Hoy me ha sorprendido que tengamos ese poder de presionar la redonda punta de un bolígrafo y hacerla danzar sobre un papel y, dirigiendo la mano o, mejor aún, dejándola ir, maravillarnos ante lo que manifiesta su rastro de tinta.
Podemos…
Excitar la imaginación de quien nos lee y provocar en la mente -cómplice o curiosa- chispas y fantasmagorías y alguna imagen clara arrancada a los brazos del caos: una voz, una falda de colores, un olor a curry.
Apresar el mundo que se insinúa, travieso, más allá de la ventana y que veloz se transforma, pero del que podemos aquí, con la danza del bolígrafo, dejar un registro, una huella, sea torpe o inspirada.
Buscar sentido a eso vago que hay en nosotros, un dolorcito, unas cosquillas que insinúan algo más (¿pero qué?)
Retener dulcemente, como un gorrión entre las manos, la frase que nuestra amiga dejó volar en el aire antes de partir en tren.
¿Y qué hay de esa idea que alguien hizo resonar en nosotro@s y es necesario ver latir en el papel para lograr entender? «¡Ah, era eso!»
Aspirar tal vez un día (como hizo aquel maestro) a capturar la soledad de una mujer en la voluta de humo de un cigarrillo entregándose a la luz.
Confiar en que el tiempo entregado no es en vano y en que, si la experiencia se puede comunicar, si la vida se puede simplificar y a la vez volver más profunda y compleja, si se puede salvar de ser anécdota… es aquí, en este baile.
Entregarnos con confianza, apuntando, palabra a palabra, pacientes e impacientes, abiert@s al descubrimiento, anhelantes de revelaciones…
Sí, hoy me ha sorprendido que, al alcance de la mano, tengamos ese poder.