es muy diferente. Ella sí me habla, vaya que si me habla. No sé si se ha fijado usted, pero es muy atractiva. Cuando se quita las gafas, tiene una mirada penetrante. Aquí penetrante es una metáfora, no vaya a usted a creer que lanza rayos o algo así.

Martina se aproxima a E.T., quizá para reclamar toda su atención, quizá para hacer una confidencia.

—¿Usted sabe lo que es la homosexualidad?

***

Eva, Laura y Martina están de pie, en una estancia blanca, junto a un mostrador que asemeja la barra de un bar. Hay tres brebajes frente a ellos. Eva coge uno de los tubos. Laura se lo quita y lo estudia.

—Esto debe de ser proteínico —lo huele—. Una sustancia no muy diferente de nuestra leche, en realidad. Creo que deberíamos tomarlo. Seguramente hemos perdido electrolitos aquí.

Eva le da un golpe de cadera y le quita la bebida.

—¿Y quién te dice que no es veneno?¿Es que siempre tienes que probarlo todo? ¿Ves? Ahí está el problema, que siempre haces lo mismo: buscar la novedad. ¿Es que no te han dicho que mejor es la buena conocida? ¿No te dieron clases elementales?

Martina carraspea y levanta el dedo índice.

—Lo bueno conocido

—¿Qué?

—Se dice “mejor es lo bueno conocido”.

Afortunadamente para Martina las miradas no matan.

—¿Tú ves a algún bueno conocido por aquí?, No, ¿verdad? pues habla con propiedad. No, mejor, cállate, que por tu culpa estamos aquí. Y a ver ahora cómo salimos.

Laura vuelve a arrebatarle a Eva el tubo con el líquido blanco, sus proteínas y electrolitos.

—Yo más bien diría, fíjate, que tú… empezaste todo. Porque, si nos remontamos exactamente al momento de los hechos…

Martina se acerca a una puerta. La manipula, sólo para constatar que está cerrada.

—Nadie tiene la culpa. Nos secuestraron.

Laura la mira con admiración, no sabemos si por su elocuencia, su sabia resignación o por su planta torera.

—Eso es. Correcto. Nos secuestraron, o… nos detuvieron y seguramente, por desorden público.

Eva resopla. No parece aguantar más:

—Abducidas…

—¿Qué?

—Que la palabra correcta es abducidas, ya que sois tan precisas siempre. La puta palabra exacta cuando te secuestran extraterrestres es abducidas.

Martina, sorprendida por el arranque, apoya su mano en el hombro de Eva. Ella enfadada como está, se aparta.

—Abducidas, ¿pero, por qué?

—Porque estábamos en un monte, de noche, pegando gritos como insensatas. Y en el espacio la gente es más civilizada. No hay más que verlos.

***

E.T., que esta vez tiene los ojos verdes, se mira, lo que, según la quinta acepción de la RAE es el “tipo de extremidad par cuyo esqueleto está dispuesto siempre de la misma manera, terminado generalmente en cinco dedos, y que constituye el llamado quiridio, característico de los vertebrados tetrápodos”. Es decir, se mira la mano, aunque esta vez la generalidad no se cumple, pues únicamente tiene tres dedos.

Martina está sentada frente a él con unos electrodos azules conectados a la cabeza.

—Si pretende usted entender mi cabeza, pierde el tiempo. Muchos lo han intentado. Y no funciona. Soy una chica complicada.

Martina se queda un momento quieta. Después abre los ojos con sorpresa.

—Ehhh le he oííído; le he oído hablar, me ha hecho una pregunta…, ¿que qué pasó exactamente? Tiene usted una voz muy grave, ¿sabe?

***

Eva gimotea con los electrodos en la cabeza.

—Tuve yo la culpa. Por gilipollas. Las invité a las dos a un pícnic nocturno psicodélico por mi cumpleaños. Creía que sería guay. Vas al monte con el coche, pones la música a tope y descorchas un par de botellas de vino. A Martina solo la invité para que Laura no pensara que yo quería llevármela al huerto, aunque, coño, sí quería llevármela al huerto. Al final lo único que me llevé fueron dos sorpresas: una, los malditos marcianos existen y… dos, y no por ese orden, que mis dos únicas invitadas se estaban morreando. Y eso último fue lo peor, de lejos.

***

Martina, en otra sala, escucha tras un cristal las declaraciones de Laura que habla con el  E.T., de ojos verdes. Laura parece muy segura de sí. Habla con mucha calma.

     —A mí no me gusta nada el numerito New Age y ese rollo de “vamos a unirnos con el universo”. Yo tengo una mente científica, aunque estudiara letras… pero eso no importa. Sí, estábamos a solas y Martina me besó apasionadamente. La noche estaba siendo perfecta hasta que… Pasó todo muy deprisa. Eva nos vio y pegó un grito espantoso y luego nos quedamos ciegas, pum, de golpe, las tres a la vez. Eva dijo que era un castigo divino, pero yo más bien pensé en el vino, que era muy malo, que ni es su cumpleaños se curra una buena botella. Y resulta que no fue lo uno ni lo otro… porque de pronto estábamos aquí.

Martina golpea el cristal.

—Ella, fue ella, ¡Laura se abalanzó sobre mí! Me dijo que subiera a la cima de la montaña con ella y que me enseñaría la Osa Mayor y sí, yo piqué. Cómo iba a saber que no hablaba literalmente. Parece tan seria, yo no sospechaba que… pero, ¡si yo fui allí esa noche por Eva! Y nos pilló y se confundió. Un desastre, bueno, una mierda, si me permite expresarme.

***

Laura, Martina y Eva están de pie sobre una plataforma. Las tres visten túnicas blancas. Martina mira su túnica de un modo tal que posiblemente acertaríamos si dijéramos que: a) echa de menos los pantalones, b) agradece que no haya estampados en la tela, c) finge que está pensando en a) o b).

Laura coge a las otras de las manos.

—Tenemos que hacer un ejercicio y después nos liberarán. Terapia experimental. Ella dijo que nos pusiéramos así, formando un triángulo y que siguiéramos las instrucciones.

Eva la mira desconcertada.

  —Ella, ¿quién?

—La alienígena, ¿quién va a ser?

—No se vosotras, pero yo sólo he hablado con hombres, varones, machos, marcianos…

—Hemos hablado con la misma gente y eran mujeres. Está claro. Porque no tenían atributos masculinos.

 —Ni femeninos. No eran mujeres. Eran… iguales.

—Más bien, idénticos.

—Es lo mismo.

—No es ni parecido.

—Fueran lo que fueran, se parecen, sólo que había de ojos verdes y amarillos y violetas.

 —Pues eso es que el color indica el sexo.

 —Pues nosotras tenemos los ojos negros y eso no indica nada de nada. Venga, vamos con el ejercicio. Me quiero largar. ¿Qué hay que hacer?
—Ellos o ellas o… ellis… dicen que somos un difícil enigma. Creen que esto puede ayudarnos. A ver, sigamos las instrucciones. La cosa es simple: cada una se pone delante de quien le guste y a ver qué pasa. Empieza, Eva.

Eva, obediente, se sitúa frente a Laura.

  —Supongo que ya lo sabías.

Laura encoge los hombros, se gira y se coloca frente a Martina.

  —No es culpa de nadie si nos gustamos.

Martina se coloca entre ambas y mira a Eva.

  —¿De verdad no notabas que te quiero? ¿no has visto las señales? ¡Por Dios estudias semiótica!

***

Laura se ajusta los electrodos. Escucha atentamente y afirma con la cabeza.

—Nos van a liberar. Nos agradecen sinceramente el tiempo que les hemos prestado.

—O nos han robado, más bien.

—Dicen que somos disfuncionales.

—¿Eso qué significa?

—Que no nos ponemos de acuerdo.

***

Eva, Laura y Martina están en la montaña, cogidas de las manos. Es noche cerrada y la luna resalta el color de las túnicas blancas. Miran al cielo. No se ve ni rastro de naves o marcianos. Están totalmente solas. ¿Podrían estar aún en el ultraespacio? Unas letras blancas en la ladera de enfrente lo desmienten. “CULLERA».

—Podían habernos dejado en Hawai. O habernos pagado algo, por lo menos, ¿no?

—En investigación, sólo te pagan si eres útil. Y como dicen que somos disfuncionales…

—Imbéciles es lo que somos.

—Disfuncionales. A mí me suena mejor…

—¿Disfuncionales? ¿Es que no saben lo que es un jodido triángulo amoroso? ¿No tienen culebrones en Marte o qué?

—Es cierto que no es tan raro. Yo conozco miles de casos, bueno, por lo menos un par.

—Oye ¿y si celebramos el cumpleaños? Por ese camino se baja a la playa. A mí  me han entrado ganas de bañarme.

La sugerencia tiene una entusiasta acogida. Eva, Laura y Martina, las tres, están de acuerdo. Al menos en eso.

Butterfly Kiss

Hoy os quiero hablar de la película Besos de Mariposa (Butterly Kiss; 1996). La publicidad americana  la llamó en su día «la respuesta británica a Thelma & Louise«.

Es un interesante modo de verlo, porque, en efecto, en ambos casos se trata de una historia de dos mujeres contra el mundo, pero eso es quizás negarle originalidad a Butterfly Kiss.

A mí me ha recordado más, si cabe, a Asesinos Natos (Natural Born Killers, 1994) y a Amor a Quemaropa (True Romance, 1993). Al igual que esta, Butterfly Kiss es una road movie violenta, salvaje y bastante rompedora.

La parte más subversiva de su propuesta es que la protagonista es una atípica psicópata esquizofrénica lesbiana y sádica. Soy consciente de que en este caso en particular, etiquetar es limitar a este fantástico e inclasificable personaje. Pero situar a Eunice en el centro de este relato para mí ya es una declaración de intenciones.

Eunice es una mujer que va de gasolinera en gasolinera buscando a una tal Judith, una antigua amante. En su búsqueda, no duda en mandar al otro barrio a quien le de la respuesta equivocada… Por el camino se topa con Miriam, una trabajadora de gasolinera, cándida, dócil y con necesidad de afecto, que enseguida siente atracción por ella. Después de pasar la noche juntas, emprenden un enloquecido viaje por el norte de Inglaterra al ritmo de la locura asesina de Eunice.

El binomio de estas dos mujeres y su atípica relación (¿quién salva a quién?, ¿hasta qué punto se puede llegar por amor?) es la peli en sí. Todo se construye en torno a estas dos mujeres perdidas que se encuentran, dos personajes extremos, marginales, de los de la periferia narrativa. Y ahí, en dar visibilidad a los marginales, está el interés para mí.

Amanda Plumer y Saskia Reeves funcionan muy bien en sus roles. Una, histriónica, temperamental, destructiva; la otra, dulce, sumisa y entregada. Imposible no ceder al hechizo de esta historia con el romanticismo brutal y demente que encierra. Una historia de amor, (auto)-castigo, redención y sacrificio, que se puede leer como una fábula (de final tan impactante como necesario).

Pero, a diferencia de Thelma y Louise, Buterfly Kiss tiene mucho sentido del humor. Más allá del fatalismo de la historia, de lo salvaje que es, subyace ese algo paródico y delicioso a lo largo de toda la cinta. ¿Qué haces si tu novia tiene la manía de dejar cadáveres en el maletero del coche?

Parte de la frescura es mérito de la desenfadada realización de Michael Winterbotton, en su primer largo. Aquí ya va dando señales de lo que será su cine: el ritmo alto, la naturalidad, la mezcla de lenguajes… Como me gusta acreditar a los guionistas cuando es posible, os comento que está escrita por Frank Cotrell Boyce, colaborador habitual del director inglés (Welcome to Sarajevo; Forget about me; Code 46).

Añadimos una banda sonora muy de los noventa, con temas de The Cranberries y yo creo que ya son motivos para verla.

Lo mejor: la pareja protagonista, no se me ocurren dos outsiders más desquiciadas y auténticas.

Lo peor: ese momento inicial en el que aún te resistes a dejarte llevar por el delirio de la peli y puedes echarte atrás.