Este año he tenido la oportunidad de participar en Xàbia Negra, el festival de novela negra que está creciendo cada año en aceptación y participación.
Además de seguir de cerca las evoluciones de Xàbia Negra Express, el concurso-maratón de cortos de género negro, impulsado por La Escola de Cinema Riurau (donde tengo el orgullo de impartir clases de guion), he disfrutado de mi colaboración en la sección Personajes fuera de las páginas.
El reto consistía en realizar (escribir e interpretar) una dramatización a partir del libro «Púa», de Lorenzo Silva, autor premiado y reconocido este año en el Festival.
Ha sido estimulante escribir a partir de un material previo pero con la idea de crear una escena poderosa, capaz de transmitir algo de la esencia del libro a los espectadores. A tal efecto, decidimos poner la atención en Irene y Eva, dos personajes secundarios en el libro pero que tienen mucha importancia para entender a los personajes principales. Una historia de mujeres en la sombra de las sombras, tratando de entender una historia que ni sabían que se estaba escribiendo.
Fue una satisfacción recibir las elogiosas palabras de Lorenzo Silva y disfrutar de una actividad que cumplió con las expectativas de todos.
He de agradecer además la ocasión de compartir esta experiencia (y el escenario) con Inma Sancho, una estupenda actriz y creadora, talentosa, generosa, trabajadora y siempre entregada.
Lista para el próximo reto creativo
Lorenzo Silva, Inma Sancho, Marta Català , Noemí Trujillo y Aitana Morell
“Uno de los sentimientos más grandes que conoce el ser humano, es el sentimiento de ser el anfitrión, de acoger a las personas, de ser la persona a quien acuden en busca de comida, bebida y compañía. Esto es lo que el escritor tiene para ofrecer”.
Bird by bird, Anne Lamott.
Me pregunto a menudo si los libros -no ya la Literatura- tendrán siempre el sentido y la preponderancia que les ha dado nuestra cultura en los últimos siglos (porque esto no siempre fue así). Todo cambia tan deprisa que, lo que era de un modo antes, va perdiendo vigencia y cediendo al avance de los cambios sociales. Pocas cosas quedan intocables. Supongo que eso es una ley de vida, la del constante cambio, el sobrevenir de los ciclos. Nacimiento, plenitud, maduración y muerte. A veces en una escala temporal minúscula, a veces con una ventana temporal tan amplia que nos parece contemplar lo inmutable….
¿Cuál será el papel, el propósito, de la persona que escribe?, ¿cuál su aportación? Con la generación automática de texto, con la sobreinformación, ¿seguirá existiendo la persona que escribe?, ¿segura existiendo la que lee? No lo sabemos, pero creo que vamos viendo el cambio desplegándose ante nuestros ojos, insinuando que todo es posible (nos guste o no).
Yo no creo que sea negativo que la persona que escribe, el autor, la autora, pierda el aura de ser superior y especial. Quizá sea bueno recibir una lección de humildad, del papel tan prescindible que tod@s parecemos tener. Me parece muy democrático. El autor ya no es Dios porque sus creaciones se han vuelto tan numerosas que ya no se perciben como especiales. Quizá incluso empiezan a parecer excesivas. Y lo excesivo suele resultar problemático si nadie lo quiere. Molesta, se acumula… deviene pura decadencia.
Ante eso quizá hay que replantearse las cosas, buscar otros alicientes. ¿Qué puede aún proporcionar a los demás la persona que escribe? Es en ese sentido en el que me gusta la cita de Anne Lamott que encabeza esta entrada. Si quien escribe no es un Dios, sino un anfitrión…, si ofrece alimento, refugio, y un fuego en el que calentarse (o agua fresca con la que refrescarse), entonces quizá….. quizá aún tiene un valor que dar.
Supongo que la pervivencia y el rol necesario de quien escribe no será tanto debido al montón de palabras, la cantidad que es capaz de generar, sino a esa indefinible esencia, la calidez (y la calidad) del mensaje, su valor nutritivo, su poder de saciar la sed. O de arrancar una carcajada cuando todo es miseria alrededor. Un conjunto claramente perceptible que tenga el poder y la contundencia innegable de hacer sentir a quien se acerca a ese autor (y a su obra) reconfortado, acogido, reconocido, sorprendido y agasajado. De eso, siempre estaremos necesitad@s
Me hace mucha ilusión poder avanzar el surgimiento inminente de un nuevo proyecto profesional y creativo que me llena de entusiasmo y expectativa.
Dentro de nada voy a dividir parte mi esencia -sea lo que sea eso- entre este blog y otra nueva «casa».
¿Casa? Quizá limito el tema al hablar de casa… Más bien es un vasto espacio en el que todo parece posible…
Ese lugar se llama Brazo de Orión y muy pronto os daré las coordenadas para que vengáis de visita.
No estoy sola en esto. Me acompaña Roberto Hernández, quien contiene -en su misma polifacética persona- miles de universos creativos.
En nuestra aventura hay una dirección muy clara, pero abierta a que la propia vida del proyecto le dé orientación, dimensiones y forma.
El viaje se planea, pero las sorpresas son bienvenidas. ¿Cuántas veces he dicho yo que a creatividad es sorprendente o no es? Pues tal cual.
Para empezar a contactar os comparto una ilustración, nuestra primera emisión espacial. Qué mejor día que este, tan bonito para los que nos gustan las historias y los libros.
En esta ocasión hemos querido homenajear al Sci-fi vintage.
El grupo va a ser la pieza clave de la formación online del futuro. Busca algo que te motive y únete. Te beneficiarás de la riqueza de la comunidad y aportarás tu experiencia.
La mía no es una sugerencia para llenar el tiempo o hacer cosas porque sí. Es más bien una invitación a que te abras a los nuevos escenarios. Una llamada a fomentar una actitud de curiosidad ante lo que el mundo propone.
Porque resulta que propone muchas cosas…
Gente que participa
Clases de arte, un club de lectura, reflexiones con un grupo de mujeres con intereses afines… Adquirir nuevas habilidades profesionales… ¡hay muchas opciones!
Y son opciones de aprendizaje online.
Quizá ahora mismo lo de sí o sí a distancia y con el ordenador te da mucha pereza. Y no es justo. Cuando un@ solo tiene una opción para elegir parece que no tiene elección. Sin embargo, sí tienes elección.
Sea cual sea nuestra idea al respecto, con el tiempo -sin esa carga de cansancio y saturación que las circunstancias actuales imponen- la formación online para adultos se va a implantar.
A lo mejor eres reticente porque en tu mente tienes la idea de un curso coñazo, y es que hay muchos así, pero no es de lo que te hablo. Te hablo de algo que te aporte y te transforme. Y a lo que tú también aportes.
Hay muchas ventajas en la formación online, entre mis favoritas, la ruptura de las barreras de espacio y tiempo, la flexibilidad, la cantidad de medios y formatos que se pueden emplear y la interacción.
En realidad, todo empezó allá por el 2004 con la Web 2.0, que se caracteriza por ser una web participativa. Ahí se puso la primera piedra de algo imparable.
Internet no era ya una web de solo lectura, sino de interacción. Wikipedia es seguramente el fenómeno más emblemático de esta etapa.
El grupo motiva más
Hace unas semanas escuché una entrevista a Gagan Biyani, uno de los creadores de Udemy.
Inspirada por esa charla, me gustaría contarte hacia dónde va la tendencia en el e-learning o aprendizaje a distancia con ayuda de un ordenador.
Pues bien, en lo que se está enfocando esta compañía ahora mismo y lo que está a punto de lanzar es una plataforma para cursos en grupo.
La tendencia en los cursos online hasta ahora era la de crear contenidos formativos que el usuario pudiera consumir en cualquier momento, a su ritmo y solo.
Esto tenía ventajas para los profesores, pues podían vender su curso a mucha gente. También para los alumnos porque tenían libertad de acceso a los materiales y controlaban su aprendizaje.
Pero la verdad es que muy poca gente acaba los cursos de este modo. Muchos se quedan en una carpeta muertos de risa. Hay tanta avalancha de información, tantos asuntos que secuestran nuestra atención que se necesita enfoque, determinación y motivación para comprometerse con un curso pregrabado y montones de PDF.
Ahora casi todos preferimos otra cosa. Buscamos cursos en los que la comunidad o grupo es una parte central del aprendizaje.
Tod@s en el mismo barco
La característica principal de un curso grupal es que todo el grupo empieza y acaba la formación a la vez. Se marca un objetivo claro, hay una fecha determinada y todos participan. Cuando acaba el curso se disuelve la comunidad o el grupo.
Este cambio implica para el profesor ofrecer cursos para menos gente pero quizá con una tarifa más elevada. Puede haber una presencia en vivo del profesor o solo de forma puntual.
Yo creo que esto es más atractivo para todos. Genera implicación, conexión, sensación de pertenencia. Es más gratificante.
Un curso grupal promueve la participación y ayuda a completar el curso. Es más fácil llegar hasta el final si estás acompañado. Y si tienes una fecha muy concreta de comienzo y finalización tu mente ya sabe lo que tiene que hacer.
Sinceramente, estoy contenta de que los tiros vayan por ahí porque es mi manera favorita de organizar cursos. Grupos pequeños pero con mucho propósito y compromiso. Y sesiones en tiempo real.
El grupo aporta un enriquecimiento y una dinámica muy peculiar. Cuando yo doy clases presenciales de escritura creativa, te aseguro que no se trata de Marta dando la chapa— se trata de Marta facilitando.
Mi cometido es sugerir, mostrar un camino y fomentar la comunicación del grupo.
A veces me cuesta un poco, porque hay muchas personas demasiado acostumbradas a ser receptores pasivos de contenido. Pero hay que insistir, porque ahí están los tesoros.
Esto también sucede online. Es más, muchas veces en los foros, las discusiones, en las aportaciones y preguntas del grupo surgen los materiales más valiosos.
La tecnología es una parte indispensable del aprendizaje online. Está en su misma definición. Diariamente se están creando nuevas soluciones y aplicaciones para dar respuesta a las necesidades reales de formadores y usuarios.
Si eres experto en alguna materia y ofreces cursos necesitas un sistema de gestión del aprendizaje (SGA), es decir una plataforma en la que ofrecer, gestionar y monitorear tus cursos. Hay muchas: de fuente abierta, de código propietario, en la nube…
Si eres alumno, ante todo buscarás una plataforma ágil, atractiva, dinámica y sencilla. Y buscarás un proyecto que te motive, liderado por alguien que te inspire y compartido con personas a tu mismo nivel. Un curso horizontal.
Pero, tanto si eres formador como participante es fundamental un buen servicio de comunicación o interacción. Esto ya no es un plus. Es una piedra angular.
En la actualidad, muchos cursos se complementan con grupos de Facebook o de WhatsApp pero a mí no me convencen. Están pensados para otra cosa, fomentan mucho la dispersión y la conversación superficial.
Y tú y yo queremos y necesitamos espacios de reflexión profunda. Queremos compartir EXPERIENCIAS.
La conversación por e-mail, aunque ayuda, también tiene sus limitaciones cuando se trata de un grupo.
Es importante recordar que el e-learning es un aprendizaje enfocado a los adultos. Y los adultos tenemos unas necesidades muy propias. En este tipo de aprendizaje la motivación intrínseca (la que surge de uno mismo) es fundamental. El estado mental, la disposición, el tiempo disponible, el contexto social…
Sin implicación no funciona.
Cuando las condiciones son buenas y la persona tiene curiosidad y busca enriquecer su vida en algún aspecto el aprendizaje en línea puede ser una fuente de mucha satisfacción.
No solo para formadores
La creación de grupos online y la gestión de la comunidad no es cosa únicamente de profesores. Esto sería un enfoque muy estrecho de miras.
Es algo social.
Los creadores tenemos mucho que hacer aquí. En la red participativa no basta con lanzar contenidos. Es necesario una comunicación bidireccional, un diálogo y una participación con el público, la comunidad. Una forma en definitiva de crear narrativas más complejas.
Se crean así relaciones de confianza y crecimiento de larga duración.
No era mi intención en este en esta entrada analizar las diferentes aplicaciones.
Lo que sí quería destacar, a fuerza de ser pesada, es que el futuro pasa por el grupo.
No es solo una manera de conectar en un momento puntual de aislamiento y desconcierto, es una manera de potenciar el conocimiento a través de la experiencia compartida.
Aquí entran también las comunidades unidas por afinidades de cualquier tipo. Por ejemplo, los Master Mind Groups, gente con intereses que se reúnen periódicamente para reforzarse, fijar objetivos, definir su progreso, ampliar su visión…
Y también cualquier grupo que se apoye en cualquier circunstancia vital o que quiera reflexionar o ahondar sobre algún interés en común, generalmente guiado por alguien con experiencia.
Esto de abrirse al grupo es más fácil para unos que para otros, pero es imparable. La torre de marfil va a necesitar algún sistema de comunicaciones o se quedará demasiado aislada.
Tu experiencia o tus sensaciones me interesan mucho. Cuéntame cómo lo ves tú.👇
La primera vez fuè poco despuès de nuestra luna de miel. Ya estàbamos instalados en la que serìa nuestra casa y una noche sorprendì a mi mujer mientras estaba pasando el último bocado de un plato de rosas del color de la sangre. Mi extrañeza creció ante […]
Cuando el más apartado rincón del globo haya sido técnicamente conquistado y económicamente explotado; cuando un suceso cualquiera sea rápidamente accesible en un lugar cualquiera y en un tiempo cualquiera; cuando se puedan “experimentar”, simultáneamente, el atentado a un rey en Francia y un concierto sinfónico en Tokio; cuando el tiempo solo sea rapidez, instantaneidad y simultaneidad, mientras que lo temporal entendido como acontecer histórico haya desaparecido de la existencia de todos los pueblos; cuando el boxeador rija como el gran hombre de una nación entonces, justamente entonces, volverán a atravesar todo este aquelarre, como fantasmas, las preguntas: —¿para qué?, ¿hacia dónde?, y ¿después qué?
Esto lo escribió Martin Heidegger -el filósofo más importante del siglo XX- en 1935. Y es innegable que ya estamos en ese escenario de conexión y simultaneidad, pero ¿qué efecto tiene?
A veces sucede que leo un relato justo en el momento en que una idea ya está en mi mente y esto actúa ampliando resonancias. El relato entonces me hace pensar más en esa cuestión (o de manera distinta), ilumina o simplemente levanta más incógnitas. Lo que al principio son dos procesos en paralelo se acaban superponiendo y fusionando.
Y es que, además de la cita que encabeza el post, esta semana he leído un relato de ficción llamado globalización de Suheil Kiwan en el que un hombre palestino, Abdul, necesita un trasplante de corazón urgentemente. Después de varios dilemas, le trasplantan el corazón de un chico danés, llamado Félix. Y esto lo transforma.
Se vuelve más amoroso, fanático de un equipo de fútbol danés, amante de la carne enlatada incluso fan de Eurovisión. Y esto también lo enfrenta a su familia y amigos (árabes partidarios de los movimientos de liberación, que están convencidos de que esta combinación de órganos, además de traidora, solo puede resultar en muerte). Pero Abdul no muere, sino que está más vivo que nunca. Al final, a consecuencia de un accidente de coche, acaba necesitando múltiples trasplantes y recibe una garganta francesa, un par de ojos brasileños, unos brazos ingleses -con tatuaje incluido- unas piernas estadounidenses (que lo hacen más alto) y unos riñones indios. Se convierte en un hombre globalizado.
La identidad de Abdul se pierde, o más bien se transforma. Y al final, cada vez mas extraño entre «los suyos», solo responde al nombre Abdul Félix o Félix Abdul, una mezcla de su corazón europeo y su esencia árabe. El relato es humorístico y está lleno de ironía, pero toca temas importantes como ¿qué es lo que conforma la identidad?, ¿hay partes deseables de otros países, de otros modos de vivir que podrían integrarse en uno mismo? ¿Abrazar algo de una nueva cultura es abandonar la propia? ¿Cuál de las dos es más verdadera, la de nacimiento o la de adopción? ¿Se pueden conciliar? ¿A costa de qué? ¿Cómo debería ser el corazón de un hombre árabe?
¿Es el corazón la esencia?
¿Bendición o maldición?
Y todo esto conduce a la gran pregunta: ¿La globalización es buena o mala? Pues yo diría que igual que la tecnología -el corazón de la globalización-. Esta es una de esas cuestiones que no se resuelve con un sí o un no, sino más bien aceptando las luces y las sombras y siendo (muy) conscientes de ellas.
Siempre he creído que la literatura debe aspirar a ser universal, pero no al coste de convertirse en un mediocre estándar (cosa muy probable en la época de la dictadura de la publicidad que diría Heidegger) una creación para un consumo medio, homogeneizado, que iguala a hombres y mujeres en el peor sentido de la palabra, que los convierte en una masa consumada y consumista y que los lleva a un pensamiento único, a un mercado único, a un modo de ser único, cerrado y totalitario.
Occidental y accidental
Creo que no debemos tampoco aceptar un canon que no reconozca que no es más que la representación de una literatura occidental y de autores masculinos, blancos, hetero, una representación de una parte del mundo, que, al interconectarse con otras, precisamente desvela estas falsas percepciones…. No hay nada de malo en esta literatura (al contrario), pero la dignificamos si la entendemos como lo que es, si no la confundimos por lo Universal y si no pretendemos que sea la vara de medir de la excelencia o -peor aún- la única explicación y visión del mundo.
La vida no tiene dueños, ni marcas registradas.
En la visibilidad y la representación de la diferencia hay riqueza y enriquecimiento. Y yo quiero un mundo diverso y solidario, variado y conectado. No quiero leer siempre la misma historia, escrita desde el mismo punto de vista y con los mismos acentos y colores.
Ni las mismas estructuras, ni las mismas palabras, ni la misma moraleja. Ni la misma identidad petrificada.
Y, si yo no soy capaz de salir de mi mundo, quiero que otr@s autor@s me abran ese mundo, aunque ponga a prueba mis ideas.
Celebro lo local, la expresión de la individualidad de las personas, sea cual sea su procedencia o su propuesta. Decía Ortega y Gasset que “yo soy yo y mis circunstancias”. Y estas circunstancias son inseparables del modo de ser y conforman lo individual. También lo explican y le dan un contexto.
La literatura tiene que abrirse a diferentes lenguajes, si es preciso a diferente gramática, a diferentes formatos y a diferentes voces. Tiene que ayudar a que la identidad no sea una carga. Incluso abrirse a una polifonía dentro de la trayectoria de una misma persona, que dé cuenta de su proceso, que sorprenda y le permita ser.
Global no es universal
Pero no hay que perder de vista lo universal (y a lo mejor habría que debatir qué es eso) porque me refiero con ese concepto a un factor que nos une por encima de cualquier diferencia: la humanidad. Es eso lo que nos hace empátic@s, abiert@s, sensibles y solidari@s. Más allá de la identidad local, está la humanidad universal.
Diversos pero iguales. Esa es la paradoja (que no lo es si se entiende que somos distintos en apariencia pero iguales en esencia).
Yo sé que esto son obviedades, pero a menudo lo más obvio es lo más infravalorado.
No me interesa una literatura tan atomizada, tan solipsista, que acabe siendo un lenguaje cerrado incomprensible para el resto.
Desconfío de la literatura que responde a etiquetas. Tal vez sea imposible en un mundo marketizado en el que el consumo manda. Pero una cosa es la necesidad o utilidad de algo en un momento dado y otra es convertirlo en creencia.
Enciende todas mis alarmas aquella escritura que solo tiene el propósito de levantar muros. Que pretende crear (en el sentido más artificial y manipulador) una historia de superioridad (o de victimismo) y excluir al resto. No me interesan las doctrinas ni, por supuesto la literatura por encargo, aunque sirva a una buena causa. Porque las buenas intenciones acaban pervirtiéndose con fines utilitarios y porque la esencia se debe reflejar sin forzarla.
Conmigo o contra mí
Yo creo que las fisuras y la falsedad de este tipo de literatura -o de discursos en general- se detectan cuando el diálogo se hace imposible y cuando los muros se hacen evidentes. Entonces salen a la luz las agendas ocultas, los prejuicios y los intereses.
Fragmentar cada espacio en un mundo de especialización, perder la integridad o la sensación del todo… Acabar siendo la orgullosa y celosa representante de una Literatura de mujeres LGTB mediterráneas nacidas en los setenta. Y que nadie sospeche que podrías funcionar muy bien con un “corazón danés”….
Prefiero una escritura que nazca de la expresión sincera y transparente de un modo de ser. Sea como sea ese modo en cada momento. Uno que no se impone, sino que se propone. En la mirada inocente, desprejuiciada y que abraza la realidad en todas sus manifestaciones hay aún pureza. Y eso tiene un valor por sí mismo. No necesita validaciones ni la aprobación de un lobby o un comité de censura.
El resto es cálculo, estrategia y repetición. Es muerte.
Creo que fue Faulkner quien dijo que una literatura atenta a las cuestiones humanas nunca pasará de moda. Quizá porque ayuda a formularse (y responder) preguntas como para qué, hacia dónde y entonces qué…
Cuando era una niña, para mí la Navidad era tan simple -y limitada- como un garabato sobre papel cuadriculado. El símbolo del árbol de navidad consistía en unas líneas geométricas simétricas, triángulos rematados con círculos en los extremos. A veces, sin color; a veces, verde y rojo. Eso ya simbolizaba muchas cosas: el árbol (no uno cualquiera, un abeto); los regalos (preferiblemente cajas cuadradas de colores brillantes); la ilusión de una fecha (veinticinco de diciembre y seis de enero), las vacaciones escolares. La Navidad en suma.
En los villancicos, en los dulces, en las reuniones… había algún matiz más, como si la dimensión plana pudiera alcanzar a ser bidimensional. La canción entonada, el abrazo encarnado a través de abrigos mullidos (solía hacer frío), el sabor a almendras dulces en la boca… Había emoción, calidez, ilusión. También hipocresía, estrés, frustración, indigestiones, injusticias, cascarrabias y pobreza. Pero todo seguía siendo como el eco que puedes oír, pero que no es más que reverberación secundaria, lejos de una fuente original.
La nieve de mi belén (bolitas de espuma) era tan falsa como el intento mismo de experimentar la Navidad. Luces eléctricas parpadeantes simbolizando el brillo sobrenatural. Los niños en el colegio -y para deleite de sus padres- disfrazados de pastorcitos que jamás vieron una oveja o de ángeles con alas de algodón. Ni siquiera Papa Noel o los Reyes actuaban sin testaferros. A fuerza de repetición, la Navidad se fue asentando -o desgastando- , ampliándose en mi imaginación, pero solo en lo superfluo (llegó el Panettone!). Y yo siempre sabiendo que lo esencial me eludía (a veces escondiéndome yo). El teatrillo navideño se convirtió en un aburrido reestreno marcando el final del año y augurando una proporcionalmente angustiosa cuesta de enero.
Ah, pero el cine, la literatura, el arte han ayudado a entender y extender… ¡Qué bello es vivir!, Los fantasmas atacan al jefe, -reinterpretando Cuento de Navidad, de Dickens-… Los Gremlins, Love actually, … la ficción parecía resonar mejor (quizá porque también trabaja con signos y símbolos, porque también tiene pretensión de eternidad). Entonces podíamos acercarnos a eso que se llama Espíritu de la Navidad. Epifanía, nobleza humana, nieve (y paisajes extranjeros). Ahí tenemos siempre disponible una dosis de esta esencia para consumir (y a lo mejor con algún descuento!). Pero a fuerza de repetir, se produce la banalización y es entonces cuando acabamos con jerséis de renos, sobredosis de azúcar y de sentimentalismo. Ah, y tiques regalo para devolver pijamas con el lema «All I want for Christmas is you».
Nada que objetar. Supongo que es tan humano fabular y evadirse como seguir buscando. Así que, en mi indagación personal, en ese intento de alcanzar la tridimensionalidad, me propongo remontarme a lo primero que pueda rastrear. Inevitablemente, todo será una construcción mental, pero intento evitar derivados que hacen que todo se vuelva complejo y distorsionado. Esto lo voy a hacer cerrando los ojos. Tan fácil como eso. Me alejo un poco de las luces, el bullicio y el vigor de las burbujas de cava.
Silencio.
Entonces, descartando, restando, vaciando… llego. Llego a un año cero para la humanidad, a un nacimiento anunciado. El milagro de un niño redentor.
Y hasta ahí veo.
Doña Nati nos enseñaba francés y castellano. Solía vestir camisas finas con lazadas en el cuello y jamás elegía estampados. Su sonrisa te invitaba a sentirte comprendida, eso cuando no te hacía presagiar que estabas a un paso de meterte en un lío, claro. Por lo general era la viva imagen de la ecuanimidad. “¿A que Marta está gorda?” le preguntó un día Vicky en el patio, señalándome. ”Depende de con quién la compares”, fue su sentencia. Eso nos dejó satisfechas a las tres.
Su voz era agradable, como la ropa recién lavada, y pronunciaba la d final como una z. La severidad castellana la hacía parecer a veces una monja y otras solo una mujer reservada.
Doña Nati nunca perdía los nervios. Por eso aquella mañana fue tan excitante. No recuerdo el motivo, solo a Consuelo G., con dos chorretones de sudor resbalando por la mandíbula y el chandal sucio color verde botella, desafiando a la profesora. Las veo a las dos de pie, una frente a otra y al resto de nosotros de espectadores de la función. Recuerdo un aviso previo, recitado en todas las clases: “El que ríe las gracias a un gracioso, es mil veces peor que él”. Y entonces, ya en escena, el empujón de Consuelo con los dos brazos extendidos, que lanzó a Doña Nati hacia atrás contra el perchero. Ahí todos gritamos un “ohhhh” que pareció envalentonar más a Consuelo y desconcertar a nuestra profesora. Inmediatamente después, la reacción de Doña Nati: un bofetón que cruzó el rostro de Consuelo y envió su sonrisa a la otra punta del aula. “Ahhhh”, coreamos. Consuelo salió corriendo, pegando un portazo y provocando otro alborozo en el público. Doña Nati levantó el dedo frente a nosotros haciéndonos enmudecer: «El que ríe…». La frase quedó en el aire y salió a toda prisa tras la niña… Silencio. Fue entonces cuando alguien, representándonos a todos, lanzó un liberador “¡tooooooma!”
«Nuestras vidas son los ríos que van a dar en la mar, que es el morir…«. Lo dijo Jorge Manrique cuando yo tenía 11 años y él, quinientos. Lo dijo en mi clase de lengua, con Doña Natalia, que traía el carrito de la compra a clase y lo dejaba junto a la pizarra. Lecciones terrenales y celestiales.
Y lo volvió a decir cuando yo tenía catorce y una profesora admonitoria, levantando un dedito como San Vicente, nos dijo: «El tiempo nunca vuelve». A mí me sonaba todo a tumbas de piedra y austeridad. «Cuán presto se va el placer;cómo después de acordado da dolor…». Versos que memorizar. Apocalipsis medieval antes del recreo.
Regresó una vez más con otra profe, Ana Olmos, que llevaba siempre gafas de sol en clase y nadie sabía por qué. Manrique rebotaba contra los cristales negros. Nunca la vimos sonreír, salvo en ocasiones, con perverso regocijo, como cuando, repartiendo exámenes ya corregidos, te dejaba caer en la mesa uno con la nota baja: «Te has lucido, guapa». O cuando alguien se atascaba leyendo en voz alta y se escuchaban risitas nerviosas flotar en el aula caldeada por la primavera. «¿Lo haces adrede? Pues te sale de perlas».
Había escaleras para llegar a nuestra clase y Rafaela, otra profesora, se rompió una pierna. Con las muletas escalaba el Everest cada vez para impartir clase de lengua. Clac, clac, clac. ¡Ya viene! Una mujer exuberante y llena de estilo (¿Tenía peluquero privado en casa?). Nadie lució una pierna tiesa con tanto glamour. Su perfume llegaba siempre antes que ella. De Manrique le interesaba la sintaxis, más que al amor de este a su padre. Ella era vital, ¡qué Manrique ni qué Manrique! A mí, Rafaela, vete a saber por qué, me hacía pensar en vespas en verano, camisas de seda y una nevera siempre llena. Y si a ella esto de la muerte le daba igual, ¿por qué íbamos a temblar nosotros en la edad más tierna?
«Allegados son iguales los que viven por sus manos y los ricos«. Qué democrático, qué justo. Alguna verdad ya intuíamos por ahí, básicamente que no hay tema más universal o, si quieres que lo diga de otro modo, que todo llega. Algo que entenderíamos mejor en la tristeza ajena, en los accidentes inexplicables, en las flores que duraron un día, en los cuerpos que se ausentaron y en las ojeras de aquella otra profesora que lloraba por su hija. La adelantábamos siempre en las escaleras, pasos pesados subiendo, cargando la pena tarde tras tarde, y la nuestra, ligereza inconsciente, perfumada de Don Algodón.
«¿Está usted bien?» Y antes de saber si la pena enmudece para siempre, un codazo impaciente obligaba a avanzar: «Vamos, corre, que el oveja ya está en clase y hoy hay examen de «Un mundo feliz». «¡Pues menudo mundo feliz este, lleno de exámenes!»
Una cosa estaba clara: Manrique sabía algo y lo sabía muy bien, pero, a pesar de los pesares, tratar de entender un dolor del siglo XV era un desafío para el que siempre se encontraba postergación. «Recuerde el alma dormida, avive el seso y despierte contemplando cómo se pasa la vida, cómo se viene la muerte tan callando«… A la chita callando siguieron llegando las pruebas, pero nos reíamos igual. Sí, sí, sí… Blablablabla. ¿Quién quiere jugar a vóley? Lo de este poeta es el frío castellano, que vuelve a la gente triste. No pensemos en eso. Hoy no.
Algún día lo entenderemos todo, decíamos. Algún día… leeremos en inglés, compraremos alcohol sin mostrar el DNI, nos casaremos (¡eso never!); ganaremos un mundial (¡uy, no creo!) y sí, también, claro que sí, entenderemos a Jorge Manrique.
*imagen: Monumento a Jorge Manrique en Paredes de Nava, por Julio López Hernández. CC Wikimedia Commons
Cuando yo era niña, a veces, ella escribía su nombre en un papel por alguna razón (una firma, documentación, una autorización escolar…) y yo observaba el trazo de la primera letra en mayúscula.
Esa letra suya, comenzaba con un rizo en la parte superior, proseguía con una pequeña recta y entonces se dejaba caer en una amplia curva hacia dentro. Solo despues se unía con la siguiente letra, la ele. A partir de la ele, todo era normal para mí, pero esa primera letra me intrigaba muchísimo.
Si me fascinaba es porque se parecía demasiado a lo que a mí, en las clases de caligrafía del colegio, me enseñaban como una erre. Ricito y curva eran los rasgos distintivos de esta grafía. Estaba muy segura de eso, ya que, aunque mi caligrafía siempre fue mala, practicaba mucho por entonces. Escribir, el hecho fisico de juntar letras, era todo un descubrimiento.
Y la erre me gustaba especialmente, tanto que sobre un mueble del salón, con rotulador permanente verde escribí «rápido». No recuerdo las consecuencias de aquello, pero sí el asombro renovado cada vez que mi madre escribía su nombre.
En un acto de coherencia, la empecé a llamar Relena (aprender a leer habia servido para descubrir el secreto antes invisible de su nombre). Claro que tenía que apoyarme en una e fantasma nunca escrita para poder alcanzar la ele, pero lo importante era hacerle espacio a esa primera letra que todo lo cambiaba. Relena. Nada que ver. La sutil melodía de elena se contagiaba del latigazo del rayo. Rápido.
Aunque una y otra vez mi madre me dijo que lo que escribía sobre el papel era Elena, yo continué viendo esa erre. Erre que erre podriamos decir. Mentiría si dijera que alguna vez he visto una e en la inicial de su nombre manuscrito.
Supongo que estas cosas en el mundo digital ya no pasarán. Los trazos son impersonales pero nada ambiguos. Una e será siempre una e y una erre, una erre.
No sé si esto influirá en las pequeñas mentes que empiezan a descifrar el mundo a traves del lenguaje escrito. Tal vez. Quizás ahora los niños piensen en sus madres unos días en Times New Roman y otros en Arial.