Contemplar

Admiro a esos escritores que se retiran del mundo bullicioso de las ciudades y, asistidos por la ventaja que otorga el ser hábil con la palabra escrita, nos narran experiencias de contacto con la naturaleza y la vida interior.

Quizá porque la de escribir es una tarea solitaria, de entrega y observación, se producen revelaciones que a menudo resplandecen en lo trivial. No surgen entonces tramas llenas de complejidad ni elaborados intelectualismos, sino que brota la simplicidad: en una rama huérfana y seca y sin embargo dorada y pulida como un cilindro de oro; en la última hoja del árbol caduco, que aún aguanta, esperando su momento; en la piedrecita que al ser levantada de la tierra deja un hueco, personal como una huella, imposible de llenar por ninguna otra; en el sonido seco de una excavadora que dialoga con el gorjeo de una paloma… “Tro-tro-tro… ruu-ruu-ruu… tro-tro…ruu-ruu”…

Lo cotidiano parece tener un eco de trascendencia.

Tal vez los artesanos, los músicos y los jardineros asisten también a tales maravillas, pero a diferencia de escritores, y con gran humildad, jamás aspiran a plasmarlas con palabras. Vivencia efímera, queda el regalo solo en el alma, sin necesidad de exhibir el hallazgo.

Y surge una pregunta. ¿Acaso es necesario compartirlo todo?

Si algo no se cuenta, ¿deja de existir?

Puede que el mérito esté (¿simplemente?) en contemplar.

Sobre las ventajas de soñar// Gioconda Belli

Para dar la bienvenida al nuevo año, os dejo un inspirador poema de G. Belli.

¡Feliz 2019!

***

SOBRE LAS VENTAJAS DE SOÑAR

Soñar no cuesta nada.
Contrario a cuanto ejercicio hoy se nos recomienda,
no requiere de zapatos, ni ropa adecuada.
No nos pide sudar o quemar calorías.
Ni calcular el posible daño o provecho
para nuestra salud.
No es tampoco un hábito
cuya repetición pueda conducirnos a cáncer de pulmón
o de cualquier otra parte del cuerpo.

Soñar no daña la ecología,
ni atenta contra la capa de ozono.
No aumenta el colesterol,
ni fomenta la crueldad contra los animales.
Soñar no afecta los reflejos,
ni causa daños congénitos.
No es dañino para las mujeres embarazadas,
ni inhibe la lactancia materna.
Soñar es un deporte barato.
No requiere de equipo sofisticado,
ni de constante y agotado entrenamiento.

No se puede decir, sin embargo,
que no cause riesgos al corazón.
Sin embargo, hasta el momento,
no se ha encontrado base científica para
contraindicar los sueños,
aunque los argumentos a favor de su extinción
se fabrican a diario.

Yo sostengo que soñar continúa siendo una práctica
subversiva,
con una deliciosa, pero lícita, peligrosidad;
un hábito difícil de erradicar,
cuya ternura y perseverancia
sigue teniendo la innata capacidad de conmover
y abrir ranuras, por pequeñas que sean,
en corazas bien armadas y aparentemente impenetrables.

Si quiere practicar una actividad de bajo costo,
bajo riesgo, y sin ninguna susceptibilidad a las altas y bajas
del mercado,
le aconsejo soñar,
y no permitir que nadie lo convenza
de que no sigue usted siendo dueño, al menos,
del inmenso poder de su imaginación.

Me gusta el fútbol

—Marta, ¿te quedas a la cerveza?
No puedo, me voy corriendo. El Valencia juega Champions. 
—¿Fútbol?—Asombro.
— No te pega nada.
—Ya…

Me ha pasado muchas veces, me disculpo como si confesara un gran vicio. ¿Esperáis que prefiera la ópera? Adoro los libros y el cine y el arte, pero también las cosas tontas… Espera, espera… no empieces a hacerlo otra vez. Para mí el fútbol nunca fue tonto. Para mí es una emoción. Es… —ojo, me voy a poner culta— como el trineo de la niñez de Charles Foster Kane en Ciudadano Kane. Es mi Rosebud.

El fútbol era libertad, el deseo de algo prohibido. Era lo físico, la descarga.

“Eso es cosa de chicos”, parece un cliché, pero en los años ochenta y noventa… era un muro bien largo. Era la muralla china entera.

Por suerte, mi madre no discriminaba. ¿Sus hijas quieren un balón? Pues claro. No en vano, ella había sido socia del Valencia…
“Pero a ti no te gusta el fútbol, mamá…” (eso se nota)
“Me gusta más que quedarme en casa”.

En las Dominicas, aquella tarde, tendría cuatro o cinco años. No sé qué hacíamos en el cole… no había clases a esa hora ya… ¿Tal vez había alguna reunión de padres?
Mi hermana y yo esperábamos en el patio desierto. La luz menguaba y estrenábamos el balón nuevo. Rojo y negro, precioso. Aún sueño con él.
Estaba frente a mí y podía darle una patada bien fuerte. Y lo hice. La pelota fue a parar a un parterre que, a mi escala, parecía la selva amazónica. No había manera de encontrarlo.
Un rato más tarde, mi padre salió entre chumberas y flores de colores. “Se ha perdido”, decretó. “Hala, al coche. Nos vamos”.
¿Y ya está? ¿Nos volvemos a casa sin él? Allí se quedó aquel magnífico balón del  color del AC Milan y mi hermana y yo mudas el resto el camino.

Quizá era una metáfora de lo que sería el fútbol para mí: una patada entusiasta sin respuesta. Un golpe al vacío, tan anhelante como solitario… la melancolía de la jugadora sin equipo.

Una niña no tenía dónde jugar al fútbol, pero en casa éramos dos con el mismo deseo y en nuestro mundo sí se podía. Nos repartíamos los roles: yo quería hacer palomitas como Sempere. Mi hermana, marcar goles como Waldo.
Ella lanzaba y yo saltaba de un extremo a otro del sofá sin ningún miedo, prefería lucirme. Milagrosamente, conservamos nuestra figura intacta, no tuvo tanta suerte alguna porcelana…

El cole era un desierto para mi amor por el balón. La cuerda, la goma, nada de eso me interesaba lo más mínimo. Yo miraba de reojo el otro lado del patio. Pero siempre hay un modo y, en Telecinco, Oliver Aton decía que hay que ir por la calle con el balón, como si fuera tu mejor amigo. Funcionó.

En la calle precisamente formamos un equipo. Jugábamos todas las tardes, mis amigas más temerarias del colegio, mi hermana, algunos chicos y esa vecina tan callada y solitaria… “¿Es muda?” El fútbol nos igualaba a todos. Ya no eras el retraído o la rara, eras del equipo anárquico de la calle Luís Santángel.
A mi vecina le encantaba hacer entradas salvajes, como los defensas duros de la tele. Cogía carrerilla y se lanzaba al suelo sin ningún temor, dispuesta a “cazarte”. La llamábamos “la segadora”. Todos sus pantalones llevaban rotos en las rodillas.
«Tere, tía, me vas a romper una pierna!” yo me quejaba y a ella le brillaban los ojos de pura satisfacción. No podías hacerle mejor cumplido.

¿Y aquel chico guaperas que apareció en el barrio?, ¿cómo se llamaba? Mis amigas suspiraban por él y a mí me interesaba lo que sabía. ¡Iba una escuela de fútbol! Me enseñó a chutar con efecto. ¿De verdad había una parte interior y otra exterior en el pie para golpear? Y venga a practicar contra aquella pared.

Los vecinos, hasta el pirri. “Ya está bien con la pelotita, niña. ¿No tienes casa o qué?”
Entonces volvía toda mi educación, con la cara sudada y el pelo tras las orejas… “Sí, señor, vivo ahí, en el once”. “Pues se lo voy a decir a tu madre…”

Lo cierto es que de niña, yo no tenía envidia del pene, tenía envidia de Penev, ese joven búlgaro que llegó del CSK Sofia para jugar en el Valencia. Era tan blanco como yo y se ponía tan colorado cuando esprintaba.¡Lubo, Lubo!

Nunca iba a ser futbolista, por mucho que tuviera una foto de Anton Polster en la pared de mi habitación.
—¡Pero ese tío ni siquiera es del Valencia!
—Ya lo sé, tonta, pero nació el diez de marzo, ¡como yo!

El fútbol podía seguir, clandestino, en los márgenes de lo oficial. Podía brindar momentos de gloria, como ese en el Río…
“¿Podemos jugar con vosotros?”- Mirada de recelo-…
“Bueno, va…”
Ese saque de córner y yo anticipándome a lo que haría años después Mendieta… volea y para adentro. Todos boquiabiertos.
—¡Joder!
—Yeahh.

Por cierto, años más tarde vi a Mendieta en la sección de papelería de Crisol. Yo frente a él mirando los bolis… ¿Se imaginaría que esa estudiante formalita que jugueteaba con unos Pilot sabía que él era un jugador del Valencia B, al que en esos momentos no conocía ni su madre? Yo lo sabía, sí… Escuchaba Ràdio Nou por las noches…

El Valencia C.F. era parte de mi historia. Tenía ocho años aquella tarde que encontré a mi padre gritando a la radio. “¡Burros… más que burros!”“
¿Por qué está tan enfadado?” Mi hermana ladeaba la cabeza con solemnidad… “Hemos bajado a segunda”. ¿A segunda…? Aquello era malo, sin duda.

Por suerte, llegó Víctor Espárrago (qué risa me daba su apellido) y nos enderezó… Entonces me hice espectadora. No era lo mismo, pero también vibraba. Hiddink, Ranieri… Aragonés diciéndole a Romario “Mírame a los ojitos”. O, años después Mijatovic rompiendo nuestra inocencia y enseñándonos lo que es la traición. ¿Quién dice que el fútbol no da lecciones de vida?

Siempre presente… “¿Qué hago?, ¿estudiar el examen de latín o ver el partido de la UEFA…? Uh, Karslruhe, qué nombre tan feo”. Rosa, rosae… Karslruhe, Karlsruhae… Nos cascaron un siete a cero y yo no sé si lloraba por la humillación o porque era la hora de cenar y no me sabía nada…
“Estás faba. Te he dicho ya con el tres a cero que lo apagaras”. —mi hermana me reñía por tener fe.

Casi todas mis amigas se lamentaban.
—No entiendo cómo te puede gustar el fútbol.
—Ya…

Por suerte, alguna me secundaba. ¿Te acuerdas, Goni, de las pretemporadas del Valencia en Holanda, en aquellos veranos en Jávea, derritiéndonos en las siestas con bikini y chanclas frente a la tele, viendo Canal nou con la antena de cuernos…? Los futbolistas eran ruido y niebla, pero servía.
“He compuesto una oda al Valencia. ¿Quieres oírla?
“!Uff, esto debería ser un himno!”
“¿A que sí?

Años después vimos la final de Champions de Milán juntas, en casa. Aquella tanda de penaltis tan cruel. La Goni frente a la tele y yo en el pasillo sin poder mirar, como si fuéramos a tener un niño. El aullido de mi amiga, como quien recibe un tiro. “Pellegrino…¡¡¡¡¡Noooooooo…!!!!!!!”

Pero luego celebramos las ligas de Benitez, yo con la camiseta anacrónica, la del logo de la palmerita de Mediterrania, la que llevaba Oleg Salenko… ¿qué más da?

Todo era emocionante con el fútbol, hasta lo trivial.
“Alucina, he visto a Karpin en Mercadona”
(incomprensión)
“Sí, tía, a Karpin, el que ha fichado el Valencia, el de los mil millones (de pesetas)”
“Jajaj ¿y entonces, qué hace en Mercadona el muy cutre?”

Y en la Universidad aún duraba…
—Mariola, a la una presentan a Adrian Illie en Mestalla. Acompáñame a verlo, porfa, porfa, porfaaa.
—Uh, qué horror. ¿Qué ofreces a cambio?
—… mmm ¿un chupito de absenta en El Pimball esta noche?
—Hecho.

Seguiría un buen rato (¿os acordáis de cuando Farinós, “producte de la terra», se tuvo que poner de portero con el Inter y no hubo quien le marcara? ¿o de cuando Rivaldo nos mandó a la m… de una chilena en el último minuto?)…

Podría haber cambiado hasta la historia del país…
—¿Sabes que en 2004, antes de que empezara a entrenar a España y nos llevara a la gloria, estuve a punto de atropellar a Luis Aragonés en la Avenida Aragón?
—¿¿Luis Aragonés en la Avenida Aragón??, qué rayante, ¿no?
—Exacto, es como atropellar a Españeta en la plaza España.
—O como atropellar a Vicente del Bosque en un bosque…
—Sí, anda, o a Ramos frente a una floristería…
—Vamos a dejarlo…
—Sí.

Del Luis Casanova al Mestalla; de Camarasa a Gonzalo Guedes, aún sigo hablando de fútbol, gritándole a la tele, enfadándome, disfrutando…
Aún queda algo de la llama primitiva.
Por eso ahora, a mi edad (ay, ay, ay), cuando a algún niño (¡o niña!) se le escapa el balón… “Señora, por favor, la pelota…”
Sonrisa. ¿Ey, pequeño, esperas que me asuste? Devolución al primer toque y, si estoy inspirada… una rabona.
—¡¡Uala!!

La Mujer Salvaje

«¿Cómo influye la Mujer Salvaje en las mujeres? Teniéndola a ella por aliada, jefa, modelo y maestra, vemos no a través de dos ojos sino a través de los ojos de la intuición, que tiene muchos. Cuando afirmamos nuestra intuición somos como la noche estrellada: contemplamos el mundo a traves de miles de ojos.

(…)

[La Mujer Salvaje] anima a los seres humanos a ser multilingües; a hablar con fluidez los idiomas de los sueños, la pasión y la poesía. Habla en susurros desde los sueños nocturnos, deja en el territorio del alma de una mujer un áspero pelaje y unas huellas llenas de barro. Y ello hace que las mujeres ansíen encontrarla, liberarla y amarla».

Mujeres que corren con los lobos.

Clarissa Pinkola Estés

Sincronicidad dorada

Era la hora del desayuno, estaba fregando una taza cuando algo me llevó a mirar a la cacerola roja que había sobre la cocina… Tenía agua del día anterior y en ella flotaba un insecto grande, un escarabajo que había caído por la salida de humos que da al tejado. Era de esos escarabajos que se ven en verano, con el caparazón tornasolado, de un efecto dorado muy bonito. El pobre estaba quieto, flotando… mala pista de aterrizaje. 

Al contemplarlo recordé el relato de Poe, El escarabajo dorado, y también aquel broche de piedras de colores de aquella chaqueta (¿dónde estará?)… 

Con una cuchara lo saqué de la olla y lo dejé en el alféizar de la ventana, al sol… No sabía si era tarde, pero parecía la mejor opción. El insecto movió las patas en lo que me pareció una buena señal.

Transcurrió el día con sus rutinas, encuentros, desplazamientos y por la noche ya.., ninguno de los diecinueve libros que tengo en marcha me bastaban para entretenerme. Decidí empezar uno nuevo. De todos los libros del catálogo me decanté por When the impossible happens: Adventures in Non-Ordinary Realities, de Stanislav Groff (2006), historias (aparentemente) increíbles narradas por un psiquiatra en 40 años de práctica en psicología transpersonal. Podría servir…

Y así me encontré leyendo un capítulo sobre «El misterio de la sincronicidad«. Se trata de  algo que Jung explicó en «Sincronicidad como principio de conexiones acausales” (Jung 1952) como la simultaneidad de dos sucesos vinculados por el sentido pero de manera no causal. Vaya, por simplificar mucho la cosa: eso que llamaríamos casualidades muy, muy grandes.

Y seguí leyendo (traduzco a mi modo):

Hacia el final de su vida, Jung estaba tan convencido de la importancia que la sincronicidad jugaba en el orden natural de las cosas que la usó como principio guía en su día a día.

La más famosa de las sincronicidades en la propia vida de Jung ocurrió durante una sesión de terapia con una de sus clientes. La paciente era muy resistente a la psicoterapia, a las interpretaciones de Jung y a la noción de realidades transpersonales. Durante el análisis de uno de sus sueños en los que aparecía un escarabajo dorado, y cuando la terapia estaba en un impasse, Jung escuchó algo golpeando la ventana. Fue a comprobar qué había ocurrido y encontró  en el alféizar, tratando de entrar, un brillante escarabajo cetonia dorada. Era un espécimen raro, la analogía más cercana a un escarabajo dorado que podía encontrarse en esas latitudes. Abrió la ventana, cogió el escarabajo y se lo mostró a su paciente. Esta extraordinaria sincronicidad fue un momento crucial en la terapia de esta mujer.

No sé si mi cerebro crea patrones o si mi inconsciente busca sentido donde no lo hay, pero… ¡el escarabajo! Fui a la cocina y miré en la ventana.

Mi particular sincronicidad dorada había volado.

Tal vez también este sea un turning point para mí, o no… 😉

**Dibujo de la portada: Gold Beetle de  Mary O’malley

Drogarse con Netflix

Aviso: me voy a poner un poco renegona…

La publicidad televisiva me indigna y cabrea con mucha frecuencia.  Y más me irrita cuanto más buenrollante pretende ser. Antes, la publi te vendía las cosas de forma clara y directa… «Señora, compre Dixán…». Ahora se supone que por respeto al espectador (al que no le gusta nada que le digan qué comprar), se ha hecho más sutil… Ahora te cuenta un cuento y después se burla de ti… Así, por ejemplo, recrea la imagen del mediocre cuarentón atrapado por la rutina y la vida familiar mientras te vende seguros del hogar; o del joven que ya ha caído en las garras del consumo de datos móviles y es un futuro pringao que comprará seguros del hogar… Todo podría resumirse siempre en el mismo mensaje: «Eres muy tont@, compra».

Puede que yo sea una cascarrabias paranoica, pero empiezo a estar harta del storytelling. Estos publicistas se aprenden la lección… A ver, Libro rojo de la publi, artículo 1.:  «Hay que vender a través de la emoción». Y venga y venga y venga… Pizza Tarradellas para conectar con tu hija adolescente; BMV para estar unido a tu hijito;… ¿En serio?, ¿somos tan fáciles? Comer embutidos El pozo es ser buen español (supongo que como que te gusten los toros, según Esperanza Aguirre). Lo que sienta ese pobre cerdo español que se va a convertir en chopped barato no es cosa nuestra; Vivir mediterraneamente es protagonizar una fiesta juvenil en decorados color cerveza con música indie y chapuzón en una cala de cartón-piedra. ¿Todos los años? Sí, suena a auténtico!!!! Por favor, añade links a Spotify y AirB&B para redondearlo todo… A mí me da ganas de beber zarzaparrilla.

Ahórrame el cuento… mejor dime lo que vendes y no me hagas perder el tiempo y, sobre todo, no me digas quién soy o qué debo hacer.

Desde luego, algunos anuncios son más perversos que otros… porque ponen el dedo en la llaga. Entre los más diabólicos, yo situaría a los «maquinados» por  las compañías de móviles e Internet.

Tengo muy presente uno de hace un par de años, el colmo de la perversión. Esa chica que viaja en un autobús y tiene unas horas por delante para pensar en sus cosas, por fin, desconectada del móvil… Entonces, a los cinco segundos, ya cansada, se dice: «Pues ya he reflexionado. Voy a ver Narcos…» Claro, porque, gracias a Vodafone, puedes estar tooodo el tiempo viendo series. 24/7. No hace falta que pienses en tus cosas, mejor compra datos y consume, conviértete en adict@, pide más.  Y me digo yo que sin duda es muy cachondo que esta gente nos venda el anuncio con la serie de Narcos… ¿Casualidad o malvada ironía? Narcotízate, que queda bien si lo haces con Netflix o HBO… De acuerdo, droguémonos… pero estaría bien hacerlo con conciencia… aunque eso implique reflexionar sobre lo qué hacemos y por qué. Coincido en que es un  esfuerzo…. y mientras… es tan tentador perderse… consumo, consumo, compulsión y atracón… Esto es el horror vacui mental: atibórrate de algo cada segundo libre. Ya pensarás mañana, mujer.

No creo que la solución sea dejar Narcos por Redes o cambiar HBO por las obras completas de Platón… uno se puede alienar también leyendo las cosas más elevadas. El mundo está lleno de torres de marfil.  Al final es lo mismo: llenamos nuestra cabeza de conocimiento, de cháchara o de entretenimiento y eso nos lleva al mismo punto, el de separarnos y no estar jamás quietos, en silencio, en contacto con nosotros.

Es cada vez más difícil encontrar esas pausas. ¡Hay tanta oferta y tan poco tiempo! La vida se ha convertido en una tarifa plana. ¡¡¡Qué guay, mensajes ilimitados!!! Detenerse crea ansiedad y el silencio da miedo. Si lo intentamos, al principio costará… porque, seguramente, al estar mirando por la ventanilla, esa chica (y nosotros) empezará a escuchar su cabeza llena de pensamientos banales y, francamente, no mejores que Narcos, que al menos es una superproducción. Pensamientos tontos que se disputarán su atención, uno tras otro, repetitivos, neuróticos, sin orden, superfluos y la mayoría inútiles… pero tal vez, si esa chica persiste y pone conciencia, observa y deja espacio; si sigue mirando, si se permite parar, quizá pueda llegar a algún momento de conexión con ella misma… Y encima (y de momento)… gratis.

 

Familia y diversidad

Es conocida la frase que abre Ana Karenina en la que Tolstoi nos dice que “Todas las familias felices se parecen unas a otras, pero cada familia infeliz lo es a su manera”.  Creo que esta cita sirve para reflexionar sobre cómo se idealiza esta felicidad.

No quiero decir que la felicidad familiar sea un mito inalcanzable, pero es indudable que la familia no es un espacio de perfección y armonía constante y creo que es más  saludable aceptar la imperfección. Se ha representado muchas veces la familia como un retrato de grupo, como una instantánea en la que sus miembros posan sonrientes y todo el mundo encaja en su papel. Considerar de ese modo la familia, capturada en ese momento de felicidad, nos hace un flaco favor a tod@s, porque una familia no es una foto ni un símbolo, es algo vivo, en movimiento, desarrollo y como tal tendrá sus momentos de dicha y de infelicidad, desafíos, pérdidas, cambios, etc. Entenderla de modo vivo y cambiante nos deja mucho más espacio y posibilidades, responsabilidades y menos frustración.

La familia es una estructura muy importante, uno de los conceptos clave de nuestra sociedad, un pequeño cosmos que refleja (y reproduce) el fucionamiento social, que a su vez  se extiende en comunidades, estados… Al ser uno de los grandes conceptos (como el de matrimonio) los ciudadanos tenemos la responsabilidad de tomar una posición activa en nuestra defensa y reivindicación de la familia, de una (o muchas) que nos represente a tod@s; que dé cabida a los valores en los que creemos; que esté sujeta a crítica, abierta a los cambios y a las necesidades de sus miembros.

Una de las ventajas de un mundo conectado a través de la tecnología es la apertura y la visibilidad de distintas opciones. El mundo es diverso y hay que celebrarlo…  y la familia también tiene que reflejar esta diversidad. Durante demasiado tiempo el de familia ha sido un concepto que excluía o sancionaba todo lo que no fuera una unión heterosexual, mono-racial, refrendada por matrimonio religioso, con hijos propios…

Recuerdo que cuando era una cría y vi la peli Adivina quien viene esta noche (Stanley Kramer, 1967), no podía comprender por qué tanto conflicto. Se organizaba una cena para que los novios presentaran a sus respectivos padres. La hija de la familia, una chica blanca, tenía un novio negro y aquello era un drama para ambas familias. Pero ojo, que el novio era un guapísimo Sidney Poitier y encima era médico. Entonces ¿por qué lloraba todo el mundo?, ¿qué problema había?? Por mucho que me esforzara, no entendía nada, ni los lloros, ni todo el drama que se avecinaba para los futuros hijos de la pareja. Felizmente, la peli acababa con la aceptación familiar de unos y otros, pero ya sospechábamos que si tu propia familia tiene dificultades en aceptarte… imagina los vecinos, o los miembros de tu iglesia o los compañeros del trabajo, escuela… Agridulce.

El cine y la televisión ha sido un medio de perpetuar y difundir el ideal de familia, sobre todo a través de Hollywood y su Modo de Representación Institucional. También ha sido en ocasiones, —en el cine independiente; en propuestas más arriesgadas y menos comerciales—, un modo de mostrar el lado más oscuro y perverso de la familia. O simplemente de dar normalidad.  El tema de la representación de la familia en el cine y la TV es muy amplio y no voy a centrarme en ello, pero frente a una Adivina quién viene esta noche, podemos disfrutar de una maravillosa Secretos y Mentiras (Mike Leigh, 1996) y seguro que nos quedamos tod@s mucho más content@s 🙂

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Adivina quién viene esta noche mostraba una problemática que sigue existiendo hoy
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Secretos y mentiras, una imprescindible visión sobre la familia y la comunicación

En 2005 (en España), el matrimonio homosexual abrió también el camino a un nuevo tipo de familia diversa con nuevos modos de maternidad y paternidad y un espacio para repensar roles. 

Eso, la diversidad, es lo que celebramos precisamente el domingo pasado en Marines, en la II Trobada de Famílies Diverses, organizada por la Asociación Mirall Camp de Túria y el Ayuntamiento de Marines. Un encuentro abierto a las familias de todo tipo, en la que se congregaron diferentes asociaciones LGTBI para compartir charlas, experiencias, actividades etc…

Allí, una madre compartió su experiencia de cómo tardó 11 años en aceptar a su hija lesbiana, y de cómo en ese tiempo ha tenido que desaprender muchos mitos sobre la (homo)sexualidad. Ahora es consciente de su homofobia y la violencia psíquica que ejerció sobre su hija cuando trataba de reconducir a la chica a la heteronormatividad. Un camino hasta la aceptación, una toma de conciencia y un relato sincero y valiente que muchos padres deberían escuchar.

También se  explicó el camino hasta la aprobación de la Ley integral del reconocimiento del derecho a la identidad y a la expresión de género en la Comunidad Valenciana, conocida como ‘ley trans’, con una reflexión sobre la patologización que siempre ha acompañado a la transexualidad y cómo esto se puede combatir y los retos que aún presenta.

Desde Samarucs se habló de sexualidad y deporte, un ámbito que sigue siendo no solo homófobo sino tremendamente machista. También se denunció la serofobia (estigmatización y discriminación de personas con VIH) en el deporte.

Además, nos reunimos un grupo de autor@s con el orgullo de aportar visibilidad y variedad también en las historias y personajes que creamos.

 

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con mis compañer@s Mila Martínez, Óscar Hernández, Eley Grey y Fran Roselló.

Pero no quisiera centrar la diversidad familiar solo en las familias LGTBI. Monoparentales, homoparentales, con hijos adoptivos o biológicos, parejas mixtas, hijos de distintos matrimonios…  amigos, uniones que no dependen de los lazos sanguíneos… Todas tendrán sus desafíos que afrontar. Una familia no es más feliz porque la hayan formado dos personas hetero u homo o porque todos sus miembros sean gitanos o payos, vascos, anglicanos o rubios… La familia debería promover la libertad, el desarrollo de los individuos, la felicidad y no como ideal, sino a través de la educación, del respeto, la sana convivencia y el amor. Y a partir de ahí, ya veremos.

 

Ya no puedo esperar más

Ya no puedo esperar más
Hoy necesito verte
He tardado en atreverme
pero me lo pide el cuerpo
exige que te secuestre
y que te lleve al huerto

¿Ves que valiente soy?
no disimulo ni escondo
No me pierdo en excusas
ni fuerzo argumentos
No pido ayuda a las musas
ni doy a nadie tormento
Solo me permito
y eso, de cuando en cuando,
algún loco pensamiento
roto en líneas, rimadito,
mientras te aguardo
y provoco
Ese es mi pasatiempo.

Ya no puedo esperar más
tendrá que ser pronto, muy pronto
recuerda en aquel coche
me parecías mayor
la luna eclipsaba la noche
no estaba lista ni al tanto
no andaba preparada
para abrazar tu calor
“Espera a que crezca” -decía-
“si quieres ganarte mi amor”
Ese aire inalcanzable
esa gran sabiduría
tus mares, tus ríos
todo me aburría
Nada me impresionaba
y tú aún así lo intentabas
mil historias en tus ojos
labios rosas y no rojos
Despertaba alguna cosa
atractiva, peligrosa
demasiado pal body
(y pa’ mi walkman de sony)

¿Y yo qué? una juventud
de media sonrisa
botones de madera
los domingos a misa
leche con colacao en la nevera
muchas dudas y premisas
Fragancia de jazmín
una crema de Yves Rocher
un espejo para mí
inocencia o candidez
cautiverio o calvario
Qué más da
fue hace siglos
y aún florecen jazmineros
y aún persiste esa tienda
y aún se fabrica ese coche
y aún hay día y hay noche
y aún cautiverios y espejos.

Ya no puedo esperar más
necesito tenerte
y eso que empiezas
a parecerme muy joven
Más rápida, más vibrante
dos pasos por delante
Que sirva esto de aviso
no forzaré un nuevo encuentro
si me rechazas, me pierdo.
No me des largas, te advierto
esperar ya no es lo mío.
Escucho tu nombre y suspiro
me invade la impaciencia
y quisiera quemar Valencia.

Anticipo la entrega
me imagino en tus brazos
Veo escrita tu inicial
y me tiemblan las rodillas
una “V” en cursiva
emoción de bajada y subida
Siento tu perfume
en el aire de abril
y me digo que por fin
hay justicia divina.
Luego vuelvo a ser
la misma joven de quince
que te dio calabazas
que te dio caldo y tres tazas
que te dijo: suave, lince
prueba otro día, más tarde
esa que abrió la puerta
y vio cómo te marchaste

Ya no puedo esperar más
Hoy necesito verte
no te olvides de mí
es cuestión de vida o muerte
No bromees con retardos
te lo digo en plata (y oro)
Anda, mi amor ven conmigo
perdona a esa cría, te imploro
Vida… no pases de largo.