Acabo el año con libro nuevo

Quisiera poner la guinda a un año bastante prolífico en lo creativo con el lanzamiento de mi próximo libro, que será el tercero que autopublique este 2021.

Si todo va como espero, la semana que viene La estúpida idea de querernos estará ya disponible en Amazon. Lo cierto es que me apetece aprovechar las navidades para lanzarlo en sociedad. Parece que es un tiempo propicio para ilusionarse con lecturas y con historias de ficción y de ahí que haya pisado el acelerador, contagiada por la magia de esta época del año.

Este libro tiene algo distinto del resto que he escrito hasta la fecha. Nació, en su germen, como una historia a cuatro manos que emprendí, allá por el 2017, junto a Emma Mars.

En aquellos tiempos, aunque las dos nos compenetramos de un modo muy fluido y fue superfacil escribir juntas, nuestra historia literaria no acabó de funcionar. Ahora comprendo que, en realidad y pese al sentimiento de bluf, hicimos un gran trabajo, pero solo alcanzamos a crear un esbozo. Nos faltaba trabajo para conseguir el libro redondo que proyectábamos. Después de un veredicto unánime y desfavorable de las lectoras beta, nos desanimamos, perdimos la motivación y la historia pasó al cajón de «Necesita madurar». Y ahí se quedó.

Hace unos meses, un poco medio en broma, medio en serio, hablé con Emma de la posibilidad de revisar esa historia y Emma me dio su permiso y bendición para hacer lo que quisiera con ella. Si era capaz, claro.

Al principio no tenía ninguna expectativa clara. Es más, tenía bastante resistencia. Cuesta regresar (y varios años después) sobre algo que se ha quedado en tu memoria como un proyecto a mejorar. Aunque es cierto que también vuelves con otra mirada, con más herramientas (y madurez), necesitas comprometerte y sentir que tiene sentido.

Tenía claro que debía encontrar algo que me motivara lo suficiente como para justificar la estúpida idea de intentar revivir La estúpida idea… en lugar de centrar mi atención y energía en las otras cosas que tenía (y tengo) entre manos.

Pero se dio. De hecho, y aunque no tenía planes exactos de qué hacer, en esa segunda lectura, hubo muchas cosas de la historia que me gustaron y que me indicaban, de algún modo, que valía la pena hacer un esfuerzo por el libro. Veía en aquellas páginas chispas de fuerza muy atractivas para mí. De no ser así, lo hubiera descartado por completo.

También, y era lo temido, conecté con todas las debilidades que nos lastraron en nuestra primera aventura: una segunda parte que se cae por completo; un personaje central y poderoso que necesita más atención; un final fácil y muy apresurado que restaba fuerza a todo… Vaya, que no iba a ser un paseíto por las nubes el pasar de borrador interesante pero incompleto a libro redondo.

Apostar por algo o no apostar, he ahí la cuestión que se nos plantea a menudo. En este caso, aposté y, haciendo acopio de ilusión y energía, me puse manos a la obra. Me encomendé al corazón que latía en el primer borrador como guía para iluminar el camino.

Aún así, una de las trampas que mas a menudo me tiendo a mí misma es decirme que lograré hacer algo sin apenas trabajo. Mentira. Cuando me meto, me meto, y al final, lo que iba a ser un «vamos a dejarlo decente», «bah, solo necesita un poco de coherencia», se convierte en un montón de horas de dedicación y una exigencia cada vez más grande (Agh, ¿de qué va este libro en realidad?, ¿qué me está pidiendo, qué le falta?). Pero a esas alturas ya era imposible dejarlo a un lado. Y es que, como digo, la historia ya me había atrapado, los personajes centrales eran tan importantes para mí que no podía fallarles con un apaño para cubrir el expediente. Ahora debía escucharles. Tenía que sacar a la luz todo lo que estaba potencialmente insinuado.

En el solitario mundo de la publicación independiente, una amigo es un tesoro. Gracias a Patricia Reimóndez (compañera de blogosfera y de letras) y que estuvo leyendo el nuevo manuscrito y dándome su valiosa opinión, conseguí no bajar el listón cuando alguna tentación de abandonarme al resultado fácil me acechaba o me entraban las dudas (mi clásico: «¿por qué hago esto?, por qué no me dedico a plantar bonsáis»). Ella confirmó las cosas que yo pensaba (o sabía) que no funcionaban, destacó las que sí y me alentó con su entusiasmo y fe en la historia para poner toda la leña en el fuego en mi misión.

De modo que, a grandes rasgos, esta es la historia del libro. La semana que viene os explico más detalles.

Libro nuevo y macguffins

Ayer por fin le di al botón de «publicar» de Amazon. Era algo que no sucedía desde finales de 2018, por lo que es una buena noticia.

Bien sabe cualquier autor independiente que esto de autopublicar (sin presupuesto) no es otra cosa que el arte de llevar el do it yourself hasta las últimas consecuencias. Escribe tú, edita tú, maqueta tú, diseña tú…. Lo positivo es que se puede (cada vez hay mejores herramientas) y no se precisan permisos ni aprobaciones. Lo negativo, que se pierden los filtros de calidad y -si no inviertes algo de dinero- prescindes de servicios muy profesionales y deseables que pueden llevar el libro al siguiente nivel. Pero bueno, suplo esto último con mi autoexigencia y -por lo demás- me quedo con la satisfacción de haber logrado culminar el hito en la medida de mis posibilidades.

la mujer orquesta en tares de creación de portadas

¿Por qué un libro?

Bueno, como dice alguien que conozco… más bien, ¿por qué no?

Escribí Madame Tutú y la urna funeraria en primer lugar y ante todo como un entretenimiento para mí misma. En estos meses tan densos y pesados quería sentir el soplo fresco de la ficción. Y para mí era importante reconectar con la ficción con mucha humildad y sin pretensiones.

Es lo que siempre recomiendo cuando alguien me cuenta que se siente bloqueado… Empieza sin más, diviértete un poco y ya.
Yo quería eso: volver a escribir una historia de principio a fin, crear un mundo y sus personajes.

Es cierto que ya había hecho esto con tres obras de teatro en este tiempo (que me han dado mucha satisfacción y oxígeno), pero deseaba regresar a la novela breve. La novela implica otros desafíos, no tiene limitaciones argumentales y se puede compartir con más gente.

En esta ocasión quería hacer algo del tipo de sus películas británicas: evasivo y dinámico. Me apetecía muchísimo inventar una historia con MacGuffin.

¿Y de dónde vino la idea? Hitch, always.

Como digo, la mía es ante todo una historia ligera y (espero) divertida. Como he expresado ya más de una vez, Hitchcock es uno de mis directores clásicos favoritos. Sus películas me han inspirado, entretenido, asustado, y seducido desde la infancia y forman parte de mi imaginario.

Un MacGuffin es, por así decirlo, una excusa argumental que no es lo más importante, pero permite que toda la historia avance y exista. Como ejemplos, es lo que sucede con La organización criminal “39 escalones” en 39 escalones, la melodía que es una fórmula secreta en Alarma en el expreso; El uranio en Encadenados, el abrigo y el cinturón en Inocencia y juventud; el microfilm en Con la muerte en los talones etc, etc.

Estos son los pretextos para que Hitch se despliegue y ponga en marcha su maquinaria.

¿MacQué?

Hitchcock explicaba en sus famosas conversaciones con Truffaut la historia que da origen a este gracioso nombre:

”La palabra procede de esta historia: Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un McGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un McGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un MacGuffin”, le responde el otro”.

Kiss, Kiss, bang, bang!!

Bueno, pues ese espíritu de la historia que transcurre en exteriores, con aventuras, peripecias y enredos es el que quería capturar yo. Supone un reto de creación de la trama y después de mantenerse en un código ligero, con humor, acción y ritmo.

No en vano, otra de las grandes referencias para mí ha sido el Pulp. Es un género que me encanta por estética y frescura… me gustan los toques exóticos en las historias… apellidos franceses, dragones chinos, urnas misteriosas…

Veréis que Madame Tutú es como una película, porque yo soy muy visual escribiéndo (quizá es que no lo sé hacer de otro modo). Por eso la portada también parece de una peli con fotogramas.

La premisa de mi novela es un encargo que se complica. Una misteriosa mujer con la pierna escayolada, Madame Tutú, contrata a la protagonista para que la lleve hasta Bretaña en coche a depositar las cenizas de su madre en el panteón familiar. A partir de ahí… comienza la aventura.

Me gusta pensar que a Hitchcock le hubiera divertido algo así (más aún con su humor tan negro 🙂).

¿Qué más?

En cierto modo era consciente de que estaba reinterpretando algunos temas de Vendrá la noche (el viaje en coche, dos desconocidas, la seducción y el peligro), pero esta vez era en otro registro muy distinto, así que eso también ha sido divertido… como las variaciones musicales que te ayudan a disfrutar un tema desde distintos ángulos.

Otro de los retos (y creo que con este libro me planto) ha sido el de emplear el punto de vista limitado a un solo personaje. Escojo esto cuando quiero subrayar el misterio y que el lector acompañe en primera persona al personaje que sostiene el punto de vista (Jata). Es limitante para todos, pero también estimulante y cumple su papel (espero).

Una fuerte necesidad interior era tener localizaciones en exteriores, mucho aire libre y cero restricciones pandémicas. En mi historia, que es contemporánea, no existe ninguna emergencia sanitaria, aunque el mundo sufre las mismas desigualdades y retos que el nuestro. Simplemente, no quería ese engorroso tema en mi libro. Al fin y al cabo, se trataba de evadirme, ¿no?

En el libro, todo sucede en tres días primaverales. Partimos de Alicante y pasaremos por Navarra, Biarritz y Londres. Aire libre, luz mediterránea y atlántica y gente que no sabe qué significa la distancia social. Y por supuesto… giros, villanos y sorpresas.

He aprovechado además para meter los coches y moda retro, que me gustan tanto…. Un Mercedes rojo R107 y una autocaravana Hymer de los setenta. Mi imaginación es muy vintage.

Una de las pelis más fricochas en las que sale el R107, el giallo de Lucio Fulci Las puertas del infierno (1989)

Pues esos básicamente son los elementos de partida. A partir de aquí, ojalá la historia llegue a más gente y amplíe su resonancia. Eso ya no depende de mí y es lo bonito de escribir: el espacio imprevisible que se abre a partir de un texto dado.

Mi trabajo está hecho de momento.

Si te apetece leerlo, lo encuentras aquí.

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Si el hombre pudiera decir lo que ama

A veces me parece que en la poesía están contenidas todas las repuestas y también todas las preguntas que el mundo suscita.

Cualquiera que sea el tema, siempre se encuentra algo apropiado: una visión, un vislumbre, una perspectiva… Y, característica esta de la poesía, ese algo no limita, sino que abre espacios…

En los últimos días, varias cosas me han traído a la cabeza el poema que comparto hoy aquí.

Todo empezó con la visibilidad lésbica y su pertinencia; continuó cuando alguien habló de nuevas masculinidades; se mantuvo con el clima político pre y post electoral y siguió resonando en un post de mi compañera de letras, A.M. Irún

Y Cernuda venía y venía, como un soniquete… «Si el hombre pudiera decir lo que ama, si el hombre pudiera decir lo que ama…»

Vale, acepto la llamada, pero primero me voy a poner la venda antes de la herida: sí, visibilidad lésbica y yo traigo a colación un poeta y un verso que dice… «si el hombre… bla bla bla…». Uhmm… ¿en serio?

En mi defensa admitiré que tengo la costumbre de acoger las cosas que resuenan en mí, independientemente de quién las haya formulado (de su aspecto, género, condición, origen y a veces, si alcanzo, de su idioma), así que consentid que persevere en mis hábitos una vez más.

Me gusta mucho Luis Cernuda porque hizo de la vocación una palabra con pleno sentido. Si entendemos por ésta la voz interior, ¿qué hay más noble o admirable que seguir los dictados de esa voz, pase lo que pase?

Por encima de los laureles, por encima de las épocas o las generaciones, Cernuda fue un poeta absolutamente fiel a sí mismo y quizá por eso solitario, exiliado (no por eso) y que no encajó bien ni aquí ni allí.

Pero el tiempo hizo justicia demostrando que las modas pasan y la esencia permanece.

Veréis que en este poema, publicado en 1931 (qué mal se iba a poner la cosa unos años después), Cernuda reivindica una libertad que nos puede parecer muy humilde, muy poco heroica: la de que un hombre pueda decir lo que ama. Sin más.

Obviamente, si ese hombre es homosexual, se va comprendiendo la dificultad de ejercer un privilegio que es dado sin reserva a un hombre (o mujer) heterosexual.

Yo quisiera centrar la cuestión en que el poeta aquí nos dice que, precisamente, es el deseo y el amor lo que forman la identidad esencial de un individuo. Aquello que revela la verdad de un@ mism@.

En este sentido, reclamar la libertad de revelar eso es mucho más importante de lo que parece.

En tiempos inciertos, queda la poesía para iluminarnos el camino.

***

Si el hombre pudiera decir lo que ama,
si el hombre pudiera levantar su amor por el cielo
como una nube en la luz;
si como muros que se derrumban,
para saludar la verdad erguida en medio,
pudiera derrumbar su cuerpo,
dejando sólo la verdad de su amor,
la verdad de sí mismo,
que no se llama gloria, fortuna o ambición,
sino amor o deseo,
yo sería aquel que imaginaba;
aquel que con su lengua, sus ojos y sus manos
proclama ante los hombres la verdad ignorada,
la verdad de su amor verdadero.
Libertad no conozco sino la libertad de estar preso en alguien
cuyo nombre no puedo oír sin escalofrío;
alguien por quien me olvido de esta existencia mezquina
por quien el día y la noche son para mí lo que quiera,
y mi cuerpo y espíritu flotan en su cuerpo y espíritu
como leños perdidos que el mar anega o levanta
libremente, con la libertad del amor,
la única libertad que me exalta,
la única libertad por que muero.
Tú justificas mi existencia:
si no te conozco, no he vivido;
si muero sin conocerte, no muero, porque no he vivido.

 

Los placeres prohibidos (1931)

Algún día nuestros ojos verán 

La lógica y hasta la educación dicen que hoy debia presentaros el libro que acabo de autopublicar, Algún día nuestros ojos verán, y destacar sus puntos  fuertes y pasar de puntillas por los débiles y hacéroslo atractivo para redireccionaros elegantenente a  la página de compra de Amazon, pero –aunque no tengo nada contra la promoción y entiendo que es necesaria–, prefiero contar lo que experimento hoy y que eso hable por sí mismo (y por mí misma).

Si soy absolutamente sincera, paso ahora, una semana después de lanzarlo a volar, por un valle que se parece a un vacío (¿¿depresión posparto??) He cumplido con mi parte y ahora… ¿qué es lo que espero o necesito? Pues… no lo sé.

Ya me había preparado para este momento, ¿cómo? Liberándome de expectativas. Sí, no tenía nada pensado ni elaborado, ningún rasero con el que medir mi posible éxito o fracaso, ningún plan. Simplemente (¡!) he escrito lo que sentía, obedeciendo a una voz interior que (ya nos vamos conociendo) parece ir siempre a contracorriente.
Esa voz no calcula ni busca complacer, solo quiere expresarse, bien, mal o regular.  Pase lo que pase, aunque eso la condene a ser un naipe sin baraja.

Desde este punto de vista libre de objetivos, todo lo demás (comentarios, reseñas, críticas, likes, dislikes…) sobra. ¿Verdad?

Me entristece observar cómo (nosotros mismos, quiénes si no), para someternos (o por estar sometidos) a los dictados del consumismo y la compraventa reducimos la creación a una cuestión de estadística. Lo que importa es cuántos seguidores, cuántas páginas leídas, cuántas ventas en tu informe de kdp… Vales los clicks que consigues y el ruido que generas. Qué locura, ¿no?

En esta ocasión no quisiera yo caer en eso, aunque suene arrogante. ¿Pero es algo a mi alcance? ¿Podemos realmente librarnos de ese condicionamiento, de esa obligación de seducir, de que nos compren nuestro libro, nuestra idea, nuestra imagen? ¿No lo corrompemos todo así? 

Bueno, parece claro que no es algo que vaya a resolver con un post, así que dejemos eso ahí de momento y vamos humildemente a lo concreto.

En este libro he querido reunir una selección de relatos cortos. Me gusta mucho el género breve, entre otras cosas por su variedad, que permite plantear situaciones diversas, «conocer» a mucha gente diferente, observarlos por un instante y después seguir con lo nuestro. 
Dijo Cristina Peri-Rossi que «mientras que la novela transcurre en el tiempo (aunque sea un tiempo corto como el Ulises de Joyce), el cuento profundiza en él, o lo inmoviliza, lo suspende para penetrarlo». Y ahí, en esa condensación, en esa galería de actitudes, podemos quizá encontrar algo que además los une a todos, un sentido. Quizás…

En cuanto a ese sentido no he querido pontificar, aunque tal vez he sido torpe al expresar mis ideas, en este caso el defecto es más mío que de los personajes. ¡Lo asumo!
Lo acepto además como parte de un  proceso personal. Estos relatos han sido escritos o reelaborados en 2018, este año que ha sido maestro y me ha traído además mi 40 cumpleaños. No es tan extraño que me hayan asaltado esas preguntas que a otras edades dan risa, porque se ven lejos – o por venir o ya superadas–. 

Escribiendo estas historias he sentido la perplejidad ante lo que es la vida (aunque aún no sepa bien), más sencilla de lo que pretendemos, abierta a la revelación en un minuto, si paramos, si soñamos, sí contemplamos.

Pero no siempre reaccionamos abriéndonos, a veces nos cerramos más, huimos, miramos a otro lado… y yo no he querido juzgar a los protagonistas de los relatos. Alguien me dijo una vez:  «tú y tus personajes mezquinos…» Sí, así es, tengo cierta debilidad por ellos. Y como me sucede a veces, como defensa, un verso viene al rescate…

«Porque solo en el roto corazón de lo turbio/ he encontrado la luz verdadera del fuego,/ que las sombras me lleven»

Admiro a los personajes que se elevan sobre sus limitaciones, pero tengo claro que no siempre somos heroicos, también somos cobardes, insignificantes, envidiosos o rencorosos y eso puede ser contado.

Algún día nuestros ojos verán. Qué anhelo más grandioso. Y en ese caso, ¿qué verán? Cada cual tendrá su respuesta y no hace falta ser  grandilocuente. Justamente estos días (¿casualidad?), con mi estupendo grupo de Escritura, he releído un relato de Raymond Carver: Catedral. En él, un hombre gris, pasivo, cerrado, muerto en vida, accede a un momento de grandeza cuando un amigo de su mujer, un ciego que llega de visita, le pide que dibuje con él una catedral.
El momento climático acontece cuando el narrador, ese hombre encerado en su mundo, se abre a esta experiencia y cierra los ojos. Y así , entrando en su interior, paradójicamente, por fin «ve». A veces basta con eso.

En fin, no os quiero dar lecciones de nada, este ha sido solo el modo en que he podido expresarme está vez y me ilusiona ahora compartirlo con vosotr@s, pues ese punto de encuentro es el fin de toda escritura. El recorrido que estas historias tengan ya no es  cosa mía. ¡Quién sabe que  vendrá luego, qué forma, qué piel tendrá, de dónde surgirá! 

Acudiré a Henry James para despedirme, porque él ya capturó algo sencillo de forma muy hermosa y creo que la honesta sensatez de su mensaje nos libera de muchas pretensiones.

«Trabajamos en la oscuridad. 
Hacemos lo que podemos
Damos lo que tenemos
Nuestra duda influye es nuestra pasión
Y nuestra pasión es nuestra tarea
El resto es la locura del arte».

Amén!

Familia y diversidad

Es conocida la frase que abre Ana Karenina en la que Tolstoi nos dice que “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.  Creo que esta cita sirve para reflexionar sobre cómo se idealiza esta felicidad.

No quiero decir que la felicidad familiar sea un mito inalcanzable, pero es indudable que la familia no es un espacio de perfección y armonía constante y creo que es más  saludable aceptar la imperfección. Se ha representado muchas veces la familia como un retrato de grupo, como una instantánea en la que sus miembros posan sonrientes y todo el mundo encaja en su papel. Considerar de ese modo la familia, capturada en ese momento de felicidad, nos hace un flaco favor a tod@s, porque una familia no es una foto ni un símbolo, es algo vivo, en movimiento, desarrollo y como tal tendrá sus momentos de dicha y de infelicidad, desafíos, pérdidas, cambios, etc. Entenderla de modo vivo y cambiante nos deja mucho más espacio y posibilidades, responsabilidades y menos frustración.

La familia es una estructura muy importante, uno de los conceptos clave de nuestra sociedad, un pequeño cosmos que refleja (y reproduce) el fucionamiento social, que a su vez  se extiende en comunidades, estados… Al ser uno de los grandes conceptos (como el de matrimonio) los ciudadanos tenemos la responsabilidad de tomar una posición activa en nuestra defensa y reivindicación de la familia, de una (o muchas) que nos represente a tod@s; que dé cabida a los valores en los que creemos; que esté sujeta a crítica, abierta a los cambios y a las necesidades de sus miembros.

Una de las ventajas de un mundo conectado a través de la tecnología es la apertura y la visibilidad de distintas opciones. El mundo es diverso y hay que celebrarlo…  y la familia también tiene que reflejar esta diversidad. Durante demasiado tiempo el de familia ha sido un concepto que excluía o sancionaba todo lo que no fuera una unión heterosexual, mono-racial, refrendada por matrimonio religioso, con hijos propios…

Recuerdo que cuando era una cría y vi la peli Adivina quien viene esta noche (Stanley Kramer, 1967), no podía comprender por qué tanto conflicto. Se organizaba una cena para que los novios presentaran a sus respectivos padres. La hija de la familia, una chica blanca, tenía un novio negro y aquello era un drama para ambas familias. Pero ojo, que el novio era un guapísimo Sidney Poitier y encima era médico. Entonces ¿por qué lloraba todo el mundo?, ¿qué problema había?? Por mucho que me esforzara, no entendía nada, ni los lloros, ni todo el drama que se avecinaba para los futuros hijos de la pareja. Felizmente, la peli acababa con la aceptación familiar de unos y otros, pero ya sospechábamos que si tu propia familia tiene dificultades en aceptarte… imagina los vecinos, o los miembros de tu iglesia o los compañeros del trabajo, escuela… Agridulce.

El cine y la televisión ha sido un medio de perpetuar y difundir el ideal de familia, sobre todo a través de Hollywood y su Modo de Representación Institucional. También ha sido en ocasiones, —en el cine independiente; en propuestas más arriesgadas y menos comerciales—, un modo de mostrar el lado más oscuro y perverso de la familia. O simplemente de dar normalidad.  El tema de la representación de la familia en el cine y la TV es muy amplio y no voy a centrarme en ello, pero frente a una Adivina quién viene esta noche, podemos disfrutar de una maravillosa Secretos y Mentiras (Mike Leigh, 1996) y seguro que nos quedamos tod@s mucho más content@s 🙂

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Adivina quién viene esta noche mostraba una problemática que sigue existiendo hoy

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Secretos y mentiras, una imprescindible visión sobre la familia y la comunicación

En 2005 (en España), el matrimonio homosexual abrió también el camino a un nuevo tipo de familia diversa con nuevos modos de maternidad y paternidad y un espacio para repensar roles. 

Eso, la diversidad, es lo que celebramos precisamente el domingo pasado en Marines, en la II Trobada de Famílies Diverses, organizada por la Asociación Mirall Camp de Túria y el Ayuntamiento de Marines. Un encuentro abierto a las familias de todo tipo, en la que se congregaron diferentes asociaciones LGTBI para compartir charlas, experiencias, actividades etc…

Allí, una madre compartió su experiencia de cómo tardó 11 años en aceptar a su hija lesbiana, y de cómo en ese tiempo ha tenido que desaprender muchos mitos sobre la (homo)sexualidad. Ahora es consciente de su homofobia y la violencia psíquica que ejerció sobre su hija cuando trataba de reconducir a la chica a la heteronormatividad. Un camino hasta la aceptación, una toma de conciencia y un relato sincero y valiente que muchos padres deberían escuchar.

También se  explicó el camino hasta la aprobación de la Ley integral del reconocimiento del derecho a la identidad y a la expresión de género en la Comunidad Valenciana, conocida como ‘ley trans’, con una reflexión sobre la patologización que siempre ha acompañado a la transexualidad y cómo esto se puede combatir y los retos que aún presenta.

Desde Samarucs se habló de sexualidad y deporte, un ámbito que sigue siendo no solo homófobo sino tremendamente machista. También se denunció la serofobia (estigmatización y discriminación de personas con VIH) en el deporte.

Además, nos reunimos un grupo de autor@s con el orgullo de aportar visibilidad y variedad también en las historias y personajes que creamos.

 

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con mis compañer@s Mila Martínez, Óscar Hernández, Eley Grey y Fran Roselló.

Pero no quisiera centrar la diversidad familiar solo en las familias LGTBI. Monoparentales, homoparentales, con hijos adoptivos o biológicos, parejas mixtas, hijos de distintos matrimonios…  amigos, uniones que no dependen de los lazos sanguíneos… Todas tendrán sus desafíos que afrontar. Una familia no es más feliz porque la hayan formado dos personas hetero u homo o porque todos sus miembros sean gitanos o payos, vascos, anglicanos o rubios… La familia debería promover la libertad, el desarrollo de los individuos, la felicidad y no como ideal, sino a través de la educación, del respeto, la sana convivencia y el amor. Y a partir de ahí, ya veremos.

 

Recordando a Sal Mineo

El 12 de febrero de 1976 Sal Mineo murió asesinado cuando regresaba a su casa después de un ensayo. El hecho de que un actor homosexual muriera apuñalado en la calle y de noche dio luz verde a la prensa sensacionalista para conjeturar sobre las circunstancias de su muerte. Los prejuicios salieron a flote y toda serie de sórdidas especulaciones sobre su vida tuvieron lugar. ¿Hubiera sucedido lo mismo si el actor hubiera sido heterosexual?  Hay que tener en cuenta que escasos meses antes, el genial intelectual, cineasta y poeta, Pier Paolo Pasolini, había sido la víctima de un supuesto crimen sexual a manos de un joven buscavidas que, tras confesar, cumplió nueve años de cárcel (lo que verdaderamente ocurrió sigue siendo un misterio, pero se sospecha de un asesinato por motivos políticos en el que participaron varias personas).

El caso es que al parecer, simplemente, Sal tuvo la desgracia de cruzarse aquella noche con un ladrón que, en un acto delictivo de arbitraria violencia, acabó con su vida sin más motivos que robarle unos dólares. Tenía 37 años y estaba a unas semanas de estrenar su nueva obra de teatro Posdata, tu gato ha muerto.

Sal Mineo (Nueva York, 1939) era un intérprete serio, trabajador y competente que se enfrentó a varios límites en Hollywood. Un actor gay e italoamericano tenía pocas opciones de convertirse en una estrella y a pesar de eso, tuvo una destacada trayectoria profesional en cine, televisión y teatro.

Lo cierto es que si un actor o actriz pretendía hacer carrera en Hollywood debía someterse tanto física como sexualmente al ideal del WASP. Sal Mineo pudo conservar su nombre y apellido sicilianos, cosa que no era habitual en una industria empeñada en negar la diversidad de Estados Unidos. Sin embargo, por sus características físicas de joven aniñado de aspecto latino, así como por sus primeros papeles, pronto quedó encasillado en papeles secundarios de chico atormentado.

Por cuestiones prácticas, Hollywood estandarizaba a los actores según roles y tipos de físico. Pero no solo encasillaba a sus estrellas, sino que también reducía la vida misma a argumentos cinematográficos que encajaran en su visión de mundo.

magpage1Las películas de la industria eran mensajes de una cultura homogénea en la que cualquier disrupción era vista como una amenaza y por tanto expulsada (ya fuera con invisibilidad o con castigos moralizantes en las tramas). Por supuesto, al margen de la representación sesgada del cine con toda su carga ideológica; al margen de esa férrea construcción de una normalidad aceptable vehiculada por  la censura, los actores y actrices de Hollywood tenían sus vidas privadas (que los estudios también controlaban con perversa doble moral). También los espectadores llevaban sus vidas reales y diversas aunque no se vieran representados en las pantallas, ni en la cultura mainstream.

La carrera de Sal Mineo comenzó en lo alto, con dos nominaciones al Oscar en pocos años. Estas corresponden posiblemente a sus trabajos más emblemáticos: Rebelde sin causa (1955; Nicholas Ray) y Éxodo (1960; Otto Preminger). En ambas películas aparece  la cuestión homosexual ligada a su personaje (no de manera abierta, no de manera natural, pero aparece).

Rebelde sin causa es una película mítica por varios motivos, quizá el mas importante de los cuales sea la presencia carismática y mágica de James Dean. Coincidencias desafortunadas, los tres protagonistas de esta cinta —Natalie Wood, James Dean y Sal Mineo—,  sufrieron una muerte prematura y dramática. Como siempre, hay que valorar la película de Rebelde sin causa en su contexto. En esos años en Hollywood era imposible realizar un cine inclusivo, no había representaciones homosexuales de adolescentes, así que la peli de Ray, aunque no explícita, era valiente y rompía el conformismo de la época. Además, mostraba la inadaptación social y el fracaso de la comunidad en  educar jóvenes funcionales. Diferentes lecturas se pueden hacer de la relación de los tres rebeldes protagonistas, pero la de la atracción homosexual entre el personaje de Platón y el de Jim parece clara. Sin embargo, esta evidencia no era tal en la época y no debería darse por sentada. Platón era retratado como un niño desorientado que necesitaba una referencia masculina y la encontraba en Jim, quien le brindaba protección y ejemplo pero… estaba enamorado de una chica. En principio esta premisa podía ser aceptada por el bienintencionado Hollywood, siempre que se quedara ahí la cosa, claro.  De hecho, en la primavera de 1955, durante el rodaje de la película, Jack Warner recibió una nota de la oficina de censura recordándole que «Es por supuesto vital que no haya inferencias de una relación homosexual o cuestionable entre Platón y Jim«. Sin embargo, en algún momento, de forma inconsciente, el subtexto homosexual está ahí. Quizás eso explique por qué el «problemático» personaje de Platón ha de morir al final y así dejar vía libre a la pareja heterosexual.

Sal Mineo era un actor que se consideraba a sí mismo bisexual, pero no tenía miedo de ser de ser etiquetado como gay en una época en la que declararse homosexual era además un acto político, tan escandaloso como ser comunista o de izquierdas. Siempre fiel a sí mismo, en 1969 produjo y dirigió Fortune & Man’s Eyes, obra de teatro de John Herbert que cuenta una historia de homosexualidad y esclavitud sexual en la cárcel.

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Sal Mineo con Don Johnson

Con el tiempo, como muchos otros actores, Sal Mineo encontró en el teatro el medio perfecto para interpretar papeles de más profundidad y complejidad que los que el cine o la televisión (todavía más conservadora) permitían.

Muchas estrellas juveniles, al crecer se transformaban en trasnochadas parodias de sí mismas, pero Sal Mineo era inteligente, inquieto, creativo y valiente. No se limitó a ser una cara bonita de los cincuenta y sus proyectos así lo demuestran. Intervino en películas atrevidas como Who killed Teddy Bear (1965); quiso comprar los derechos del libro Cowboy de medinoche; le fascinó El Padrino; se hizo con los derechos de The Last Picture Show (que finalmente hizo Bogdanovich en 1971)… Desgraciadamente, jamás sabremos dónde le habrían llevado su talento y su trabajo en la madurez.

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Who killed Teddy Bear, de Josep Cates, abriendo el camino a Taxi Driver

Cuarenta y dos años después de su muerte podemos recordar su figura como actor, su dimensión humana más allá del celuloide y dedicar este post a su memoria.

*Para contaros esto me he inspirado en el libro Conversaciones secretas, Boze Hadleigh, 1986.*

Lo que he aprendido escribiendo Vendrá la noche

Querido@s tod@s,

por fin tengo el honor de presentaros el fruto de mis esfuerzos, mi novela «Vendrá la noche«. De momento, está a la venta en Amazon en su versión Kindle. Preparo la edición en papel, pero sentía que no podía demorar más el lanzamiento, así que iremos por fases.


Vendrá la noche es una historia de intriga (espero) y de fascinación, casi de embrujo. El embrujo en el que cae la narradora, Laura, por el personaje principal: Carol. Desde el principio esta conexión tendrá consecuencias imprevistas. Pero no quiero desvelaros mucho… Ante todo, he tratado de construir una historia, con todo lo que eso implica para mí. Coherente de principio a fin, con desarrollo y personajes bien definidos. Una historia sostenida y sostenible y cuidada en su escritura. Al estilo, al punto de vista, a los personajes, a los giros narrativos…, a todo le he dado mil vueltas y seguramente en alguna ocasión me habré equivocado en mi elección. No lo sé. Ya me diréis, si la leéis.

el objeto de mis desvelos

Lo cierto es que llegué a pensar que no llegaría el día (en que viniera la noche)… Sí, porque ha sido un camino largo y difícil, en gran medida por mi torpeza, todo hay que decirlo. Me ha costado bastante darle forma a esta historia de un modo que me pareciera medio satisfactorio y, en su conjunto, digno de estar en el mundo. Sí, digno. Considero que l@s escritor@s independientes tenemos que esforzarnos por ofrecer productos profesionales a los lectores, porque los respetamos, porque valoramos su tiempo y su dinero y, ante todo, queremos que tengan una buena experiencia lectora. Así que, teniendo en cuenta todo lo que quería conseguir, este proceso en su totalidad ha sido un buen aprendizaje para mí y me ha mejorado como escritora.

¿Y qué he aprendido?

Escribir una novela es un compromiso que exige tiempo, motivación y esfuerzo. Creo que no puedes ahorrarte nada de eso. Hoy en día, casi todo@s buscamos gratificación inmediata. Queremos ir deprisa en todo: en la producción y el consumo. Pues bien, hay casos y casos, pero lo cierto es que una novela es una carrera de larga distancia. Hay que ser constante y trabajar. Son muchas las maneras de enfocar el reto y todas son válidas.  En el mundo conviven los escritores planificadores y los que se lanzan y avanzan conforme el texto y la historia se despliega ante ellos. En ambos casos es necesario perseverar.

He comprobado también que soy muy exigente y que la exigencia, a veces es una de las bonitas máscaras del bloqueo. No solo se bloquea quien se queda retorciéndose las manos ante la página en blanco. También quien, como servidora, cae en el bucle infinito de la corrección y las dudas. Por tanto, y esto está en mi lista de «cosas que mejorar», no tengo que permitir que la exigencia me paralice.

Las historias (métete esto en la cabeza, Martita) cobran sentido compartiéndolas, no reteniéndolas.

A pesar de lo anterior, he aprendido que una novela nace de verdad en el proceso de edición. Ahí se desvela para nosotros con nuevos temas, nuevas esencias y nos ofrece la  oportunidad de desarrollar todo su potencial. Es algo casi mágico y muy hermoso. Por tanto, el primer borrador debe enfrentarse sin presión y disfrutando (sin autocensura de ningún tipo). Después ya vendrá la lucha, o -seamos más constructivos-, el crecimiento…

Esta es buena: he aprendido que un escritor novel no debería ser tan osado como para intentar salir airoso de una novela policiaca, ejeeem. La complejidad de la estructura de una novela que debe estar bien armada, es cosa que no hay que subestimar. Creo que es preferible debutar con algo con menos técnica, pero más corazón (en mi caso, ya no es posible, pero me desquitaré con el siguiente proyecto!).

He aprendido que escribir es un proceso difícil de transferir. Es decir, puedes y debes formarte, leer y aprender cada día, pero solo con la dedicación práctica vas a entender el proceso y a ti mism@. Solo entonces entrarás en «la zona». Es curioso lo obvio que es esto y lo que nos cuesta comprender a veces. ¡Lección aprendida!

He descubierto también que hay gente estupenda ahí fuera de la que aprender y a la que estar agradecida. Gente generosa que comparte y te hace mejorar. Personas que te ayudan leyendo tu historia, aportando ideas, sugerencias. O que simplemente, te animan con sus palabras, su ejemplo y su apoyo. ¡Gracias!

Aún queda mucho camino por delante. Quien ha autopublicado alguna vez (o quien mantiene un blog o desempeña alguna actividad creativa) sabe que el creador hoy en día ha de ser autor, editor y promotor… y eso, ay amig@s, eso ahora es el el gran desafío…

 

Hemingway, Miss Stein y la homosexualidad

Cuando pienso en Ernest Hemingway, me viene a la mente, antes que nada, la palabra vital. Masculino, dinámico, activo, certero, salvaje y primario son otros adjetivos que entran en mi pensamiento. Porque no hay duda de que Hemingway era (o se vendía) como una fuerza de la naturaleza. Pero, ¿es eso bueno, la esencia, la ausencia de artificio, de sensibilidad? Me encojo de hombros: ni bueno ni malo, supongo.

Es sabido que Hemingway era amante de la caza, los toros, la violencia, un bebedor insaciable, el escritor macho por excelencia. Todo esto forma parte ya del mito. También es conocida su homofobia. De acuerdo, eran otros tiempos los suyos en los que se exaltaban otros valores (y se acallaban los que a mí más me importan). Aún así, con sus sombras y sus luces, Hemingway es Hemingway…

En el libro París era una fiesta (A moveable feast, 1964), una delicia de libro por cierto, hay un capítulo titulado «Miss Stein da enseñanzas» que me ha resultado muy curioso.

Situémonos: París años veinte, Hemingway es un veinteañero, que tras ser herido en la Primera Guerra Mundial y trabajando como corresponsal, se traslada a París, seducido por los artistas y escritores allí establecidos. Allí coincide con Gertrude Stein, autora célebre y centro de la intelectualidad parisina de entreguerra. Coleccionista de arte, mecenas, mujer genial, escritora brillante y lesbiana. Todo un carácter. 
Imaginemos a los dos en la casa de Stein en el número 27 de Rue de Fleurus, cara a cara, tomando una copita.

Miss Stein pensaba que en materia sexual yo era un ser primitivo, y debo admitir que me quedaban prejuicios contra la homosexualidad ya que conocía sus aspectos más toscos. La conocía como la razón para que un muchacho tuviera que llevar un cuchillo y estar dispuesto a usarlo cuando se encontraba en compañía de vagabundos, en los días en que la palabra «lobo» ya tenía un sentido obsceno en América, pero no designaba precisamente, como ahora, a un obseso por las mujeres. 

Entonces relata Hemingway sórdidas visiones de hombres depredadores en su juventud en Kansas City y Chicago.

Miss Stein me hacía muchas preguntas y yo trataba de explicarle que cuando un muchacho andaba en compañía de hombres tenía que estar dispuesto a matar a cualquiera, y saber cómo se hace y realmente sentirse capaz de hacerlo, si no quería ser “molestado”, para decirlo con un término accrochable. Cuando alguien se siente capaz de matar los demás se daban cuenta enseguida y lo dejan en paz, aunque siempre había ciertas situaciones a las que no convenía dejarse llevar ni por la fuerza ni por la trampa.

Recuerda también una convalecencia en el hospital, durante la cual un caballero le procuraba demasiadas atenciones:

—¿Y el sujeto de Milán a quien debo compadecer no estaba acaso queriendo corromperme?

y Gertude Stein, socarrona, le responde:

 —Pero no diga tonterías. ¿Quién va a corromperlo a usted? ¿Quién puede corromper a alguien que es capaz de mezclar alcohol blanco con una botella de Marsala? No, hombre, era un viejo desgraciado que no podía contenerse. Estaba enfermo y usted debería compadecerle.

Avanza esta curiosa charla, en la que él se encuentra incómodo y ella parece tantearle.

No era yo el que había empezado aquella conversación, y me pareció que se ponía peligrosa. Casi nunca había ninguna pausa en una conversación con Miss Stein, pero estábamos en una pausa y ella quería decirme algo y llené mi copa.   —La verdad, Hemingway, es que en esta cuestión usted es un ignorante -dijo ella. -Solamente conoció a delincuentes convictos y a enfermos y viciosos. El punto decisivo es el que el acto que cometen los homosexuales masculinos es feo y repelente, y después se tienen asco a sí mismos. Se emborrachan y se drogan para apagar el asco, pero su acto les repugna y siempre están cambiando de partenaires y nunca logran ser verdaderamente felices.

—Ya me di cuenta.  —¿Está seguro de que lo comprende?

y entonces ella, que aún no ha acabado de dar su visión de la homosexualidad, remata:

—Entre mujeres es lo contrario. No hacen nada que les dé asco ni nada repulsivo; y luego son felices y pueden pasar juntas una vida feliz.

—¿Y qué piensa de Fulana? —dije.
—Es una viciosa —sentó Miss Stein. —Es viciosa de verdad, y claro, no logra sentirse feliz más que con gente nueva. Es una corruptora.
—Comprendo.

En aquellos días habían tantas cosas nuevas para comprender, que me sentí aliviado cuando cambiamos de conversación.

Parece que Hemingway no comprende, la verdad. Se ve a las claras que todo el intercambio entre ellos está lleno de prejuicios (por ambas partes). Así que, según Gertrude Stein, la homosexualidad masculina es vergonzante, pero la femenina, no… un punto de vista cuando menos partidista…

La conversación parece un baile, en el que ella quiera guiar y él se resiste a entrar del todo. Y aún así no deja de ser muy divertido imaginarse al joven escritor teniendo esta conversación con la eminente Stein.

Con todo, tenemos que tener en cuenta que este libro está escrito entre 1957 y 1960 (y publicado de forma póstuma). En él, Hemingway rememora las experiencias de aquellos años de juventud en París, pero no hemos de fiarnos del todo del viejo Hem.
Él mismo, en el prefacio, escrito en 1960, deja un buen apunte:

«Si el lector lo prefiere, puede considerar el libro como obra de ficción. Pero siempre cabe la posibilidad de que un libro de ficción arroje alguna luz sobre las cosas que fueron antes contadas con hechos».

Lo que sí parece es que, ficción o realidad, el autor norteamericano ofrece una opinión. Aunque expresó siempre de forma muy viva su intolerancia sexual (o quizá precisamente por eso), se ha especulado mucho sobre una supuesta homosexualidad reprimida en Hemingway (Ava Gardner lo insinuó en sus memorias; Zelda Fitzgerald también dejo caer que entre su marido y Hemingway había algo más que amistad…). Pero de esto último, si  es que existió, no hay nada escrito en París era una fiesta

 

Carol: Patricia Highsmith entre el amor y la vergüenza

Estos días estoy leyendo Patricia Highsmith (The Talented Miss Highsmith; 2009), biografía a cargo de Joan Schenkar. Estoy disfrutando mucho la lectura, aunque mi primera conclusión mientras paso páginas, es que Schenkar no tiene una visión muy positiva de la escritora. Tiempo habrá de comentar esto más adelante. De momento, me hace pensar sobre el papel que adoptan los biógrafos a la hora de abordar un personaje (¿se apartan y ceden el protagonismo o comentan y se hace presentes?) Ciertamente, a mí Joan Schenkar y su visión del personaje se me está imponiendo mucho (demasiado). Nos ofrece una Patricia H. difícil de estimar (de acuerdo, no tenemos por qué apreciarla), pero me pregunto hasta qué punto es válido opinar sobre todo (que vestía de forma muy masculina; que era tacaña; que tenía un carácter desagradable; que bebía mucho; que era egoísta, neurótica, anoréxica; incluso que tenía mala caligrafía!!!). No soy partidaria de hacer hagiografía con las biografías, pero tampoco de condenar de manera tan partidista…

Pero este post no está destinado a escribir sobre este libro (insisto, que, pese a todo, me está encantando), sino a hacer una reflexión sobre algo que he leído a propósito de uno de mis libros favoritos de Highsmith: Carol.
Recordemos que la novela se había publicado en 1952 con el título de El precio de la sal y el pseudónimo de Claire Morgan.
El 4 de abril de 1978, en Londres, Patricia Highsmith concedió una entrevista a Chris Petit, un joven periodista admirador de su obra que había conocido en Berlín.
y cito a Joan Schenker:

«(…) en esta mañana de primavera de 1978, dice Christopher Petit, Pat «me reconoció al final de la entrevista que ella era la autora de Carol». Y a continuación le hizo pasarse  «unos quince minutos prometiendo que no lo mencionaría en la entrevista ni le atribuiría la autoría a ella».

¿No es asombroso que una obra de la que estamos tod@s tan orgullos@s le causara tanta tribulación? Hasta ahora poco había leído sobre el proceso de creación de Carol. Sí había leído el prólogo de la propia Highsmith, escrito en 1989. En ese estimable texto ella justifica el uso del pseudónimo (sus editores habían rechazado la novela por su contenido) y ella, que empezaba a ser considerada una autora de suspense tras «Extraños en en un tren» no quería que la etiquetaran como una escritora de «libros de lesbianismo».

En el prólogo Pat Highsmith también explica la génesis autobiográfica de la historia (el periodo que pasó en la Navidad del 1948 trabajando en unos grandes almacenes de Manhattan y cómo allí atendió a una elegante mujer que fue a comprar una muñeca para su hija. De ese breve encuentro, nació la novela…). Al final habla del impacto positivo que su historia (un historia de amor homosexual que no acaba en tragedia) había tenido en muchas lectoras y lectores -de los cuales había recibido muchas cartas de agradecimiento-. Sin embargo, con su toque un tanto «desapegado» concluye:

«Las cartas fueron llegando durante años, e incluso ahora llegan una o dos cartas de lectores al año. Nunca he vuelto a escribir un libro como éste. Mi siguiente libro fue The Blunderer. Me gusta evitar las etiquetas, pero, desgraciadamente, a los editores estadounidenses les encantan».

Un poco frío, ¿no? No se puede considerar la defensa más orgullosa que esta novela merece, lo que me cuadra con lo que cuenta Joan Schenken:

«A Pat siempre le había preocupado que la relacionaran con Carol y el tema la tuvo muy «atormentada» (la expresión es suya) antes y después de publicar el libro. Ahora, a menudo menospreciaba el libro, atacaba a su madre por haber contado que Pat era la autora (Mary Highsmith se lo había revelado a su pastor en Texas) y sólo muy a regañadientes permitió que se publicara  con su propio nombre en Inglaterra en 1990″.

Solo cuatro años antes de escribir el prólogo que he comentado, Patricia aún se sentía incómoda con la  novela:»En 1985, mantuvo un tenso intercambio con Alain Oulman, de la editorial parisina Calmann-Lévy, sobre la seguridad de su pseudónimo, Claire Morgan, ya que pensaba que en Francia se había filtrado que el libro era suyo. (No era el caso, pero los críticos encontraron «un toque Highsmith» en la novela). Cuando por fin la editorial Bloomsbury publicó Carol en Londres en 1990 con el nombre «Patricia Highsmith» en la cubierta, le cambiaron el título. Parece que siempre tenía que haber alguna parte de Carol que quedara disfrazada.»

Yo creo que está muy bien que tengamos estas informaciones y conozcamos estos detalles para valorar bien lo difícil que ha sido escribir y publicar novela lésbica (o no normativa en general).
Siempre he agradecido que Carol exista. Más de medio siglo después, además de un gran libro es una película de éxito internacional, avalada por la crítica, respaldada por el público y protagonizada por dos actrices de renombre.
Aún así, no debemos dormirnos. Recordemos qué tiempos difíciles fueron aquellos que llevaron a Patricia Highsmith  a  sentirse avergonzada de un libro que, en 1952, en su diario describía así:

«Ahora, ahora, ahora, enamorarme de mi libro… el mismo día que he decidido no publicarlo, no por un tiempo indefinido. Pero seguiré trabajando en él en la próximas semanas, puliéndolo, perfeccionándolo. Me enamoraré de él ahora, lo amaré de una forma distinta a como lo amaba antes. Este amor es eterno, desinteresado, altruista, impersonal incluso».

Un amor así merece el mejor de los destinos…

Butterfly Kiss

Hoy os quiero hablar de la película Besos de Mariposa (Butterly Kiss; 1996). La publicidad americana  la llamó en su día «la respuesta británica a Thelma & Louise«.

Es un interesante modo de verlo, porque, en efecto, en ambos casos se trata de una historia de dos mujeres contra el mundo, pero eso es quizás negarle originalidad a Butterfly Kiss.

A mí me ha recordado más, si cabe, a Asesinos Natos (Natural Born Killers, 1994) y a Amor a Quemaropa (True Romance, 1993). Al igual que esta, Butterfly Kiss es una road movie violenta, salvaje y bastante rompedora.

La parte más subversiva de su propuesta es que la protagonista es una atípica psicópata esquizofrénica lesbiana y sádica. Soy consciente de que en este caso en particular, etiquetar es limitar a este fantástico e inclasificable personaje. Pero situar a Eunice en el centro de este relato para mí ya es una declaración de intenciones.

Eunice es una mujer que va de gasolinera en gasolinera buscando a una tal Judith, una antigua amante. En su búsqueda, no duda en mandar al otro barrio a quien le de la respuesta equivocada… Por el camino se topa con Miriam, una trabajadora de gasolinera, cándida, dócil y con necesidad de afecto, que enseguida siente atracción por ella. Después de pasar la noche juntas, emprenden un enloquecido viaje por el norte de Inglaterra al ritmo de la locura asesina de Eunice.

El binomio de estas dos mujeres y su atípica relación (¿quién salva a quién?, ¿hasta qué punto se puede llegar por amor?) es la peli en sí. Todo se construye en torno a estas dos mujeres perdidas que se encuentran, dos personajes extremos, marginales, de los de la periferia narrativa. Y ahí, en dar visibilidad a los marginales, está el interés para mí.

Amanda Plumer y Saskia Reeves funcionan muy bien en sus roles. Una, histriónica, temperamental, destructiva; la otra, dulce, sumisa y entregada. Imposible no ceder al hechizo de esta historia con el romanticismo brutal y demente que encierra. Una historia de amor, (auto)-castigo, redención y sacrificio, que se puede leer como una fábula (de final tan impactante como necesario).

Pero, a diferencia de Thelma y Louise, Buterfly Kiss tiene mucho sentido del humor. Más allá del fatalismo de la historia, de lo salvaje que es, subyace ese algo paródico y delicioso a lo largo de toda la cinta. ¿Qué haces si tu novia tiene la manía de dejar cadáveres en el maletero del coche?

Parte de la frescura es mérito de la desenfadada realización de Michael Winterbotton, en su primer largo. Aquí ya va dando señales de lo que será su cine: el ritmo alto, la naturalidad, la mezcla de lenguajes… Como me gusta acreditar a los guionistas cuando es posible, os comento que está escrita por Frank Cotrell Boyce, colaborador habitual del director inglés (Welcome to Sarajevo; Forget about me; Code 46).

Añadimos una banda sonora muy de los noventa, con temas de The Cranberries y yo creo que ya son motivos para verla.

Lo mejor: la pareja protagonista, no se me ocurren dos outsiders más desquiciadas y auténticas.

Lo peor: ese momento inicial en el que aún te resistes a dejarte llevar por el delirio de la peli y puedes echarte atrás.