Como un torrente

Cuando venía a mi casa, siempre traía croissants de chocolate. Me daba vergüenza comerlos delante de ella y esperaba, desdeñosa, mientras ella se pringaba los dedos y se los chupaba sin disimulo.

—¿Te molesta? Pensarás que soy una troglodita…

—No, no, qué va —decía yo mirando a otro lado—. No veo ningún mamut por aquí.

Y nos reíamos. Bueno, se reía ella. Con muchas ganas. Todo lo hacía así, como un torrente.

—A veces sueño que meto los pies en una fuente fresca, ¿tú no?

—Yo a veces sueño que salgo a la calle con zapatillas de andar por casa.

Estaba encantada de tener visita. Llevaba tres semanas sin salir de mi apartamiento, con la pierna inmovilizada. Ser pintora de exteriores es arriesgado a veces.

Ella había llegado una mañana cálida. Se plantó en el salón y se me quedó mirando.

—Me ha abierto el perro —dijo.

—Strike abre a todo el mundo sin preguntar —dije mientras me estiraba la bata, arrugada—. No conoce el derecho de admisión—. Y era verdad. Strike, a mi lado, golpeaba la cola contra el sillón. Bum-bum, bum-bum, como un corazón.

—Vaya, qué enrollado —dijo ella. Y dio un beso en la trufa.

Era preciosa. Joven y vital. Me había dicho que me admiraba y que quería hacerme compañía. Pensaba que yo tenía gripe (eso había leído en Internet, en mi página personal, esa sin foto de perfil, que sin duda  debía mejorar), pero no le importaba el cambio de virus por huesos rotos. Era evidente que necesitaba que me echaran una mano. Superado mi desconcierto inicial, ella había dicho: “¡Admiro tanto tu obra…!” y entonces fue cuando supe que me confundía a mí, humilde pintora de brocha gorda, con la vecina de arriba, la gran artista H. Peña.

Quise aclarar el entuerto “No soy esa pintora que crees”, pero ella me detenía con gestos llenos de vida “Ya sé, ya sé. La modestia es muy bohemia. No te esfuerces. Sé quién eres”. Después, me dejaba mimar y me concentraba en ella. Escuchaba cómo le iba en la Facultad de Filosofía, los proyectos que tenía en mente “Lideraré una comunidad basada en afinidades artísticas”. “Tal vez te lleve”. Y entonces ya me era imposible dejar de ser H. Peña. Dejar de ser quien ella quisiera. Y le hablaba de mi experiencia “la pintura habla más que las palabras. Es un lenguaje más preciso”.

Por la noche, cuando ella ya me faltaba, me leía en Internet frases llenas de retórica. Memorizaba cosas para decírselas y, a veces, en mi ignorancia, mezclaba conceptos. Arriesgaba.

“Así que eres una iconoclasta”, me dijo una tarde. Hacía calor, el ventilador giraba despacio y cada 25 segundos hacía flotar su melena castaña. “Me lo dicen mucho”, dije sin saber si era bueno o malo. Me miró como a un cuadro cubista, despacio, de lado.

“Te he estudiado al dedillo. Y, sin embargo, ¿sabes qué es lo que más me gusta de ti?” Yo enrojecí de pura vergüenza. “Tu obra es honesta. Auténtica y necesaria. Eso te hace distinta” Di las gracias en nombre de H. Peña. Envidiaba su talento, su genio, lo que fuera que hacía que a ella le brillaran los ojos de esa manera.

Una noche, acabado ya el verano, llovía y ella llevaba una cazadora negra que atrapaba la lluvia, me dijo que se marchaba lejos. Dejó los croissants sobre la mesa, con un tubo de pomada de árnica y menta. Arrancó un cuerno esponjoso y se lo dio a Strike. “He comprendido que debo empezar mi proyecto ya. Me marcho a  la Polinesia. No volveré”. Me dio un beso en la mejilla que se quedó allí haciéndome cosquillas.

Yo andaba ya con pasos cortos. Me iba recuperando de la fractura. Ella me tendió un sobre cerrado: “Esta es la creación tuya que más admiro, sin duda”. Me quedé paralizada, incapaz de ser quien ella quería. Incapaz de poner cara de H. Peña ni un segundo más. Diminuta, no pude añadir nada. Se marchó.

Cuando me cansé de contar las gotas de lluvia de la ventana, cuando dejé de pensar en la Polinesia y la Micronesia, abrí el sobre.

Sólo había una fotografía. Era de la frutería “Fruta selecta”. Reconocí la fachada, el color. Aquel verde Nilo que yo había escogido para la joven pareja que estrenaba negocio. Aguaplast, fácil de lavar. Alegre. Y esos toques de amarillo sobre la puerta para que les trajera fortuna. Fue un buen trabajo y lo tuve listo en dos mañanas. Me pagaron al contado. La dueña  me regaló mandarinas.

 

Ficción criptolésbica

¿Os acordáis de Expediente X?  ¿Recordáis que Mulder y Scully, episodio tras episodio, y a pesar de lo que se espera en toda serie con un hombre y una mujer trabajando juntos, nunca llegaban a «cruzar la línea» en su relación personal? Y eso que parecía que había algo flotando en el aire. ¿O no?, ¿era solo afinidad?, ¿compatibilidad profesional?, ¿atracción por lo inexplicable? En cualquier caso, a ese común tira y afloja romántico-sexual entre protagonistas de series pronto se le bautizó como Tensión Sexual No Resuelta. Desde Luz de Luna a Castle, pasando por Bones la TSNR es un ingrediente de lo más efectivo para enganchar a la audiencia, y es que, si se hace bien, nos aseguramos tener a la grada impaciente, expectante, esperando el acercamiento de los protagonistas.

Rizzoli and Isles, la química no pide permiso

Rizzoli and Isles es una serie estadounidense en emisión, (va por la quinta temporada) que me recuerda a la expectación que os comentaba. Está protagonizada por una policía y una médico forense. Juntas, aunando esfuerzos, tienen que hacer frente a un peligroso asesino en serie. Jane y Maura, dos atractivas, resueltas, independientes y competentes… amigas. En la ficción, a menos que se diga lo contrario, a los personajes se les asume firmantes gustosos del contrato de heterosexualidad obligatoria (que diría Monica Wittig). Y sin embargo, Rizzoli and Isles está considerada como una serie criptolésbica. Cripto lésbica. Me interesa el concepto.

Rizzoli & Isles, ¿amistad o algo más?

Como se puede deducir del nombre, esto quiere decir que es lésbica de forma oculta o secreta. Así, la relación de estas dos mujeres puede ser leída en clave homosexual. Si bien es cierto que nada sucede entre ellas (de momento), es innegable que hay una química especial. Hay… algo. Esta percepción está tan asumida que existe incluso un hastag #Gayzzoly, que, semana tras semana, interpreta los elementos gays ocultos en cada capítulo. Además, la teoría ha llagado a oídos de la creadora y las intérpretes de la serie. La autora niega que, de entrada, los personajes sean lesbianas, pero no le disgusta la idea. Una de las intérpretes deja en el aire el cariz que puede tomar la relación en el futuro. Nada se puede descartar. Incluso la cadena responsible de la serie está jugando con la ambigüedad en sus promos más recientes.  Y es que, la historia de estas dos mujeres interesa al público, independientemente de su condición sexual. Pura TSNR.

Todo depende del color con que se mire

Antes de indagar por Internet, había un capítulo de Rizzoli al azar (uno que emitieron en Calle 13 una tarde cualquiera),  y al instante percibí ese rollito ( “love les is in the air”). Por supuesto, no esperaba que los personajes fueran lesbianas (eso es mucho pedir en las series mainstream, incluso hoy en día), pero, desde luego, eso se filtraba en la serie . Se escapaba al control. Fluía.

Cualquier persona homosexual (creo yo) está acostumbrada a descodificar textos heteros. Acostumbrad@ a leer entre líneas y a captar segundas intenciones (voluntarias o no, insisto). Cuando la representación en la ficción de personajes LGTB, era una quimera, tenías que estar al quite, dispuest@ a captar ese gesto, esa mirada, esa frase banal. Afortunadamente, cuando el espacio textual se abre a la interpretación, se dispara en   caminos insospechados, tan personales como espectadores hay. Y eso es algo que no puede evitar ni la censura más férrea.

Algunos Criptoejemplos

Siempre me ha gustado el cine clásico americano. Me encantaban las películas de Bette Davies, Joan Crawford, Katahrine Hepburn, Barabara Stanwick. Actrices todas ellas que brindabas heroinas fuertes, independientes, susceptibles en mi mente de protagonizar historias criptolésbicas. Simplemente por su carácter, por su falta de convencionalismo ofrecían una puerta abierta a mi imaginación. Yo no pedía mucho. En última instancia, ya me podía montar yo la película. Pero había ocasiones en que las cosas se me hacían más evidentes. Voy a poner algunos ejemplos de mi experiencia como espectadora, películas en las que yo veía algo más sin que se explicitara nada. Algunos ejemplos son sutiles y otros… Damas del teatro (1937), Gregory La cava. Una residencia de aspirantes a actriz con sus sueños, ideales y cuitas. Katharine Hepburn y Ginger Rogers. La nueva compañera de habitación. Intelectual Vs listilla. Chispa, diálogos ingeniosos. Complicidad… Rivalidad pero también solidaridad femenina.

 

Esposadas
Damas del teatro, universo femenino

 The Haunting (1963) : varios personajes con poderes psíquicos son reunidos por un doctor para llevar a cabo una serie de experimentos en una casa encantada. Entre el grupo, la tímida, hipersensible Nell y la segura y espontánea Theo, que, en el libro que inspira la película, comparte apartamento con una mujer. Hay algo (solo entre líneas). Yo prefiero la versión de Robert Wise. Hay un consenso casi universal por el que se considera un auténtico bodrio. Aún así, continúa fluyendo el elemento criptolésbico y se da un paso más, explicando la condición de bisexual de Theo (protagonizada aquí por Katherine Z. Jones).

Lo paranormal es no ver que aquí hay tomate

 Siete mujeres (1966) . Última película del gran John Ford. Un western protagonizado por mujeres. Anne Bancroft como médico líder de la misión en Manchuria. Una mujer que fuma, bebe whisky, y lleva los pantalones. Entre las siete mujeres que lidera la doctora Cartwright (ocho con ella) está Agatha (Margaret Leighton) que tiene una buena cripto-fijación con la dulce y joven Emma (Sue Lyon), que, a su vez, admira a la doctora… Todas tendrán que enfrentarse a un tirano brutal. 7 mujeres es considerada una película menor del maestro irlandés, pero yo la tengo en mi altar.

Una perfecta tomboy 

Ricas y Famosas (1981) Jacqueline Bisset y Candice Bergen. Una amistad a través de los años, con rivalidad, celos. Es un remake de la película Old acquaintance (1943), protagonizada por Bette Davies y Miriam Hopkins. La nueva versión fue dirigida, además, por G. Cuckor, un director maestro en la dirección de actrices y… homosexual que despidió su impresionante carrera con esta joyita. Curiosamente, la crítica acusó a la película de tener una sensibilidad gay, pero no en el sentido que yo propongo. Por lo visto la promiscuidad hetero del personaje de Jacqueline Bisset les parecía a algunos más propia un de hombre gay que de una mujer. Toma ya.

Trama heterosecual, subtexto homosexual

Tomates Verdes fritos (1991). Probablemente, la película criptolésbica por excelencia. Dos mujeres viviendo juntas, criando a un hijo. Una relación más ambigua en la peli que en el libro, es una alianza femenina a la que solo le falta la alianza 😉

Tomates Verdes Fritos, todo un clásico

Showgirls (1995): tendría que dedicarle un post entero a esta película, dada mi predilección por ella.  Mientras ese día llega, la pongo en esta lista. Si la relación pasión, rivalidad, provocación y chispas es entre Nomi y la todesexual Cristal, yo quiero poner el foco en la pareja Nomi-Molly. Molly recoge a Nomy en las Vegas, cuando a ella, recién llegada, le han robado la maleta (todo lo que tiene en la vida). La amistad se sella al instante. Y la lleva a su casa. «¿No querrás ligar conmigo?» pregunta Nomi. No, dice Molly. Y, aunque en efecto, entre ellas solo hay una casta amistad… pues… ¿qué queréis que os diga? Si Cristal es el fuego, Molly es la ternura y mueve a Nomi más que nadie. De hecho, en el musical Showgirls de Broadway se parodia la relación entre ellas y su subtexto lésbico.  Nada que objetar.

 

Nomi y Molly, amistad a primera vista
Por cierto, y para cerrar este post, en la octava temporada de Expediente X, cuando la serie ha dado ya más vueltas que una noria, aparece en escena  la agente Mónica Reyes. Admira mucho a Scully y pronto se hacen muy buenas amigas y… ¿ya estoy viendo cosas otra vez?  Bueno, como toda buena amante de esta gran serie sabe, La verdad está ahí fuera…
¿Así quién se acuerda de Fox Mulder?

El túnel del terror

Leonor apresuró el paso. Se dijo que no debería haberse puesto el abrigo de piel. No hacía frío y ahora parecía del todo inapropiado, pero allí estaba ella, en aquel mugriento parque de atracciones, con las pieles, los tacones, un pañuelo de seda sobre el pelo y las gafas de sol. Por fortuna, la gente no parecía reparar en su persona. Estaban absortos en sus conversaciones, entre algodones de azúcar y manzanas caramelizadas. De lo contrario, habría fallado en su propósito de no llamar la atención. Pero así lo había visto en las películas: las gafas de sol y el pañuelo. Siempre funcionaba. Además, lo importante era que ya estaba allí.

El lugar de encuentro era muy vulgar. Era lo primero que había pensado dos noches atrás, cuando había descolgado el teléfono de la cocina para llamar a su hermana. Quería preguntarle cómo hacía aquellas empanadillas argentinas tan buenas. Entonces se dio cuenta de que Richard estaba hablando desde el teléfono del despacho y tuvo el impulso de colgar, pero, cuando ya iba a desprenderse del auricular, oyó la voz cantarina y sensual de aquella mujer. Y siguió escuchando. Rita, que así se llamaba la voz desconocida, se dirigía a su marido como Rick. Él, que se mostraba muy afectuoso con ella (“preciosa”, “pienso en ti a todas horas”), propuso un encuentro dos días más tarde en el parque de atracciones junto al río. Iban a pasarlo en grande juntos. La cita quedó fijada a las nueve en la entrada del túnel del terror. Rita mandó a Richard un beso sonoro y colgaron. Los tres.  Después de eso, Leonor siguió preparando la cena: optó por una ensalada templada en lugar de las empanadillas. Conmocionada por lo que acababa de escuchar, trató de ordenar sus pensamientos mientras servía la cena. Las ideas se le agolpaban en su cabeza: Rick (ella odiaba los diminutivos); el parque de atracciones (jamás habían ido juntos a un sitio así); el túnel del terror (eso era lo único que parecía cuadrar son sus sentimientos). “Preciosa”, “pienso en ti a todas horas”. Y todo empezó a encajar: los retrasos, las excusas, ese aire distraído que él tenía desde hacía tiempo. Rita era la culpable.

Esperó dos horas dando vueltas hasta que dieron las nueve de la noche. Aún no sabía cuál era su propósito al acudir al lugar de encuentro de su marido y su amante. Sólo sabía que necesitaba verlos, que necesitaba verla. Tal vez así entendería. Leonor se había arreglado con esmero y se sentía tan nerviosa como si afrontara su primera cita con Richard. Imposible olvidar aquella tarde lluviosa de marzo en que se citaron por vez primera. Habían ido al Museo de Arte Moderno. Aquel día también llegó dos horas antes. Para hacer tiempo, se leyó los folletos de la sala principal  y después comprobó que Richard los repetía palabra por palabra. Richard siempre había sido un diletante que se jactaba de su cultura. Y ella lo admiraba. Pero eso quedaba muy lejos ahora.

Los vio enseguida. Estaban de espaldas. Richard apoyaba su mano bronceada en la espalda de ella: una espalda blanca moteada de jóvenes pecas. Rita, pelirroja de piernas kilométricas y risa floja. No debía de tener más de veinticinco años y atraía las miradas lupinas de todos los hombres. Leonor la caló al instante: una cabeza hueca con el tiempo de caducidad de las rosas. Por desgracia, esa noche era la más hermosa y vital de las flores. Richard se giró de repente y Leonor tuvo los reflejos de esconderse tras una puesto de golosinas. Para disimular compró un globo. Había que reconocer que Richard parecía rejuvenecido. Llevaba un par de botones de la camisa desabrochada, cosa que Leonor nunca le permitía. Apoyaba distraídamente la chaqueta sobre el brazo y sus ojos brillaban con intensidad. A Leonor le pareció oler su intenso perfume a Tèrre d’Hermes desde la distancia.

La pareja hacía cola en la atracción del túnel del terror. Pasados un par de minutos subieron a uno de los vagones que estaban a punto de partir. Leonor había cumplido su misión: ya los había visto y seguía sin entender nada. ¿En qué había fallado? ¿Valía la pena poner en peligro dieciséis años de vida en común por esa mujer? Rita rió con gran estruendo. Leonor pensó que semejante risa era una provocación: una invitación a salvajes desenfrenos. Leonor siempre había reído en silencio, odiaba llamar la atención. Ahora también lloraba en silencio. Se iban, así que decidió subir tras ellos en un vagón. Se abrió paso entre las parejas que se besuqueaban en la cola. No temía que la vieran. No parecía que Rick fuera capaz de fijar su atención en algo que no fuera el escote de su acompañante.

Por fin se sentó tras ellos, confiando en su atuendo de espía: el pañuelo, las gafas y ahora también el gran globo rosa con forma de caniche.

“Señora, va a pasar un miedo de muerte”, le advirtió el mozo que aseguraba los vagones. Leonor sonrió, mustia. No creía que hubiera ya nada esa noche capaz de asustarla. “Será mejor que se quite las gafas  o no verá nada”. Leonor se aferró a la barra de seguridad haciendo caso omiso. Los vagones comenzaron a avanzar por los raíles con un chirrido seco. Poco a poco sus ojos se ajustaron a la nueva oscuridad.

Rita se acercó más a Rick. Le gustaba tenerlo cerca, a pesar del perfume tan fuerte que él llevaba esa noche. Ella no quería entrar en el túnel del terror. Ya era bastante miedosa. Pero Rick se había reído de sus temores. Le había parecido un detalle encantador y femenino, y le había asegurado, sacando pecho, que con él siempre estaría a salvo.  Ella no había podido objetar nada más. Pero Rick no entendía –¿cómo iba a hacerlo?- que lo suyo era algo más que un tonto temor. No podía saber nada de las pesadillas y las visiones, como no podía saber nada del doctor Bertrand y de las pastillas. Era pronto para contarle algo así. Tomaron una curva brusca y un ruido atronador los sacudió. Todos los ocupantes de los otros vagones chillaron. Rita cerro los puños y se clavó las uñas en las palmas. Tenía que aguantar. El doctor Bertrand, que la veía “francamente recuperada”, le había dado las pautas para superar esos pequeños episodios: respirar hondo, pensar en otra cosa; contar de cien a cero, despacio, visualizando los números. ¡Qué idiota el doctor Bertrand¡ ,¡qué sabía él del terror! Con su estúpida condescendencia y su anticuado paternalismo. Rita no podía dejar el éxito de su cita con Rick en manos de un truco barato de relajación. Por eso, y sólo para sentirse más segura, se había llevado su pequeño revólver en el bolso. Con el arma sí se sentía más tranquila. Le funcionaba.

Se había fijado por primera vez en ella mientras hacían cola.  La había visto mirándolos, allí plantada, como una aparición. Después había subido en el vagón posterior al suyo. Cuando, ya dentro del túnel, pasaron junto a un espejo deformante, un rayo de luz los cegó y vio a la mujer reflejada y distorsionada. Llevaba un pañuelo sobre la cabeza y gafas oscuras, aun con aquella oscuridad. Rita estaba segura de que los seguía. No podía comentárselo a Rick, ¿qué iba a pensar? Ella bien sabía que su imaginación le jugaba malas pasadas. Desde pequeña había creído que hombres y mujeres desconocidos la acechaban. No la habían podido atrapar, pero aún lo intentaban.

La mujer de las gafas iba sola en su vagón y, a cada minuto que pasaba, a Rita le parecía más y más inquietante. Todos en el túnel del terror chillaban, reían, cuchicheaban, se abrazaban a sus parejas. Pero aquella mujer permanecía quieta, como absorta, con la mirada fija en ellos. Seria, imperturbable y con aquel horrible globo en la mano como única compañía. Rita empezó a sentir escalofríos, le temblaban las rodillas. Una bruja surgió de una esquina, con una escoba despeluchada y la cara llena de pegotes de maquillaje. Rick pegó un pequeño bote y ahogó una risita infantil. Rita se aferró a su bolso. Quería salir de allí. Sentía que su vida dependía de ello. Miró atrás. Ya no se veía la luz de entrada al túnel y ni soñar con atisbar la de salida. Estaban en las entrañas de la atracción. Extrañas risotadas estallaban aquí y allá. Ya no sabía  si sonaban en su cabeza o fuera de ella.

Leonor no sentía nada. Solamente una punzada sorda cada vez que Richard pasaba su brazo sobre el hombro de Rita. El ruido era ensordecedor allí dentro y apenas veía cinco metros más allá. Los sustos, si podía llamarse así a algo tan infantil, estaban preparados a golpe burdo de gramófono y altavoz. Y esas luces horribles… Eran muy molestas, menos mal que llevaba las gafas. Leonor necesitaba hablar con Richard. Su deseo se hizo ineludible. Tenía que hacerle comprender que estaba cegado por un espejismo de metro setenta y cinco. Estaban a tiempo de arreglarlo con buena voluntad. Se incorporó hacia delante, pero era imposible acercarse lo suficiente al vagón delantero. Además, le parecía que Rita estaba muy alerta, más de la cuenta. Pocas veces miraba a Richard y no había probado ni una sola de las palomitas de azúcar que él le ofrecía cada tanto. Tendría que esperar a salir de allí. A menos que pudiera zafarse de la barrera protectora y acercarse un poco…

Rita sentía que una corriente fría le subía hasta la raíz del pelo desde la punta de los pies. Estaba tiritando. Rick le preguntó si tenía frío y ella negó, sin hablar, de manera mecánica. Tenía que salir de allí, pero ya no se veía capaz de levantarse del vagón. Temía caerse desmayada si lo intentaba. Sólo podía quedarse quieta agarrada a su bolso, esperando que todo pasara. Necesitaba que le diera el aire. Ni las ruletas vertiginosas de risotadas y destellos, ni los aullidos de lobo le producían ya temor. Nada se comparaba a sus miedos. Todo se iba tiñendo de un aura de irrealidad. Rita logró vencer la rigidez de su cuello y miró hacia atrás, por encima de su hombro. ¡La mujer del globo no estaba! Sintió un vacío en el estómago, como si la hubieran lanzado de golpe por una ventana. Le preguntó a Rick dónde estaba la mujer. Pero él no podía oírla entre tanto jaleo. Era imposible gritar. Rita estaba aterrorizada. Decidió cerrar los ojos y permanecer así hasta que salieran del túnel, hasta que todo acabara. Oyó el ruido de un trueno y le pareció que algo se rasgaba en su interior.  Abrió los ojos. Y la vio. La mujer del globo estaba de pie junto a los raíles y avanzaba hacia ellos con paso firme.  El vagón los llevaba hasta ella. Vio de reojo el gesto de miedo de Richard. Rita chilló, un grito que salió de lo más profundo de su ser. Sacó el revólver y disparó. Una vez. Y otra. Y otra. La mujer del globo cayó hacia atrás como si fuera un muñequito de una barraca de feria. Quedó allí extendida, mientras el globo volaba alto. El vagón avanzó, dejándola atrás.
Unos metros más adelante, salieron al exterior y el carro se detuvo por fin.  La gente que iba en la cabeza fue bajando en medio de una gran excitación. Ellos dos permanecían aún sentados. Rita se había quedado congelada en una demencial mueca de terror. Rick, confundido, abría y cerraba la boca sin decir nada. ¡Todo había sucedido tan deprisa! Pero, poco a poco y de manera inexorable, los gritos de la gente que aún quedaba en el túnel empezaron a ser de verdadero y auténtico horror.

Halloween, miedo para todos los públicos

Esta semana tengo claro de lo que quiero escribir: Halloween.

Y es que me gusta esta fiesta. Sí, admito que también tengo mis reparos: es una americanada, y tiene el anzuelo consumista en su interior (basta pasarse por Mercadona, El Corte Inglés o Ikea), pero, aún así, el mes de octubre tiene un aliciente para mí. Y hay una explicación fácil: desde niña me han fascinado las películas y las historias de miedo (sí y me han asustado más de la cuenta).

Pertenezco a esa generación que se quedó traumatizada con aquella TV movie «El misterio de Salem’s Lot», en la que un niño, que ha sido asesinado (en realidad, ha sido vampirizado), se presenta de noche en la habitación donde está su hermano durmiendo y, levitando desde el exterior de la ventana, araña el cristal con un dedito para que este le deje entrar… Uff, cuántas malas noches pasé yo con la tontería.

https://youtube.googleapis.com/v/w1unHCE_Npw&source=uds

Sin embargo, a pesar de las noches en blanco, yo seguía hipnotizada con las películas de terror. Ya fueran alquiladas en esos videoclubs de los noventa («Noche de miedo»; «El terror llama a su puerta», «IT») o cazadas en la tele («Carrie», «El exorcista», «La profecía», «La semilla del Diablo», «El resplandor»). Como fuera, seguía buscándolas. Me metía tan dentro de esas historias que salía de la experiencia completamente agotada, con los músculos en tensión y sin uñas. Desde luego, la infancia es el mejor territorio para pasar miedo. El más puro e inocente y, como el paraíso perdido, no se puede recuperar, solo evocar. Han pasado los años y ya no creo que la muñeca de la cómoda tenga intenciones de asesinarme en cuanto cierre los ojos, pero aún tengo atracción por las películas de terror (y aún soy capaz de asustarme mucho).

Así que, aunque solo sea por el incremento de películas en la tele, o por el montón de información y curiosidades que, con motivo de Halloween, invaden la Red, yo disfruto de esta semana sin reparos.

Será porque pasar miedo de modo controlado es como disfrutar de una tormenta épica al abrigo de tu hogar. Mirando por la ventana cómo se cae el cielo, mientras tú te agarras a tu taza de cacao y le guiñas el ojo a uno de tus gatos que ronronea perezoso en el sofá. ¡Aja! No parece que tenga mucho mérito, pero reconforta.

Así que, para la ocasión es obligado hacer una selección de películas. Yo, desde luego, tengo mis favoritas. La lástima es que se me acaba el catálogo y quedan cada vez menos cartuchos para experimentar la sensación de un miedo inédito.

En todo caso, si tuviera que hacer un kit personalizado estas serían mis tres elegidas este año (selección que puede ser ampliada, pero no es el objeto del post):

«La noche de Halloween» (1978), John Carpenter. Ambientada (como su título indica) en la noche de Halloween, esta peli fue pionera del género y marcó el camino para el florecimiento del  «teensplotation» y los «slashers», películas protagonizadas por adolescentes que, básicamente, son carne de psicópata. Me gusta, en todo caso, por su clasicismo, porque Carpenter es un director que, en los márgenes del cine comercial, ha hecho cosas muy interesantes. También por Jamie Lee Curtis, que está genial en este debut en este papel protagonista, arquetipo de la heroína buena chica, seria y responsable. Me gusta además Michael Myers, ese malo sobrenatural (un psicópata que no es de este mundo), que encarna la maldad gratuita y carente de explicación. Ideal para pasar miedo en la víspera de Todos los Santos.

https://youtube.googleapis.com/v/-Hsy2xOdNvI&source=uds

«Pesadilla en Elm Street» (1984), Wes Craven. Otro clásico. Y otro director que me encanta. Lo de Pesadilla en Elm Street es una aproximación a los miedos más viscerales. ¿Qué hay más terrorífico que poder ser asesinado en una pesadilla? , ¿Cómo evitas quedarte dormido? Imaginemos el horror de verte atrapado en el peor de tus sueños frente a un despiadado y brutal asesino. La película explora los planos del sueño y la vigilia, lo que le permite además beneficiarse del onirismo para recrear escenas escalofriantes y cargadas de sugerencia. Contamos además con ese toque de erotismo tan del género y con un malo, Freddie, que es irónico, mordaz y… cortante.

https://youtube.googleapis.com/v/UDMdTTvoD5A&source=uds

«La noche del cazador» (1955), Charles Laughton. Rompe bastante con las dos anteriores. Una joya del cine americano, filmada en blanco y negro con fotografía expresionista. Una rareza en su día. Muy de autor y única película dirigida por el genial Charles Laughton. Es un cuento de miedo en toda regla. Pocos villanos me han puesto los pelos de punta como este Robert Mitchum con los puños tatuados y tarareando su siniestra cancioncilla.

https://youtube.googleapis.com/v/RULrJCWfJtg&source=uds

Puesto que estas películas (y muchas, muchas otras) ya las he visto, he de rastrear por la red en busca de nuevas candidatas, con el handicap de que me gustan mucho las películas por así decirlo antiguas, y eso es un recurso finito 😀

 En vistas a renovar mi listado ya he fichado una que promete (por varios motivos) y que no he visto:

The Slumber Party Massacre (1982). Esta peli tiene el aliciente de estar escrita por Rita Mae Brown, escritora y activista LGTB! Dicen las reseñas que es divertida y algo paródica del género (cosa que a mí me gusta). Además, las tres películas que componen esta franquicia, están dirigidas por una mujer. 🙂

Una fiesta de pijamas y un psicópata. Buena combinación

Y es que, echo de menos alguna película de miedo y con componente  y protagonismo lésbico.  Y no me vale lo último que he visto: «Lesbian Vampire Killers», y no porque no sea una parodia (un poco al estilo de Un hombre lobo americano en Londres, 1981) agradable y pasable, sino porque el lesbianismo es muy tangencial (y estoy siendo benévola) y no sale en absoluto victorioso. El arquetipo de vampira lesbiana es uno de los más trillados del género de los colmillos, bien sea explotando la sexualidad (frígidas o ninfómanas) o, bien como vampiras de la inocencia de jóvenes… heterosexuales. No obstante, buceando un poquito en Internet, he encontrado 15 sugerentes películas de terror con componente lésbico.

En todo caso, además de las películas, me gusta la iconografía propia de Halloween: fantasmas, zombis, esqueletos, murciélagos… Todo ello apela a un mundo de fantasía lleno de sugerencia. Precisamente porque permite dejar por unos instantes lo cotidiano a un lado. Y además nos anima a acercarnos a la idea de la muerte y del más allá, tal vez el terreno más misterioso que exista.

Hablando de símbolos de Halloween, me he informado sobre lo de las calabazas (siempre he pensado que era un tema de superproducción de vegetales de temporada o algo así), pero no exactamente. De lo que sí había excedente en su día era de manzanas, por eso se ofrecen manzanas de caramelo en esta fiesta. En todo caso, quien tenga curiosidad con el asunto de la calabaza aquí tiene la explicación.

En cuanto a la cocina y la decoración, ese es otro filón de infinitas posibilidades. No deja de sorprenderme la imaginación y el buen hacer de la gente, con todas las creaciones gastronómicas ad hocpara estos días. Yo no soy nada buena cocinera, aunque  siempre podría usar mi torpeza para intentar improvisar algunos horrores culinarios. Os admito que este año tengo claro mi antojo.

 

Salchimomias listas para el sacrificio

Por ir cerrando este repaso, confieso que los disfraces, otro elemento distintivo de la fiesta, no son lo mío, aunque les veo su gracia. En todo caso, aún no he aprovechado lo oportuno de vivir con un gato negro (Mich) y uno pardo (Conguito). Cada año, me propongo ambientar la noche de Halloween con su participación. Me tira mucho eso de un felino draculero (Catcula)… aunque sospecho que mis dignos compañeros no están por la labor de cumplir mis fantasías.

 

Una buena noche de Halloween necesita su gato negro

 

En todo caso, al final, y como siempre que hay una celebración, la felicidad es compartir el momento con la mejor compañía. Y eso el próximo viernes, junto a la peli, los dulces y las leds con forma de calabaza, lo tengo garantizado.

 

Supersticiones

El día que conoció a Paula se le había cruzado un enorme gato negro. Y eso era algo que Eva recordaba  a menudo. De camino a su cita, aquel primer día, se dijo que aquella sería un desastre con toda seguridad: creía en las señales y lo del gato no podía traer nada bueno. Se resignó a encontrarse con una de las tantas piradas que florecen en Internet (había conocido a unas cuantas y sin felinos azabaches de por medio). Y, sin embargo y para su sorpresa, todo fue de perlas con la nueva candidata. La conexión entre las dos fue inmediata. Paula resultó mucho más perfecta en carne y hueso: una mezcla asombrosa de belleza, inteligencia y sentido del humor. Por no hablar de sus dos carreras, los buenos modales, las perrillas en el banco y su estupendo escote. Eva no podía pedir más.  Dio gracias a todos los santos y se propuso disfrutar del idilio.

Todo eran buenos indicios esos primeros días: Paula alababa la imaginación desmedida de Eva, su espontaneidad y su pasión. Incluso toleraba su romanticismo un poco hortera.  Tan solo había un punto de discrepancia entre las dos. Profundamente racional como era, Paula se mostraba incapaz de entender las manías supersticiosas de Eva. Una cosa era que le riera las gracias cuando ella le aseguraba que jamás se pondría algo amarillo, que diera un rodeo cuando veía una escalera apoyada en una fachada o que  aceptara no sentarse en la fila 13 del cine (aunque fuera la única libre). Pero que Eva se pusiera blanca como un fantasma y se negara a cenar cuando se le derramó la sal en aquel restaurante tan caro o que armara un drama la tarde  que a ella se le cayó un espejito muy mono en una tienda del centro… eso había sido el colmo. Eva  había armado un escándalo en la tienda. Totalmente fuera de lugar. Según decía, se veía condenada a siete años de mala suerte por la torpeza de Paula. Y claro, Paula se pilló un buen mosqueo. Se había sentido abochornada y estuvo tres días sin cogerle el móvil. La relación parecía en crisis. Cuando por fin Paula accedió a verla de nuevo, le dijo que temía que Eva estuviera un poco desequilibrada. “¿Te das cuenta de que tus pensamientos son totalmente irracionales?”. Eva le dijo que se daba cuenta.  La pregunta trascendental era: ¿Sería capaz de controlarse en lo sucesivo? Eva no estaba ni mucho menos segura, pero si aquella chica le hubiera pedido que se prestara voluntaria  como mujer bala y se dejara lanzar en dirección a Kazajistán, lo hubiera hecho sin dudar. Estaba loca por ella. Así que se propuso firmemente dejar de lado todas sus manías.

Las semanas fueron pasando. Eva descubrió con asombro que su enamoramiento era tal que apenas tenía neuronas libres que dedicar a sus obsesiones, lo cual era una enorme ventaja. Los meses cayeron  entre arpas y querubines.

Se acercaba el aniversario de tan dichosa unión. Eva quería hacer algo especial para Paula, algo que recordaran toda la vida. No en vano, se sentía más libre y feliz que nunca. Llevada por un impulso, compró dos billetes de avión y reservó habitación en un hotel muy cuco cerca de Florencia, todo a un precio fantástico. Desde luego, a juzgar por las fotos, el sitio estaba a la altura de su romanticismo: un castillo soleado, un paraje romántico, preciosos viñedos alrededor. De película. No necesitó más información.

Sin embargo, ya sentadas en el avión de aquella compañía de bajo coste, Eva tuvo que hacer esfuerzos sobrehumanos para superar su convicción de que iban a caer en picado porque el pasajero de la primera fila era bizco. Captó la mirada de Eva y se tomó un Valium. Para distraerse se puso a ojear una guía de la Toscana. Empezó a tranquilizarse, poco a poco.

—Escucha, Paula, al parecer te llevo a un castillo famoso.

—Ah, ¿sí? —se interesó Paula con su maravillosa sonrisa.

—Sí  —continuó Eva con voz modulada y seductora— , escucha: el castillo de los condes Ravanelli de  Mugello es uno de los más famosos de Europa por su estilo neogótico y  sus maravillosos torreones.  Destaca su capilla y sus techos de madera. Además, atrae a intrépidos viajeros de todos los rincones de Europa por… —Eva se quedó congelada—… su terrible maldición no apta para miedosos y supersticiosos.

Paula le quitó la guía, divertida.  Lejos de asustarse, quiso saber más del asunto. Al parecer, la condesa de Ravanelli había sido una mujer muy hermosa, dotada de un talento extraordinario para el canto. Su marido, celoso y cruel, creyendo que  esta le engañaba, le había mandado cortar la lengua. La condesa no había tardado en perder la cabeza y una tormentosa noche saltó al vacío desde la torre más alta. La maldición decía que, si alguien miraba el cuadro de la condesa, que se exhibía en el salón azul y osaba cantar en su presencia, esa persona se volvería irremisiblemente loca. A Paula le pareció una anécdota deliciosa. Eva languideció en su asiento. Mierda de castillo, pensó,  ¿cómo podía tener tan mal ojo? De todos los castillos del mundo, ella tenía que caer en uno maldito. Respiró hondo. No pasaba nada. Todo era una tontería. Ella no quería saber nada de la maldición. Ni hablar. Ella había reservado en un hotel luminoso y cursilón: el castillo del amor. Y eso mismo se repitió a sí misma una y otra vez.  A pesar de sus intentos por autosugestionarse durante el resto del trayecto, cuando por fin llegaron a las puertas del hotel, era ya noche cerrada, llovían chuzos de punta y el castillo en cuestión era lo más siniestro que había visto en su vida.

—¡Qué horror! Sólo le faltan un  par de gárgolas rampantes —dijo en voz alta.

En ese momento, un magnífico relámpago iluminó unas figuras siniestras de piedra en los remates de las torres. Sí, ahí las tenía: un  estupendo par de gárgolas rampantes.

—Seguro que por la mañana te encanta.

  Eva hizo acopio de toda su fortaleza. Sólo debían mantenerse lejos del cuadro de la condesa.  Algo de comer le haría ver las cosas de otro modo.

De hecho, así fue. Paula estaba radiante durante la cena. Su encanto se había multiplicado por cien en aquel exótico paraje. Las dos se achisparon un poco bebiendo vino italiano. Eva se relajó. Afuera caía el diluvio universal, parecía que la Toscana fuera a borrarse del mapa, pero ellas estaban a salvo en ese bonito salón rústico y las esperaba una gran noche de amor. Subieron a la habitación animadas por esa perspectiva. Lo que antes era pavoroso ahora era divertido para Eva. Hasta le hicieron gracia las armaduras del pasillo, que las observaban entre beso y beso. La suite también era estupenda y acogedora. Paula se dejó caer en la cama con dosel mientras reía:

—Esto es tan cursi que es de coña. Es perfecto –de repente se incorporó: Vayamos a ver el cuadro.  Ahora.

Eva se atragantó con su copa de vino: “¿Ahora?”. Pero Paula estaba entusiasmada con su idea y fue  del todo imposible disuadirla.  Eva no pudo más que seguirla.

Por lo visto, no había nadie despierto en todo el hotel. El animado ambiente de la cena y el salón se había convertido en silencio sepulcral. Bajaron unas tortuosas escaleras. Eva gritó cuando un rayó iluminó una vidriera. Por fin, guiadas por un folleto de mano, llegaron a la famosa sala azul que albergaba los cuadros. La estancia estaba llena de retratos horrorosos de gente con cara de mala leche. Para eso, pensó Eva, podían haber pintado flores. Por fin se encontraron frente al retrato de la condesa. Era innegable que era una mujer hermosa, pero con una cara de odiar al mundo que congelaba la sonrisa de cualquiera que la contemplara. ¿Le habrían ya cortado la lengua cuando se lo pintaron?  Imposible saberlo, como imposible huir de sus ojos oscuros. Era uno de esos cuadros que seguían la mirada, aunque te desplazaras. Paula se situó frente al lienzo. Eva no podía soportarlo. No dejaba de pensarlo. Si la mirabas y cantabas, te volvías loca, era la maldición. Paula continuaba mirando fijamente a la condesa. Eva la intentó apartar.

—Que no pasa nada —se resistió Eva—. Y ahora voy a cantar.

—Nooo! —El grito de Eva fue tan potente que un cuadro pequeño cayó al suelo. Pero Paula le dijo que no estaba siendo nada consecuente. Y que ella pensaba cantar. Tal vez así se daría cuenta de lo ridículo que era todo aquello. Era evidente que todavía le duraba el efecto del vino. Tenía la mirada febril. La cogió de la mano y la arrastró hacia ella. “Vamos a cantar juntas  “Se me enamora el alma”. Vamos. Va por ti, condesa”.

Eva se soltó y salió corriendo de la sala, tapándose los oídos. Sin embrago, oyó a Paula cantando los primeros acordes del hit de la Pantoja. Habría dicho que su amada tenía mejor gusto. Dios mío.

Pero era lo de menos, porque estaba condenada.  Subió a la habitación corriendo. Cerró la puerta. Al cabo de unos minutos de profunda angustia, Paula llamó a la puerta. “Abree”, le pidió con voz susurrante. Eva abrió con cierta precaución. Paula la miró sonriente con las manos en la espalda.

—Pues va a ser que tenías razón, Eva —dijo, y  sacó un cuchillo de cocina—, te vuelves loca y, en mi caso… asesina. La condesa me habla: “mata, mata, mata”.

Paula tenía cara de ida y Eva no estaba dispuesta a quedarse para comprobar si era un trastorno transitorio. “Qué pena de novia”, pensó mientras subía a la carrera a la azotea. “Qué mala suerte tengo”.

Paula la seguía cantando estribillos siniestros. “Joder, por contratar viajes baratos”, siguió subiendo Eva. “Esto a mí no me pasa más”. Salió a una amplia terraza. “Se me cruzó un gato negro”.  Llovía a mares y el viento aullaba. Paula la seguía con gran tenacidad armada con su cuchillo, pidiéndole que se detuviera. Antes muerta. Eva resbaló con una hoja traicionera y se arrastró como pudo por el suelo. Finalmente,  Paula le dio alcance. No había escapatoria. Estaba acorralada al borde del abismo. Solo le quedaba la opción de saltar al vacío a sus espaldas. Cuando todo parecía perdido, Paula soltó el cuchillo. Su expresión recobró la normalidad. “Eres una boba” le dijo.”No me puedo creer que te lo hayas creído, pero es que no había manera de pararte. Ay, nos vamos a resfriar aquí arriba. Venga, ya está bien de bromas. Vámonos, deja que yo te ayude a entrar en calor”. Tras unos segundos de estupor, Eva aceptó la broma con deportividad. Realmente se sentía muy ridícula. Ya le daría un ataque de indignación cuando hubiera entrado en calor, aunque ¿qué iba a confesar, que creía firmemente en la maldición? Era mejor dejarlo correr. Afortunadamente, como si el destino quisiera compensarla por el susto pasado, la noche fue épica y el viaje maravilloso.

De vuelta en casa, el romance continuó viento en popa. Todo seguía siendo perfecto… o casi. Eva se mosqueaba algunas veces, cuando pillaba a Paula hablando a solas con grandes aspavientos. “¿Con quién hablas?”  le preguntaba.  “Con la condesa”, bromeaba ella. Y después se reía. Con una risa muy, muy, muy extraña.

Lazos ardientes, una película para celebrar

Con este post quiero rendir un homenaje a la película Lazos ardientes (Bound; 1996).

El pasado 31 de agosto se cumplieron 18 años de su estreno, buena ocasión para recordarla.

Lazos Ardientes es la primera película de los hermanos Wachowski (que han dejado huella en la historia del cine por la archiconocida Matrix). A mediados de los noventa eran dos novatos interesados por los cómics y las películas de terror y habían escrito el guión de Asesinos (1995), que fue dirigida por Richard Donner.
Faltaba aún una década para que Larry Wachowski pasara a ser Lana Wachowski. Ignoro si en aquellos tiempos ya existía una sensibilidad de esta parte del tándem de los directores por los personajes LGTB. No es cuestión de hacer cábalas sin fundamento. Quedémonos con el hecho y ya está.

Volviendo a la película, Billy Wilder fue el gran inspirador de los Wachowski para este proyecto. Querían hacer una película de cine negro al estilo del maestro (pienso en Perdición, Días sin huella, incluso en El crepúsculo de los dioses). Casi nada 😉

Una peli a lo Billy Wilder, ese era el reto

No era algo nuevo eso de revisitar el cine negro. Sin ir más lejos, en 1994 había aparecido Pulp Fiction y La última seducción.  Lazos ardientes encaja como aquellas en la etiqueta «neo-noir». Entre otras cosas «neo» porque nos sirve una historia femenina en un género que no se caracteriza por ceder el protagonismo a las féminas. Y, entre otras, porque introduce una pareja de lesbianas como eje del argumento. 

La película trata de la alianza de dos mujeres que se acaban de conocer (la sensual Violet, novia-florero de un mafioso y Corky, ex presidiaria que trabaja de fontanera), para engañar a un grupo de poderosos mafiosos (para los que trabaja César, el novio de Violet) y robarles un botín de dos millones de dólares.
Todo ello servido con sus imprescindibles dosis de violencia y sexo. Atrevido, ¿no?

Jennifer Tilly y Geena Gershon son pura química.



Me gusta mucho esta película por varias razones (ojo, lo siguiente contiene spoilers).
Voy a dejar al margen su ingenioso guión, su brillante puesta en escena (low cost) y sus atrevidos planos (¿qué hay de ese recorrido a través del cable telefónico?). En esta ocasión, celebro el aniversario de Lazos ardientes por otros motivos:

  • Por se una película con una trama lésbica perfectamente encajada en la historia. De hecho, no es una película para el público LGTB, sino para el gran público. Una prueba de que podemos encontrar historias que nos representen e interesen a una audiencia amplia. Algunos pueden opinar que no hay una problemática lésbica expuesta en la película y que podría tratar de una pareja hétero y la historia sería la misma. Yo creo que, si esta peli la protagonizara una pareja hétero, perdería todo el carácter subversivo que pueda tener (y he leído sobre las dificultades por ejemplo para encontrar actrices que quisieran hacer el papel o el rechazo de productores a la relación sexual entre las dos protagonistas). Y a mí no me interesaría ni la cuarta parte. Además, considero que la normalidad es siempre un excelente camino.
  • Porque acaba bien (creedme, esta es una poderosa razón para mí). Cerca estuvimos de que acabara bien Thelma y Louise (1991), pero escapar pasaba por despeñarse por un barranco. No voy a repasar aquí cuántas películas LGTB tienen un final dramático (tal vez en otro post). Simplemente, me produce gran placer que las chicas se salgan con la suya 😀
  • Porque tiene lecturas feministas. Como iba diciendo antes, en esta peli triunfan las mujeres, cosa que no hay que dar por sentada y menos en un mundo tan opresor y machista como es el de la mafia. Y es que, en estas películas con argumento mafioso, las mujeres prácticamente siempre (agradeceré ejemplos que no sean así) son utilizadas como personajes secundarios, a menudo mujeres explotadas por su belleza. Aquí tenemos una alternativa. Me dio un gustazo parecido la película Byzantium, la última de Neil Jordan. En ella son dos mujeres (madre/hija) vampiras las que tienen que pelear por sobrevivir en una hermandad (tipo mafia) de vampiros. Recomendable también.
  • Porque juega con los estereotipos. Violet una mujer ultra femenina, de voz muy fina y novia de un gángster (la típica mujer florero) es en realidad una astuta mujer lesbiana. ¡Toma expectativas! Lazos ardientes escenifica en pantalla (y sin pretensiones) los roles Butch/femme. Yo no le pido peras al olmo, pero agradezco que un par de recién llegados como los Wachowski se empeñaran en conservar a sus protagonistas y su idea de película hasta el final.

Lazos ardientes es una película de las que me alegro que existan. Un buen ejemplo de cómo naturalizar una relación lesbiana y ofrecernos un entretenidísimo thriller noir. Así que celebremos su aniversario con un brindis (por Corky y Violet).



El umbral, 10 consejos para iniciar una historia

Ayer releí unas reflexiones de David Lodge sobre las distintas maneras de iniciar una novela (El Arte de la ficción, 1992).
De entre todas las cosas interesantes que cuenta, me quedo para esta ocasión con una sugerente pincelada:
 

«El comienzo de una novela es un umbral, que separa el mundo real que habitamos del mundo que el novelista ha imaginado. Debería, pues, arrastrarnos».

 
La enseñanza de esta breve cita se puede extender a toda historia de ficción en general, sea novelada, guionizada o servida en otro formato.
Me atrae mucho y me parece fantástica la imagen de un umbral que traspasar. Una puerta que nos lleva a otro mundo (un espejo, un armario que esconden entradas secretas). Creo que para los que nos gusta leer (o el cine) es ese uno de los motivos de nuestra predilección: Esa sensación de ser transportado durante un rato al centro de una aventura. Y creo que tod@s hemos experimentado con nuestros autores favoritos la sensación de ser conducid@s por un camino de no retorno.
Hablando de la magia y el umbral, el de Rebecca es uno de mis principios favoritos. Opino que el primer capítulo del libro de Daphne du Maurier es brillante porque encarna precisamente esa invitación  a entrar en un reino de fantasía que supone adentrarse en una historia de ficción (con el añadido de que la autora juega expresamente con ese elemento onírico y misterioso). Aquí os dejo las primeras líneas (aunque aconsejo leer el capítulo entero, para captar la finura del inicio en conjunto):
 
«Anoche soñé que había vuelto a Manderley. En mi sueño me encontraba ante la verja del parque, pero durante algunos momentos no pude entrar. Estaba cerrada la puerta con candado y cadena. En sueños llamé al guarda, pero nadie me contestó, y cuando miré detenidamente a través de los mohosos barrotes de la verja, vi que la caseta estaba abandonada. 
No humeaba la chimenea, y las ventanucas y sus celosías bostezaban en su abandono. Entonces, como todos los que sueñan, me sentí de repente dotada de una fuerza sobrenatural y atravesé como un espíritu la barrera que me detenía».
 
 

Desde el inicio, Manderley se convierte en el centro de un secreto que anhelamos desentrañar. Engancha.
También es ejemplar, desde luego, el principio de la adaptación dirigida por Hitchcock en 1940. Para ello, se emplea el  mismo inicio del libro (acortado ligeramente) en voz en off y este recurso (junto con las sugerentes imágenes) sirve de poderoso señuelo para atraernos hasta el otro lado. Juzgad si no…

Creo que estamos de acuerdo pues en que el principio es un elemento clave en toda historia. Aunque se puede argumentar con razón que también lo es el final y el ecuador de un relato, no es menos cierto que un final dubitativo o lento nos puede relegar a la estantería o hacer perder el favor del lector para siempre. Nos la jugamos. Por eso, es interesante prestarle la debida atención.
 
 
A Snoopy también le cuesta arrancar
Si sois como yo, habréis experimentado también dudas y temor acerca de vuestra invitación a cruzar el umbral.
Aquí os dejo diez consejos elaborados de mi experiencia como lectora y escritora para atacar este delicado momento:
  • Mímalo. Al hilo de lo que hemos venido diciendo, vale la pena esforzarse con el principio, pues es nuestra invitación al otro lado. Debemos esmerarnos en que sea invitación sea atractiva y efectiva (piensa en arrastrar al lector).
  • No te obsesiones, no te bloquees. Puede parecer una contradicción con el punto anterior, pero no lo es. El inicio puede intimidarnos muchas veces. Nos quedamos petrificad@s porque no se nos ocurre nada suficientemente bueno. No te dejes amilanar. Sigue adelante y ya tendremos tiempo de encargarnos de ese inicio.
  • Déjalo para el final. En efecto, cuando hayas acabado tu historia, retoma el inicio y comprueba si es el más adecuado. Tal vez veamos que no es potente o que es un poco dilatado. Ahora podemos juzgarlo con el tono general de nuestra historia y darle mejor forma.
  • Si estás perdid@, busca el conflicto principal o a tu protagonista. Pregúntate si ese inicio sirve para entender al personaje principal, si está conectado de algún modo con el conflicto. Si la respuesta es que no, puede que no sea el mejor inicio. Puede ser paja.
  • No te enredes con el backstory de los personajes o con ideas previas a la historia que quieres contar. Por regla general, sobran los preludios. ¡Ve al grano! Y luego, ya veremos…
  • Busca circularidad. Sigues bloquead@, ¿qué puedes hacer? Tu historia acaba con una persecución por las alturas, eso lo tienes claro. Puedes probar a empezar también con una escena en las alturas (que cuente algo importante de tu personaje). Las estructuras circulares suelen dar unidad a la historia. Pregúntate de qué manera se conectan el final y el principio de la historia que quieres contar. Dale vueltas (nunca mejor dicho).
  • No te cases con nadie. Ni contigo mismo. No temas en cargarte un principio que no te convence y buscar alternativas mejores (cuidado después con encajar el resto de piezas de la historia, no vayas a cometer gazapos).
  • Pide opinión. Dáselo a leer a alguien en cuyo criterio confíes (mejor cuando ya esté la historia acabada para que la valore como un todo) y pregúntale por el principio…¿Le ha interesado?, ¿le ha aburrido? ¿En qué momento empezó a interesarse por la historia? (ese sería el mejor momento de situar tu principio, probablemente).
  • Lee mucho. Ayuda sobremanera comprobar cómo empiezan nuestros autores favoritos. Fíjate en las historias que te enganchan.
  • No te flageles. Todo tiene arreglo. Escribir es aprender y cada nueva historia (cada nuevo borrador) nos brinda la ocasión de reivindicarnos y mejorar.
Espero que os sirva de ayuda para trabajar vuestros proyectos. En cualquier caso, me encantaría conocer vuestra opinión como escritor@s, lector@s o espectador@s de ficción.
¿Cuáles son vuestros principio favoritos?, ¿qué libro no pudisteis dejar de leer? ¿Qué peli (o serie) queda en vuestra memoria por su impactante inicio?

El globo

Leonard se había despedido de Amelia con cuatro palabras apresuradas. Ahora estaban tomando altura y ella iba haciéndose cada vez más pequeñita a sus ojos, rodeada de los periodistas y los curiosos. Amelia agitó un pañuelo blanco a modo de despedida. Una semana antes le había invitado a participar de aquella aventura tan… juliovernesiana. Un viaje en globo con ella y … con Arthur. Leonard, que había accedido porque ella le había rogado que fuera.  Finalmente, en el último momento, Amelia se había descartado para la expedición y él se había comprometido a acabar al menos una etapa.

A su lado. Arthur miraba los cabos del globo con satisfacción, como si él mismo les hubiera dado forma. Pero Donde él  parecía estar viendo la maestría de la mente humana, Leonard sólo veía unas simples  cuerdas.

     —¿No es una maravilla? Estamos volando, ¿te lo puedes creer?

Leonard pensó que no cabía escepticismo en su posible respuesta. De hecho, la certeza de que estaban volando se imponía a cualquier otra posible verdad en aquel momento. El espacio visual de Leonard estaba lleno de un azul celeste cruzado de nubes. Sonrió amablemente. Pese a  todo, no le gustaba la afición de Arthur por las preguntas retóricas.

     —Alcanzaremos los tres mil metros de altura con facilidad. Vamos a tocar el cielo con la punta de los dedos, amigo.

     —¿Y cuándo bajaremos? —Leonard no quiso sonar muy impaciente.

     —Aún queda mucho para eso, Leo. Disfruta del momento.

Y se lo dijo como si fuera una orden. Porque Arthur estaba acostumbrado a hablar así, con condescendencia y arrogancia. Como si el mundo le perteneciera por derecho. Como si todos fueran empleados de la Welthy Corporation.

Pero Leonard no podía disfrutar del momento, ni aunque se lo ordenaran. Sus dedos se agarraban fuertemente a la cabina. Aún no se había soltado desde que habían despegado. Miró hacia arriba. Las llamas del quemador se elevaban hacia lo alto, envueltas por la gran lona roja. Su potencia hacía que el globo subiera y subiera.  Rojo también era el vestido que Amelia llevaba la última noche que se habían visto a solas. Rojo sangre.  Arthur estaba de viaje en aquella ocasión, como siempre. Sus negocios lo habían llevado a Ceilán. Amelia había dado una fiesta en casa y Leonard se las había apañado para quedarse hasta el final. Él, que se había convertido en el mayor apoyo de Amelia. Primero un buen amigo, después confidente y más tarde…

     —Me alegro de que hayas venido -dijo Arthur sacándolo de su ensimismamiento-. Últimamente no te vemos el pelo. El trabajo en la oficina debe de tenerte muy atareado, muchacho.

     —Sí—mintió.

     —¿Cuántos años llevas ya allí? Debes de ser ya por lo menos… encargado. ¿Eres encargado?

     —Once años. Y no, no soy encargado.

     Arthur miró al infinito y tomo aire.

     —No sabes cuánto te envidio, Leonard. Un trabajo de nueve a cinco, sin responsabilidades, sin desafíos. Previsible y seguro. Y cada día a comer a casa. Y con tanto tiempo libre. En cambio yo, siempre viajando de un lado a otro, haciendo millones y perdiendo vida. Apenas veo a mi mujer.

     Leonard desvió la mirada. Él sí la veía. O al menos había sido así hasta el día de la fiesta. Al principio la ausencia de Arthur era la mayor queja de Amelia. Nunca estaba y cuando estaba parecía ausente. Tenía la cabeza llena de números y planes. Siempre pensando en cerrar acuerdos y abrir vías. En cambio Leonard era sensible a sus necesidades. Nunca hablaba del trabajo, leía mucho, siempre tenía conversación y estaba loco por ella.

     —Tú sí que has sido listo, Leonard —. Arthur hizo una pausa y Leonard sintió que tenía que llenar ese vacío.

     —¿Hacia dónde vamos exactamente?

   —Según mis cálculos, el viento nos arrastrará hacia el noroeste. Y, si no me equivoco, en unos minutos… descargará una buena tormenta.

     —No sabía que iba a llover. ¿Esto es seguro?

     —Claro. No hay nada que temer. Estos globos son muy seguros. A veces hay accidentes, claro, pero suelen deberse en la mayoría de los casos a la imprudencia y la temeridad. Disfruta el paisaje, estás pálido.

Leonard no se atrevía a girarse. El cielo era azul y chato. Le impresionaba la vista tan abierta. Le angustiaba el vacío escenificado ante él. Sentía los pulmones llenándose de aquel aire denso, poco apoco. Se hubiera sentado en la cabina de haber estado solo.

  Pasaron los minutos. Arthur no decía nada. De la cháchara jovial había pasado a un frío silencio. Leonard tendría que haberse negado a subir en aquel trasto con Arthur. Era una idea absurda. No tenían nada de qué hablar. Leonard despreciaba a Arthur. No se merecía a Amelia. Era un hombre aburrido con disfraz de ganador. Un geómetra de las finanzas. Tan fatuo como el globo. Tan lleno de amor propio que podría salir volando. Leonard tuvo una visión de Arthur hinchándose como un globo y elevándose en el cielo. Se perdía en el infinito y no regresaba nunca más. Y Amelia y él eran felices por fin… Sintió unas gotas en la cara. Estaba empezando a llover, como la noche de la fiesta. Amelia le había dicho entonces que no podía verle más. Se tenía que acabar su aventura o todos iban a sufrir. Era verdad que Leonard le había devuelto la vida cuando se creía muerta. Marchita por un matrimonio infeliz. Pero ahora, eso tenía que acabar. Leonard, que había llevado sus emociones al límite con Amelia, se había roto en mil pedazos esa noche. Y desde entonces, y de eso hacía dos meses, había deambulado como un zombi por la vida. Una vida que ya no le era propia. Cuando Amelia le había invitado a ir con ella en globo, había creído ver una esperanza de reconciliación. Pero ahora estaba solo… con Arthur.

     —Amelia hubiera disfrutado con este viaje -La lluvia se hizo más fuerte. Arthur accionó una de las manivelas del quemador. La llama de fuego rugió. El globo ascendió —Claro que el médico le ha dicho que no viaje en su estado.

     Leonard había conseguido soltarse de la cesta y por primera vez en todo el viaje permanecía de pie sin apoyo.

     —Vamos a tener un hijo—dijo Arthur y lo miró a los ojos.

Leonard se volvió de espaldas bruscamente. La lluvia y el viento le azotaron en la cara.

     —Yo creo que la vida siempre te recompensa, Leonard —. Prosiguió Arthur, que se había acercado a él y le hablaba pegado a su cogote—. Yo voy a criar a un niño que se que no es mío y tú nunca vas a ver a tu hijo.

   Ahora se lo explicaba todo. Amelia en la fiesta estaba tan rara. Sus ojos le rehuían constantemente. Había cambiado de la noche a la mañana y Leonard no entendía  por qué.

Y así que esa era la razón de la invitación. Todo había sido planeado por Arthur.

     —No voy a resignarme, Arthur -se sentía invadido por un nuevo vigor- Amelia solo te tiene miedo, nada más. Ella no te quiere. Nunca te ha querido.

     Pero Arthur, hombre planificador y estratega, ya había contado con eso, por supuesto.

     —Todo el mundo sabe que te marean las alturas, Leonard. Ha sido un milagro que te subieras a este globo. Te has puesto un poco nervioso. Yo te pedí que te calmaras, pero mientras yo maniobraba, fuiste un imprudente y no pude evitarlo. Estas cosas son rápidas, tontas, fatales.

   Leonard intentó zafarse del abrazo de Arthur, pero lo había inmovilizado y lo empujaba.

Perdió la batalla. Nunca había imaginado que acabaría sus días así, lanzado desde un globo a dos mil metros de altura, una tarde de tormenta. Pero siempre había sabido en su interior y sin género de dudas que lo suyo con Amelia acabaría mal.

 

Blue Jasmine: no habrá paz para los codiciosos

No tengo información sobre el proceso creativo  de Woody Allen en Blue Jasmine. Le preguntaría mil cosas si tuviera la ocasión. Cómo surgió la historia, qué quería contar, cómo la fue desarrollando. De momento, tengo que quedarme con lo que la historia acabada me transmite: una enorme película.

Tampoco sé si Woody Allen creó esta historia con una actriz en mente, pero parece impensable imaginar ahora una Blue Jasmine que no sea Cate Blanchett. Inmenso es el trabajo de la actriz en este film. Un regalo para ambos. Un momento perfecto en el que se encuentran dos talentos.

Cate Blanchett ante uno de los papales de su carrera


Muchos son los que piensan que W. Allen nos ofrece en su filmografía una de cal y otra de arena. Y no es raro en alguien tan prolífico (me atrevería a decir que es lo normal, lo humano). Sea como sea, ahora nos ha tocado la buena, por así decirlo. Y hay que felicitarse por ello.

¿Por qué Blue Jasmine me interesa? Al margen de ofrecernos otra magnífica película de interiores (interiores humanos), consigue reflejar una época que a todos nos ha trastocado de algún modo (la crisis financiera). Una crisis económica y también de valores, que nos  pone a prueba a todos. Pero Woody Allen no escribe un panfleto moralista, sino que arropa su mensaje en torno a un personaje fascinante. Y a partir de él nos pone a todos en el punto de mira. Una genial idea.

Alerta: a partir de aquí spolilers

Jasmine es el eje central de toda la historia. El corazón de la metáfora. Una Jasmine que viaja desde Nueva York a San Francisco para instalarse en la casa de su hermana durante una temporada. Buen punto de partida. Una mujer elegante y distinguida que va a visitar a su hermana. Parece algo normal. Pero enseguida la escena chirría. Porque el personaje de Jasmine es como el de un edificio en ruinas con una hermosa fachada. Nada más aparecer vemos las muestras de desequilibrio o desquicio de Jasmine (su gusto por la bebida, su mirada,o esos tics faciales). Pero eso no es todo, Jasmine aterriza en casa de su hermana Ginger, una mujer vulgar y de clase baja que trabaja en un súper, mastica chicle, tiene un novio mecánico y dos hijos gordos y cargantes. Un choque total. Enseguida se nos formula la pregunta: ¿podrá Jasmine desenvolverse en este ambiente?

Hay alguien que no encaja en la foto


Sin embargo, W. Allen no se contenta con ofrecer una comedia con el argumento de «Pez fuera del agua». No. Él va a ser más corrosivo. Más devastador. Nos va a explicar la historia de Jasmine.

La relación con su hermana va a quedar expuesta desde el primer momento. Dos hermanas adoptivas (dato importante) que han corrido suerte dispar. Jasmine se casó con el rico. Ginger ha ido tirando. Además en la ecuación también está el cuñado de Jasmine, el novio de Ginger, que nos brindará ocasión de rastrear un guiño  a Un tranvía llamado deseo.

Pero, volviendo a nuestra historia, Jasmine no tiene ni un centavo. ¿Cómo ha llegado una mujer como ella a quedarse arruinada y sin un sitio en el que caerse muerta?
Una de las genialidades del guion es el modo en que se nos ofrece la información. Woody Allen escoge ofrecernos flashbacks cortos y sencillos que van a ir dando cuenta del personaje y que nos van a dar la clave para entender su situación actual.  Pequeñas cuentas que se van engarzando. Así, pronto vemos cómo la relación con su marido -Alec Baldwin en una especie de trasunto de Bernard Madoff- está marcada por el engaño y la ceguera de Jasmine. En efecto, una de las grandes preguntas que surgen es: ¿somos inocentes si miramos a otro lado, si no queremos ver? El engaño de Hal (el marido) no solo se compone de un buen puñado de infidelidades, sino que incluye operaciones financieras a nombre de Jasmine.  Pero claro, Jasmine no entiende de eso. Se limita a ponerse las pulseras de diamantes en la muñeca. Pronto descubrimos que entre las hazañas de Hal se encuentra el invertir, por sugerencia de Jasmine, el patrimonio de Ginger y su marido de entonces (que habían ganado la lotería) y dejarlos sin blanca. De nuevo, ¿quién es culpable? ¿el que nos estafa?, ¿el que nos convence para invertir? , ¿o nosotros por nuestra avaricia y nuestra pasividad? Cada cual que decida.

Y junto a Jasmine el retrato de un estafador.


Sin embargo, más importante es la manera en que cada personaje responde a la pérdida. Así, Jasmine intenta a toda costa volver a subirse al tío vivo. Con su marido muerto (se ahorcó en la cárcel), intenta encontrar a otro hombre a su altura para volver a empezar.
Todo personaje, aunque cometa errores, tiene derecho a la redención. Es justo. Así lo sentimos, porque Jasmine nos cae bien (nos da lástima de algún modo), a pesar de su superficialidad y sus desdenes. Woody nos sirve entonces un camino de redención, una vía de escape para Jasmine. Nos encuentra un guapo y anodino diplomático con dinero y que es perfecto para ella. Poco importa que ella le oculte quién es en realidad (la viuda arruinada de un estafador a gran escala). Pecata minuta. Jasmine merece ser feliz. Hay una oportunidad para todos. Y sin embargo, Woody Allen nos espera. Nos aguarda desde arriba con un enorme pedrusco para lanzárnoslo a la cabeza en cuanto pasemos. Así, cuando Jasmine va a entrar con su prometido en una joyería para elegir un diamante que certifique su unión, nos encontramos con el ex marido arruinado de Ginger, que está a punto de emigrar a Alaska como peón. Y es él quien desenmascara a Jasmine ante el estupefacto prometido que cancela el compromiso. Una fatal casualidad ese encuentro en la puerta de la joyería. Pero es que Woody Allen ya nos enseñó en Match Point que la suerte influye en nuestro destino.

Y si nos parece excesivo castigo nos enteramos que Jasmine en realidad denunció a su marido al FBI por despecho (él la iba a abandonar por una jovencita francesa). Cúlmen dramático, golpe de efecto total. Jasmine se lleva a sí misma a la destrucción por un rencor acumulado.

Entre tanto, los personajes que sí saben reaccionar se salvan de la quema. Ginger que, tras coquetear en un idilio con un hombre que cree (siguiendo los consejos de su hermana) mejor para ella y llevarse un desengaño, asume que su novio mecánico puede ser una buena opción. Ginger sí sabe conformarse. Y sí sabe ser feliz aun en las circunstancias que le ha tocado vivir. Absuelta. También así sucede con el hijo (no biológico) de Jasmine, que abandona Harward y se reinventa en una modesta tienda de música. Absuelto.

Y eso nos lleva a Jasmine. Jasmine es castigada (con un gran sentido de la tragedia). Acaba abandonada, desquiciada, con el pelo mojado y la chaqueta de Chanel que se ha salvado de su gran naufragio como símbolo de su caída. Allí se queda, hablando sola en la calle, perdida. Condenada.




Orange is the new black: como la vida misma

Una guionista de Orange is the New Black descubre que es lesbiana durante el rodaje de la serie. La escritora, que estaba casada, se ha divorciado de su marido y ahora sale con una de las actrices de la serie. Es una noticia de actualidad y, además de eso, me parece una historia fantástica (me pregunto si no será idea del departamento de marketing).

 

No es el cotilleo lo que me mueve al escribir un post sobre esta noticia, sino el interés por la ficción. Ese interés me hace estar atenta a todo lo que leo y veo. Nunca se sabe dónde hay una historia esperándote.

 

Sin ir más lejos, esta noticia me parece un buen detonante para una novela o película romántica. Una idea para desarrollar el clásico esquema chica conoce chica.

 

Imagino un día a día en el set y ese proceso de despertar de nuestra guionista. No me negaréis que hay posibilidades: la chica , un poco recatada pero brillante (yo la imagino así), escribiendo escenas lésbicas para esas estupendas actrices en esta serie rompedora y entre el cásting surge una actriz (que nos ocuparemos de hacer destacar, claro) que le hace replantearse todas sus creencias y sentimientos… Un poquito de chispa y…¡bum!

Tendríamos más tarde que poner algunos obstáculos a esta relación, por supuesto, pero hay un buen material para empezar a trabajar. Además, podríamos trabajar en el plano de la realidad del personaje y en el de la ficción de la serie que está escribiendo y ver cómo ambos se relacionan y se influyen.

Chica conoce chica
 

Hay que reconocer que la historia despierta interés, ¿verdad?

 

Si lo pienso, en mis creaciones a menudo hay un proceso similar de descubrimiento de un personaje que ve alterada su rutina por la irrupción de otro (no descubro América).

En mi guión de largometraje A contracorriente, Juana (metida en una relación no muy satisfactoria con un colega de trabajo) descubre poco a poco su fascinación por Ana, monitora de natación de la que está enamorado su hermano mellizo (¡conflicto asegurado!).

 

En Frío (de la que ya os iré hablando) hay algo parecido: dos personajes se encuentran en un resort caribeño de un modo inesperado… En definitiva, un esquema que me resulta familiar y apreciado.

 

Si estuviera en mis manos la historia de la guionista y la actriz de OITNB, le buscaría un tratamiento positivo y alegre y , sin duda, un buen final (un happy end en toda regla), aunque la semilla de esta historia también se presta al culebrón y a otros enfoques. Esa es la gracia y riqueza de la premisa chica conoce chica (y de todas las premisas en general).

 

A propósito de esto, cuentan que el genial guionista y cineasta Billy Wilder dormía con una libreta en la mesilla de noche por si se le ocurrían ideas mientras dormía. Una noche se despertó bruscamente iluminado por una genial historia que había entrevisto en sueños. Cogió la libreta y escribió en ella, medio dormido, medio despierto . Al día siguiente consultó con emoción y expectación sus notas. Estaba deseando leer cuál era esa fantástica idea que había iluminado su mente la noche anterior. Pues bien, la idea era esta: “Chico conoce chica”. 😀

 

Y es que ese es el núcleo de muchas historias. Simple pero eficaz.

 

 En todo caso, con la noticia que comentaba antes me viene a la cabeza eso de que la realidad supera a la ficción, aunque… en mi opinión, casi siempre podemos mejorar la realidad (¡en la ficción mandamos nosotr@s!)