Recuerdo de una amistad

Ayer, durante el café, la memoria me trajo el recuerdo de unas amigas a las que apenas veo, pero a las que siempre estaré unida por la magia de la infancia, que une los corazones de una manera muy transparente y genuina. ¿Por qué ellas? Tal vez mi mente buscaba un respiro, una conexión feliz, una risa interior. La escritura también sirve para eso, ¿no? Si te abres a lo que propone, si tiras del hilo, pasan cosas. Lo que sea que escribe dentro de ti, sabe que le has pedido una aspirina espiritual. Y te la da.

El que haya pasado su etapa escolar en los años ochenta- noventa en España, sabrá que eso de la diversidad no existía, o mejor dicho, como América desde el punto de vista Europeo, no se había descubierto. En ningún ámbito. Todo era bastante uniforme -especialmente si te hacían vestir uno-, el mundo tenía muy pocos colores y desde esa estrecha visión local se reforzaba la creencia en que las cosas eran así. Pero siempre ha habido resquicios, hasta en los sitios más cerrados. Los libros, las películas (si se salían del american way) y las personas que viajaban podían añadir capas, colores, hacer el mundo más grande, con más dimensiones. Tal y como yo lo entendía, la luz siempre venía de fuera.

Cuando yo estaba en mi tercer colegio y tenía unos diez años, ya me había convencido de que tenía el superpoder de atraer hacia mí a l@s niñ@s que no eran de España. ¿Por qué si no acababan sentados a mi lado?, por qué la profesora decidía que ese era el mejor sitio para ellos?, ¿por qué a veces era el único asiento libre de la clase? Las cosas se confabulaban para que así fuera. Y si no, ya me las arreglaba yo para conseguir su atención. Quizá era mi hambre de variedad, el entusiasmo con el que l@s miraba (esta niña me va a abrir el mundo!) Y así hice algunas de mis mejores amistades de la infancia.

Vicky y Mayra, aparecieron en pleno curso escolar. Qué revuelo ese día. La clase estaba en marcha y al parecer había llegado una alumna nueva. ¡Ay, qué emoción!, me dije, ¡novedades! Yo misma estaba en mi primer año en ese cole, pero ya sentía que llevaba eones en mi pupitre. De modo que, después de explicarnos que íbamos a tener una compañera nueva, la profesora se dirigió con energía a la puerta, abrió y allí cayó Vicky, que estaba escuchando tras la puerta y enseguida pretendió disimular con una sonrisa de gato de Cheshire. «Juju, qué pillada», pensé yo.

Me cayó bien esa niña al instante: parecía entre confiada y asustada, lo que yo consideraba una mezcla muy apropiada para un debut escolar. Cuando la profe explicó que venía de Argentina, mi emoción se redobló. Como el que repasa su álbum de cromos… ¡No conocía a nadie de Argentina!, solo a Kempes y únicamente en mi mente. De ese primer día, solo recuerdo su entrada y que ella decía que no veía bien por las lentillas. ¿Lentilas? Tampoco conocía a nadie que llevara algo distinto de simples gafas (como yo misma). Sí recuerdo mi propósito firme: Victoria Tobalina va a ser amiga mía. Y, aunque pronto descubrí que odiaba el fútbol y pasaba de Kempes, vaya si lo conseguí.

Mi amiga hablaba con un acento muy particular que a mí no me sonaba a argentino y que sin duda era una mezcla de sitios, España incluida, de palabras y modos de hablar. Era acento Tobalino, personal y vivencialmente modelado, absolutamente único. Cambiante, según con quien hablara. Maravilloso y repleto de neologismos y sorpresas. A la pequeña lingüista que yo llevaba dentro eso le apasionaba, aunque veces también me desconcertara. «Dame el coso ese de ahí», me decía. «Pero ¿cómo que el coso?, ¡será la cosa!». «No, Marta, una cosa es el coso y otra cosa es la cosa». Vale. Por lo visto, el novio de la cosa, el coso, era algo más indefinido que la cosa… una súper palabra omniabarcante, algo que podías aplicar a todo si no querías usar su nombre, ¡¡¡personas incluidas!!!…

Podría contar muchas cosas de aquella amistad, que incluía en el pack a Mayra, hermana de Vicky, dos años menor que nosotras y que también hablaba el Tobalino. Dos años parecían un abismo entonces y siempre nos quejábamos de que Mayra se quedaba dormida en todas partes. A veces nos la llevábamos en brazos o en un ligero trance sonámbulo. En el grupo teníamos todas la misma edad y luego estaba Laura claro, que, para nosotras, había repetido doscientas veces, así que, además de fracasada escolar, era muy, muy mayor (en realidad solo dos años)… Pero la benjamina era una niña increíble.

Para empezar, estaba enamorada de Humphrey Bogart!!! Nada de niñatos de la Superpop. Humphrey Bogart. Yo, que era una amante del cine clásico le decía: «¿Bogart? ¿No es un poco viejo?», a lo que ella respondía con una determinación inusual en una niña: «es un hombre muy atractivo». Esto me descolocaba por completo: ¡Pero si se parece mogollón a Pedro, el de El Congo! El congo era un bar de la avenida Antiguo Reino, justo al lado del restaurante chino de Luyan, y su dueño era para mí como Rick de Casablanca. Pero Mayra era inamovible en su devoción a Boggie. Bueno, me dije, tendré que revisar mi concepto de lo que es atractivo (cosa que no tenía nada clara). Al final deduje que atractivo era un hombre que, a pesar de ser feo, parecía guapo.

Pasábamos mucho tiempo juntas después del colegio, casi siempre en mi casa. Como ellas no tenían televisión (otra novedad), primero veíamos muchos programas de Telecinco, mientras yo, que quería jugar, me impacientaba y trataba de despegarlas del aparato. ¿En serio que vais a ver Topacio? ufff, qué paciencia. ¿Bola del Drac??, ah, me matáis.

Así que yo prefería pasar tiempo en su casa, un piso de la calle Matías Perelló, al que se subía sin ascensor (otra novedad) y en el que el orden importaba tan poco como en mi casa. Simplemente no era la prioridad. Ahí vivimos muchas horas de juegos muy salvajes. Luego tomábamos yogur casero y tostadas. Y yo preguntaba todo lo que se me ocurría sobre Mar del Plata. Todo! ¿Y cuándo iremos? ¿y cómo son las calles?
—¿pero cómo que cómo son las calles? Pues son calles y ya está.
—Ya pero hay calles grandes o pequeñas o anchas o estrechas… Cada sitio tiene calles diferentes, si no serian el mismo sitio. ¿O no?
—Menuda pregunta rara, pues yo solo te digo que las calles no llevan nombre, sino número.
—¿Número?, ¿como en la canción??— Y yo cantaba— En la calle-lle veinticuatro-tro, ha habido-dodo un asesinato-to, una vieja-ja mató a un gato-to…… Bien pensado, eso del número me parece un poco ridículo.
—A mí me parece más ridículo vivir en la calle Luis Santángel. —dardo lanzado a mi calle.
—Hala, qué dices. Pues noooo, porque Luis Santángel era muy importante, que lo sepas..
—¿Ah sí y por qué?
—Pues porque puso el dinero para el viaje de Colón.
—Bah, pues vaya una cosa….
—Y Matías Perelló, ¿qué? ¿Quién era ese?, ¿a ver lista, quién, quién?
—Y yo qué sé. ¿Quién era?
—Ni idea, pero seguro que un pringao.
….
—Mira, ¿ves? Creo que sería mejor vivir en la calle veinticuatro y no nos enfadaríamos por tonterías….
—Mejor veintitrés, como mi cumple…
—Bueno, va. Tú en la veintitrés y yo en la diez.
—Okis.

La cosa acababa mejor cuando preguntaba ¿y qué se come? Bueno… entre otras cosas, descubrí los alfajores. ¿¿Alfaqué?? Pero no unos cualquiera, los de la marca Boston. Aún recuerdo la caja y la emoción cada vez que Vicky informaba de que su abuela había mandado un paquete desde Argentina. Creo que no había probado nada más rico en mi vida.

La madre de Vicky y Mayra era artesana y tenía un puesto en lo que llamaba por entonces los Hippies, que era un espacio de venta de artesanía en los jardines del Parterre. Su madre era una mujer muy interesante y poco convencional. Cuidaba a sus hijas ella sola y estudiaba a distancia (¿¿se podía estudiar a distancia?? Eso tampoco lo sabía). Recuerdo que una tarde no salió a saludarnos. Estaba en su habitación. «Está haciendo Renacimiento», me dijo Vicky y yo, claro, imaginé lo que solo podía imaginar: que estaba estudiando la pintura de Miguel Ángel. Hasta que empecé a escuchar extraños canticos y respiraciones y por fin me aclararon que, contrariamente a lo que yo pensaba, aquello no tenía nada que ver con el arte sino con el espíritu y que su madre podría recordar cuándo había nacido y qué había sentido en ese primer momento. Por no hablar de sus vidas pasadas, claro. ¿Quéeee? A mí todo aquello me fascinaba tanto como me asombraba.

Siempre había algo distinto que estimulaba mi mente, modos diferentes de ser, de pensar, alternativas, paisajes. Si abrías más la mente, podías hacer muchas cosas. ¿Como qué? Nuestras conversaciones eran variadas y siempre movidas por la curiosidad… Mis amigas ponían el entusiasmo y yo las objeciones. Por ejemplo, según Vicky, con determinados ejercicios y actitud, podías conseguir sanar tu vista por completo y y yo le replicaba algo como: «jo, pues tú estás súper cegata». Y ella me lanzaba un libro a la cabeza, o un zapato… o a su gata.

Su gata: la jefa.

Tigri también era parte de la pandilla, una gata atigrada que a mí me daba terror y a la que siempre trataba de evitar. Mayra tenía otra gata, que, selecta como ella, se llamaba Atenea y era bastante más dulce. En aquella época los gatos me daban mucho miedo y Tigri, más. Imaginad cuando a Vicky se le ocurrió la genial idea de llevar a la temible felina a mi casa metida en la mochila de clase y dejarla salir de repente delante de mi perro Tuichi (vale, nombre infantil no comparables con Atenea). ¡¡¡La que se montó!!! Por suerte, Tuichi era un bendito perro al que solo le faltaba la aureola de santo can. Pero Tuichi y su papel en nuestras vidas es otra historia…

También sería otra historia, y más antigua, la primera vez que vi a Claudia, mi amiga de Mexico (este fue el acento más divertido que conocería de niña, sin duda) o a Luyan, (por cierto que luego seríamos amigas todas, Vicky y Mayra incluidas). Todas me enseñaron cosas y cosos. Luyan hasta me iba a enseñar chino, aunque siempre nos parábamos en el: 1, 2, 3! Ellas me hicieron el mundo mucho más colorido y rico y el corazón un lugar más amplio y diverso. Y llegaron por supuesto más amigas, más países. ciudades o pueblos y más preguntas como ¿Y cómo son las calles?

Acordándome de todo esto, he saludado a mis amigas desde el grupo que compartimos de nombre Mosqueperras… Hola!!! ¿estáis todas bien?

Mayra ha dicho que acaba de levantarse. Luyan que llevaba ya trabajando en su oficina 3 horas (eran las 9).

» Madre mía, Empiezas a las 6? Por qué????»

«Porque soy china».

«No te refugies en convencionalismos para explicar algo que no tiene ningún sentido», ha intervenido Vicky. Y nos hemos reído todas ante una afirmación tan rotunda y certera.

¡¡¡Esta Vicky!!!

Autor: Marta Catala

escribo, leo, comparto...

Un comentario en “Recuerdo de una amistad”

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

A %d blogueros les gusta esto: