Sincronicidad dorada

Era la hora del desayuno, estaba fregando una taza cuando algo me llevó a mirar a la cacerola roja que había sobre la cocina… Tenía agua del día anterior y en ella flotaba un insecto grande, un escarabajo que había caído por la salida de humos que da al tejado. Era de esos escarabajos que se ven en verano, con el caparazón tornasolado, de un efecto dorado muy bonito. El pobre estaba quieto, flotando… mala pista de aterrizaje. 

Al contemplarlo recordé el relato de Poe, El escarabajo dorado, y también aquel broche de piedras de colores de aquella chaqueta (¿dónde estará?)… 

Con una cuchara lo saqué de la olla y lo dejé en el alféizar de la ventana, al sol… No sabía si era tarde, pero parecía la mejor opción. El insecto movió las patas en lo que me pareció una buena señal.

Transcurrió el día con sus rutinas, encuentros, desplazamientos y por la noche ya.., ninguno de los diecinueve libros que tengo en marcha me bastaban para entretenerme. Decidí empezar uno nuevo. De todos los libros del catálogo me decanté por When the impossible happens: Adventures in Non-Ordinary Realities, de Stanislav Groff (2006), historias (aparentemente) increíbles narradas por un psiquiatra en 40 años de práctica en psicología transpersonal. Podría servir…

Y así me encontré leyendo un capítulo sobre «El misterio de la sincronicidad«. Se trata de  algo que Jung explicó en «Sincronicidad como principio de conexiones acausales” (Jung 1952) como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal. Vaya, por simplificar mucho la cosa: eso que llamaríamos casualidades muy, muy grandes.

Y seguí leyendo (traduzco a mi modo):

Hacia el final de su vida, Jung estaba tan convencido de la importancia que la sincronicidad jugaba en el orden natural de las cosas que la usó como principio guía en su día a día.

La más famosa de las sincronicidades en la propia vida de Jung ocurrió durante una sesión de terapia con una de sus clientes. La paciente era muy resistente a la psicoterapia, a las interpretaciones de Jung y a la noción de realidades transpersonales. Durante el análisis de uno de sus sueños en los que aparecía un escarabajo dorado, y cuando la terapia estaba en un impasse, Jung escuchó algo golpeando la ventana. Fue a comprobar qué había ocurrido y encontró  en el alféizar, tratando de entrar, un brillante escarabajo cetonia dorada. Era un espécimen raro, la analogía más cercana a un escarabajo dorado que podía encontrarse en esas latitudes. Abrió la ventana, cogió el escarabajo y se lo mostró a su paciente. Esta extraordinaria sincronicidad fue un momento crucial en la terapia de esta mujer.

No sé si mi cerebro crea patrones o si mi inconsciente busca sentido donde no lo hay, pero… ¡el escarabajo! Fui a la cocina y miré en la ventana.

Mi particular sincronicidad dorada había volado.

Tal vez también este sea un turning point para mí, o no… 😉

**Dibujo de la portada: Gold Beetle de  Mary O’malley

La afortunada

¿Sí?, sí, esa soy yo… ¿Cómo? espere, espere, pare… No, no me interesa…, no, no… Oiga, le digo que pierde el tiempo… no voy a comprar nada, que no. ¿De dónde ha sacado este número? ¿Base de datos aleatoria? Bueno, pues conmigo se ha equivocado la base de datos porque no compro nada… ¿Qué…, escucharle? Allá usted, si quiere perder el tiempo, porque yo esta tarde tengo todo el rato del mundo, pero usted seguro que necesita vender, así que esta conversación le va a bajar el ratio de eficacia… Ah, sí, que no le importa,  muy segura está usted de sí misma. ¿Eso se lo enseñan en la formación? Porque seguro que están todo el día lavándoles el cerebro, formando soldados del marketing, implacables maquinas de vender… Sí, sí, diga, diga, mujer, no vaya a ser que sienta que no puede ejercitarse conmigo… Le escucho, sí, hable…
Uf, perdone, pero ya le digo, y no es que quiera interrumpir, que vamos mal por ahí… Lo del juego, a mí no me va nada. Cero. Jamás juego a la lotería.
¿Que por qué? porque sé perfectamente que es un engañabobos y yo, por si no se ha dado cuenta usted, no tengo un pelo de tonta. ¿Se cree que no sé que las posibilidades de acertar un sorteo de esos son menores que… que… la opción de que te caiga un rayo encima y te mate? Lo sabe todo el mundo… ¿qué?… ¿que si conozco a alguien que haya muerto por un rayo? Pues bueno, sí, mi primo Sebas. Un rayo… sí… Fue hace mucho tiempo y, qué curioso, suelo pensar que se electrocutó de forma general, pero no pienso en el maldito rayo nunca… Tuvo que ser horrible, una inhumana descarga en el cuerpo, fulminado y adiós.
Sebas… era un chico guapísimo, un portento de la naturaleza y la esperanza de toda la familia, porque además de músculos, tenía sesera y su madre, mi tía Tere, se había sacrificado como una loca por su porvenir. Le había pagado la carrera de empresariales y Sebas ya estaba en el último curso. Estábamos muy unidos él y yo… íbamos siempre juntos a Valencia después de pasar el finde en el pueblo, él a su piso de estudiantes y yo a mi residencia… Los que no nos conocían, creían que éramos novios…
Sí, fue un rayo el que le robó la vida, una tormenta del mes de junio, una cosa excepcional. Yo vi a mi primo ese día,  antes de que la Fatalidad interviniera y ahora me acuerdo de que di gracias a Dios porque llovía. ¡Nunca olvidaré la imagen de Sebas esa noche! Llevaba una camiseta blanca que resaltaba su bronceado, olía a colonia de hombre, una fresquita, de poco montante, pero que en él hacía muy buen efecto. Me dijo que iba a salir con los amigos y  que le daba pereza por la tormenta, que si veíamos una peli. Yo me reí y le dije que si acaso era de azúcar, si se iba a disolver por el agua un chicarrón como él… Se marchó y yo me quedé estudiando, tenia un examen de semiótica, siempre me acordaré, qué manía le pillé a la semiótica, ya comprenderá usted. Seis convocatorias tuve que pasar para aprobar… Se quedó para siempre asociada a mi primo Sebas. El signo: Sebas; el significante: la vida. Y todo eso, el vigor, la fuerza, la juventud, destruido por un rayo. Y lo peor es que no puedes culpar a nadie. El rayo fue rayo y Sebas…
Me llamaron en plena madrugada. Mi madre, que estaba tan nerviosa que apenas entendía una palabra. Y tuve que comprender. Tu primo. Muerto. Rayo. Compuse la imagen en mi cabeza, horrorosa… Pero el caso es que Sebas había muerto, caprichos de la naturaleza, pobrecito.
Pero mire, eso no hace que crea que puedo ganar la lotería así como así. ¿Cómo?, ¿cómo que una cuota mensual? Ah ya, mujer, no soy tonta, claro que entiendo que cuantos más participemos más posibilidades, pero también es cierto que para dividirse tres euros o ni eso… entre… ¿cuántos? Jaja y a cambio quiere que yo pague mensualmente, ¡qué listos! Usted se piensa que me chupo el dedo… Pues claro que soy una mujer con suerte, pero también racional. Lo uno no quita lo otro. Siempre he tenido suerte: mi examen de oposición fue fácil; compré el piso antes de la crisis;  tengo una salud de hierro… todo me ha ido bastante bien… Bueno, vale, en el amor no, pero ¿quién tiene  suerte en eso? ¿Qué… usted? Ah pues no sé… me alegro, claro… pero eso es ya tener mucha fortuna. A cambio tiene usted un trabajo de mierda. Perdone, perdone… Es que todo el mundo sabe que lo del amor es un juego imposible, por no hablar de un engaño, pájaros que nos meten en la cabeza para que sigamos la ruta establecida… Pues mire sí y para tener hijos, es verdad. Pero no corra tanto que yo tengo dos hijos, sí. Ah, ¿cómo se ha quedado?, me hacía por una solterona amargada, ¿eh? Ellos hacen su vida, ya los tengo criados y muy orgullosa que estoy… no, no estoy casada, ya le he dicho que no me ha ido bien en el amor. A ver… ¿cuántos años tiene usted? ¿Veintisiete? Pues sea un poco más abierta de mente, hija mía. Pensaba que la gente a estas alturas era más tolerante y no está aún con ese rollo de familias tradicionales y matrimonios por la iglesia. Sí, sí, por fuera muy modernos todos, mucho tatuaje, porque seguro que usted lleva  alguno, ¿a qué sí?, ¿a que no me equivoco?… ¡Lo sabía!, ¿qué, en el antebrazo? pues sí, me parece discreto… ¿Un trébol? vaya, ¿y eso se lo pusieron en el trabajo para vender lotería? jaja, no, no me burlo, es que está usted erre que erre con el tema; que sí, que la suerte es su negocio, lo que le da de comer, pero no el mío. Y eso me recuerda que tengo cosas que hacer…
¿Quién?, ¿el padre de mis hijos? Andrés se llama… no… no trato ya con él, pues porque es un caradura y un inestable… ¿Qué?, vendía gafas de sol, sí hija mía, también todo labia como usted. Ya me decían que era poco para mí, pero es que yo me enamoré como una tonta. Sí, él no abría un libro, pero sabía hablar de todo, que no sé cómo lo hacía, vería mucho la tele, supongo. Era un iletrado pozo de ciencia. Si lo escuchabas estabas perdida, porque le digo yo que te hablaba y te conquistaba. Ya me dijeron que no era trigo limpio. A ver, con esa capacidad para vender y encandilar a las mujeres, ¿qué cree usted que iba a hacer en su tiempo libre? Bueno, en el libre y en el de trabajo. Pues sí, no hice caso, el amor es ciego y más si te vende gafas de sol… Es que Andrés era un hombretón de los pies a la cabeza, me recordaba a Sebas… pero no piense mal y fíjese, no me importaría que le partiera un rayo, como a mi pobre primo, ay, perdón qué burradas digo. Es que con Andrés yo mordí el anzuelo y en lugar de morderlo una vez, lo mordí dos. Después ya con los dos niños, no había quien lo viera por casa. Sí, ¿qué le parece?, cometí el error dos veces. Pensaba que se reformaría, que los niños le harían sentar la cabeza y lo único que consiguieron las pobres criaturas es que Andrés se largara a Asturias… sí, bien lejos, a vender gafas allí.
Mucha gente me compadeció. «Ay, pobrecita qué mala suerte has tenido con ese hombre». No creo que fuera mala suerte, porque después de él cada hombre que he conocido acababa huyendo al poco de instalarse en mi corazón y vaciarme la nevera. Que si les agobio, que si les miro fijamente mientras duermen, que si les obligo a abrigarse antes de salir a la calle… No entiendo nada, y eso que me considero un buen partido… Tengo trabajo fijo, piso pagado, mis ahorritos, soy una mujer atractiva… pues nada… todos me salen rana… ¿Qué… mala suerte? ¿Yo? ¡Y dale! Oiga me niego, no se lo consiento, ya le digo que no creo en eso, que yo soy muy, pero que muy afortunada, que la suerte siempre me sonríe, que soy capaz casi de obrar milagros, ¿qué?, ¿que entonces no me puedo negar? Sí, sí, y tan segura que estoy, ¿pues no le digo que sí? Ande, ande, calle, apúnteme a eso de la lotería ahora mismo. Que le digo que no tengo ninguna duda, ahora no se haga la remilgada y me ponga usted reparos. Espere, espere, que voy a por la tarjeta de crédito… No cuelgue le he dicho.