“Uno de los sentimientos más grandes que conoce el ser humano, es el sentimiento de ser el anfitrión, de acoger a las personas, de ser la persona a quien acuden en busca de comida, bebida y compañía. Esto es lo que el escritor tiene para ofrecer”.
Bird by bird, Anne Lamott.
Me pregunto a menudo si los libros -no ya la Literatura- tendrán siempre el sentido y la preponderancia que les ha dado nuestra cultura en los últimos siglos (porque esto no siempre fue así). Todo cambia tan deprisa que, lo que era de un modo antes, va perdiendo vigencia y cediendo al avance de los cambios sociales. Pocas cosas quedan intocables. Supongo que eso es una ley de vida, la del constante cambio, el sobrevenir de los ciclos. Nacimiento, plenitud, maduración y muerte. A veces en una escala temporal minúscula, a veces con una ventana temporal tan amplia que nos parece contemplar lo inmutable….
¿Cuál será el papel, el propósito, de la persona que escribe?, ¿cuál su aportación? Con la generación automática de texto, con la sobreinformación, ¿seguirá existiendo la persona que escribe?, ¿segura existiendo la que lee?
No lo sabemos, pero creo que vamos viendo el cambio desplegándose ante nuestros ojos, insinuando que todo es posible (nos guste o no).
Yo no creo que sea negativo que la persona que escribe, el autor, la autora, pierda el aura de ser superior y especial. Quizá sea bueno recibir una lección de humildad, del papel tan prescindible que tod@s parecemos tener. Me parece muy democrático. El autor ya no es Dios porque sus creaciones se han vuelto tan numerosas que ya no se perciben como especiales. Quizá incluso empiezan a parecer excesivas. Y lo excesivo suele resultar problemático si nadie lo quiere. Molesta, se acumula… deviene pura decadencia.
Ante eso quizá hay que replantearse las cosas, buscar otros alicientes. ¿Qué puede aún proporcionar a los demás la persona que escribe? Es en ese sentido en el que me gusta la cita de Anne Lamott que encabeza esta entrada. Si quien escribe no es un Dios, sino un anfitrión…, si ofrece alimento, refugio, y un fuego en el que calentarse (o agua fresca con la que refrescarse), entonces quizá….. quizá aún tiene un valor que dar.
Supongo que la pervivencia y el rol necesario de quien escribe no será tanto debido al montón de palabras, la cantidad que es capaz de generar, sino a esa indefinible esencia, la calidez (y la calidad) del mensaje, su valor nutritivo, su poder de saciar la sed. O de arrancar una carcajada cuando todo es miseria alrededor. Un conjunto claramente perceptible que tenga el poder y la contundencia innegable de hacer sentir a quien se acerca a ese autor (y a su obra) reconfortado, acogido, reconocido, sorprendido y agasajado. De eso, siempre estaremos necesitad@s
Foto de Wendy Wei