Desde el silencio

Siento más atracción por el silencio que por las palabras. Y eso puede parecer contradictorio para alguien que escribe (y habla no poco). Una más de esas complejidades que me definen, supongo.
¿Qué me lleva  decir esto? Quizá la sensación de estar demasiado constreñida por las palabras. Quizá la intuición de que con ellas trato de alcanzar otra cosa que es inefable.
Para mi gusto, mi mente es demasiado activa -y me doy cuenta que al declarar eso ya doy por hecho que es algo que no está en mi mano evitar-. Ella va sola. No necesita mi permiso, ni mi volición. Tantos diálogos, tantas explicaciones, tantos personajes… Os aseguro que ya lo he oído todo antes dentro de mí. ¿Antes de qué? Ah, no sé, es mi sensación. Y todo, sí. Todo, sin excepción. Todo ha pasado antes en mi cabeza. Pero resulta que esa cabeza que a veces reclama tanto protagonismo, es en realidad como una salita de espera (en ocasiones acogedora, en otras, aborrecida, pero limitada), y haríamos mal en creer que basta con sus cuatro paredes, cuando el resto de la casa permanece inexplorada.
Sabiendo eso (que hay más allá), ¿quién querría vivir para siempre en una ruidosa salita de espera? Yo no. Yo quiero penetrar el silencioso pasillo y admirarme allí, conocer otras estancias. Tal vez descubrir, al fondo, el jardín secreto cuya existencia ignoraba, pero presentía. Las metáforas no alcanzan a explicarlo, pero son un puente del que me valgo para decir que sueño con el infinito. Quisiera, supongo, entender de una manera más completa. Ni verbal, ni mental. Ilimitada. Libre.

Este afán -que podría parecer presuntuoso- ha nacido de la experiencia más cotidiana y humilde. De pronto, entre mi cháchara, alguna pausa me ha sorprendido. Y es algo tan refrescante que he tenido que ceder a eso de manera natural, como un reposo desconocido, casi involuntario.
Esto atañe también a mi escritura. Escribir, a fin de cuentas, es volver a fijar esas palabras de mi cabeza en otro soporte. Quizá -seguro- más ordenadas, con más sentido. Pero, de nuevo, es lo mismo. Un eco nacido de un silencio muy puro. Un elaborado (y  puede que inconsciente) intento de regresar a eso.
Es cierto (aviso: otra paradoja) que este escollo (de generar nada más que ruido) se podría salvar. Tengo fe en ello. Hay algo que puede ser trascendente en escribir -y esto sucede en la vida en general y en el arte en particular. De pronto, ciertas cosas se distinguen del aluvión de banalidades y nos tocan (tal vez nos silencian un momento). Nos llevan de afuera a adentro. Aquí la calidad es preferible a la cantidad. Puede lograrse con poco. No es preciso que sea una gran composición. Basta una línea inspirada, sincera. Y quizá -ese invitar al otro, a nosotros mismos- sea el sentido más noble de hablar y escribir.

 

Imagen deJohn Hain. Pixabay.com

Hay una soledad (Emily Dickinson)

There is a solitude of space A solitude of sea A solitude of death, but these Society shall be Compared with that profounder site That polar privacy A soul admitted to itself — Finite infinity.

(Emily Dickinson, poema 1695)

Precioso, ¿no? Si , como es posible que suceda, al leer este poema, comienzas a traducir en tu mente, estarás llevando a cabo,  —en palabras de Gayatri Spivak—,  el proceso de lectura más íntimo posible. Así lo hicieron también estos tres autores que te presento en sus correspondientes traducciones al español. Lecturas diferentes y visiones distintas. Fidelidad en el caso de Silvina Ocampo, cambio y reinterpretación para adaptarse a la lengua castellana, en el de Arango y la postura intermedia (y más reciente) de R. Martín.

Hay una soledad del mar, una soledad del espacio, una soledad de la muerte. Y no obstante parecen compañía comparadas con esa más profunda —intimidad polar, Infinitud infinita: La del alma consigo. (Trad. José Manuel Arango)

 

* Hay una soledad del espacio una soledad del mar una soledad de la muerte, pero éstas sociedades serán comparadas con ese más profundo sitio con ese polar aislamiento un alma que admite a ella misma— delimitada infinidad. (Trad. Silvina Ocampo)

*

Está la soledad de los espacios, la soledad del mar, la de la muerte, pero todas parecen multitud si se comparan con ese emplazamiento más profundo; la intimidad polar del alma como huésped de sí misma— finita infinitud. (Trad. Rubén Martín)

beach-dawn-iphone-wallpaper-189349

Para los interesados en traducción de poesía, hay un breve ensayo chulísimo de Jairo Hoyos en el libro Poéticas de la Traducción, Ediciones Uniandes-Universidad de los Andes, 2012. En él, precisamente analiza las versiones de este poema de Ocampo y Arango. Muy inspirador. Y en cualquier caso, una vez que la traducción ha cumplido su función de vehículo —del latín traducere, “pasar de un lado a otro”—, volvamos al poema. Ahí cada uno se sumerge ya a su modo, con sus expectativas y experiencias, con su idea de espacio, mar y soledad… Que su lectura nos lleve a ese sitio más recóndito y profundo, nuestra intimidad polar. Y allí quedémonos un rato…

Photo cabecera by Kai Pilger from Pexels Photo post by Sebastian Voortman from Pexels