Las mujeres de Sara

Esta semana, que voy liada en mil asuntos (creativos y mundanos) he podio, entre trayecto y trayecto de tren, leerme el libro Las mujeres de Sara, de Eley Grey.
Lo tenía pendiente desde que lo compré el día de su presentación en Bartleby , allá por finales de octubre (por cierto, gran presentación de la mano de las chicas de De aquí al Pans y de la propia Eley).

Siento una simpatia especial por Eley, aunque apenas la conozco. Y la siento porque  compartimos coordenadas geográficas,  personales (creo que es un poco más joven que yo) y pasión por escribir desde la perspectiva que nos da nuestro género y orientación.  Por todo esto, tenía ganas de leer su libro.
Uhm, como siempre que leo un libro, me surgen miles de cuestiones que desearía poder debatir con el autor/a. De tú a tú. ¿por qué has hecho esto aquí?, ¿cómo se te ocurrió aquello?
Pero, en la soledad de este post, voy a intentar dar algunas pinceladas.
Cuidado con los posible spoilers!!! Trataré de evitarlos.
Para empezar, Las Mujeres de Sara transmite el entusiasmo y  la alegría vital de la propia Eley.
Esta es su primera novela publicada, de la mano de la también entusiasta editorial La Calle. Buen tándem. Me alegra mucho que nuestro catálogo colectivo de libros LGTB aumente. Es una ocasión de sentirse feliz: más historias, más personajes y más autoras con talento nuevo. Bravo 😀
Vamos con los puntos fuertes:
Las Mujeres de Sara es un libro que se lee muy fácilmente. Tiene mucha legibilidad: esa cualidad que te hace querer seguir leyendo. Y eso es sinónimo de las cosas bien hechas. La historia de Sara nos interesa y queremos saber más.
La estructura del libro me encanta. Es ambiciosa. Está estructurada en partes con nombre bíblico, pues la historia tiene una trama de crímenes con ritual religioso. Y, además, la intolerancia, los fanatismos y los sentimientos de culpa derivados de los prejuicios religiosos están bien presente. También buena parte de los personajes tienen nombres bíblicos. Y es que, en cierto sentido, asistimos  al viacrucis, muerte y resurrección del personaje principal.
La historia de la protagonista está narrada en varias líneas temporales (para entender su pasado y su presente). Con esto quiero decir que hay un esfuerzo por parte de Eley de ofrecernos una historia bien pautada y con sentido. Además, pone en acción a una galería de varios personajes y eso también tiene su enjundia y dificultad.
Ante todo, Las mujeres de Sara es un libro de descubrimiento personal. Lo que nos interesa es cómo va a reaccionar Sara a algo que sucedió en el pasado y que le causó mucho dolor. Qué decisiones va a tomar y si va a poder coger por fin las riendas de su vida y su identidad sexual. Una historia de descubrimiento y aceptación personal. De independencia y madurez.
Porque el de las elecciones personales en otro tema importante aquí. Varios personajes viven hechos traumáticos (abandono, rechazo, incomprensión) y cada uno reacciona de un modo. Es importante entonces entender que somos libres de tomar un buen camino personal o no. Eso me gusta.
Pero esta historia de descubrimiento, además está mezclada con una trama de suspense y asesinatos en un pueblecito de montaña en el que la protagonista se ha refugiado para reflexionar tras el abandono de su ex. La tensión aumenta cuando la propia Sara empieza a ser amenazada de muerte. A mí me ha gustado mucho esta parte y se me ha hecho muy corta.
Otro punto que quiero destacar es el retrato de personajes muy de España y locales (de los pueblos de interior de Alicante en este caso). Personajes que viven condicionados por sus vivencias y por sus limitaciones. Y como esa represión genera en ocasiones los frutos de la intolerancia. Yo estoy más acostumbrada a leer literatura anglosajona y me ha gustado que Eley sitúe la acción en localizaciones y contextos reconocibles. El tipismo, por así decirlo, me ha gustado.
Son bastantes cosas a favor.

En cuanto a los puntos menos fuertes…
Se nota que Eley es una escritora novel (y lo noto yo porque muchas veces me identifico en algunos titubeos) y tiene mucho camino aún para crecer y mejorar (y estoy segura de que lo hará). A mí me da la sensación de que, con la buena y sólida base que ha construido (es una historia que funciona perfectamente con el esquema : encuentro-separación-reencuentro), con esta base decía podría haberlo trabajado más aún. Yo, de haber sido Eley, me hubiera quedado el manuscrito un poco más para darle alguna vuelta.  Echo de menos un poco de profundidad en las historias de Jonás y de Ester (necesito conocerla un poco más). Además, hubiera reforzado la historia de Sara-Sofía. Un primer amor (desde mi perspectiva) es fuerte, arrebatador y muy intenso. Y a mí me falta un poco de fuerza (ya desde los primeros encuentros).
Por último, hubiera repasado el estilo para quitar alguna descripción que ralentiza y para ser más concisa en las frases. Pero esto es cuestión de repasar y repasar y repasar, algo con lo que yo tengo mucha obsesión… Siempre quiero sacar más.

Sin embargo, pesan más en la balanza los puntos fuertes. Estamos ante un libro positivo y alentador. Y ante una autora con mucho potencial. !Qué bueno que viniste, Eley!

Como un torrente

Cuando venía a mi casa, siempre traía croissants de chocolate. Me daba vergüenza comerlos delante de ella y esperaba, desdeñosa, mientras ella se pringaba los dedos y se los chupaba sin disimulo.

—¿Te molesta? Pensarás que soy una troglodita…

—No, no, qué va —decía yo mirando a otro lado—. No veo ningún mamut por aquí.

Y nos reíamos. Bueno, se reía ella. Con muchas ganas. Todo lo hacía así, como un torrente.

—A veces sueño que meto los pies en una fuente fresca, ¿tú no?

—Yo a veces sueño que salgo a la calle con zapatillas de andar por casa.

Estaba encantada de tener visita. Llevaba tres semanas sin salir de mi apartamiento, con la pierna inmovilizada. Ser pintora de exteriores es arriesgado a veces.

Ella había llegado una mañana cálida. Se plantó en el salón y se me quedó mirando.

—Me ha abierto el perro —dijo.

—Strike abre a todo el mundo sin preguntar —dije mientras me estiraba la bata, arrugada—. No conoce el derecho de admisión—. Y era verdad. Strike, a mi lado, golpeaba la cola contra el sillón. Bum-bum, bum-bum, como un corazón.

—Vaya, qué enrollado —dijo ella. Y dio un beso en la trufa.

Era preciosa. Joven y vital. Me había dicho que me admiraba y que quería hacerme compañía. Pensaba que yo tenía gripe (eso había leído en Internet, en mi página personal, esa sin foto de perfil, que sin duda  debía mejorar), pero no le importaba el cambio de virus por huesos rotos. Era evidente que necesitaba que me echaran una mano. Superado mi desconcierto inicial, ella había dicho: “¡Admiro tanto tu obra…!” y entonces fue cuando supe que me confundía a mí, humilde pintora de brocha gorda, con la vecina de arriba, la gran artista H. Peña.

Quise aclarar el entuerto “No soy esa pintora que crees”, pero ella me detenía con gestos llenos de vida “Ya sé, ya sé. La modestia es muy bohemia. No te esfuerces. Sé quién eres”. Después, me dejaba mimar y me concentraba en ella. Escuchaba cómo le iba en la Facultad de Filosofía, los proyectos que tenía en mente “Lideraré una comunidad basada en afinidades artísticas”. “Tal vez te lleve”. Y entonces ya me era imposible dejar de ser H. Peña. Dejar de ser quien ella quisiera. Y le hablaba de mi experiencia “la pintura habla más que las palabras. Es un lenguaje más preciso”.

Por la noche, cuando ella ya me faltaba, me leía en Internet frases llenas de retórica. Memorizaba cosas para decírselas y, a veces, en mi ignorancia, mezclaba conceptos. Arriesgaba.

“Así que eres una iconoclasta”, me dijo una tarde. Hacía calor, el ventilador giraba despacio y cada 25 segundos hacía flotar su melena castaña. “Me lo dicen mucho”, dije sin saber si era bueno o malo. Me miró como a un cuadro cubista, despacio, de lado.

“Te he estudiado al dedillo. Y, sin embargo, ¿sabes qué es lo que más me gusta de ti?” Yo enrojecí de pura vergüenza. “Tu obra es honesta. Auténtica y necesaria. Eso te hace distinta” Di las gracias en nombre de H. Peña. Envidiaba su talento, su genio, lo que fuera que hacía que a ella le brillaran los ojos de esa manera.

Una noche, acabado ya el verano, llovía y ella llevaba una cazadora negra que atrapaba la lluvia, me dijo que se marchaba lejos. Dejó los croissants sobre la mesa, con un tubo de pomada de árnica y menta. Arrancó un cuerno esponjoso y se lo dio a Strike. “He comprendido que debo empezar mi proyecto ya. Me marcho a  la Polinesia. No volveré”. Me dio un beso en la mejilla que se quedó allí haciéndome cosquillas.

Yo andaba ya con pasos cortos. Me iba recuperando de la fractura. Ella me tendió un sobre cerrado: “Esta es la creación tuya que más admiro, sin duda”. Me quedé paralizada, incapaz de ser quien ella quería. Incapaz de poner cara de H. Peña ni un segundo más. Diminuta, no pude añadir nada. Se marchó.

Cuando me cansé de contar las gotas de lluvia de la ventana, cuando dejé de pensar en la Polinesia y la Micronesia, abrí el sobre.

Sólo había una fotografía. Era de la frutería “Fruta selecta”. Reconocí la fachada, el color. Aquel verde Nilo que yo había escogido para la joven pareja que estrenaba negocio. Aguaplast, fácil de lavar. Alegre. Y esos toques de amarillo sobre la puerta para que les trajera fortuna. Fue un buen trabajo y lo tuve listo en dos mañanas. Me pagaron al contado. La dueña  me regaló mandarinas.

 

Ficción criptolésbica

¿Os acordáis de Expediente X?  ¿Recordáis que Mulder y Scully, episodio tras episodio, y a pesar de lo que se espera en toda serie con un hombre y una mujer trabajando juntos, nunca llegaban a «cruzar la línea» en su relación personal? Y eso que parecía que había algo flotando en el aire. ¿O no?, ¿era solo afinidad?, ¿compatibilidad profesional?, ¿atracción por lo inexplicable? En cualquier caso, a ese común tira y afloja romántico-sexual entre protagonistas de series pronto se le bautizó como Tensión Sexual No Resuelta. Desde Luz de Luna a Castle, pasando por Bones la TSNR es un ingrediente de lo más efectivo para enganchar a la audiencia, y es que, si se hace bien, nos aseguramos tener a la grada impaciente, expectante, esperando el acercamiento de los protagonistas.

Rizzoli and Isles, la química no pide permiso

Rizzoli and Isles es una serie estadounidense en emisión, (va por la quinta temporada) que me recuerda a la expectación que os comentaba. Está protagonizada por una policía y una médico forense. Juntas, aunando esfuerzos, tienen que hacer frente a un peligroso asesino en serie. Jane y Maura, dos atractivas, resueltas, independientes y competentes… amigas. En la ficción, a menos que se diga lo contrario, a los personajes se les asume firmantes gustosos del contrato de heterosexualidad obligatoria (que diría Monica Wittig). Y sin embargo, Rizzoli and Isles está considerada como una serie criptolésbica. Cripto lésbica. Me interesa el concepto.

Rizzoli & Isles, ¿amistad o algo más?

Como se puede deducir del nombre, esto quiere decir que es lésbica de forma oculta o secreta. Así, la relación de estas dos mujeres puede ser leída en clave homosexual. Si bien es cierto que nada sucede entre ellas (de momento), es innegable que hay una química especial. Hay… algo. Esta percepción está tan asumida que existe incluso un hastag #Gayzzoly, que, semana tras semana, interpreta los elementos gays ocultos en cada capítulo. Además, la teoría ha llagado a oídos de la creadora y las intérpretes de la serie. La autora niega que, de entrada, los personajes sean lesbianas, pero no le disgusta la idea. Una de las intérpretes deja en el aire el cariz que puede tomar la relación en el futuro. Nada se puede descartar. Incluso la cadena responsible de la serie está jugando con la ambigüedad en sus promos más recientes.  Y es que, la historia de estas dos mujeres interesa al público, independientemente de su condición sexual. Pura TSNR.

Todo depende del color con que se mire

Antes de indagar por Internet, había un capítulo de Rizzoli al azar (uno que emitieron en Calle 13 una tarde cualquiera),  y al instante percibí ese rollito ( “love les is in the air”). Por supuesto, no esperaba que los personajes fueran lesbianas (eso es mucho pedir en las series mainstream, incluso hoy en día), pero, desde luego, eso se filtraba en la serie . Se escapaba al control. Fluía.

Cualquier persona homosexual (creo yo) está acostumbrada a descodificar textos heteros. Acostumbrad@ a leer entre líneas y a captar segundas intenciones (voluntarias o no, insisto). Cuando la representación en la ficción de personajes LGTB, era una quimera, tenías que estar al quite, dispuest@ a captar ese gesto, esa mirada, esa frase banal. Afortunadamente, cuando el espacio textual se abre a la interpretación, se dispara en   caminos insospechados, tan personales como espectadores hay. Y eso es algo que no puede evitar ni la censura más férrea.

Algunos Criptoejemplos

Siempre me ha gustado el cine clásico americano. Me encantaban las películas de Bette Davies, Joan Crawford, Katahrine Hepburn, Barabara Stanwick. Actrices todas ellas que brindabas heroinas fuertes, independientes, susceptibles en mi mente de protagonizar historias criptolésbicas. Simplemente por su carácter, por su falta de convencionalismo ofrecían una puerta abierta a mi imaginación. Yo no pedía mucho. En última instancia, ya me podía montar yo la película. Pero había ocasiones en que las cosas se me hacían más evidentes. Voy a poner algunos ejemplos de mi experiencia como espectadora, películas en las que yo veía algo más sin que se explicitara nada. Algunos ejemplos son sutiles y otros… Damas del teatro (1937), Gregory La cava. Una residencia de aspirantes a actriz con sus sueños, ideales y cuitas. Katharine Hepburn y Ginger Rogers. La nueva compañera de habitación. Intelectual Vs listilla. Chispa, diálogos ingeniosos. Complicidad… Rivalidad pero también solidaridad femenina.

 

Esposadas
Damas del teatro, universo femenino

 The Haunting (1963) : varios personajes con poderes psíquicos son reunidos por un doctor para llevar a cabo una serie de experimentos en una casa encantada. Entre el grupo, la tímida, hipersensible Nell y la segura y espontánea Theo, que, en el libro que inspira la película, comparte apartamento con una mujer. Hay algo (solo entre líneas). Yo prefiero la versión de Robert Wise. Hay un consenso casi universal por el que se considera un auténtico bodrio. Aún así, continúa fluyendo el elemento criptolésbico y se da un paso más, explicando la condición de bisexual de Theo (protagonizada aquí por Katherine Z. Jones).

Lo paranormal es no ver que aquí hay tomate

 Siete mujeres (1966) . Última película del gran John Ford. Un western protagonizado por mujeres. Anne Bancroft como médico líder de la misión en Manchuria. Una mujer que fuma, bebe whisky, y lleva los pantalones. Entre las siete mujeres que lidera la doctora Cartwright (ocho con ella) está Agatha (Margaret Leighton) que tiene una buena cripto-fijación con la dulce y joven Emma (Sue Lyon), que, a su vez, admira a la doctora… Todas tendrán que enfrentarse a un tirano brutal. 7 mujeres es considerada una película menor del maestro irlandés, pero yo la tengo en mi altar.

Una perfecta tomboy 

Ricas y Famosas (1981) Jacqueline Bisset y Candice Bergen. Una amistad a través de los años, con rivalidad, celos. Es un remake de la película Old acquaintance (1943), protagonizada por Bette Davies y Miriam Hopkins. La nueva versión fue dirigida, además, por G. Cuckor, un director maestro en la dirección de actrices y… homosexual que despidió su impresionante carrera con esta joyita. Curiosamente, la crítica acusó a la película de tener una sensibilidad gay, pero no en el sentido que yo propongo. Por lo visto la promiscuidad hetero del personaje de Jacqueline Bisset les parecía a algunos más propia un de hombre gay que de una mujer. Toma ya.

Trama heterosecual, subtexto homosexual

Tomates Verdes fritos (1991). Probablemente, la película criptolésbica por excelencia. Dos mujeres viviendo juntas, criando a un hijo. Una relación más ambigua en la peli que en el libro, es una alianza femenina a la que solo le falta la alianza 😉

Tomates Verdes Fritos, todo un clásico

Showgirls (1995): tendría que dedicarle un post entero a esta película, dada mi predilección por ella.  Mientras ese día llega, la pongo en esta lista. Si la relación pasión, rivalidad, provocación y chispas es entre Nomi y la todesexual Cristal, yo quiero poner el foco en la pareja Nomi-Molly. Molly recoge a Nomy en las Vegas, cuando a ella, recién llegada, le han robado la maleta (todo lo que tiene en la vida). La amistad se sella al instante. Y la lleva a su casa. «¿No querrás ligar conmigo?» pregunta Nomi. No, dice Molly. Y, aunque en efecto, entre ellas solo hay una casta amistad… pues… ¿qué queréis que os diga? Si Cristal es el fuego, Molly es la ternura y mueve a Nomi más que nadie. De hecho, en el musical Showgirls de Broadway se parodia la relación entre ellas y su subtexto lésbico.  Nada que objetar.

 

Nomi y Molly, amistad a primera vista
Por cierto, y para cerrar este post, en la octava temporada de Expediente X, cuando la serie ha dado ya más vueltas que una noria, aparece en escena  la agente Mónica Reyes. Admira mucho a Scully y pronto se hacen muy buenas amigas y… ¿ya estoy viendo cosas otra vez?  Bueno, como toda buena amante de esta gran serie sabe, La verdad está ahí fuera…
¿Así quién se acuerda de Fox Mulder?

El túnel del terror

Leonor apresuró el paso. Se dijo que no debería haberse puesto el abrigo de piel. No hacía frío y ahora parecía del todo inapropiado, pero allí estaba ella, en aquel mugriento parque de atracciones, con las pieles, los tacones, un pañuelo de seda sobre el pelo y las gafas de sol. Por fortuna, la gente no parecía reparar en su persona. Estaban absortos en sus conversaciones, entre algodones de azúcar y manzanas caramelizadas. De lo contrario, habría fallado en su propósito de no llamar la atención. Pero así lo había visto en las películas: las gafas de sol y el pañuelo. Siempre funcionaba. Además, lo importante era que ya estaba allí.

El lugar de encuentro era muy vulgar. Era lo primero que había pensado dos noches atrás, cuando había descolgado el teléfono de la cocina para llamar a su hermana. Quería preguntarle cómo hacía aquellas empanadillas argentinas tan buenas. Entonces se dio cuenta de que Richard estaba hablando desde el teléfono del despacho y tuvo el impulso de colgar, pero, cuando ya iba a desprenderse del auricular, oyó la voz cantarina y sensual de aquella mujer. Y siguió escuchando. Rita, que así se llamaba la voz desconocida, se dirigía a su marido como Rick. Él, que se mostraba muy afectuoso con ella (“preciosa”, “pienso en ti a todas horas”), propuso un encuentro dos días más tarde en el parque de atracciones junto al río. Iban a pasarlo en grande juntos. La cita quedó fijada a las nueve en la entrada del túnel del terror. Rita mandó a Richard un beso sonoro y colgaron. Los tres.  Después de eso, Leonor siguió preparando la cena: optó por una ensalada templada en lugar de las empanadillas. Conmocionada por lo que acababa de escuchar, trató de ordenar sus pensamientos mientras servía la cena. Las ideas se le agolpaban en su cabeza: Rick (ella odiaba los diminutivos); el parque de atracciones (jamás habían ido juntos a un sitio así); el túnel del terror (eso era lo único que parecía cuadrar son sus sentimientos). “Preciosa”, “pienso en ti a todas horas”. Y todo empezó a encajar: los retrasos, las excusas, ese aire distraído que él tenía desde hacía tiempo. Rita era la culpable.

Esperó dos horas dando vueltas hasta que dieron las nueve de la noche. Aún no sabía cuál era su propósito al acudir al lugar de encuentro de su marido y su amante. Sólo sabía que necesitaba verlos, que necesitaba verla. Tal vez así entendería. Leonor se había arreglado con esmero y se sentía tan nerviosa como si afrontara su primera cita con Richard. Imposible olvidar aquella tarde lluviosa de marzo en que se citaron por vez primera. Habían ido al Museo de Arte Moderno. Aquel día también llegó dos horas antes. Para hacer tiempo, se leyó los folletos de la sala principal  y después comprobó que Richard los repetía palabra por palabra. Richard siempre había sido un diletante que se jactaba de su cultura. Y ella lo admiraba. Pero eso quedaba muy lejos ahora.

Los vio enseguida. Estaban de espaldas. Richard apoyaba su mano bronceada en la espalda de ella: una espalda blanca moteada de jóvenes pecas. Rita, pelirroja de piernas kilométricas y risa floja. No debía de tener más de veinticinco años y atraía las miradas lupinas de todos los hombres. Leonor la caló al instante: una cabeza hueca con el tiempo de caducidad de las rosas. Por desgracia, esa noche era la más hermosa y vital de las flores. Richard se giró de repente y Leonor tuvo los reflejos de esconderse tras una puesto de golosinas. Para disimular compró un globo. Había que reconocer que Richard parecía rejuvenecido. Llevaba un par de botones de la camisa desabrochada, cosa que Leonor nunca le permitía. Apoyaba distraídamente la chaqueta sobre el brazo y sus ojos brillaban con intensidad. A Leonor le pareció oler su intenso perfume a Tèrre d’Hermes desde la distancia.

La pareja hacía cola en la atracción del túnel del terror. Pasados un par de minutos subieron a uno de los vagones que estaban a punto de partir. Leonor había cumplido su misión: ya los había visto y seguía sin entender nada. ¿En qué había fallado? ¿Valía la pena poner en peligro dieciséis años de vida en común por esa mujer? Rita rió con gran estruendo. Leonor pensó que semejante risa era una provocación: una invitación a salvajes desenfrenos. Leonor siempre había reído en silencio, odiaba llamar la atención. Ahora también lloraba en silencio. Se iban, así que decidió subir tras ellos en un vagón. Se abrió paso entre las parejas que se besuqueaban en la cola. No temía que la vieran. No parecía que Rick fuera capaz de fijar su atención en algo que no fuera el escote de su acompañante.

Por fin se sentó tras ellos, confiando en su atuendo de espía: el pañuelo, las gafas y ahora también el gran globo rosa con forma de caniche.

“Señora, va a pasar un miedo de muerte”, le advirtió el mozo que aseguraba los vagones. Leonor sonrió, mustia. No creía que hubiera ya nada esa noche capaz de asustarla. “Será mejor que se quite las gafas  o no verá nada”. Leonor se aferró a la barra de seguridad haciendo caso omiso. Los vagones comenzaron a avanzar por los raíles con un chirrido seco. Poco a poco sus ojos se ajustaron a la nueva oscuridad.

Rita se acercó más a Rick. Le gustaba tenerlo cerca, a pesar del perfume tan fuerte que él llevaba esa noche. Ella no quería entrar en el túnel del terror. Ya era bastante miedosa. Pero Rick se había reído de sus temores. Le había parecido un detalle encantador y femenino, y le había asegurado, sacando pecho, que con él siempre estaría a salvo.  Ella no había podido objetar nada más. Pero Rick no entendía –¿cómo iba a hacerlo?- que lo suyo era algo más que un tonto temor. No podía saber nada de las pesadillas y las visiones, como no podía saber nada del doctor Bertrand y de las pastillas. Era pronto para contarle algo así. Tomaron una curva brusca y un ruido atronador los sacudió. Todos los ocupantes de los otros vagones chillaron. Rita cerro los puños y se clavó las uñas en las palmas. Tenía que aguantar. El doctor Bertrand, que la veía “francamente recuperada”, le había dado las pautas para superar esos pequeños episodios: respirar hondo, pensar en otra cosa; contar de cien a cero, despacio, visualizando los números. ¡Qué idiota el doctor Bertrand¡ ,¡qué sabía él del terror! Con su estúpida condescendencia y su anticuado paternalismo. Rita no podía dejar el éxito de su cita con Rick en manos de un truco barato de relajación. Por eso, y sólo para sentirse más segura, se había llevado su pequeño revólver en el bolso. Con el arma sí se sentía más tranquila. Le funcionaba.

Se había fijado por primera vez en ella mientras hacían cola.  La había visto mirándolos, allí plantada, como una aparición. Después había subido en el vagón posterior al suyo. Cuando, ya dentro del túnel, pasaron junto a un espejo deformante, un rayo de luz los cegó y vio a la mujer reflejada y distorsionada. Llevaba un pañuelo sobre la cabeza y gafas oscuras, aun con aquella oscuridad. Rita estaba segura de que los seguía. No podía comentárselo a Rick, ¿qué iba a pensar? Ella bien sabía que su imaginación le jugaba malas pasadas. Desde pequeña había creído que hombres y mujeres desconocidos la acechaban. No la habían podido atrapar, pero aún lo intentaban.

La mujer de las gafas iba sola en su vagón y, a cada minuto que pasaba, a Rita le parecía más y más inquietante. Todos en el túnel del terror chillaban, reían, cuchicheaban, se abrazaban a sus parejas. Pero aquella mujer permanecía quieta, como absorta, con la mirada fija en ellos. Seria, imperturbable y con aquel horrible globo en la mano como única compañía. Rita empezó a sentir escalofríos, le temblaban las rodillas. Una bruja surgió de una esquina, con una escoba despeluchada y la cara llena de pegotes de maquillaje. Rick pegó un pequeño bote y ahogó una risita infantil. Rita se aferró a su bolso. Quería salir de allí. Sentía que su vida dependía de ello. Miró atrás. Ya no se veía la luz de entrada al túnel y ni soñar con atisbar la de salida. Estaban en las entrañas de la atracción. Extrañas risotadas estallaban aquí y allá. Ya no sabía  si sonaban en su cabeza o fuera de ella.

Leonor no sentía nada. Solamente una punzada sorda cada vez que Richard pasaba su brazo sobre el hombro de Rita. El ruido era ensordecedor allí dentro y apenas veía cinco metros más allá. Los sustos, si podía llamarse así a algo tan infantil, estaban preparados a golpe burdo de gramófono y altavoz. Y esas luces horribles… Eran muy molestas, menos mal que llevaba las gafas. Leonor necesitaba hablar con Richard. Su deseo se hizo ineludible. Tenía que hacerle comprender que estaba cegado por un espejismo de metro setenta y cinco. Estaban a tiempo de arreglarlo con buena voluntad. Se incorporó hacia delante, pero era imposible acercarse lo suficiente al vagón delantero. Además, le parecía que Rita estaba muy alerta, más de la cuenta. Pocas veces miraba a Richard y no había probado ni una sola de las palomitas de azúcar que él le ofrecía cada tanto. Tendría que esperar a salir de allí. A menos que pudiera zafarse de la barrera protectora y acercarse un poco…

Rita sentía que una corriente fría le subía hasta la raíz del pelo desde la punta de los pies. Estaba tiritando. Rick le preguntó si tenía frío y ella negó, sin hablar, de manera mecánica. Tenía que salir de allí, pero ya no se veía capaz de levantarse del vagón. Temía caerse desmayada si lo intentaba. Sólo podía quedarse quieta agarrada a su bolso, esperando que todo pasara. Necesitaba que le diera el aire. Ni las ruletas vertiginosas de risotadas y destellos, ni los aullidos de lobo le producían ya temor. Nada se comparaba a sus miedos. Todo se iba tiñendo de un aura de irrealidad. Rita logró vencer la rigidez de su cuello y miró hacia atrás, por encima de su hombro. ¡La mujer del globo no estaba! Sintió un vacío en el estómago, como si la hubieran lanzado de golpe por una ventana. Le preguntó a Rick dónde estaba la mujer. Pero él no podía oírla entre tanto jaleo. Era imposible gritar. Rita estaba aterrorizada. Decidió cerrar los ojos y permanecer así hasta que salieran del túnel, hasta que todo acabara. Oyó el ruido de un trueno y le pareció que algo se rasgaba en su interior.  Abrió los ojos. Y la vio. La mujer del globo estaba de pie junto a los raíles y avanzaba hacia ellos con paso firme.  El vagón los llevaba hasta ella. Vio de reojo el gesto de miedo de Richard. Rita chilló, un grito que salió de lo más profundo de su ser. Sacó el revólver y disparó. Una vez. Y otra. Y otra. La mujer del globo cayó hacia atrás como si fuera un muñequito de una barraca de feria. Quedó allí extendida, mientras el globo volaba alto. El vagón avanzó, dejándola atrás.
Unos metros más adelante, salieron al exterior y el carro se detuvo por fin.  La gente que iba en la cabeza fue bajando en medio de una gran excitación. Ellos dos permanecían aún sentados. Rita se había quedado congelada en una demencial mueca de terror. Rick, confundido, abría y cerraba la boca sin decir nada. ¡Todo había sucedido tan deprisa! Pero, poco a poco y de manera inexorable, los gritos de la gente que aún quedaba en el túnel empezaron a ser de verdadero y auténtico horror.