Carol, la justicia creativa

Creo, de cierto modo, en la justicia literaria. Y no me refiero a que los héroes de nuestras novelas reciban su premio al final de la historia. Hablo en esta ocasión de un nivel superior: el de los creadores. Me gusta pensar que la Historia, con el tiempo, revaloriza y da sentido a los actos valientes de l@s autores. Me digo a menudo que el trabajo no cae en el olvido y que siempre hay una recompensa… aunque haya que esperar años y eras para que se manifieste. Y aunque el propio autor/a jamás llegue a saborear esa victoria en vida.

Eso es lo que pasa con Carol, el libro de Patricia Highsmith.

Publicado bajo el título de El precio de la sal y con el pseudónimo de Claire Morgan, Carol fue escrito en 1952. Era su segunda novela y llegaba tras el repentino éxito de Extraños en un tren. En aquel momento era una osadía concebir una historia mainstream contando la historia de amor de dos mujeres. Y, sin embargo, que la sociedad no esté preparada para recibir el relato no significa que la necesidad de contarlo pueda esperar. O que la avidez de los lectores por leerlo admita condiciones.

«La novela de un amor que la sociedad prohibe»

Para eso que se llama gran público, Carol permaneció durante años como una obra menor en la bibliografía de Highsmith, en  parte por su temática y en parte porque en ella no cultivaba el suspense marca de la casa. Pero, poco a poco, fue convirtiéndose en una obrita de culto. Y utilizo el diminutivo como quien habla de lo precioso de una obra manufacturada, única, perfecta. Porque Carol sigue manteniendo un aura que cautiva. Porque ofrece dos personajes magníficos: la inocente y valiente Therese y la  magnética y sofisticada Carol. Porque nos regala un final feliz, cosa que era una auténtica novedad y transgresión en la tradición literaria de castigar a los personajes desviados. Y porque su relato tiene un eco que resuena.

 

Rooney Mara ha conseguido premio en Cannes

Ahora, 63 años después, el cineasta Todd Haynes, con guión de Phyllis Nagy, nos brinda su visión y revisión del libro. Da más vida a la obra. Sí, ahora la creación de Highsmith también es una película. Y esa película ha sido recibida este mismo mes con los mejores elogios en Cannes. Finalmente, la polémica Palma de Oro para la peli francesa Deephan ha privado a Carol de un galardón que muchos creían seguro y merecido. Sí ha ganado en cambio la Palma de Oro Queer, que desde 2010 se otorga a las películas con mejor tratamiento del colectivo LGTB. Además, y para subrayar los puntos fuertes de la cinta, Rooney Mara ha conseguido el Gran Premio del festival a la mejor interpretación femenina. Cate Blanchett, oscarizada estrella de poderosísimo atractivo y más que demostrado talento, es la otra cara del proyecto. Y no quiero dejar de mencionar el aliciente de contar además con la participación de Sarah Pulson.

 

inocencia vs sofisticación

 

Por supuesto, tengo que alabar la maestría de Haynes para contar historias con atmósfera y tensión emocional. El director californiano un esteta que bebe mucho de clásicos como Douglas Stark y pone mucho mimo en la fotografía y la composición. Estoy pensando en su remake de Lejos del cielo (2002). Para poner en imágenes Carol, Haynes ha confesado que  se ha inspirado en la peli de Spielberg Loca evasión, una roadmovie protagonizada por Goldie Hawn en 1974.

 

La película aún va a tardar en llegar a los cines (el estreno está previsto para el 18 de diciembre en Estados Unidos). Las críticas son magníficas y solo queda esperar a poder disfrutarla. Supongo que este estreno impulsará otra vez la lectura del libro, cuyos derechos en España los tiene Anagrama.

Lo que es seguro es que la peli arroja luz a un texto que sigue vivo y que tiene un alcance universal. El amor tiene ese poder, nos concierne a tod@s.

Por todo eso, me produce una especial satisfacción que llegue ahora este tributo.
Patricia Highsmith murió en Ginebra en 1995. Allí donde esté, le doy la enhorabuena.

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La reina de las espinas y la chica traumatizada por los tabloides

No sé a vosotr@s, pero a mí a veces me llegan datos de aquí y allí que leo/oigo de manera casual y que, sumando sumando, resultan con el tiempo en un amplio catálogo de curiosidades. Estos imputs aumentan dada mi afición al cine y la literatura. Así pues, activando el filtro lésbico (uno tan bueno como otro cualquiera), he descubierto un buen número de anécdotas rescatadas del torrente informativo general y he decidido ponerlas en común. Unas serán conocidas, otras no tanto. La mayoría me las encuentro en la periferia de otra cosa, sin buscarlas. Y son las que más me gustan, claro está.

Y aquí va la primera:

La Reina de las espinas y la traumatizada por los tabloides:

Ahora que está abierta de nuevo la temporada de Juego de Tronos, con la legión de fans soñando con las tierras de Poniente y de Invernalia, creo que podría empezar por aquí…

L@sseguidor@s más entregados, seguro que conocen a un personaje que, de momento, aún no ha aparecido en la quinta temporada, pero que, por lo que sé, va a ganar de nuevo en importancia en breve. Se trata de una mujer sabia y con mucha clase y carácter. Hablo de la abuela de Margaery Tyrell (muchacha esta última  que ahora es reina por haberse casado con el hijo de Cersey Lannister…) ¿Nos situamos?

Pues bien, la abuela de Margaery es Lady Olena Redwyne, alias  la Reina de las Espinas. Y de aquí quiero partir. Este papel tan interesante y carismático lo interpreta Diana Rigg.

Diana Rigg es una conocida y popular actriz británica que fue muy habitual entre los telespectadores de los sesenta por su papel de Emma Peel en la serie Los Vengadores.

 Pues bien, no sólo es una gran actriz si no que  tiene una hija, también actriz, de nombre Rachael Stirling (1977).  Pues bien, esta chica empezó a hacer sus pinitos en el cine, tratando, como buena hija de famoso, de no permanecer a la sombra de su madre. A los 25 le llegó la oportunidad de volar. En 2002 le ofrecieron un proyecto ambicioso. Una miniserie de la BBC algo atrevida por su contenido. Pero la cosa no funcionó. Lejos de eso, fue un absoluto desastre. Los tabloides, con muy mala leche, le pegaron un tremendo «chorreo», burlándose de sus condiciones como actriz, de sus aptitudes para el desnudo y de sus escenas lésbicas. La pobre chica dejó de actuar por un tiempo y acabó sirviendo copas.

La serie de la que hablo es, nada más ni nada menos que la adaptación televisiva de El lustre de la perla, de Sarah Waters.

Independientemente de su convicción en el papel y de la calidad de la adaptación, no hay que subestimar a los periódicos sensacionalistas cuando encuentran un filón. Tampoco hacerles mucho caso, claro, en su lectura heterosexista y sesgada.

Afortunadamente, años después, Rachael se ha centrado en el teatro y, de momento, ha conseguido dos nominaciones a los prestigiosos premios Olivier.

En fin, toda nuestra solidaridad con ella.