Cuando íbamos a la universidad yo siempre le afeaba a Arantxa una conducta que no entendía y me ponía de los nervios. Muy a menudo, mis -emails- aquellos pioneros mensajes, escritos desde Comunicación Audiovisual y dirigidos a Bellas Artes, improvisados en un aula de informática solicitada bajo cita previa y con turnos de 50 minutos- solían incluir alguna variante de este reproche: Ey, Nácher, ¿otra vez te fuiste a la francesa?, ¿¿¿por qué???
Y es que estábamos de fiesta, con un grupo de amigos en común y en algún momento de la noche yo preguntaba: «¿Dónde está Arantxa?» Y alguien miraba a otro, quien a su vez se encogía de hombros, y entre los gritos de Gloria Gaynor, yo lograba entender: «Ah, no sé, estaba aquí…» «Creo que se ha ido… «. «¿Se ha ido? ¡Pero si no ha dicho nada!».
Y cuando, días después, ella me contestaba al e-mail- cosa que siempre hacía bastante rápido, aunque no con la inmediatez de hoy en día-, me decía algo así: «Catalá, lo que pasa es que no me gusta que me insistan para que me quede. Así que, cuando lo decido, me voy. Y ya está».
Y daba igual que yo me propusieran en la siguiente ocasión estar muy atenta, casi vigilar sus movimientos, confiando en que, después de haber estado hablando tan a gusto, ya no iba a desaparecer sin más. Y por supuesto jurándome que, pasara lo que le pasara, si me decía que se marchaba, no le insistiría para que se quedara. Todo eso daba igual, porque cuando ella lo decidía… volvía a desaparecer a su voluntad y sin un indicio, ni mucho menos un adiós, lo que acabó propiciando que yo la llamara Houdini y que jamás corrigiera su conducta…
Y, aunque esto no dejaba de ser exasperante, no era grave en realidad y terminó siendo una broma más entre nosotras. Y sin embargo, hoy pienso en cuántas cosas he perdido en mi vida o se han ido sin un adiós…
Es como si en mi vida no encajaran bien las despedidas, ¿tal vez porque despedirse es algo demasiado premeditado? ¿Tal vez porque -según mi experiencia- las cosas pasan y ya está? Porque no todo tiene un cierre satisfactorio, porque no todas las piezas encajan -o no en el momento en que lo deseamos o necesitamos?-
Veamos… Además de fotos, libros y otras cosas sin importancia, he perdido un padre sin poder decirnos adiós. Una casa, con todos los recuerdos -buenos y malos. Un coche, del que solo recibí el contenido que se salvó del desguace… Más de dos y de tres personas queridas, que un día estaban y otro no… La tía María ha muerto. ¿De verdad?… Una amistad importante, que acabó con una sentencia mortuoria: para mí te has muerto… Un amor significativo, sin hablarnos, sin volvernos a ver. Un trabajo -en el que hubo despido, pero no despedida. Un perro, tan querido como incomprendido y cuyo nombre escuché por teléfono, por última vez cuando me informaron que lo llevaban a sacrificar… Antes de eso, otro perro, Lagún, mi hermano bóxer, al que le dio un infarto en la cena y al día siguiente ya no estaba en casa… También se perdieron varios colegios, uno no sé por qué, otro por derrumbe, otro porque sí… y no hubo adioses…. ni de esos jóvenes compañeros que un día murieron de manera prematura, solo un pupitre vacío y ninguna explicación…
Vale ahora todo suena muy a muerte, pero también hubo momentos más ligeros, finales sin explicitar -ni explicar- pero muy claros, casi un alivio, un acuerdo tácito… «ya nos llamaremos», «sí, sí…», «pide cita si lo necesitas…», «este grupo se disuelve», blablabla.
Con frivolidad o trascendencia, todo se aceptó de una manera muy natural, una especie de Ley de Vida. La ley de vida según la cual no hay despedida. Y supongo que es inútil preguntarse por qué. Creo que no hay un por qué… Quizá la joven Arantxa tenía razón cuando intuía que despedirse es solo insistir en algo que ya está decidido.