Nosotras fuimos las primeras

Nosotras fuimos las primeras mujeres de la Tierra en amarnos. Las primeras. No hubo antes nadie, créeme. Big Bang, pim-pum. Sucedió. Éramos espirales que giraban, éramos agua… y nuestras moléculas estaban suficientemente juntas, convenientemente separadas. Fluíamos como líquido polar, cargas eléctricas en extremos opuestos. Atracción y repulsión necesarias. Entonces éramos una, éramos Vida. ¡Qué divertido ser una! Acuérdate de la despreocupación, de la confianza, de la felicidad de existir con ligereza. Grave ingravidez.

Quisiera explicártelo mejor. Todo fue apenas un instante después del Verbo, cuando las cosas eran muy fáciles. Eones más tarde llegaría la complicación del lenguaje, la cárcel de los conceptos y toda la confusión. Cuando no existía la palabra «límite» todo era posible y nada precisaba aclaración. Yo eras tú. Tú, nosotras. Éramos ello (¿ella?). El Universo era oscuro y la Tierra una prometedora esfera negra sin luz propia, iluminada por cuerpos celestes. Todo giraba en sentido contrario y no había abajo o arriba.

Nadie lo había dicho, pero sabíamos que dentro de un mundo hay muchos mundos… Así, dentro de la corriente había un remolino y en el remolino, una ola y en su cresta espumosa, las gotas… en una de esas gotas estábamos las dos. Pero entonces, te lo recuerdo, éramos una. Indivisa, en singular, ninguna dualidad en nuestro universo transparente. Poco a poco fuimos dos, más sólidas, mutables, pero iguales… el agua cristalizaba y nos reflejábamos la una en la otra.

Éramos iguales, sí, pero no idénticas, no más que las estrellas entre sí. ¡Cómo brillaban! De lejos las admirábamos y por su fulgor sabíamos exactamente cuántos pasos nos separaban y cuántos nos acercaban. Todo vibraba. Con un parpadeo tras otro el mundo acababa y empezaba de nuevo y volvía a acabar y a empezar y a acabar… una y otra vez. Pero en ese caos había un orden. La gravedad cumplía su papel y nos mantenía, gracias a Dios (?) en la misma atmósfera. No así sucedía con el pobre helio, siempre volando. ¿Qué decir del hidrógeno? Volátil también. Tú y yo sí aguantábamos. Enraizadas. Bendición de esa atmósfera que guardaba nuestros mares… La Luna no pudo conservar sus océanos, que se le escaparon todos y la dejaron seca. Roca seca pero hermosa, a 380.000 kilómetros de nuestra mirada.

Nos dimos el primer abrazo cuando el mundo aún era nuevo, tan joven y tímido. Reinaba el silencio, porque había apenas un par de oídos y las ondas vibraban largamente hasta extinguirse en el aire. Pero yo escuchaba tu corazón y tú el mío. Bastaba. Recuerdo tu mano extendida, de dedos finos y largos. ¿Sabes que Eva aún esperaba una costilla que le diera sentido? A nosotras nadie nos preguntó. Éramos espectadoras naturales y neutrales. El Paraíso lo llevábamos dentro. Nos reconocimos y nos quisimos en tiempos remotos. Nuestros pies ya pisaban la arena, sentían el calor y el frío. Las piernas se entrelazaban, igual que las enredaderas sobre los pantanos vaporosos, ¿quién imitaba a quien?

Fuimos las primeras mujeres de la Tierra en amarnos. Antes de que llegaran otros. Antes de que la Tierra de desplegara como una cinta y se hiciera plana; antes de que volviera a ser una esfera y girara alrededor del Sol. Antes de que millones de hombres y mujeres crecieran en Civilizaciones; antes de que se pelearan y reconciliaran. Antes de los relojes. Mucho, mucho antes, cuando el mundo era solo una Idea, una intención. Nosotras, sí, tú y yo, fuimos las primeras mujeres de la Tierra. Nosotras nos amamos las primeras.

Autor: Marta Catala

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