Nuevo libro: un pueblo tranquilo

En este prolífico verano, acabo de lanzar otro libro y en esta entrada os cuento alguna cosa sobre él.

¿Y cómo otro libro tan rápido? He llegado a la conclusión de que, en esto de escribir, todo se puede simplificar en algo tan sencillo como: escribe, publica, repite.

Siguiendo esta iluminación, en lugar de pensármelo tanto, avanzo y ya los libros irán contando por sí mismos el resto de la historia.

Así que allá vamos.

El referente

Un pueblo tranquilo es una historia a lo Agatha Christie, es decir: un policiaco agradable, de esos que no te perturban demasiado (no por su violencia, al menos) y estimulan a pensar. De hecho, la gran pregunta que siempre hay detrás de las historias detectivescas es: ¿quién lo hizo? Y eso, independientemente del género que una escriba, es magia para impulsar una narración o una lectura, porque resulta que los lectores somos muy, muy curiosos.

Agatha Christie es una autora que podría ser fácil denostar como escritora de género (esto es, literatura con ele minúscula), pero la reina del crimen sigue generando muchas adaptaciones televisivas, cinematográficas y teatrales. Sus libros son auténticos superventas casi 100 años después de que empezara a escribir. Por algo será.

En sus historias lo importante es la trama o el enigma y los personajes son funcionales, pero no es que los descuide porque, con pocas pinceladas, consigue dotarles de personalidad y viveza. No solo hace esto con los personajes centrales, como Poirot, Miss Marple o el coronel Rice, sino con cada uno de ellos. Además de su habilidad como creadora de tramas, demostraba un excelente y agudo sentido del humor, la ironía y la observación. Y ya sea en los pueblos de la campiña inglesa o en lejanos escenarios exóticos y variados, en sus libros también había perversidad, trapos sucios, pulsiones latentes y mucha ira contenida amenazando con desbordarse.

Una de las razones por las que resulta satisfactorio leer una historia suya es porque proporciona un sentido de orden y de completitud. Una y otra vez, en las historias que vemos y leemos, buscamos un principio que organice y dé sentido a la vida (tan caótica y compleja). Queremos una explicación a la violencia, un punto final a una historia abierta por un crimen. Un culpable que nos deje respirar por fin.

Además sus novelas y relatos son muy entretenidos (de nuevo, gran mérito que no hay que subestimar) y llaman a la participación del lector, al que se invita a descifrar el enigma junto al investigador. En una época previa a la interactividad y a la Web 2.0 este era un valor muy interesante que le valió legiones de fans.

¿De qué va el libro?

Inspirada en esos relatos detectivescos, mi nueva historia trata de un crimen que sucede en un pueblo encantador y bastante cerrado, en el que nunca ocurre nada malo (aparentemente). El inspector Bierzo tiene que hacer frente a una investigación que le incomoda. Acusar a sus vecinos e interrogarlos es demasiado. Claro que es mucho peor admitir que su pueblo no es tan idílico como parece o cuestionarse su propia y acomodada vida.

Pero todo el mundo tiene un ángel de la guarda y en esta ocasión, una extraña llega de fuera para ayudar al jefe de policía. Se trata de un personaje muy opuesto a él, una joven oficial de la capital, de presencia inmensa y que casi siempre exhibe una calma total. Unos ojos foráneos y un buen corazón, justo lo que Bierzo necesita.

Además de ellos dos, en Un pueblo tranquilo hay un montón de personajes. Esto me ha divertido mucho. Quería crear una red entre todos ellos y lograr por acumulación un efecto: que el lector sienta que está en una comunidad pequeña en la que, poco a poco, va conociendo a todo el mundo… Por lo menos la parte de ellos que quieren mostrar, porque, desde luego, casi todo pasa bajo la superficie.

Sobre el proceso

Una historia policíaca no es precisamente el mejor lugar para dejarse llevar y escribir a ciegas. Buena parte del éxito se basa en la construcción de la historia, que debe funcionar como un reloj suizo. No obstante, no quería tenerlo todo tan cerrado que me resultara un ejercicio tedioso. Así que seguí una técnica mixta: dirección en lo fundamental, libertad en el resto.

Al principio no sabía bien a dónde iba, de repente tenía esta situación inicial: una muerte durante un espectáculo teatral en directo… Ignoraba el resto, de modo que me tomé un tiempo para entender qué es lo que había ocurrido. Tuve que ir al final, por así decirlo y «ver».

Era muy importante que supiera cuál era el núcleo y el enigma que sujetaría todo el engranaje de este libro. Ideé concienzudamente sobre el papel este punto. Pensé en el cómo, en el por qué y en el quién. Miraba a todos mis personajes, ideados y apenas esbozados en ese momento, y me preguntaba, quién de vosotros ha sido???? ¡Decídmelo!

Cuando eso ya estaba claro, fue muy sencillo avanzar, siguiendo la lógica de cada personaje. Tenía que tener en cuenta cómo se relacionaba cada uno con los demás, qué subtramas surgían y que líneas se desplegaban. Aprendí a amarlos a todos, incluso a los más odiosos (y mira que son mayoría). En el caso de los protagonistas, que son el inspector Bierzo y la oficial Violeta Tap, debía permanecer atenta a sus propios problemas y necesidades.

Los temas

Casi sin proponérmelo, todos esos asuntos que me interesan, como son las relaciones entre las personas, las apariencias, el miedo al otro, los prejuicios, el aislamiento, las dinámicas madre-hijo, fueron surgiendo solos. No pretendía meterme en complejidades psicológicas, pero alguna chispa sale.

Por ejemplo, me he permitido una licencia. Aunque suene raro, yo reflexiono a menudo sobre la ficción y la importancia (o no) de esta en nuestras vidas. ¿Por qué creamos ficciones?, por qué hemos inventado las novelas, el teatro, el cine, la televisión? Yo creo que hay un juego de espejos, una necesidad explicativa de nuestra existencia, más allá de lo obvio. ¿Y qué es lo obvio? pues la historia que cuenta esa ficción particular, el argumento y la moraleja. No es que esto sea desdeñable. Qué maravillosas parábolas modernas son las novelas y los libros. Pero no son solo enseñanzas, modelos de comportamiento o muestrarios de personalidades. Eso es quedarse en la superficie.

Las ficciones también son tratados de metafísica, si atendemos a su simbolismo profundo. Parece que la existencia es como una gran juego o representación (metáfora parecida a la del sueño y que viene a poner de manifiesto la irrealidad de esta). Tenemos en ella una alegoría del papel de creadores y criaturas, de la relación con lo trascendente o simplemente de cómo somos (o parecemos ser) personajes de una misteriosa trama que se despliega sobre una pantalla y que al parecer ha sido escrita antes de nuestra participación en ella.

Enseguida nos preguntamos por cosas como, ¿entonces nuestro destino es inalterable?, ¿siempre seré un pringado? Por supuesto, las decisiones de los personajes, en cada momento, pueden alterar ese destino inicial (y en algunos casos, impedir la fatalidad). En otros, ya lo sabia Shakespeare, no hay nada que hacer.

En el libro hay un personaje especial, una autora, Aurora Mist, que me ayuda a jugar, sin pasarme de mística, con esa idea del creador/sustentador, de modo que sea una sugerencia para el lector y que a mí me permita explorar las cosas que me interesan, incluso en una historia policiaca.

Una historia universal

En Un pueblo tranquilo, no hay una trama LGTB especifica, como en otros libros míos anteriores, pero sí que hay un personaje, Violeta, que es lesbiana (bueno, estoy hablando en su nombre, ella no me ha dicho cómo se define, es lo que da a entender). Sin embargo, su identidad no está descrita por este hecho en concreto en exclusiva (al menos en esta historia en particular). Ella es mucha más cosas y ninguna de ellas. Me gusta su sencillez, su ausencia de complejidad o tortura. También su fortaleza e inocencia. Y eso es lo más importante en esta ocasión, porque las historias son icebergs, pequeñas instantáneas que dejan intuir una vida más allá… Ahí la lectora o lector participa también, evocando o uniendo los puntos. Como hacemos en la vida real.

Qué diferente es Violeta del atormentado y sensible Bierzo, un hombre que se ahoga en un vaso de agua y vive atrapado en el pueblo de sus amores (aunque eso suponga una amenaza para su vida amorosa). Me ha encantado contraponerlo con la interesante doctora Giménez (ay, la atracción irresistible de los personajes diferentes).

Estoy convencida de que, si una historia es buena o despierta interés, puede iluminar aspectos de nuestra humanidad, sea quien sea el protagonista y sea como sea. Parte de eso consiste en aceptar también las limitaciones y puntos ciegos de los personajes, sean solitarios, incapaces de emocionalidad o mezquinos. Todos hacen lo que pueden y algunos luchan por su felicidad.

Por encima de todo, y esto sí es muy importante e innegociable, está el intento de conectar con el lector/a… de conmoverle, picar su curiosidad… despertar sus ganas de pasar las páginas.

Superando resistencias y perfeccionismos

Este proyecto lo tuve guardado mucho tiempo en un cajón, porque me parecía que no estaba suficientemente bien y, mucho tiempo después, y con una visión más compasiva, me di cuenta de que era ágil, divertido, muy sólido y que merecía mucho la pena estar en el mercado. ¡Caray es que estaba muy bien! Y no, no necesitaba tantas cosas, o más bien una sola: seguir adelante y culminar.

Para mí, que sufro a veces de perfeccionismo un poco demente, conectar con cariño con esta historia me ha resultado balsámico.

La autopublicacion, de hecho, es otra manera excelente de entrenarse en controlar el perfeccionismo. Si lo haces todo tú sola (y no es la única opción, por supuesto),tarde o temprano tienes que aceptar los límites técnicos, de habilidades y capacidades y aceptar un resultado que te parezca digno. Y a veces eso solo puede ser más desafío que crear una trama compleja.

La buena noticia es que se puede. Hay que priorizar lo que es más importante para ti en cada momento. En mi caso, lo más necesario era lanzarlo, sin esperar a mejores condiciones.

Para eso fue fundamental conectar con el deseo de que este libro estuviera ahí fuera en la mejor manera posible (aceptando incluso lo que no es posible).

Ese deseo es el que de verdad impulsa hacia adelante, el que te permite escribir y continuar. Y al final este es el resultado.

Espero que lo disfrutéis y me mandéis vuestros comentarios.

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La creación como rompecabezas

Toda historia es un rompecabezas por montar. Lógica e intuición participan por igual en la creación. ¡Intégralas!

Un rompecabezas es un juego en el que se parte de piezas sueltas que se han de encajar para formar una imagen global que resulta de la suma de esas piezas.

Solo hay una posición posible para cada una de ellas. Te vas guiando por el color y el dibujo que forman. Este debe corresponderse exactamente con la imagen final (o podríamos decir también la imagen previa) que tienes que recomponer.

Atención a esa palabra. Recomponer, es decir: volver a componer lo que ya existía y se ha fragmentado para que tú juegues.

¡O te rompas la cabeza!

Venga, no te quejes. Aquí no hay sufrimiento. Si lo haces, es porque te entretiene, te desafía y, al final del proceso, te da satisfacción.

Es normal, casi biológico. A la mente humana le gusta resolver cosas, identificar patrones, encontrar significado.

Aplicado a la escritura de ficción a mí esto me atrae de manera doble.

Siempre intento equilibrar el lado izquierdo y derecho del cerebro. Lo lógico y lo intuitivo.

En la parte más lógica, me gustan mucho las historias bien construidas y en las que todo cuadra. La analogía del reloj. El mecanismo de precisión.

Al fin y al cabo, esa es una de las ventajas de la ficción: nos ofrece la ilusión de control, sentido y orden.

Si está bien hecho, todo encaja y hay una relación causa-efecto entre los acontecimientos. Entonces el creador es como un gran planificador que desde su Comprensión forma un conjunto ordenado y con significación.

La obra es también un puzzle para el lector, que recibe la información dosificada según un plan. Se le dan opciones justas para avanzar o suponer. Se respeta su inteligencia y se le implica. 

Creo que nuestra misión es ofrecer la mejor historia posible, entendida precisamente como construcción. Desplegamos toda nuestra capacidad de armar, crear un dispositivo preciso y luego lo entregamos para el disfrute total del lector.

Aquí cobra especial importancia el desarrollo de ese engranaje. Es la parte más importante del proceso.

Es la razón por la que admiro a Agatha Christie, porque diseñaba tramas perfectas que seguimos disfrutando hoy en día. Sus historias provocan satisfacción.

Pero, como decía, intento equilibrar los dos lados, derecho e izquierdo. Por eso hay otra lectura para lo del puzzle. Es una lectura intuitiva, abierta, totalmente creativa.

Tomo ahora prestada una imagen de David Lynch. Es un creador que admiro también muchísimo y podría decirse que (aparentemente) es lo opuesto a Agatha Christie.

Él es sugerencia, imaginación, fantasía, No linealidad.

No es casualidad que sea un meditador de toda la vida, también pintor. Un artista visual.
¡Y un súper amante del café!

A lo que íbamos… La imagen-metáfora-analogía sería algo así:

Imagina que estás escribiendo, o lo que sea que hagas creativamente. Te encuentras en una habitación trabajando. En otra habitación (no física) toda la obra que tú quieres crear está ya acabada, perfecta, íntegra.

Lo que sucede es que a ti te llega una pieza de esa obra cada vez. Imagina que se desliza por debajo de la puerta. Recibes una pieza y tu tarea es colocarla, esperar a la siguiente y reconstruir esa obra completa que ya existe.

Así es mi experiencia también. Al principio sé que hay una historia pero desconozco la imagen final. Tengo esos fragmentos que voy colocando. A veces siento que, aunque parezcan encajar, no están bien. Creo que la imagen final no es esa. Y entonces rectifico. Sé que al otro lado está «mi» creación.

Muy a menudo para mí la ficha inicial es una imagen. Hay un personaje que no conozco y que veo haciendo algo y es la primera pieza.

A veces es una frase.

En ocasiones, un sentimiento. Entonces es como cuando estás componiendo un trozo del cielo y todas las piezas son azules, aún no muestran nada, pero sí un tono: despejado, soleado, radiante.

De modo que, para resumir, está muy claro lo que tienes que hacer.
Vengan como vengan, has de tomar las piezas y seguir juntándolas, confiada de que la obra existe, aunque aún no la puedas ver.

Confías y trabajas con lo que tienes cada vez.

Cuanto más trabajas, más piezas recibes y todo va avanzando hasta que un día, como por arte de magia, está hecho. Tienes la misma obra en esta habitación y en la otra.

Todo encaja.

Y ese día es muy bonito. Has cumplido.

Y entonces le podrás decir a quien te lee…

«¡Ey, hola!

Mira lo que he escrito. Quiero que sientas placer con esto. El placer de leer algo construido para ti, no arbitrario, animado por un esfuerzo organizador. Pero también algo vivo, traído del otro lado, inspirado hasta donde he podido abrirme. Tal vez te guste… pero si no, seguiremos siendo amig@s».

Y eso, ni más ni menos, es lo que intento hacer yo cuando escribo ficción.

(de paso también bebo bastante café)