La musa
Cuando en la noche oscura espero su llegada,
Se me antoja que todo pende de un hilo.
¿Qué valen los honores, la libertad incluso,
cuando ella acude presta y toca el caramillo?
Mira, ¡ahí viene! Ella se echa a un lado el velo
Y se me queda mirando larga y fijamente. Yo digo:
“¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?”
Y ella responde: “Yo soy aquella.”
Anna Ajmátova. Traducción de María Teresa León
Es muy difícil explicar la inspiración creativa. Cuanto más piensas en este tema, más te elude. Me viene a la mente el inicio del Tao Te ching: «El Tao que puede nombrarse no es el Tao». Pues algo así. Aunque suene místico. Al fin y al cabo, ¿no comparte el místico el mismo anhelo que el artista?
Pero, como necesitamos seguir entendiéndolo, acudimos al lenguaje figurado y la personificación. Esto es cosa de las musas. La intuición, lo delicado, lo que ama, el dulce susurro, suele imaginarse como femenino.
Musas. Parece ser que no queda otra que esperar su llegada, esperar a ser elegid@s. Al fin y al cabo, si aceptamos que la inspiración es como la iluminación espiritual, algo que llega por designio divino, que nos escoge y no depende de nuestra voluntad, entonces nada más hay que hacer.
Otros dicen que es una recompensa al esfuerzo, sin el cual jamás llegan las musas. «Que te pillen trabajando» es la consigna. 5% de inspiración, 95% de transpiración. Y también hay algo de razonable, pues en el mismo acto de entregarse al oficio parece ya extenderse una invitación. Sería esto como la ofrenda necesaria que se hace a los dioses, esperando atraer sus favores. Tal vez, el mismo impulso de sentarse a escribir, es ya obra de las musas y es eso lo que debemos agradecer, ¿quién sabe?
Personalmente creo que el trabajo más inspirado no llega a base de fuerza y esfuerzo, aunque sí exige mucho trabajo. Parece una contradicción, pero me refiero a que es deseable una entrega sin forzar. El camino medio entre no hacer nada y sudar sangre.
De esta vía habla Anna Ajmátova creo yo:
«Cuando en la noche oscura espero su llegada». La noche oscura es lo desconocido, lo ignoto y el momento en el que los demás duermen y tú buscas. Pero buscas aquietándote. En el silencio y la quietud «espero su llegada». Esto es la actitud activa en la espera pasiva. Esto es la receptividad: la apertura total a la creatividad. Supone esto vaciarse y dejar espacio para lo que llegue, para lo que no conocemos.
«Me parece que todo pende de un hilo» Así es, pues hay que mantenerse en equilibrio, entre actividad y pasividad (¿alerta?), sin saber aún qué surgirá, pero con la confianza y fe necesarias. Hay que entregarse para saberlo. O todo o nada. Si pretendías nadar y guardar la ropa, no eres dign@ de la visita.
«¿Qué valen los honores, la libertad incluso cuando ella acude presta y toca el caramillo?» Pues ni valen para invocarla, ni valen para escapar de su música. Ya no hay vuelta atrás. Estamos en el momento más delicado. Ahora hay que concentrarse suavemente y expulsar todo lo demás. Únicamente existe ella. Solo así se producirá el descorrerse del velo y la musa se revelará ante nosotr@s. Solo así nos dedicará su mirada fija y sostenida.
Ser vist@s por la musa es como ser amad@s. Estamos en el momento álgido. Cuando «eso» fluye a nosotros, que no somos nadie pero recibimos el regalo.
Bien podría ser que esto nos turbara y nos hiciera preguntarnos «¿Por qué yo?» ¿Es posible que comparta algo de esa chispa creativa que los grandes sintieron también en su corazón? ¿Puedo acceder a la misma cualidad, a la misma sustancia? ¿Es ese mi derecho también?
Por eso pregunto:
«¿Has sido tú la que le dictó a Dante las páginas sobre el infierno?”
Y ella responde: “Yo soy aquella».
Y ella , sí, ella, ha venido a vernos.