Transamerica

Transamerica (Duncan Tucker, 2005), es una road movie trans que funciona muy bien. Sencilla, conmovedora, efectiva, muy humana.

Cuenta la historia de Bree, un transexual que está esperando la operación genital final que la certifique como mujer. Mientras llega ese día, vive como una «invisible», tratando de integrarse. Trabaja en telemarketing para pagarse la operación y sigue un curso de entrenamiento de la voz para afinar su timbre.
Todo parece a punto de culminar felizmente, pero, una semana antes de operarse, a Bree le comunican que tiene un hijo de 17 años que está detenido en en Nueva York por un asunto de drogas. Al parecer, cuando Bree iba a la universidad, y aún era Stanley, tuvo una relación breve con una chica, Y de ahí lo del hijo, del que nunca había sabido nada. Ahora la madre del chico está muerta y Bree se ve obligada por su terapeuta a afrontar el asunto.
Dispuesta a arreglar el trámite y volver a su vida, se presenta ante el chico como una misionera cristiana que ha decidido ayudarlo en esos momentos. Bree confía en encontrar un familiar que se ocupe del chaval. Juntos emprenden un viaje en coche desde Nueva York hasta California, recorriendo paisajes de América poblados de americanos de todos los tipos. En ese trayecto a través de Kentucky, Oklahoma, Texas, Nuevo México, Arizona… se irán conociendo, desafiando y comprendiendo. Es un viaje en el que Bree tiene que enfrentarse a sus decisiones, a sus relaciones y a su posición en el mundo. En el que debe aceptarse, exigir aceptación y salir de su invisibilidad. Transamerica es más que una película sobre transexualidad. Es una historia de un padre (o madre) y su hijo.

En esta película es muy importante la interpretación de Felicity Huffman. No puedo dejar de señalar el hecho de que una actriz interprete a una mujer nacida hombre. Podemos preguntarnos si no hubiera sido preferible escoger a un hombre. Lo cierto es que, la elección de una actriz, nos ayuda a ver a Bree como mujer y centrar más el conflicto en lo interno, y creo que es eso lo que pretende Duncan Tucker. Al margen de lo paradójico o no del casting, Felicity Huffman está sublime. Conocida por su papel de Lynette Scavo en Mujeres Desesperadas, se atrevió a aceptar esta ópera prima de Tucker, una película independiente y poco convencional. Y demuestra todo su potencial de actriz. Tanto en lo gestual, en la modulación de la voz, como en el papel que construye. Con un toque cómico, pero trágico a la vez. Digno y humillado, muy almodovariano. Muchos matices que le valieron, entre otros reconocimientos, un globo de Oro y una (insuficiente) nominación al Oscar (que se llevó Reese Whiterspoon por En La Cuerda Floja). También está muy bien Kevin Zegers como Toby, el adolescente conflictivo, desorientado y obligado a salir adelante desde niño.

Uno de los aspectos más valiosos de esta película, a mi modo de ver, es que, con su acertada mezcla de humor y drama, te hace pensar. Porque Bree es una mujer que se enfrenta a continuas humillaciones en el día a día. Sutiles, ligeras, como que insistan en llamarla por su nombre de nacimiento (Stanley), o las miradas de reprobación… o más graves como la incomprensión de los médicos y psiquiatras, o el desprecio de su familia. «Te queremos», dice su padre, «Pero no te respetamos» añade su madre. Y eso es lo que hay que cambiar con normalidad, visibilidad y pelis como esta. Es ahí donde la dignidad del personaje debe prevalecer, con todas sus ilusiones, con su manera de ser, con sus contradicciones (hasta con su orgullo de ser cristiana).
Me quedo con una línea de diálogo que me gustó especialmente:

DOCTOR: La Asociación Psiquiátrica Americana considera la disforia de género una enfermedad mental muy grave.

BREE: Después de mi operación ni siquiera un ginecólogo será capaz de detectar nada fuera de lo normal en mi cuerpo. Seré una auténtica mujer. ¿No le parece extraño que la cirugía plástica cure una enfermedad mental?

Os recomiendo este melodrama tierno y auténtico. Bree es un personaje que merece mucho la pena y que no os arrepentiréis de conocer.

Luna en Brasil

Tenía yo  muchas ganas de ver Luna en Brasil y a la vez me la iba reservando, con un poco de temor. ¿Por qué? Porque aborda la vida de un autora que me es muy querida, la poetisa norteamericana Elizabeth Bishop (1911-1979). Su obra North and South, a Cold Spring (1956), premio Pulitzer de poesía, es uno de los referentes fundamentales en la tradición poética americana del siglo XX. Con Silvia Plath y Marianne Moore, que fue su mentora, forman parte de lo más importante de la poesía norteamericana contemporánea.

Elizabeth forma parte de un selecto grupo de mujeres que estudió en Vassar, una universidad privada neoyorquina, en los años 30. Allí coincidió con la también genial Mary Mccarhty, que se convertiría en una pensadora imprescindible para la izquierda americana. De ese grupo de mujeres que fueron formadas para cuestionarse el mundo en una sociedad que aún era muy rígida, queda registro en la fantástica El Grupo (obra de ficción sobre una pandilla de 8 amigas de Vassar), escrita por la propia Mccarthy y que fue un bestseller en los años sesenta. Aunque no se refiera a ella de modo explícito, siempre se ha sugerido que hay algo de Elizabeth Bishop en el personaje de Lakey, interpretado en el film por Candice Bergen. Al parecer, Bishop no estaba muy contenta con el retrato… pero dejemos eso para otra entrada…

Al margen de esto, el personaje en sí mismo de Elizabeth Bishop es fascinante. Se quedó huérfana de padre a los ocho meses y su madre fue internada en un psiquiátrico cuando ella tenía cinco años. Se crió con sus abuelos. Y no volvió a ver a su madre. La huella de esa ausencia y la presencia de la locura están bellísimamente registradas en el libro de relatos: Una locura cotidiana, editado en España por Lumen.

La película Luna en Brasil (2013), dirigida por Bruno Barreto, adapta el libro de Carmen Oliveira, Flores Raras y Banalísimas (-que ya está en mi lista de deseos-) y cuenta la historia de amor que vivió Elizabeth B. con la arquitecta brasileña Lota Macedo Soares, allá por los cincuenta. Bishop fue a visitar a una antigua amiga de Vassar (entonces novia de Lota) con la intención de pasar dos semanas y permaneció en Brasil quince años. Brasil, un país que en la peli se muestra alegre, optimista (quizá un poco inocente en lo político) y también exuberante y paradisíaco.

 

La historia pone en escena la personalidad opuesta y a la vez complementaria de estas dos grandes mujeres: una -Lota-, abierta, esponánea, vital y la otra -Elizabeth-, sensible, tímida, brillante. He quedado muy contenta con el resultado, porque la película de Barreto se aproxima al personaje de Bishop con mucha sensibilidad y acierto (aunque algunos críticos norteamericanos no estén de acuerdo). Un personaje que no es fácil de poner en imágenes. Los introvertidos son quizás los más difíciles de escribir, un auténtico desafío para el guionista.

Y la cinta lo consigue. Apoyada en buena parte por la pareja protagonista: Miranda Otto y Gloria Pires. Miranda Otto está, simplemente, espectacular. Desde la reservada Elizabeth del principio, a la entregada, pasando por los problemas de alcohol y depresión.
Gloria Pires, por su parte, nos acerca a la fascinante personalidad de la arquitecta que diseñó el Parque do Flamengo en Río (un referente de la ciudad). Tal vez un poco más desdibujada en la última parte de la película -en una evolución del personaje y un desenlace un tanto abrupto-.
Por su parte, completando el triángulo, Tracy Middendorf regala una muy buena secundaria, en una actuación con matices y contención.

En fin, Luna en Brasil, es muy recomendable para aproximarse a una creadora inmensa, a una mujer marcada por su infancia y sus inseguridades, pero también por su genialidad.

Pastelito de lima

¡Por fin diciembre!
El apasionante, eléctrico y extenuante Nanowrimo terminó y… terminó bien. Muy bien.  Las 50.000 palabras descansan ahora en un rinconcito de mi ordenador, y confío en que, revisiones mediante, se conviertan dentro de un tiempo en una novela. Yo estoy contenta con el primer borrador, pero solo es el punto de partida… Veremos.

Pero eso ya es el pasado y la vida sigue y tenía muy abandonado mi blog. Así que esta noche dejo un relato para ir haciendo camino.
Es solo un divertimento y me he permitido un cambio de punto de vista al final, que no sé si chirriará un poco…

I’m back

***

Pasaban de las nueve cuando mi prima Clara vino a recogerme. Habíamos quedado para ir a ver a Carmen. Carmen estaba en el calabozo desde la tarde anterior. Al parecer, la Inspectora Ana V. estaba convencida de su culpabilidad.

Las horas desde que me comunicaron la noticia, hasta que me prima me reclamó con el claxon de su Renault Clio, habían sido angustiosas, pero Clara tenía muy buena cara al volante de su coche.

—Tiemblo como un flan. Menos mal que tú estás tranquila.

—Eso es porque siempre he esperado esta oportunidad.

—Está encerrada. La acusan de asesinato.

—Por eso, tonta —hizo un gesto con la cabeza par que mirara en el asiento de atrás. Vi una gran caja de cartón como las que se usan para llevar dulces. Estaba sujeta con el cinturón de seguridad. Mi prima me guiñó un ojo:— Ya sabes: pastelito de lima.

Efectivamente, yo ya sabía. Desde que leíamos los tebeos en nuestra infancia, mi prima me había dicho que un día me sacaría de la cárcel. Y lo haría, no porque creyera en mi predisposición genética a la delincuencia, sino porque esperaba poder usar aquel recurso: ocultar una lima en una inocente tarta. Y engañar a la policía. Aunque aquello se había convertido en una broma recurrente entre las dos, yo nunca había dado crédito a esta fantasía de mi prima. Éramos adultas. Esto era la vida real. Y ahora era Carmen, nuestra otra prima, la que estaba en apuros.

Pero Clara tenía un genio de campanillas. Siempre mandaba en los juegos de las primas. Siempre elegía primero. Siempre decidía la película en el cine y el sabor de los helados que compartíamos. Yo ya sabía que era mejor no contrariarla de forma directa ni cuestionar su   dudoso sentido del humor.

—No sé si te das cuenta de la gravedad del asunto… —dije justo en el momento en que aparcamos frente a la comisaría. Ya era de noche.

 —Calla y date prisa en bajar. Carmen estará muy asustada y tendrá hambre.

Respiré hondo antes de abrir la puerta del coche. Que mi prima hubiera tenido el detalle de pensar en Carmen no tenía por qué indicar nada malo.

Cuando entramos en la comisaría, encontramos a la Inspectora con cara de pocos amigos.  Nos hizo entrar en la sala contigua al calabozo para explicarnos la situación. Hacía calor allí dentro, porque la Inspectora tenía la calefacción a tope. Era difícil hablar con ella: se paseaba, fumando nerviosa, en mangas de camisa y no se detenía más de tres segundos en un sitio. Tras un gran cristal que ocupaba casi una pared entera, estaba el calabozo. No podía ver a Carmen, pero sabía que estaba al otro lado. Clara dejó la tarta en una silla junto a los abrigos.  No dejaba de lanzarle miradas mientras escuchábamos a la Inspectora, que, al final, también acabó por fijarse en el paquete.

—Es para mi prima —dijo Clara—. Seguro que aquí le dan una comida apestosa.

Esta vez la Inspectora se quedó quieta:

—Nuestros menús no son muy variados, pero he oído que en la prisión estatal tienen mucha mano con la freidora…

No pude contener un escalofrío. La Inspectora Ana V. se acercó a la tarta. Inspeccionó los bordes del paquete con un boli.

—Le he prometido a mi novia que iría a la cena que organiza esta noche con sus colegas médicos –dijo. Dio una calada al cigarro mientras proseguía su examen— También le he dicho esta mañana que compraría espárragos en la tienda de Uri. Son cojonudos. Pero mira por dónde, aquí estoy, esperando una confesión.

—Mi prima no ha hecho nada —dije.

 —Ya… Esa mosquita muerta de su prima se niega a hablar. Está como en trance. Pero a mí no me engaña: se ha cargado a su jefa en un arrebato de orgullo profesional y le van a caer unos cuantos años a la sombra. De aquí la pasaremos al modulo de mujeres y no va a volver a ver la luz del sol. Pero ¿sabe qué? —me apuntó con su cigarro— No me interesan ni sus motivos, ni su historia de triste oficinista amargada. Solo quiero que confiese ya.

—Y podrá llegar al segundo plato, ¿no? —Clara había dado un paso al frente.

La inspectora nos dio la espalda y murmuró algo ininteligible. Después nos abrió la puerta:

—Voy a hacer una llamada. Esperen ahí dentro.

Por fin pudimos acercarnos a Carmen.  Estaba encerrada en una pequeña celda de apenas cinco metros cuadrados. Clara, a mi lado, se frotó las manos y se detuvo en el centro de la habitación. Yo me acerqué y agarré las manos de Carmen a través de los barrotes. La Inspectora tenía razón. Mi prima estaba como ida, parecía una mártir cristiana a punto de ser lanzada a los leones. Me sorprendió la dignidad de su mirada.

—Carmen, ¿no has sido tú, verdad? No puede ser. Tiene que haber un error.

Carmen miró al suelo, como hacía cuando era pillada en falta. Le apreté las manos, frías como el metal. La obligué a mirarme dándole un pequeño tirón:

—No soportaba su perfume —dijo.

Me derrumbé. Carmen una asesina. ¿Qué sería de ella a partir de ahora?

Miré atrás, buscando la ayuda de Clara. La Inspectora seguía en la otra sala, dando vueltas en círculos, pegada al auricular.

—No te preocupes —dijo Clara. Tenía la mirada encendida y las mejillas sonrosadas—.Te hemos traído algo que, además de alimentarte, te va a ir muy bien. Pasteltio de lima —canturreó—. Pastelito de lima.

Me acerqué a Clara y la sujeté por los hombros:

—¡Ya, vale! Esto es muy serio.

—Por eso mismo, la familia cuida de la familia. Las primas se ayudan. Y me he gastado una pasta en los ingredientes. Son de primera…

Entonces supe que lo había hecho. De verdad. Había metido una lima de ferretería dentro de la tarta. Levanté la vista, por puro instinto. Si nos escuchaba la Inspectora, seguro que metíamos a Carmen en un problema aún mayor. Pero allí donde había esperado encontrar a Ana V. había ahora una habitación vacía, iluminada por una solitaria bombilla. Solo nuestro abrigos reposaban sobre la mesa.

—Mierda —dije.

*

Ana V. había considerado de lo más justo posponer el interrogatorio unas horas y confiscar la tarta que las familiares de Carmen habían llevado a comisaría. ¿Se merecía aquella mujer un premio, después de lo que había hecho? En cambio, ella, llevaba veinte horas sin dormir. No soportaba decepcionar a Celia. Le había fallado incontables veces en sus encuentros sociales. Siempre el maldito trabajo lo primero… Pues bien, ahora el trabajo debía sacarla de aquel apuro. Y por lo visto, estaba resultando. Los colegas de Celia eran unos médicos un tanto estirados. Cenaban en los restaurantes más chic de la ciudad. Pero había que reconocer que la prima de la sospechosa había puesto empeño en aquella tarta. El merengue blanco y denso destacaba en el centro de la mesa. Todos la miraban con admiración.

Celia sirvió un trozo a su jefe. El Dr. Estrada, cirujano estrella del hospital y una eminencia nacional, se llevó la cucharilla a la boca. Todos esperaron el veredicto.

—Mmm —dijo al fin—.  Tiene un delicioso toque a lima…