Algún día nuestros ojos verán 

La lógica y hasta la educación dicen que hoy debia presentaros el libro que acabo de autopublicar, Algún día nuestros ojos verán, y destacar sus puntos  fuertes y pasar de puntillas por los débiles y hacéroslo atractivo para redireccionaros elegantenente a  la página de compra de Amazon, pero –aunque no tengo nada contra la promoción y entiendo que es necesaria–, prefiero contar lo que experimento hoy y que eso hable por sí mismo (y por mí misma).

Si soy absolutamente sincera, paso ahora, una semana después de lanzarlo a volar, por un valle que se parece a un vacío (¿¿depresión posparto??) He cumplido con mi parte y ahora… ¿qué es lo que espero o necesito? Pues… no lo sé.

Ya me había preparado para este momento, ¿cómo? Liberándome de expectativas. Sí, no tenía nada pensado ni elaborado, ningún rasero con el que medir mi posible éxito o fracaso, ningún plan. Simplemente (¡!) he escrito lo que sentía, obedeciendo a una voz interior que (ya nos vamos conociendo) parece ir siempre a contracorriente.
Esa voz no calcula ni busca complacer, solo quiere expresarse, bien, mal o regular.  Pase lo que pase, aunque eso la condene a ser un naipe sin baraja.

Desde este punto de vista libre de objetivos, todo lo demás (comentarios, reseñas, críticas, likes, dislikes…) sobra. ¿Verdad?

Me entristece observar cómo (nosotros mismos, quiénes si no), para someternos (o por estar sometidos) a los dictados del consumismo y la compraventa reducimos la creación a una cuestión de estadística. Lo que importa es cuántos seguidores, cuántas páginas leídas, cuántas ventas en tu informe de kdp… Vales los clicks que consigues y el ruido que generas. Qué locura, ¿no?

En esta ocasión no quisiera yo caer en eso, aunque suene arrogante. ¿Pero es algo a mi alcance? ¿Podemos realmente librarnos de ese condicionamiento, de esa obligación de seducir, de que nos compren nuestro libro, nuestra idea, nuestra imagen? ¿No lo corrompemos todo así? 

Bueno, parece claro que no es algo que vaya a resolver con un post, así que dejemos eso ahí de momento y vamos humildemente a lo concreto.

En este libro he querido reunir una selección de relatos cortos. Me gusta mucho el género breve, entre otras cosas por su variedad, que permite plantear situaciones diversas, «conocer» a mucha gente diferente, observarlos por un instante y después seguir con lo nuestro. 
Dijo Cristina Peri-Rossi que «mientras que la novela transcurre en el tiempo (aunque sea un tiempo corto como el Ulises de Joyce), el cuento profundiza en él, o lo inmoviliza, lo suspende para penetrarlo». Y ahí, en esa condensación, en esa galería de actitudes, podemos quizá encontrar algo que además los une a todos, un sentido. Quizás…

En cuanto a ese sentido no he querido pontificar, aunque tal vez he sido torpe al expresar mis ideas, en este caso el defecto es más mío que de los personajes. ¡Lo asumo!
Lo acepto además como parte de un  proceso personal. Estos relatos han sido escritos o reelaborados en 2018, este año que ha sido maestro y me ha traído además mi 40 cumpleaños. No es tan extraño que me hayan asaltado esas preguntas que a otras edades dan risa, porque se ven lejos – o por venir o ya superadas–. 

Escribiendo estas historias he sentido la perplejidad ante lo que es la vida (aunque aún no sepa bien), más sencilla de lo que pretendemos, abierta a la revelación en un minuto, si paramos, si soñamos, sí contemplamos.

Pero no siempre reaccionamos abriéndonos, a veces nos cerramos más, huimos, miramos a otro lado… y yo no he querido juzgar a los protagonistas de los relatos. Alguien me dijo una vez:  «tú y tus personajes mezquinos…» Sí, así es, tengo cierta debilidad por ellos. Y como me sucede a veces, como defensa, un verso viene al rescate…

«Porque solo en el roto corazón de lo turbio/ he encontrado la luz verdadera del fuego,/ que las sombras me lleven»

Admiro a los personajes que se elevan sobre sus limitaciones, pero tengo claro que no siempre somos heroicos, también somos cobardes, insignificantes, envidiosos o rencorosos y eso puede ser contado.

Algún día nuestros ojos verán. Qué anhelo más grandioso. Y en ese caso, ¿qué verán? Cada cual tendrá su respuesta y no hace falta ser  grandilocuente. Justamente estos días (¿casualidad?), con mi estupendo grupo de Escritura, he releído un relato de Raymond Carver: Catedral. En él, un hombre gris, pasivo, cerrado, muerto en vida, accede a un momento de grandeza cuando un amigo de su mujer, un ciego que llega de visita, le pide que dibuje con él una catedral.
El momento climático acontece cuando el narrador, ese hombre encerado en su mundo, se abre a esta experiencia y cierra los ojos. Y así , entrando en su interior, paradójicamente, por fin «ve». A veces basta con eso.

En fin, no os quiero dar lecciones de nada, este ha sido solo el modo en que he podido expresarme está vez y me ilusiona ahora compartirlo con vosotr@s, pues ese punto de encuentro es el fin de toda escritura. El recorrido que estas historias tengan ya no es  cosa mía. ¡Quién sabe que  vendrá luego, qué forma, qué piel tendrá, de dónde surgirá! 

Acudiré a Henry James para despedirme, porque él ya capturó algo sencillo de forma muy hermosa y creo que la honesta sensatez de su mensaje nos libera de muchas pretensiones.

«Trabajamos en la oscuridad. 
Hacemos lo que podemos
Damos lo que tenemos
Nuestra duda influye es nuestra pasión
Y nuestra pasión es nuestra tarea
El resto es la locura del arte».

Amén!

Tres aspectos del cuento

El cuento (o relato breve, o microficción…) es una de mis formas favoritas de ficción y acudo a él siempre que tengo ocasión, como lectora y autora.  De hecho, en los próximos días os presentaré Algun día nuestros ojos verán, un libro con veinticinco relatos cortos que tengo ya casi, casi, listo. Mientras eso llega, aprovecho para compartir algunas reflexiones sobre el género.

Habitualmente, se suele identificar y/o categorizar el cuento por su brevedad, quizá porque este aspecto formal es el más evidente de apreciar. Lo cierto es que no es fácil dar definiciones (puede que no sea ni necesario), porque , al margen de su extensión, el relato corto admite muchísimas posibilidades, temas y enfoques y ahí reside uno de sus atractivos.

Hoy, quiero tomar una idea de Mempo Giardinelli, novelista, poeta, ensayista, cuentista y teórico del cuento, director durante años de la revista «Puro cuento» (1986-1992).

Dice él en su libro Así se escribe un cuento (1992) que el cuento es alusión, ilusión y elusión.  Más allá de un juego de palabras, este trinomio me encanta para subrayar tres características del relato corto.

Es alusión porque refleja una realidad, independientemente de que el cuento sea realista o no. Toda producción escrita se enmarca en una cultura y da testimonio de ésta. Aun cuando leamos un relato de ciencia ficción, en él están las claves de la realidad de su tiempo. De modo que, con la realidad como punto de partida o punto de llegada, el cuento nos ayuda a entender.

Es ilusión porque se nutre del ingrediente más necesario y el mejor patrimonio de un autor/a: la imaginación. Decía Juan Rulfo que esta da forma a los tres puntos de apoyo de un cuento: personaje, ambiente y modo de expresión del personaje. Para él esta función creativa humana era la clave de la escritura: 

La imaginación es infinita, no tiene límites, y hay que romper donde se cierra el círculo; hay una puerta, puede haber una puerta de escape, y por esa puerta hay que desembocar, hay que irse. Así aparece otra cosa que se llama intuición: la intuición lo lleva a uno a adivinar algo que no ha sucedido, pero que está sucediendo en la escritura. Concretando: cuando esto se consigue, entonces se logra la historia que uno quiere dar a conocer. Creo que eso es, en principio, la base de todo cuento, de toda historia que se quiere contar.

Finalmente, es elusión porque la sutileza es una de las armas más potentes del (buen) cuento. Por su brevedad, muchas veces recae en el lector la tarea de completar el sentido que apunta. No es que un relato no pueda —o deba o escoja— tener un final rotundo (si esa es la voluntad del autor), sino que el cuento siempre  evoca, dejando en el aire pistas, ecos, que parten del texto y se construyen de manera única y personal en la mente de quien lee. Precisamente el diálogo con el lector es uno de los mejores estímulos del relato breve (y uno de los que tienen mayor capacidad de transformación) ya que, por su concisión, conecta de una manera muy directa y no permite distracciones.

El cuento, en definitiva, es una invitación a vivir una experiencia de concentración y revelación, aludiendo, eludiendo, ilusionando… Y eso, en esta época, ya es mucho decir.

Ese poder

Hoy me ha sorprendido que tengamos ese poder de presionar la redonda punta de un bolígrafo y hacerla danzar sobre un papel y, dirigiendo la mano o, mejor aún, dejándola ir, maravillarnos ante lo que manifiesta su rastro de tinta.

Podemos…

Excitar la imaginación de quien nos lee y provocar en la mente -cómplice o curiosa- chispas y fantasmagorías y alguna imagen clara arrancada a los brazos del caos: una voz, una falda de colores, un olor a curry.

Apresar el mundo que se insinúa, travieso, más allá de la ventana y que veloz se transforma, pero del que podemos aquí, con la danza del bolígrafo, dejar un registro, una huella, sea torpe o inspirada.

Buscar sentido a eso vago que hay en nosotros, un dolorcito, unas cosquillas que insinúan algo más (¿pero qué?)

Retener dulcemente, como un gorrión entre las manos, la frase que nuestra amiga dejó volar en el aire antes de partir en tren.

¿Y qué hay de esa idea que alguien hizo resonar en nosotro@s y es necesario ver latir en el papel para lograr entender? «¡Ah, era eso!»

Aspirar tal vez un día (como hizo aquel maestro) a capturar la soledad de una mujer en la voluta de humo de un cigarrillo entregándose a la luz.

Confiar en que el tiempo entregado no es en vano y en que, si la experiencia se puede comunicar, si la vida se puede simplificar y a la vez volver más profunda y compleja, si se puede salvar de ser anécdota… es aquí, en este baile.

Entregarnos con confianza, apuntando, palabra a palabra, pacientes e impacientes, abiert@s al descubrimiento, anhelantes de revelaciones…

Sí, hoy me ha sorprendido que, al alcance de la mano, tengamos ese poder.

El bloqueo del escritor (o la escritora)

Cuando era niña tenía una imagen bastante estereotipada del bloqueo del escritor, porque -es un hecho- este asunto del bloqueo siempre ha estado presente en el imaginario colectivo en forma de cliché. Pues bien, si pensaba en eso que llamamos «bloqueo del escritor», lo que me venía a la mente era un hombre (¡sí, un hombre, aquí nadie hablaba aún de mujeres!), enfrentado a una máquina de escribir, fumando un cigarro tras otro, estirándose de los pelos, incapaz de continuar una frase, atascado en medio de una linea. Hay que precisar que no imaginaba a este pobre sufridor empantanado en un argumento o «peleando» con un personaje, sino inmóvil en pleno acto de escribir, precisamente como si se hubiera quedado paralizado. Y ahí permanecía el pobre hasta que llegara el remedio (si llegaba… Si no, siempre quedaba el whisky…). Además, sentía que eso del bloqueo era un mal bastante arbitrario. Me parecía como una gripe que acecha en otoño o una maldición. ¡Ay señor, líbrame del bloqueo! ¡Ay, doctor, deme una vacuna!

Después, con el tiempo, con la experiencia y con la propia vivencia, he llegado a considerar el bloqueo como algo totalmente diferente. Una parte de mí ve las cosas con mucha claridad; otra se queja un poquito. La parte que «ve» ha dictado sentencia: bloquearse no significa quedarse sin voz, sino sin deseo de hablar. Pero ¿qué dices?, si lo ansío con toda el alma, pero es que no me salen las palabras. No lo creo.

Vamos a ver, analicemos el asunto: no es que tu mente de pronto sea un inmenso páramo deshabitado. Por supuesto que en tu cabeza existen personajes; junto a ellos están la cantidad infinita de argumentos que te ofrece el mundo; la posibilidad a cada segundo de empezar a contar algo y sin embargo… todo eso no fluye. ¿Qué es lo que sucede? Hay un bloqueo en ti. El problema está en la conexión que tú tienes con la escritura. El bloqueo, a mi modo de ver, es de tu visión y por extensión de tu modo de ver el mundo. De repente, desconectas  y empiezan las dudas. Porque escribir, y eso es algo también ya muy comentado, es un inmenso acto de fe. No solo párrafo a párrafo, sino como misión de vida. No hablo ahora de todos los asuntos prácticos que pueden desalentar a un aspirante a escritor profesional. En este instante estamos suponiendo que no te preocupa el dinero y que tu problema no se trata de la fe menor en producir algo monetizable. Lo devastador es cuando lo que está en juego es la Fe en que tu mensaje tenga sentido. El drama llega cuando te elude el convencimiento de que contar lo que tienes dentro es necesario. A fin de cuentas,  ¿por qué rescatar esas imágenes, hacer el tremendo esfuerzo de llevarlas a lo real, materializarlas y ponerlas al servicio de alguien, compartirlas en definitiva, si crees que no merece la pena? Es ahí cuando surge el bloqueo y eso es lo peligroso: en el momento en que no crees, te has perdido a ti misma y caes en ese cenagoso desánimo. A la luz de eso, es evidente que resulta mucho más sencillo afrontar la dificultad para acabar una línea que enfrentarse a este inquietante dilema.

Por supuesto escribir bien es difícil, dominar el oficio exige esfuerzo. Requiere buena técnica enfrentarte a los problemas que surgen al tratar de traducir imágenes a palabras; al tratar de ver donde aún no hay nada. Pero cuando la oscuridad está en tus ojos, la técnica no sirve de nada. Cuando lo que está obstruido es tu corazón, lo demás es irrelevante. Por eso, como estamos hablando de una dificultad del corazón, hay que explorar dentro y buscar las razones de esa desconexión. En el interior está el problema y también  la solución: sí, querid@, sugiero que busques de nuevo la sintonía con tu Esencia. Te escucho protestar, pero juro que ahora mismo intento ser más práctica que mística. Créeme: ahorrarás tiempo y frustración si empiezas por ahí.

La motivación se puede entender como la movilización de los recursos personales, en este caso para crear. Y para que tenga razón de ser precisa una dirección y sentido. Cuando no está claro el sentido, pierdes las ganas de acercarte al teclado y en realidad te dejas vencer por cualquier gratificación inmediata (por ver la televisión o alguna serie de moda, qué más da; por hablar por teléfono con alguien justo en ese momento; por salir a comprar cualquier cosa). En realidad, lo que está sucediendo es que no quieres afrontar lo que hay. La idea de abrir el documento de texto, te mortifica. Y no es para menos. Cuando te acercas al portátil y tus dedos se tensan sobre el teclado, en realidad no quieres ver lo que esa inquietud y ese deseo de salir corriendo te están diciendo. No es que no se te ocurra una frase. No es que no puedas escribir de repente, yo qué sé: «Y las nubes bajaban como dioses y se acercaban en paralelo a los mortales», por ejemplo. Vale, no es una línea nada inspirada, pero eso sería decir algo y acabamos de comprobar que es muy fácil. Pero lo que tú temes es de verdad afrontar esa duda que se esconde debajo. Esa duda es mucho más grande que una parálisis por no encontrar un sinónimo.

Por eso es difícil confiarse a remedios superficiales. Existen infinidad de libros sobre el bloqueo, con disparadores de la creatividad, rutinas, ejercicios y por supuesto todo eso está muy bien. Al fin y al cabo, se trata de ponerte en movimiento, de superar la inmovilidad. Poco a poco quizás comiences a rebajar las expectativas y la tensión acumulada que supone un bloqueo prolongado. Quizás empieces a crear, aunque sea por azar, como cuando acercas dos cables y salta una chispa después de tanto tiempo de dudas. Puede que, de manera casual, algo se encienda y retomes cierta confianza a través del placer que atisbas en esos momentos de conexión inesperada, pero todo eso solo son parches si no ahondas en el verdadero problema. Escribir exige una esperanza anticipada. Proviene de una necesidad y de una convicción.

Pienso de pronto en algunos escritores como R. Bradbury o Ursula K. Leguin, Asimov (¡qué sci-fi me he puesto sin querer!). En ellos se observa absoluta pasión. Puede que esto solo sea visible en un estado de gracia -en esos períodos en los que no les ronda el bloqueo-, pues creo que ningún escritor, en tanto que ser humano, está libre de las dudas en algún momento de su vida. Pero seguramente estarás de acuerdo conmigo en que, cuando ves a un autor en armonía con su propósito y con confianza, estás presenciando algo mágico.

Así que contra el bloqueo, my friend… cuida esa conexión. Si sientes que la has perdido, deja todo y lucha por reencontrarla.