Sensualidad del lenguaje

Qué excitante es saber que el lenguaje puede poseer la sensualidad de una espalda de mujer y las letras manuscritas las ondulaciones voluptusosas de un vientre gozoso.

Desde al cerebro a la yema de los dedos, todo el cuerpo está implicado en la escritura. Se escribe también con las vísceras, con el corazón y los pulmones.

Pienso en la suavidad de la piel cuando la frases se deslizan como caricias y en la sabiduría interna de avanzar siempre en la dirección del placer.

Parte de este festín tiene su templo en la boca. Los dientes son las escolleras contra las que la saliva choca y la lengua el terciopelo tibio en el que juguetea la letra.

Por no hablar del goce de la palabra dicha, respirada y lanzada más allá de la garganta, modelada en el paladar y expelida con los labios que se abren y cierran en el momento justo.

Qué fiesta de oclusivas, bilabiales, palatales y fricativas, cada una con su tacto y su deleite.

Los oídos vibran con cosquillas y zumbidos de abeja libando el néctar dulzón de la mente de un escritor, tal vez a kilómetros de distancia.

Después, todo es posible. Caballeros extasiados y poetisas dueñas del mundo. Místicos mantras y ábrete Sésamo.

Mario Benedetti: El sexo de los ángeles

Me gusta mucho este microrrelato de Benedetti, porque, además de su sentido del humor y su originalidad, mezcla perfectamente narración y poesía…

La sugerencia del tema se suma a un empleo súperefectivo del lenguaje… Nada es casual y todo tienen intención.
Por poner un ejemplo, Estoque es una palabra que tiene un significado (espada estrecha y afilada en la punta) y además una sonoridad «dura» con la /K/… y una determinada evocación si estamos leyendo sobre un encuentro sexual… y eso en conjunto -las asociaciones, la forma, el sentido- es lo que trabaja silenciosamente en la mente de quien lee…

Las palabras son actuadas literalmente por los personajes… haciendo evidente ese poder de manifestación del lenguaje, el Verbo (aquí como sinónimo de palabra, no de tiempo verbal) porque Benedetti en su genialidad de poeta emplea sustantivos, palabras de esencia, pero mucho más pasivas… así que todo funciona por el propio significado y por la belleza de las palabras.
Y todo ese cortejo y ese intercambio ultrasignificativo (Cuenca, Manantial) va subiendo en intensidad de Cirros y Cúmulos hasta culminar en Rebato (golpe de campanas y por proximidad… arrebato).

Y, por si no fuera bastante, si haces el ejercicio de leer el texto en voz alta, te llevarás el bonus extra del ritmo y la musicalidad!

Además de deleitarnos en un ejercicio de voyeurismo angélico, esta composición nos recuerda que el amor por las palabras es mágico y sensual.

El sexo de los ángeles

Una de las más lamentables carencias de información que han padecido los hombres y mujeres de todas las épocas, se relaciona con el sexo de los ángeles. El dato, nunca confirmado, de que los ángeles no hacen el amor, quizá signifique que no lo hacen de la misma manera que los mortales.

Otra versión, tampoco confirmada pero más verosímil, sugiere que si bien los ángeles no hacen el amor con sus cuerpos (por la mera razón de que carecen de los mismos) lo celebran en cambio con palabras, vale decir con las adecuadas.

Así, cada vez que Ángel y Ángela se encuentran en el cruce de dos transparencias, empiezan por mirarse, seducirse y tentarse mediante el intercambio de miradas que, por supuesto, son angelicales.

Y si Ángel, para abrir el fuego, dice: “Semilla”, Ángela, para atizarlo, responde: “Surco”. El dice: “Alud” y ella, tiernamente: “Abismo”.

Las palabras se cruzan, vertiginosas como meteoritos o acariciantes como copos.

Ángel dice: “Madero”. Y Ángela: “Caverna”.

Aletean por ahí un Ángel de la Guarda, misógino y silente, y un Ángel de la Muerte, viudo y tenebroso. Pero el par amatorio no se interrumpe, sigue silabeando su amor.

Él dice: “Manantial”. Y ella: “Cuenca”.

Las sílabas se impregnan de rocío y, aquí y allá, entre cristales de nieve, circulan el aire y su expectativa.

Ángel dice: “Estoque”, y Ángela, radiante: “Herida”. El dice: “Tañido”, y ella: “Rebato”.

Y en el preciso instante del orgasmo ultraterreno, los cirros y los cúmulos, los estratos y nimbos, se estremecen, tremolan, estallan, y el amor de los ángeles llueve copiosamente sobre el mundo.