Terror

El terror es una llama que se agita en una noche inmóvil. Es un pasillo que más se alarga cuanto más corres. Es la mano de la oscuridad arrancándote la manta. Y la sábana corpórea que flota ante ti.

Es una silla vacía.

Ojos huecos y sonrisas falsas recortadas en una tela raída. Y un escalofrío color azul hielo.

Es tener frío junto a la estufa.

Carrie y Hellraiser en un abrazo macabro. El cuerpo mutilado de un bruto antes de ser Frankenstein y el corazón de Shirley Jackson después de explotar.

Es nadar sola, demasiado lejos.

Una sonrisa histérica que resquebraja el rostro, un aleteo de pestañas que lloran sangre. Es la contracción de todos los músculos. La soledad maridándose con silencio y vacío. Unos caramelos abandonados junto a la puerta, la trampa que espera el tierno cuello de un ratón.

Es el truco a pesar del trato.

Una exhalación contenida en la noche amordazada. Y la llama que de pronto se apaga. 👻 ¡Bú!

¿Cantidad de palabras o calidad de palabras?

La velocidad en el consumo de información nos empuja a producir contenido más deprisa. Las técnicas para aumentar el número de palabras escritas, no siempre implican un progreso en nuestra escritura.

El que no corre, vuela

Hoy en día, consumimos información a gran velocidad. Que el mundo ha cambiado es una evidencia. Lo sabemos, lo sentimos, lo disfrutamos y lo sufrimos.

El ritmo trepidante se traslada también a la rapidez con la que, como creadores, deberíamos crear el contenido. Nuevos posts, libros, tuits, stories de Instagram… Existe el imperativo de idear deprisa y sin respiro.

Hay un motivo, claro. Por un lado, permanecer al día y, por otro, mantener a nuestros seguidores atentos y motivados. De lo contrario, existe el riesgo de que mueran de inanición o, peor aún, se vayan a comer a otro lado.

Así las cosas, es difícil mantenerse al margen, a un ritmo más tranquilo y con el tiempo suficiente para, no solo digerir y procesar, sino preparar algo sustancial. Nos preguntamos si vale la pena crear con pausa y dedicación. Y no es una pregunta tonta. Lo más seguro es que aquello tan interesante y profundo que hemos escrito, quede sepultado en el alud imparable de las nuevas publicaciones. Así que, según el mandato social, es mejor ser continua y sostenidamente superficial que esporádicamente profundo.

Supongo que no hay reglas fijas y más vale atender a las sensaciones internas. Cada uno ha de encontrar el punto de cordura en el que se encuentra a gusto, estimulado y estimulante.

Conviértete en una máquina de producir palabras

En este sentido, es muy habitual encontrar métodos y libros dirigidos a escritores y a blogueros, que se enfocan en producir el máximo número de palabras posible al día (o a la hora).

La idea subyacente es que, cuantas más palabras escribes, más productivo, prolífico y competitivo eres. Con cada nuevo caracter que añades a tu casilla, estás ganándole la partida a tus pares y posicionándote mejor en tu campo.

Se da el pistoletazo de salida a una carrera imparable. ¡¡A correr!!

Así, vemos fórmulas que se podrán parecer a esta:

Se necesitan 1.000.000 palabras para conseguir la maestría en la escritura (ejem). Escribiendo 1000 palabras al día, lograrás tu objetivo en dos años y nueve meses. Pero, si escribes 5.000 palabras por día, serás un genio de la escritura en doscientos días, esto es, 6 meses y tres semanas. 

Otra regla de tres: escribiendo 2000 palabras al día, podrías escribir 14 libros de ficción al año. ¿Te imaginas cómo cambiará tu vida?

Cuestionando el mito de la cantidad

¿Pero, es eso cierto? Si escribo 1.000.000 de palabras, ¿me convertiré en Toni Morrison? ¿Si me comprometo a teclear 2000 palabras, nieve o truene, escribiré 14 libros de ficción este año?

Bueno, pues probablemente, no. Seguramente, no. Yo diría que rotundamente no. O no será a causa de la avalancha de palabras, sino por procesos de orden y discriminación que el método de la cantidad no proporciona por sí mismo.

Mejor escribir que no hacerlo, ¿no? Sí. Es cierto que acumularás experiencia, quizá desarrolles un hábito y aprendas mucho durante estas sesiones. La práctica hace al maestro, cierto.

Pero hay opciones de que, pasada la euforia inicial, ni siquiera prosigas tu vertiginosa competición contigo mismo. Es probable que te quemes en cuanto empieces a comprobar que solo escribes vaguedades o que comienzas a emplear adjetivos innecesarios solo por aumentar tu cuenta personal.

Además, entrar en la dinámica de la fiebre productiva, es un juego que nunca termina. Cuando consigas escribir 14 libros al año, no te sentirás feliz, o por un breve instante. Enseguida te marcarás el objetivo de escribir 27 el siguiente curso.

Lo que no hay que perder de vista

Yo puedo teclear (o dictar) sin parar durante una hora, pero eso no significa que lo producido tenga sentido, coherencia o belleza. 

Puedo acumular 730.000 palabras, pero eso no implica que se acomoden en 14 libros de ficción, en los que debería haber una trama, desarrollo, diseño de personajes, etc.

La productividad es un aspecto ambicionado y muy valorado por todos, quizá porque somos muy conscientes de todas las distracciones que nos acechan. Tal vez porque nos produce ansiedad tener la cabeza a mil, con tantos planes, tantos «deberías», tantos objetivos laborales y de desarrollo personal por cumplir. Y todo se convierte en una meta, una cifra, que quizá calme esa turbulencia pero que no la resuelve.

Personalmente, creo que se trata de una manera de aliviar nuestra inquietud interna y nuestra culpabilidad y de un intento de replicar y emular el propio ritmo acelerado que vemos en los demás y que nos contagia.

Escribir a lo loco no funciona

Si no hay conciencia de lo que hacemos, lo que hay es compulsión. Por mucho repetir un mantra no alcanzamos la iluminación; es preferible dedicarle 15 minutos con plena concentración y la mente totalmente enfocada.

Acumular letras sin sentido solo contribuye al ruido exterior. Decía Dorotea Brande: «La mente del hombre no es un contenedor que ser llenado, sino un fuego para ser encendido». Es decir, que el fin no ha de ser llenar todo de contenido, sino producir algo que estimule, encienda, interese o aporte.

De modo que sí, es deseable adquirir práctica y constancia y el número de palabras nos puede guiar y servir de registro claro en este sentido. Pero no debemos obsesionarnos con esto. Es preferible atender al progreso que hacemos, a lo que expresamos con nuestras palabras; a las ideas o experiencias a las que logramos dar forma. Y, ya de paso, a qué pretendemos exactamente con todo ello.

La escritora programadora

Un fábula libre y un poco loca sobre el parecido entre la escritura de ficción y la programación informática.

No es muy impresionante. La escritora programadora se parece a Jerry Lewis en El doctor chiflado. Viste camisa de cuadros y lleva gafas de pasta. Una probeta con un líquido pardo humea junto a su banco de trabajo, ¿o es un té negro con leche?

Volcada en el teclado, absorta en su pantalla, está a punto de transformarse en el bailongo seductor, Buddy Love, pero, de momento, contención. Solo la delata el movimiento de sus pies, encapsulados en zapatos masculinos con cordones. ¿Será posible?

Se diría que se divierte porque controla el mundo. ¿O será al revés? Juega y juega. Hay algo trascendente y democrático en el juego. Lo sabe el niño, que se basta y sobra con una alfombra para sentirse Aladino sobrevolando Arabia.

Aunque la tentación sea fuerte, haríamos bien en no burlarnos, pues la escritora programadora tiene acceso al universo entero y quién sabe en qué nos puede convertir, si la impertinencia asoma.
«¡Si se ríe usted señora, romperá la lavadora!»

Qué cosas tiene la vida… Antes de la conquista hípster, la soledad hubiera sido su destino, y ahora, sin embargo, es tendencia y la pretenden tres influencers escuálidas, profetisas de la vida saludable. Pero eso, como a Rhett Butler, a ella, francamente, queridas, le importa un bledo. El verde sobre negro es la razón de su existir. Le gusta, más que nada, el sonido hueco de las teclas cuando, arrebatadas, vuelven locos los cursores y cascadas de líneas fluyen sin control.

La escritora programadora anticipa y crea. Confía en la fuerza y se toma en serio su tarea, pero solo hasta cierto punto. «Nada serio nunca llegó a buen puerto», reza un post-it en el marco de su pantalla.
Aunque le mueva la pasión, esto no es un asunto privado, no, no. No es su intención escribir una autista carta de amor (¿hemos dicho ya que pasa de las influencers?). A una de las tres, eso sí, le mandará el post-it, pegado a una tableta de turrón de Xixona.

Quizá lo parece, pero no se encierra en sí misma… Ella se debe a tod@s por igual. Es capaz de liberarnos, si estamos de acuerdo. Está dispuesta a montar una revolución por nosotros y todo empieza con el parpadeo sobre la pantalla. Y entonces, acabado su trabajo, se retirará de nuevo y, si es nuestro deseo, leeremos y entonces…

Ah, entonces, en nuestra mente… Voilà!! Se desplegarán mundos, dimensiones, texturas. Habrá chihuahuas blancos, un poco peludos; plátano flambeado; trinos de mirlos negros; amoríos correspondidos y zumbidos de solitarios cargadores huérfanos enchufados a una regleta.

Vibraremos sin entender el mecanismo (ni falta que hace), la emoción nos sacudirá y cerraremos los ojos, transformados, sin saber lo que hay detrás. Sin conocer el propósito, ni el misterio, ni, mucho menos todavía, el secreto lenguaje de la escritora programadora.

¡Poca broma con Jerry Lewis!