Escribir en tiempos de crisis

Os comparto unas ideas que esta semana vamos a ver en el taller de escritura. Tal vez sean de interés para quien sienta la necesidad o inclinación de escribir estos días.

 

“Y por cierto, se puede escribir de todo en la vida si tienes las agallas de hacerlo y la imaginación para improvisar. El peor enemigo de la creatividad es la duda sobre uno mismo”.
Sylvia Plath

Cuando una  se considera escritora, es decir, se da el permiso de observar y expresar el mundo desde esa posición, entonces, tal y como dice Silvya Plath, todo es digno de ser escrito. Los dos requisitos que ella cita son 1) tener agallas y 2) tener imaginación para improvisar.

Probablemente, lo primero que nos a va a poner a prueba es la famosa duda sobre nosotr@s mism@s.  ¿Que voy a escribir yo que sea de interés?…  A la resistencia le encanta adoptar esta apariencia y no necesita de una crisis mundial para sacar la patita. Pero no caigáis en la trampa. Entrar en este argumento es hacerle el juego a la enemiga de la creatividad… En lugar de eso, enfocaos en la imaginación y las agallas.

A veces se ha debatido si es necesario que el escritor viva en una época convulsa para poder expresar los sentimientos más profundos y extraer lo mejor de sí mismo. ¿No es acaso la sociedad del bienestar un poco adormecedora?  No hay una respuesta inequívoca.  El bienestar es bueno. Se pueden escribir de cosas muy profundas desde la serenidad y la felicidad. De hecho, las más de las veces, el arte es un refugio de paz y alegría, incluso en medio del caos (lo que podría llevarnos a deducir erróneamente que es el caos el que lo origina).

Una época de crisis puede espolear o puede limitar la creatividad, sobre todo al principio, porque la preocupación, la incertidumbre, la inestabilidad y a veces incluso la logística pueden ser un obstáculo. 

Pero resulta que no podemos elegir y tenemos que improvisar. Las épocas complicadas, sobre todo si nos desafían en un nivel colectivo, nos fuerzan a encarar directamente sentimientos y emociones que, de otra manera, y dependiendo de nuestra forma de ser, podrían quedar relegados. Y en ese sentido, son un campo muy interesante para el escritor.
Lo que nos interesa aquí es que la ficción, aunque es el producto de nuestra imaginación y por tanto no es real, siempre se escribe desde dentro de nosotras, y -por tanto- es muy real. Qué bonita paradoja.

Los límites de nuestra conciencia, son los límites potenciales de nuestra historia. Con eso quiero decir que cuanto más profundicemos en nuestra experiencia personal, cuanto más nos abramos al inconsciente, más rica será nuestra historia. Una historia que solo tira de la mente lógica puede ser impecable, pero seguramente también será fría. Como decía Mulder en Expediente X: “¡La verdad está ahí fuera!”. Y aún así… todavía dentro.

Quedémonos entonces con que hay un movimiento de dentro hacia fuera.

Cuando experimentamos miedo, ese miedo será el que experimente nuestro personaje X en nuestra historia X. Cuando nuestro protagonista es arrebatado por la alegría, esa alegría ha sido primero nuestra. El amor entre nuestros personajes lo hemos soñado, vivido, deseado o recreado primero en nuestro interior.

Así que os invito a que aumentéis el acervo de vuestra enciclopedia emocional, sensorial, perceptual. Es vuestro tesoro.

En estos momentos, el terreno en el que se esconde ese tesoro es nuestra propia casa. Una cuarentena nos fuerza a la introspección. También limita nuestros estímulos exteriores (que no la información), pero una casa y su dinámica única (y a la vez tan común) puede ser una gran fuente de inspiración. Una ínsula conectada con los demás ínsulas. Y qué mejor puente para comunicarse que la escritura.

Para esto, tomad notas, apuntes; recoged impresiones y aprovechad estos días tan inciertos para enriquecer vuestra escritura.

Puede que eso que estos días sentís no emerja en un personaje de esta semana, ni del mes que viene, pero, si seguís escribiendo y si construís personajes humanos, seguro que la huella del sentimiento de hoy se proyectarán en ese personaje que todavía no existe. 

No tengáis ideas preconcebidas, solo apertura. Tenemos que abrir la puerta a nuestros sueños, a nuestras intuiciones, a las imágenes que vislumbramos, a los diálogos que sin querer improvisamos, a la imaginación en cualquiera que sea la forma que se manifieste.

Recordad, además, que vosotras sois las únicas autorizadas para contar vuestra historia.
Esto puede parecer una perogrullada, pero es una verdad como un templo. Y a veces las verdades más grandes son las más evidentes. Aunque estamos todos experimentando un fenómeno global, nadie tiene tu visión particular. Tú posees un punto de vista que es irrepetible. Eres un experimento único de la naturaleza. De modo que tu opinión, tu visión y tu creatividad son importantes.

Comparte una historia sobre tu confinamiento. Trata de transmitir una emoción que estés sintiendo especialmente estos días. Hasta 500 palabras.

-Puede ser una historia a título personal, una opinión expresada como un diario, como una carta, como una charla, un diálogo…
-Puede expresarse a través del del miedo, del humor, de la esperanza, del enfado…
-Comprueba si tu emoción escogida se ha reflejado en el texto. ¿Has tenido dificultades?, ¿cuál es el vocabulario asociado a esa emoción?
-Intenta incluir alguna imagen visual o auditiva o sensorial.
-Si te sientes bloqueada, solo proponte escribir durante 7 minutos sin detenerte. Puedes empezar con “Quién me lo iba a decir a mí, encerrada en mi propia casa…”. O con la frase que quieras!!

¿La escritura es un refugio?

A veces, cuando buceamos en las motivaciones de los escritores, cuando nos preguntamos qué les compele a escribir y a crear, encontramos el argumento de la escritura como refugio.  Escribir se convierte entonces en un medio para combatir un dolor interior, un vacío, un tedio… o quizá -pienso en mí-  para atenuar una paralizante perplejidad ante el mundo. Porque existe una convicción (que puede y debería ser cuestionada) de que si entiendo el mundo podré participar en él.

Algunos necesitan un ánimo turbio, encendido y dolido como fuego para su inspiración. Nuestros referentes culturales parecen perpetuar este mito. Cuanto más sufres, más artista eres.  Y aunque la desesperación es un lugar legítimo desde el que crear y ciertamente hay temperamentos muy proclives a esto  y aunque nadie debe decir a otro cuál debe de ser su camino, no creo que sea el modo más saludable, expansivo, abierto y liberador de crear.

Creo que las piezas artísticas pueden reflejar algo del proceso creativo que las ha impulsado. Y algunas nos devuelven reflejos muy bellos, vivos, intensos, pero sin tormento. Y sabemos (o intuimos) que vienen de otro «lugar».

Natalia Ginzburg habló de este asunto de escribir con la motivación equivocada.

«Pero cuidado, no es que uno pueda esperar consolarse de su tristeza escribiendo. Uno no puede hacerse la ilusión de que va a ser acariciado y acunado por su propio oficio.
Ha habido en mi vida interminables domingos desiertos y desolados, en los que deseaba ardientemente escribir cualquier cosa para consolarme de la soledad y del aburrimiento, para sentirme halagada y acunada por frases y palabras. Pero no hubo forma de que consiguiese escribir ni una línea. Mi oficio entonces siempre me rechazó, no ha querido saber nada de mí. Porque este oficio no es nunca un consuelo ni una diversión. No es una compañía. Este oficio es un patrón, un patrón capaz de frustrarnos a sangre, un patrón que grita y condena. Tenemos que tragar saliva y lágrimas y apretar los dientes y restañar la sangre de nuestras heridas y servirlo. Servirlo cuando él lo requiere. Entonces también nos ayuda a mantenernos en pie, a tener los pies bien firmes sobre la tierra, nos ayuda a vencer la locura y el delirio, la desesperación y la fiebre. Pero tiene que ser él quien ordene y se niega siempre hacernos caso cuando lo necesitamos».

Ni consuelo, ni diversión: oficio. Tal vez la clave sea considerarse más oficial y artesano que artista. Porque el artista está dominado por su pasión (exaltada o deprimida), pero el artesano realiza su tarea sin más expectativa que la de hacer lo que sabe hacer. Y lo demás es ruido.

 

 

Desde el silencio

Siento más atracción por el silencio que por las palabras. Y eso puede parecer contradictorio para alguien que escribe (y habla no poco). Una más de esas complejidades que me definen, supongo.
¿Qué me lleva  decir esto? Quizá la sensación de estar demasiado constreñida por las palabras. Quizá la intuición de que con ellas trato de alcanzar otra cosa que es inefable.
Para mi gusto, mi mente es demasiado activa -y me doy cuenta que al declarar eso ya doy por hecho que es algo que no está en mi mano evitar-. Ella va sola. No necesita mi permiso, ni mi volición. Tantos diálogos, tantas explicaciones, tantos personajes… Os aseguro que ya lo he oído todo antes dentro de mí. ¿Antes de qué? Ah, no sé, es mi sensación. Y todo, sí. Todo, sin excepción. Todo ha pasado antes en mi cabeza. Pero resulta que esa cabeza que a veces reclama tanto protagonismo, es en realidad como una salita de espera (en ocasiones acogedora, en otras, aborrecida, pero limitada), y haríamos mal en creer que basta con sus cuatro paredes, cuando el resto de la casa permanece inexplorada.
Sabiendo eso (que hay más allá), ¿quién querría vivir para siempre en una ruidosa salita de espera? Yo no. Yo quiero penetrar el silencioso pasillo y admirarme allí, conocer otras estancias. Tal vez descubrir, al fondo, el jardín secreto cuya existencia ignoraba, pero presentía. Las metáforas no alcanzan a explicarlo, pero son un puente del que me valgo para decir que sueño con el infinito. Quisiera, supongo, entender de una manera más completa. Ni verbal, ni mental. Ilimitada. Libre.

Este afán -que podría parecer presuntuoso- ha nacido de la experiencia más cotidiana y humilde. De pronto, entre mi cháchara, alguna pausa me ha sorprendido. Y es algo tan refrescante que he tenido que ceder a eso de manera natural, como un reposo desconocido, casi involuntario.
Esto atañe también a mi escritura. Escribir, a fin de cuentas, es volver a fijar esas palabras de mi cabeza en otro soporte. Quizá -seguro- más ordenadas, con más sentido. Pero, de nuevo, es lo mismo. Un eco nacido de un silencio muy puro. Un elaborado (y  puede que inconsciente) intento de regresar a eso.
Es cierto (aviso: otra paradoja) que este escollo (de generar nada más que ruido) se podría salvar. Tengo fe en ello. Hay algo que puede ser trascendente en escribir -y esto sucede en la vida en general y en el arte en particular. De pronto, ciertas cosas se distinguen del aluvión de banalidades y nos tocan (tal vez nos silencian un momento). Nos llevan de afuera a adentro. Aquí la calidad es preferible a la cantidad. Puede lograrse con poco. No es preciso que sea una gran composición. Basta una línea inspirada, sincera. Y quizá -ese invitar al otro, a nosotros mismos- sea el sentido más noble de hablar y escribir.

 

Imagen deJohn Hain. Pixabay.com

El diario íntimo, práctica y revelación

Escribir es un acto subjetivo. Incluso en las formas pretendidamente objetivas (si es que eso existe), siempre hay algo nuestro. Nuestra voz, nuestro punto de vista, nuestros estudios, nuestras ideas, nuestros maestros y paradigmas. Y por encima (o debajo) de eso nuestro deseo expresivo, nuestra voluntad.
El discurso siempre surge de nosotros, aunque empleemos un enfoque distanciado, neutro, que invisibilice las marcas del «yo». Ahora no estoy pensando en la manipulación deliberada, sino en la inocente pretensión de estar siendo objetivo. ¿Quién no ha leído u oído alguna vez eso de: «No estoy contando una opinión, estoy contando los hechos.»? Y de ahí estamos solo a un paso de afirmar eso tan peligroso de: «Yo escribo (cuento, digo, poseo, vendo…) la Verdad».
De entre las formas más subjetivas (y quizá por eso menos prestigiosas) de expresión por escrito están las memorias y los diarios íntimos. Ahí tenemos la escritura del yo en estado puro.

La memoria es una mirada al pasado, un recuerdo mediado por nuestras ideas y experiencias presentes. Muchas veces una idealización, siempre una construcción y un deseo de perdurar en el mundo. Familiarizándonos con la etimología de la palabra recordar, se trata de pasar algo por el corazón, eso es justo lo que se hace. El diario, en cambio, es una mirada sin distancia, o la distancia de apenas horas o días. El diario es un ejercicio, secreto y espontáneo, de presente o de pasado inmediato. En este sentido, vibra con la vida mientras estas se despliega y también recoge el aburrimiento, el tedio, lo pequeño.
 Lo  insólito y lo banal aún están unidos por la falta de distancia. Me viene a la mente la famosa entrada del diario de Franz Kafka:
“Esta mañana los alemanes invadieron Polonia; por la tarde fui a la piscina”
.

En memorias y diarios se puede encontrar quizá una pista de la verdad personal de quien escribe y por extensión de la de un grupo social en un momento determinado.  Pero, más allá de eso, en los mejores casos, en este tipo de escritura, encontramos como un maravilloso regalo, la esencia de lo que significa ser humano, experiencia personal y común a la vez.

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A veces escribir sobre uno mismo, es una buen manera de empezar a escribir, un paso previo de la escritura. Se puede emplear como herramienta de perfeccionamiento de la técnica. En este caso, no es tan importante la abundancia como la disciplina de sentarse, pase lo que pase, frente al cuaderno. El diario se convierte en una excelente práctica para captar detalles; ampliar la sensibilidad al mirar y describir; escuchar y reproducir diálogos; Una práctica -en definitiva- de contar cosas, que es, a fin de cuentas, lo que luego haremos con la ficción. Una y otra vez, día tras día, la escritura se va a haciendo más fina. Pero, para mí, tomar el diario como mero ejercicio, sería darle poco valor. Más allá de eso, tenemos muestras de que el diario, en manos de escritores experimentados (o simplemente de personas sensibles), revela la necesidad humana de entendernos y expresarnos. La exégesis, como en el caso de Philip K. Dick, por poner un ejemplo fascinante.

¿Por qué los diarios atraen a adolescentes, a jóvenes, a tantas personas? Tal vez porque permiten conservar la memoria de algo que pasó con la esperanza de darle sentido. La necesidad de preservar el momento es uno de los motores de la creación. Antes de las fotos instantáneas y de las redes sociales diciéndonos quiénes somos (a partir de la mirada del resto). Antes… estaba la escritura. Pero también es importante para los jóvenes porque les ayuda a encontrar una voz personal, por vez primera. Descubrirse. La escritura de diarios es íntima y reveladora porque no está pensada (a priori) para ser compartida.  Es un ejercicio de introspección personal, de honestidad con uno mismo, donde no cabe proyectar un yo ideal que vender a otra persona. El diario no es para seducir, es para conocerse.

El diario es, además, un medio de transformación personal y manejo de las emociones, que permite sacarlo todo fuera, una estupenda herramienta de crecimiento interior, para el que esté interesado en ello.
Joyce Carol Oates hablaba de ellos como un experimento de conciencia. Y así es, uno que te va revelando, en su fragmentación y arbitrariedad, no solo la enorme riqueza de la vida y sus elecciones, sino también la construcción de una identidad personal, que asoma entre las entradas, por acumulación, día tras día.
Precisamente hay una cita en los diarios de J. Carol Oates que me encanta:

“Tal y como nuestro gran filósofo americano, William James observó, tenemos tantos yo públicos como personas a las que conocemos- Pero tenemos un único, singular, inabordable y quizás indisimulable “ser interior”, que se siente más en casa en los lugares secretos”.

Preguntas y atención: mima un poquito a tus ideas


En cierta ocasión le preguntaron a Borges: ¿Qué es para usted la literatura?

Tantas cosas… Cuando estoy solo, continuamente estoy tramando poemas, cuentos, fábulas, porque tengo que poblar mi soledad. Y a mi edad es fácil estar solo. Por ejemplo, yo nunca busco temas, dejo que los temas me busquen y yo los eludo, pero si el tema insiste, yo me resigno y escribo. Hay que dejar a los temas elijan, pues cada tema sabe si quiere ser escrito en verso libre, en una forma clásica o en prosa. No pienso en la comunicación, yo escribo, corrijo los borradores mentalmente, desde que no tengo vista, y finalmente los publico.

¿Qué te parece la idea de que los temas nos eligen? ¿Alguna vez te has obsesionado con una idea (literariamente, claro)? Quizá es la idea la que se ha encaprichado de ti.
Esto te pasará más y más -si es que quieres que te suceda, claro- cuanta más atención prestes. Atención es la clave. La palabra más importante para una vida con sentido, me atrevería a decir. Para mí la atención está conectada con el amor. Centras tu mirada en algo y la sostienes para entregarte por completo a eso. Y para «escuchar», recibir lo que eso quiere comunicar.
La práctica de esto tiene que ser activa (como el amor debería ser activo). Y se activa el ojo, como órgano y como instrumento, el cerebro, haciéndolo trabajar, y todos los sentidos. Se activa el cuerpo. Hay autores extremadamente sensibles y corporales, me viene ahora a la mente Escrito en el cuerpo, de Jeanette Winterson. Otros más cerebrales, el propio Borges es un ejemplo. Tú decides cómo expresar lo que eres. Cuanto más seas, más expresarás.

Una y otra vez hemos de insistir en la práctica. Si partes de cero, lo primero es conectar con eso, con la observación o con el modo particular que tienes de entender el mundo. ¿Estás segura de que ves lo que hay alrededor? En lugar de ir ciegos por el mundo, hay que abrir los ojos. Goethe dijo, “El ojo es el órgano con el que concibo el mundo”. Y eso tiene más profundidad de lo que parece.

Aunque seamos principalmente visuales o auditivos, en realidad, las modalidades se combinan, pero es interesante conocer nuestras preferencias y sacarles partido, explorar sus límites también. Forma parte de lo mismo, de la apertura necesaria para empezar a Ver y escuchar. Repito: ¿crees que ves?

Borges fue un hombre solitario, y durante la mitad de su vida, ciego (literal), como otro gran escritor Aldous Huxley, pero eso no los mermó, ni a Beethoven cuando se quedó sordo, porque seguía «escuchando» en su mente. Quizá la falta de esa ventana al exterior, los hizo entrar más en el interior, atentos a ese mundo propio. Por cierto, Huxley escribió un libro muy interesante sobre un método para recuperar la visión… Otro día escribo sobre eso.
¿Qué más dijo Borges en esa entrevista, que tuvo lugar en 1983?

—¿Qué haría si pudiera volver a ver?
—Bueno, yo volvería a leer algunos de los pocos libros que hay aquí; quizás saldría a la calle a reencontrarme con algún recuerdo de Buenos Aires. Miraría al espejo para ver qué cara tengo. Aunque no, pienso que es una suerte para mí imaginarme con la cara que tuve a los 55 años.

Volvería a leer (era un hombre muy conectado a los libros), saldría a la calle, me miraría al espejo.

¿Y después de ser atrapado por una idea? ¿Qué haces? tienes estas impresiones, estos fragmentos en tu mente. Pues dejas que estén ahí en ti y que te comuniquen todo lo que quieran, un poco como decía Borges. O… si la idea es tímida, puedes interrogarla, hacer preguntas. Se trata de prestar atención a esa idea para que germine.

Inquirir siempre es un buen método para crear. Es a partir de esa voluntad de entender o de profundizar en algo que aún es difuso, que permitimos que tome forma. Las imágenes de tu mente te llevan (pregunta a pregunta) a ampliar esa intuición inicial.
A ver, ¿qué puedo hacer con esta idea, ¿puedo desarrollarla? , ¿es un personaje o una trama? Tal vez necesito algo con lo que combine. ¿Qué es lo que más me fascina de esta idea? ¿En qué tono vibra? A veces si siquiera es preciso formular las preguntas explícitamente, simplemente abrirse, permitir que todo venga. Y se produce de un modo muy natural.
Si no estamos muy acostumbrados a estos procesos creativos (aún), es útil escribir las preguntas y las respuestas que vengan.

Preguntar es excelente también para generar ideas. Es el famoso: «y si…», la generación de hipótesis. ¿Y si esa mujer estuviera loca? ,¿y si en realidad no es quien aparenta ser? ¿Y si resulta que es una espía? ¿Y si es la única cuerda de todo el hospital? ¿Y si el hospital es una tapadera para un negocio de juego? oh, eso es muy absurdo. O no…

También funciona como motor la lluvia de ideas o los mapas mentales. El brainstormig es efectivo cuando todo el mundo aporta sus ideas libremente y nadie censura, juzga o rechaza. Un escritor es alguien que se pasa el tiempo haciendo brainstormings a solas. Al principio, solo saldrán obviedades, pero poco a poco, cosas que parecen disparatadas quizá enciendan la chispa. Lo importante aquí es permitir esas ideas locas y suspender el juicio crítico.

Si no tienes ninguna idea y quieres activar un poco tu creatividad, puedes jugar a esto de vez en cuando. Escoge unas palabras al azar y prueba varias combinaciones como premisa para una historia:
Por ejemplo: biberón, policía, whisky, divorcio

  • Un policía bebe whisky y su mujer lo ha dejado (divorcio) porque se olvidó de dar el biberón a su hijo.
  • Ah, el policía bebe whisky en el biberón desde que se divorció, porque le parece muy cómodo y tierno.
  • No, no, una mujer llamó a la policía porque encontró un biberón con las iniciales de un niño secuestrado, pero, como tiene alucinaciones desde su divorcio y no para de llamar a la poli contándoles cosas raras, ellos creen que ha bebido whisky y la ignoran.

Después atrévete a escribir esa historia. Seguro que te sorprende.

Hablemos de creatividad

Potenciar la creatividad es una de las cosas que más me interesan de un taller de escritura. Más aún que la -necesaria- práctica de técnicas de escritura y que el conocimiento teórico, opino que es el factor que puede marcar la diferencia, no solo en la escritura sino en el desarrollo personal.
He aquí algunas citas sobre la creatividad que pueden estimular la reflexión (en grupo o a solas):

Weithermer (1945): “El pensamiento productivo consiste en observar y tener en cuenta rasgos y exigencias estructurales. Es la visión de verdad estructural, no fragmentada”.

Empezamos fuerte, pero aquí hay una idea interesante. Lo creativo ayuda a delimitar formas y reconocer estructuras y patrones que aún no se habían identificado y que configuran un sentido completo y cerrado. Ni más ni menos es lo que hace un escritor cuando selecciona una idea de la realidad bruta y encuentra elementos significativos que, ordenados, tienen coherencia. Sí, lo increíble es que esa historia siempre estuvo allí esperando que alguien la «viera» y le diera forma. ¿Cuántas veces has dicho: «¿cómo no se me ocurrió eso a mí?»?

Parnes (1962): “Capacidad para encontrar relaciones entre ideas antes no relacionadas, y que se manifiestan en forma de nuevos esquemas, experiencias o productos nuevos”.

Importante lo de nuevo. La creatividad implica originalidad, ya que es  el producto de asociaciones novedosas. L@s buenos escritor@s iluminan con sus historias territorios jamás antes transitados (o no al menos del modo en que ellos lo hacen). Eso permite que el amor, por ejemplo, pueda ser objeto de nuevas historias cada día (pero no todas igual de originales o creativas, por supuesto).

Getzels y Jackson (1962): “La creatividad es la habilidad de producir formas nuevas y reestructurar situaciones estereotipadas”.

Abundando en lo anterior, lo verdaderamente creativo no es compatible con la repetición. Da comienzo la guerra contra el cliché. ¿Y cómo podemos ganar esa guerra? Siendo conscientes y no conformándonos con las situaciones más familiares o las asociaciones evidentes.
En lo relativo al tema, una buena idea para evitar estereotipos y clichés es cuestionarse siempre la historia o el enfoque y observar el mundo con apertura e inocencia. En el nivel de la frase o el párrafo, podemos revisar el texto huyendo de las expresiones manidas. Una expresión creativa exige un lenguaje creativo.

La siguiente me encanta para asustar a todo el mundo. En su libro Creatividad, el aura del futuro (2015), Cristian Núñez Sacaluga repasa la visión psicoanalítica: “Freud sostuvo que la creatividad se origina en un conflicto inconsciente. La energía creativa es vista como una derivación de la sexualidad infantil sublimada, y que la expresión creativa resulta de la reducción de la tensión”.

XD Lo que nos interesa y hablando en plata: cuanta más relajación, armonía y bienestar emocional, más fluirá la creatividad. ¿Uhm, estoy poniendo en entredicho el mito del artista maldito? Yes.

Y ahí dejo como bocadito sugerente lo de pensar en la creatividad como una energía….

Vamos con otra:

Bruner (1963): “La creatividad es un acto que produce sorpresas al sujeto, en el sentido de que no lo reconoce como producción anterior”.

Drevdahl (1964): “La creatividad es la capacidad humana de producir contenidos mentales de cualquier tipo, que esencialmente puedan considerarse como nuevos y desconocidos para quienes los producen”.

Estas dos citas mencionan una de las cosas que más me gustan. Y es que, escribiendo (o dedicados a cualquiera que sea nuestra tarea creativa), nos vamos a maravillar y asombrar a nosotros mismos porque crear es manifestar o expresar algo que no existía y que por tanto no conocemos. Aunque tengamos una idea previa, el mismo proceso toma el mando y el producto final nos sorprende. (¿He hecho yo eso?)

Fromm (1959): “La creatividad no es una cualidad de la que estén dotados particularmente los artistas y otros individuos, sino una actitud que puede poseer cada persona”.

Aquí Eric Fromm habla de una actitud, lo que sugiere que tenemos que adoptar una postura activa para ejercer un derecho natural del individuo (y no solo de aquellos afortunados que estaban en mejor posición cuando los dioses repartieron talentos).

Antes he mencionado mi convencimiento de que la creatividad puede transformar a las personas, en la medida en que les ayuda a ampliar sus puntos de vista y buscar alternativas diferentes, posibilitando el cambio. Por eso subrayaría la siguiente cita varias veces:

Arieti (1976): “Es uno de los medios principales que tiene el ser humano para ser libre de los grilletes, no sólo de sus respuestas condicionas, sino también de sus decisiones habituales”.

¡Casi nada!

De la Torre (1991): “Capacidad y actitud para generar ideas nuevas y comunicarlas”.

Esta me gusta porque da una clave importante. No solo hay que crear, también hemos de ser capaces de concretar esa idea en un resultado tangible y comprensible para los demás. La creatividad se tiene que poder entender o comunicar (si no en el momento de su producción, cien años después.)

Pereira (1997): “Ser creador no es tanto un acto concreto en un momento determinado, sino un continuo ‘estar siendo creador’ de la propia existencia en respuesta original… Es esa capacidad de gestionar la propia existencia, tomar decisiones que vienen ‘de dentro’, quizá ayudadas de estímulos externos; de ahí su originalidad”.

Esta la he dejado para el final por sus implicaciones profundas. ¿Están relacionadas la capacidad de gestionar la vida y la creatividad? Ojo que aquí no buscamos encajar en lo que la sociedad considera aceptable , sino en vivir de manera íntegra con nosotros mismos.
¿De dónde le vienen esas decisiones o ideas al ser creador? ¿qué significa “de dentro”? Asoma por aquí la inspiración, otro fenómeno tan fascinante y aún más misterioso que la creatividad. Lo reservo para otro post.

El cuento visto por John Cheever

L@s que disfrutamos con los relatos, tenemos ocasión de ampliar nuestra idea del género a través de la lectura directa y también (excelente complemento) a través de la sensibilidad de sus autor@s destacad@s, expresada en reflexiones como las que os dejo hoy.

John Cheever (1912-1982) es uno de los grandes, sin duda. Y esto opinaba del cuento:

«Un cuento o relato es aquello que te cuentas a ti mismo en la sala de un dentista mientras esperas a que te saquen una muela. El cuento corto tiene en la vida, me parece a mí, una gran función. Es, también en un sentido muy especial, un eficaz bálsamo para el dolor: en un telesilla que te lleva a la pista de esquí y que se queda atascado a mitad de camino, en un bote que se hunde, frente a un doctor que mira fijo tus radiografías… Pasamos el tiempo esperando una contraorden para nuestra muerte y cuando no tienes tiempo suficiente para una novela, bueno, ahí está el cuento corto. Estoy muy seguro de que, en el momento exacto de la muerte, uno se cuenta a sí mismo un cuento y no una novela».

Y es que el cuento proporciona la ocasión de detener el mundo mientras este, paradójicamente, sigue girando.

Deja al descubierto un solo lado de una piedra multifacética y lo hace en apenas un instante durante el cual algo  se nos regala, idealmente  sin sermones, con honestidad (honestidad no exenta  en ocasiones de dolor). Pero vale la pena. Un puñetazo en el estómago puede ser un regalo si te ayuda a empatizar con el sufrimiento ajeno.

La vida en el cuento no es despliegue, sino concentración. Me gusta la imagen del microscopio, que revela vidas insospechadas, alegrías o tragedias escondidas, inapreciables a cierta distancia (pero que ahí están).

¿Y los lectores? En Why I Write Short Stories, publicado en Newsweek en 1978, John Cheever afirmaba:

«¿Quién lee cuentos?, uno se pregunta, y me gusta pensar que los leen hombres y mujeres en las salas de espera; que los leen en viajes aéreos transcontinentales en lugar de ver películas banales y vulgares para matar el tiempo; que los leen hombres y mujeres sagaces y bien informados quienes parecen sentir que la ficción narrativa bien puede contribuir a nuestra comprensión de unos y otros y, algunas veces, del confuso mundo que nos rodea.

Y a continuación más sugerentes aportaciones del relato:

La novela, en toda su grandeza, exige, al menos, algún conocimiento de las unidades clásicas, que preservan ese lazo misterioso entre la estética y la moral; pero que esta antigüedad inexorable excluyera la novedad en nuestras formas de vida sería lamentable. Algunos conocemos esta novedad a través de La guerra de las galaxias, otros a través de la melancolía que sigue al error cometido por un jugador que no batea en las últimas entradas de un partido de béisbol. En la búsqueda de esta novedad, la pintura contemporánea parece haber perdido el lenguaje del paisaje y —mucho más importante— del desnudo. La música moderna se ha separado de aquellos ritmos profundamente enraizados en nuestra memoria, pero la literatura aún posee la narrativa —el cuento— y uno defendería esto con la propia vida.

En los cuentos de mis estimados colegas —y en algunos míos— encuentro esas casas de verano alquiladas, esos amores de una noche, y esos lazos extraviados que desconciertan la estética tradicional. No somos nómadas, pero —sin embargo— subsiste más que una insinuación de esto en el espíritu de nuestro gran país, y el cuento es la literatura del nómada».

El cuento es versátil, nómada, múltiple e infinito (pese a su brevedad). Tantas cosas caben en él. Del mismo modo que siete notas musicales dan vida a nuevas melodías cada vez.

Cada historia aporta algo nuevo, sorprende, conmueve y  a lo mejor aburre (sí, podría pasar), porque el cuento es humano, no divino, y por eso mismo ilumina nuestra humanidad.

Diez minutos de viaje profundo o ligero, un viaje del que te puedes llevar siempre algo de vuelta al mundo ordinario. Una sonrisa, una reflexión, un escalofrío… quizá porque, como dice Cheever, el relato de ficción hace más amena esa espera y ofrece consuelo para —también— aceptar serenamente nuestra mortalidad.

Escribir un libro al año

Decía Annie Dillard en su libro Vivir, escribir (1989):

De los cuatro mil quinientos millones de habitantes que tiene la tierra, tal vez sean veinte las personas capaces de escribir un libro en un año. También hay forzudos que levantan un coche en vilo. Hay gente que participa en carreras de trineos de una semana de duración, gente que se tira por las cataratas del Niágara dentro de un barril, o que pilota un avión a bordo del cual pasa por el Arco del Triunfo. Hay mujeres que paren sin dolor. Hay gente que devora coches. No hay vocación que tome por norma los extremos de la condición humana.  Escribir un libro, dedicándole todo el tiempo del día, es una tarea que dura entre dos y diez años.

Me pregunto si esto sigue siendo válido en 2019. Da un poco de risa atreverse a deducir que, en un mundo de siete mil millones de habitantes, puedan ser cuarenta las personas capaces de escribir un libro en un año. Por el contrario, ahora serán como mucho cuarenta en todo el planeta las que se tomen ese tiempo para escribir.

Sí, qué novedad, ya lo sabemos: el mundo se ha acelerado y la información multiplicado. No es culpa ni mérito de nadie. No es que antes los escritores estuvieran espesos o fueran un poquito vagos, es que el mundo gira más deprisa y la tecnología nos da las herramientas para producir más. ¿Por qué no aprovecharlas? Indudablemente las cosas son más fáciles ahora, pero también, sí… más difíciles. Basta con echar un vistazo alrededor. Las novedades desaparecen de las estanterías de las tiendas (virtuales o no) en semanas y quedan sepultadas por nuevas novedades  (clarificadora redundancia). En el catálogo de Amazon cada minuto que pasa -sin ventas- supone una palada de tierra sobre tu tumba de autor/a visible. Visto así, proporciona más consuelo pensar que se ha invertido poco tiempo en tan efímera obra.

La cosa no para ahí. Por todas partes hay prisa. Así lo expresan libros como: Escriba una novela en 90 días; Cómo escribir cinco mil palabras al día. O  Escribir deprisa: cómo escribir algo a la velocidad de la luz. O el fantástico NaNoWriMo (concurso para escribir una novela en un mes, que -una cosa no quita la otra- tiene a su favor el ser una plataforma motivadora y con una gran comunidad de seguidores).

Yo soy afortunada y no estoy sometida a presiones editoriales o de mercado, pero, aún así, una de las cosas que más me preguntan cuando cuento que he (auto)publicado un libro es: «¿Y ahora qué?, ¿para cuándo el próximo?»  No es que no agradezca el interés y el empuje (al contrario), pero, ¿qué hay de no convertirlo todo en fast-food?

Es esa misma prisa la que nos roba la calma también al leer. Y nos suben las pulsaciones con los retos de a ver quién lee más libros al año en Goodreads, o con las ideas para leer más en menos tiempo. O con esos resúmenes de obras clásicas  que ya nadie tiene paciencia de leer. «¿Una descripción que se alarga tres páginas?, anda ya!» La presión de rendimiento anula el placer y vamos de una historia a otra, incapaces de recordar si la protagonista tenía los ojos verdes o negros, mirando de reojo la pila de libros que espera en la mesita y tentados por la oferta de Kindle Unlimited (lee hasta que revientes por un módico precio al mes), que a mí me hace pensar en los paseos, plato en mano, por los buffets libres llenos de glutamato o los desafíos esos tan bizarros: ¿quién es capaz de comerse más huevos cocidos en 50 minutos?

Creo que ya todos intuimos a estas alturas que más oferta no es más libertad y que la paciencia como lector@s y autor@s puede brindarnos obras de más profundad y por consiguiente experiencias más sutiles.

Es cosa de todo@s.

¿Cómo apreciar un texto con prisa?, sus matices, su música, la inmersión  que propone en un mundo ajeno, la invitación a vivir otra vida. Vivirla, no mirarla por encima con el cronómetro en la mano. ¿Y qué hay de darse después de la lectura una pausa para asimilar e integrar lo leído? ¿Suena a quimera?

¿Y cómo escribir un texto con prisa, cómo dedicarle el tiempo necesario si rige la urgencia por cumplir con un marcador y la presión (o avidez) por alimentar a un mercado adicto a las «chocolatinas» del vending? En esa carrera de autos locos no importa tanto la calidad como la cantidad. Y el circulo vicioso se alimenta por ambas partes. Libros malos, consumo rápido. Poca satisfacción.  Ah, pero la inmediatez, qué subidón da. Eso siempre. Más. Otra. Y otra. ¡Qué parecido a jugar a las tragaperras!

Por supuesto, en estas cosas, cada uno tiene su criterio y su gusto. Escribir y leer es una actividad muy personal y privada que cada uno gestiona como mejor considera, pero también es pública y social y quizá reflexionar en conjunto sea útil.

Seguramente eso de reducir la marcha es más fácil de decir que de hacer. Sucede en la vida real. Es contagioso. Ves un grupo de gente corriendo y ya eres incapaz de seguir con tu lento deambular. El tic-tac manda ahora y habrá que asistir al baile, ¿verdad?

«Nadie sospecha que los días son dioses». Lo dijo una vez Waldo Emerson (1803-1882), y nadie mejor que él entendió la experiencia del retiro y la reflexión.

Bueno, por desgracia, para nosotr@s, algunos dioses habrán muerto en vano y algunos libros tendrán escasísima esencia divina.

Abrir el grifo (de la creatividad)

Además de ser espectadores del mundo en su variedad de manifestaciones, a los seres humanos nos gusta expresar nuestra visión y compartir nuestra esencia creativamente.

Pintar, bordar, inventar una canción, escribir  un diario o cartas manuscritas…  hay muchas opciones y no todas implican la palabra, aunque casi todas exigen el compromiso de la práctica. Y es que, con las obligaciones diarias y con tanta oferta de consumo tentándonos, es difícil encontar el tiempo para cultivar la propia vision. Y sin embargo, vale la pena tomar el rol activo de vez en cuando.

Me resulta gratificante cuando tengo ocasión de ayudar a alguien a escribir o a permitirse ser más creativ@. Permitirse: esa es la cuestión, porque, a menudo, lo que bloquea a las personas que quisieran escribir (quizá incluso descubrir si de verdad esto les podría gustar) es el miedo a hacerlo mal.

Miedo a hacerlo mal. Vale la pena repetirlo, porque, aunque suene a generalización, ese temor atenaza, previene e inhibe la creatividad.

A menudo tengo que tranquilizar a esa persona, que me mira como si estuviéramos esperando al dentista: «Calma. Va a ser divertido, ya verás». El escepticismo sigue ahí, asomando entre el cosquilleo y la prudencia. ¿Divertido?

Llegad@s a este punto me encanta la metáfora del grifo nunca usado. Sabes que ese grifo existe, tienes (mucha) curiosidad, por fin te decides, das la vuelta a la llave y sale… barro. Entonces te asustas  (o avergüenzas) y lo cierras a toda prisa. Te marchas bien lejos: «¿Cómo se me ocurrió pensar que ese viejo grifo iba a servir de algo?»

Pasan un par de años y vuelves a intentarlo. A fin de cuentas, si hay un grifo por algo será, ¿no? Tal vez ahora… Pero ahí está el barro de nuevo, tan deprimente y pardusco como siempre. ¡Uf!

A menudo aquí hay también expectativas sobredimensionadas o una especie de parálisis reverencial ante algo que está al alcance de tod@s nosotr@s. Porque ese momento que deseas consagrar a tu cuaderno de notas no tiene que ser tu oportunidad de ganar el Pulitzer, sino la opción de explorar otras partes de ti o simplemente de pasar un buen rato. Sin más y porque sí.

A las obras maestras se llega con esfuerzo, dedicación y entrega, pero no todo el mundo tiene que optar por ese camino de sacrificio y disciplina para disfrutar de la escritura. Los escritores de primera línea ‘solo’ representan la excelencia de una práctica a la que también nosotr@s tenemos derecho en la medida de nuestras posibilidades.

Entonces, ¿qué pasaría si, en lugar de cerrar y salir corriendo, dejáramos el grifo abierto un tiempo? Con paciencia, confianza, sin miedo… Voilà!

Escribir es así tambien. Permite que el agua corra y algún día, después del barro, verás algo maravilloso, verás… cal! ¡No, esto último es broma! O bueno… no del todo, pero ese será otro tema que no conseguirá borrar tu sonrisa, porque, a medida que abres, va importándote menos el juicio y la inspección de calidad. El agua (con su dureza, su calidad y su caudal particular) es tuya. ¿Y sabes qué? No tiene que ser perfecta, solo tuya!

La expresión única de lo que tienes dentro, eso es creatividad y, sea como sea en este momento, es un punto perfecto desde el que arrancar.

Así que, vamos, empieza. ¡Abre el grifo!

Contemplar

Admiro a esos escritores que se retiran del mundo bullicioso de las ciudades y, asistidos por la ventaja que otorga el ser hábil con la palabra escrita, nos narran experiencias de contacto con la naturaleza y la vida interior.

Quizá porque la de escribir es una tarea solitaria, de entrega y observación, se producen revelaciones que a menudo resplandecen en lo trivial. No surgen entonces tramas llenas de complejidad ni elaborados intelectualismos, sino que brota la simplicidad: en una rama huérfana y seca y sin embargo dorada y pulida como un cilindro de oro; en la última hoja del árbol caduco, que aún aguanta, esperando su momento; en la piedrecita que al ser levantada de la tierra deja un hueco, personal como una huella, imposible de llenar por ninguna otra; en el sonido seco de una excavadora que dialoga con el gorjeo de una paloma… “Tro-tro-tro… ruu-ruu-ruu… tro-tro…ruu-ruu”…

Lo cotidiano parece tener un eco de trascendencia.

Tal vez los artesanos, los músicos y los jardineros asisten también a tales maravillas, pero a diferencia de escritores, y con gran humildad, jamás aspiran a plasmarlas con palabras. Vivencia efímera, queda el regalo solo en el alma, sin necesidad de exhibir el hallazgo.

Y surge una pregunta. ¿Acaso es necesario compartirlo todo?

Si algo no se cuenta, ¿deja de existir?

Puede que el mérito esté (¿simplemente?) en contemplar.