Libro nuevo y macguffins

Ayer por fin le di al botón de «publicar» de Amazon. Era algo que no sucedía desde finales de 2018, por lo que es una buena noticia.

Bien sabe cualquier autor independiente que esto de autopublicar (sin presupuesto) no es otra cosa que el arte de llevar el do it yourself hasta las últimas consecuencias. Escribe tú, edita tú, maqueta tú, diseña tú…. Lo positivo es que se puede (cada vez hay mejores herramientas) y no se precisan permisos ni aprobaciones. Lo negativo, que se pierden los filtros de calidad y -si no inviertes algo de dinero- prescindes de servicios muy profesionales y deseables que pueden llevar el libro al siguiente nivel. Pero bueno, suplo esto último con mi autoexigencia y -por lo demás- me quedo con la satisfacción de haber logrado culminar el hito en la medida de mis posibilidades.

la mujer orquesta en tares de creación de portadas

¿Por qué un libro?

Bueno, como dice alguien que conozco… más bien, ¿por qué no?

Escribí Madame Tutú y la urna funeraria en primer lugar y ante todo como un entretenimiento para mí misma. En estos meses tan densos y pesados quería sentir el soplo fresco de la ficción. Y para mí era importante reconectar con la ficción con mucha humildad y sin pretensiones.

Es lo que siempre recomiendo cuando alguien me cuenta que se siente bloqueado… Empieza sin más, diviértete un poco y ya.
Yo quería eso: volver a escribir una historia de principio a fin, crear un mundo y sus personajes.

Es cierto que ya había hecho esto con tres obras de teatro en este tiempo (que me han dado mucha satisfacción y oxígeno), pero deseaba regresar a la novela breve. La novela implica otros desafíos, no tiene limitaciones argumentales y se puede compartir con más gente.

En esta ocasión quería hacer algo del tipo de sus películas británicas: evasivo y dinámico. Me apetecía muchísimo inventar una historia con MacGuffin.

¿Y de dónde vino la idea? Hitch, always.

Como digo, la mía es ante todo una historia ligera y (espero) divertida. Como he expresado ya más de una vez, Hitchcock es uno de mis directores clásicos favoritos. Sus películas me han inspirado, entretenido, asustado, y seducido desde la infancia y forman parte de mi imaginario.

Un MacGuffin es, por así decirlo, una excusa argumental que no es lo más importante, pero permite que toda la historia avance y exista. Como ejemplos, es lo que sucede con La organización criminal “39 escalones” en 39 escalones, la melodía que es una fórmula secreta en Alarma en el expreso; El uranio en Encadenados, el abrigo y el cinturón en Inocencia y juventud; el microfilm en Con la muerte en los talones etc, etc.

Estos son los pretextos para que Hitch se despliegue y ponga en marcha su maquinaria.

¿MacQué?

Hitchcock explicaba en sus famosas conversaciones con Truffaut la historia que da origen a este gracioso nombre:

”La palabra procede de esta historia: Van dos hombres en un tren y uno de ellos le dice al otro “¿Qué es ese paquete que hay en el maletero que tiene sobre su cabeza?”. El otro contesta: “Ah, eso es un McGuffin”. El primero insiste: “¿Qué es un McGuffin?”, y su compañero de viaje le responde: “Un MacGuffin es un aparato para cazar leones en Escocia”. “Pero si en Escocia no hay leones”, le espeta el primer hombre. “Entonces eso de ahí no es un MacGuffin”, le responde el otro”.

Kiss, Kiss, bang, bang!!

Bueno, pues ese espíritu de la historia que transcurre en exteriores, con aventuras, peripecias y enredos es el que quería capturar yo. Supone un reto de creación de la trama y después de mantenerse en un código ligero, con humor, acción y ritmo.

No en vano, otra de las grandes referencias para mí ha sido el Pulp. Es un género que me encanta por estética y frescura… me gustan los toques exóticos en las historias… apellidos franceses, dragones chinos, urnas misteriosas…

Veréis que Madame Tutú es como una película, porque yo soy muy visual escribiéndo (quizá es que no lo sé hacer de otro modo). Por eso la portada también parece de una peli con fotogramas.

La premisa de mi novela es un encargo que se complica. Una misteriosa mujer con la pierna escayolada, Madame Tutú, contrata a la protagonista para que la lleve hasta Bretaña en coche a depositar las cenizas de su madre en el panteón familiar. A partir de ahí… comienza la aventura.

Me gusta pensar que a Hitchcock le hubiera divertido algo así (más aún con su humor tan negro 🙂).

¿Qué más?

En cierto modo era consciente de que estaba reinterpretando algunos temas de Vendrá la noche (el viaje en coche, dos desconocidas, la seducción y el peligro), pero esta vez era en otro registro muy distinto, así que eso también ha sido divertido… como las variaciones musicales que te ayudan a disfrutar un tema desde distintos ángulos.

Otro de los retos (y creo que con este libro me planto) ha sido el de emplear el punto de vista limitado a un solo personaje. Escojo esto cuando quiero subrayar el misterio y que el lector acompañe en primera persona al personaje que sostiene el punto de vista (Jata). Es limitante para todos, pero también estimulante y cumple su papel (espero).

Una fuerte necesidad interior era tener localizaciones en exteriores, mucho aire libre y cero restricciones pandémicas. En mi historia, que es contemporánea, no existe ninguna emergencia sanitaria, aunque el mundo sufre las mismas desigualdades y retos que el nuestro. Simplemente, no quería ese engorroso tema en mi libro. Al fin y al cabo, se trataba de evadirme, ¿no?

En el libro, todo sucede en tres días primaverales. Partimos de Alicante y pasaremos por Navarra, Biarritz y Londres. Aire libre, luz mediterránea y atlántica y gente que no sabe qué significa la distancia social. Y por supuesto… giros, villanos y sorpresas.

He aprovechado además para meter los coches y moda retro, que me gustan tanto…. Un Mercedes rojo R107 y una autocaravana Hymer de los setenta. Mi imaginación es muy vintage.

Una de las pelis más fricochas en las que sale el R107, el giallo de Lucio Fulci Las puertas del infierno (1989)

Pues esos básicamente son los elementos de partida. A partir de aquí, ojalá la historia llegue a más gente y amplíe su resonancia. Eso ya no depende de mí y es lo bonito de escribir: el espacio imprevisible que se abre a partir de un texto dado.

Mi trabajo está hecho de momento.

Si te apetece leerlo, lo encuentras aquí.

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Encuentros en la tercera fase: lo grande y lo pequeño

Suelo escoger los temas de este blog por sensaciones o asociaciones. A veces me parece algo arbitrario, pero otras pienso que tal vez actúen como sugerencias que alguien -independientemente de mi intención- puede recoger en otro momento o latitud. Como un mensaje en una botella.

Estos días la imagen que me viene -y por tanto la elegida- corresponde a una película: Encuentros en la tercera fase (Close Encounters of the Third Kind, 1977).

Del mismo modo que me sucede con Contact, con esta película tengo mucha sintonía. Ambos filmes hablan de un intento de conexión profundo y tal vez sea parte de lo que me fascina de ellas. Contact además está llena del espíritu Carl Sagan (con todo lo apasionante que ya es eso) y Close encounters… es un ejemplo paradigmático de cómo el cine puede hacer magia.

Hay muchas cosas memorables en la película se Spielberg. Una de ellas es cómo, ayudada de una imaginería visual espectacular, logra recrear lo que podría ser un contacto real con extraterrestres. La fotografía de Vilmos Zsigmond es maravillosa y ganó con merecimiento el oscar (por cierto el único que recibió la peli de ocho nominaciones en total).

Steven Spielberg ha sabido como pocos apelar a la imaginación de pequeños y adultos (con la colaboración de la música de John Williams). A veces es fácil colgarle la etiqueta de infantil y comercial, pero su filmografía tiene mucho mérito y, sobre todo, mucho cine…

La escena de la abducción del niño Barry en Encuentros en la tercera fase es una lección de cine de principio a fin. Vale la pena verla. Es poética, terrorífica, desgarradora… todo al mismo tiempo. Un niño arrebatado a su madre (más bien seducido por el otro lado) y que prefigura lo que será unos años después Polstergeist, una película que, al margen de lo paranormal, se puede leer en clave de la maternidad.

Un anticipo del famoso “Ya están aquí”

Más allá de los efectos especiales.


Los grandes blockbusters de los setenta y ochenta fueron creados en una época de rivalidad profunda con la televisión (y el vídeo), en la que el cine se proponía como un espectáculo familiar total. Pero por encima -o por debajo- del impacto sensorial… Spielberg aporta a sus historias un toque humano que podemos pasar por alto si nos quedamos en lo grandioso.

Hoy no quiero apelar a lo más espectacular de su filmografía, sino a lo pequeño. Me encantan los momentos en que refleja relaciones padre/ hijo. Son escenas muy cotidianas en las que se revela ternura, vulnerabilidad y amor. Y eso no es habitual en la representación de las masculinadades en el cine comercial de los años setenta y ochenta.

Los suyos son héroes frágiles, sensibles y contradictorios con hijos que expresan admiración, identificación, miedo…

Pienso por ejemplo en Tiburón (Jaws, 1975). El jefe Brody es un hombre que ha huido de la violencia de Nueva York y se refugia en un pequeño pueblo costero con su familia. Solo quiere seguridad para él y los suyos pero tendrá que enfrentarse a un tiburón (que podemos ver como una metáfora del mal) que lo conecta con un miedo muy profundo y antiguo al agua. En ese sentido, en el de héroe a la fuerza, recuerda un poco al conflicto de Gary Cooper en High Noon (Solo ante el peligro).

Pues bien, en el transcurso de la peli -entre aparición y aparición del temible tiburón y todo el revuelo sanguinario que causa-, hay unas escenas con el hijo pequeño que son pura ternura. Como mejor ejemplo, un momento en que el niño imita a su padre mientras este está absorto, preocupadísimo por el terrible problema que afronta. Es muy bonita la complicidad que se va creando entre los dos sin palabras.

El drama del hombre normal.

Pero en Encuentros en la tercera fase Spielberg repite y retoma la exploración de la dinámica familiar, algo que ya había iniciado en Tiburón.

Tenemos aquí a un sencillo electricista, padre de familia, (un Richard Dreyfuss lleno de energía) que una noche presencia la aparición de unos ovnis que sacuden todo su mundo y después desaparecen.

Por supuesto, se trata de un fenómeno inesperado e incomprensible que han visto solo unas pocas personas, y que el resto -autoridades, amigos- niega. No estamos en la época en la que sacas el móvil y haces una foto de prueba (para ti y para el resto) o miras Twitter para confirmar tu historia. Aquí estamos ante algo incomunicable por fantástico y grandioso. Como podría ser también una experiencia trascendental.

El caso es que este hombre ordinario no puede olvidar lo que ha visto ni retomar su vida anterior. Necesita entender.

El protagonista está profundamente afectado por la experiencia, pero su familia solo quiere que vuelva a ser el de siempre, porque ha perdido el trabajo, porque su mujer necesita un marido y los niños un padre «normal».

Pero claro aquí tenemos también el reflejo de un hombre superado, colapsado y cuyo desmoronamiento hace tambalear a toda la familia. Un hombre que llora, que no puede describir ni expresar lo que siente y cuya familia se siente impotente y asustada ante lo que parece una locura progresiva.

Precisamente es lo que quería rescatar en mi entrada de hoy. Lo bueno y hermoso de las películas o libros se multiplica cuando podemos hacer más lecturas sobre lo que se nos plantea en el nivel más elemental o argumental. Sucede cuando nos ayudan a empatizar con un sentimiento humano o un problema real, más allá del contexto -en este caso de ciencia ficción- en el que se nos presenta.

Añado que en Encuentros en la tercera fase gozamos además del privilegio de ver a Truffaut actuando en el papel de científico. Por si no bastara tenemos la maravilla de la banda sonora con esos mensajes musicales de 5 notas tan características que envían los extraterrestres y que, 43 años después del estreno en pantalla de la película, pertenecen por derecho a la colección de tesoros de cualquier amante del cine.

Déjà écouté

Parece un día normal y sin embargo, despacio, alguien llora una vieja canción. Llueve y después… silencio. Y otra vez lluvia.
Qué extraño… ¿Acaso llueve de forma premeditada, al compás de cuatro por cuatro?
Terciopelo burdeos. Un coro de voces sin rostro, grave y ceremonioso, fracasa en contener los avances de un anónimo ritmo instrumental que busca protagonismo con persistencia. La travesura se consuma. El publico, que no es tonto, intuye el preludio de una revelación y enmudece.
Et voilà, Un, dos, tres, pollito inglés, se oculta el mundo. Un teclado nostálgico transporta la conciencia a otro escenario, lejos de todo lo conocido.
Aplausos. ¡Pese al bajo presupuesto, qué cambio tan inesperado! Caray, la lluvia se ha hecho música. Formidable.
Más tarde, y es inevitable, lo excepcional se torna banal y todo parece desgastado de nuevo.
La experiencia concluye y queda solo una añoranza intermitente. Algunos no recuerdan, otros se preguntan qué ha pasado. ¿Qué hacer con la cadencia de la cajita musical y el corazón conmovido? Hay visiones en la mente común del público. Una gota concéntrica se ahoga en un estanque, en un lugar escogido. Un grifo gotea en una casa solitaria, con dulzura. Una bailarina realiza piruetas en el interior de un joyero. El agua se evapora y vuelve a llorar sobre la ciudad.
Y después, lo de siempre: ¡Que nos devuelvan el dinero! ¡Canta algo divertido! ¡Me aburro!
Que nadie se alarme. Este es un espectáculo democrático. Todo está permitido y cada cual toma su decisión. Free will.
Entre los bostezos, en el patio de butacas, no hay unanimidad y suceden cosas.
Alguien que anhela en secreto llenar su vacío.
Un mensaje que promete trascender el entendimiento, pero no llega a expresarse.
En un corazón libre, un estado de ánimo rítmico y circular traza los surcos de un vinilo que aún no está a la venta pero que será disco platino.
Expectativas y esperanzas. Certezas.
También ella ha decidido, desde la última fila. Sin conformarse, continuará bailando hasta desvelar el misterio.
Un saber interno la impulsa a girar sobre sí misma, como la bailarina pálida de la visión, como la lluvia animada y la música soñada, espoleada por estímulos artificiales con resonancias naturales.
Seguirá explorando la paradoja de haber escuchado algo viejo por primera vez, con la aguja del pickup preparada, sorprendida cuando ya no lo creía posible, como si eso para lo que no tiene palabras hubiera existido siempre y le comunicara algo distinto. Como si la melodía fuera su sangre y se repitiera, cantada mil veces antes de ella, preexistente.

El proceso de escribir en tres fases

Escribiendo estos días he meditado sobre algo que -ya que se ajusta a mi experiencia- me parece útil compartir.

Tal vez a quien escribe con asiduidad esto le resulte obvio. En todo caso, nunca está de más motivarse con alguna idea o enfoque, así que allá va.

La escritura (en formato breve o largo) se puede abordar siguiendo una especie de adagio estructurado en tres partes:

«Dilo. Di lo que quieres decir. Dilo bien».

Miremos esto con detalle:

Fase uno: dilo

Lo más importante al principio es vaciar en la página todo lo que de otra manera se quedará en tu cabeza, o se perderá. ¿Elemental, no?

El tema es no dejarse intimidar por la empresa. No importa que las cosas aún no estén del todo claras y que las ideas sean vagas, con cabos sueltos.

Aquí no debe preocuparte nada más que sacar la historia (idea, post, relato…) fuera de ti. De verdad. Basta con que juntes las palabras como puedas. Una excesiva precaución nos paraliza.

Libérate de la necesidad o expectativa de expresarte de forma perfecta. Simplemente saca todo lo que tienes.

Te advierto que la facilidad de esta tarea es inversamente proporcional a la tensión que sientes y al miedo que tienes de escribir tonterías.

Mi consejo: no pienses y date prisa.

Fase dos: di lo que (de verdad) quieres decir

En esta fase en lo que has de centrarte es en llegar al núcleo de la cuestión. Sí, es el viaje al centro de la tierra, la exploración gozosa.

Hay que desvelar lo que solo ha quedado esbozado y expresarlo ahora de manera más clara. Se trata de darle forma al texto, tratando de que el resultado refleje tu intención (porque tienes una intención, ¿verdad?)

Muy a menudo sucede que al pasar por la primera fase y adentrarte en la segunda empiezas a ver el mensaje que estaba oculto, revelando de pronto un sentido más profundo… Es momento de centrarlo y eliminar ambigüedades.

Pregúntate: ¿qué tema emerge aquí? Qué quiero contar expresar, transmitir? ¿Lo estoy logrando?

En esta fase puedes disfrutar del asombro de la revelación que da más calado y resonancia a tu texto.

Por ejemplo, de repente te das cuenta de que, en lo que has escrito, hay algo que todos los personajes comparten: todos ellos creen que tendrán tiempo de resolver sus conflictos (pero no es así). Así que uno de los temas importantes que estás planteando es ese: que no habrá tiempo si posponemos mirar adentro….

En la primera fase probablemente no eras consciente de esto. No habías partido con la idea: «voy a escribir una historia sobre cómo hay que aprovechar el momento presente»… pero surge como tema dominante.

Una vez ves las cosas claras, concéntrate en decir lo que quieres decir.

Fase tres: dilo bien

Ahora -y solo ahora- es el momento de corregir y tratar por todos los medios de que tus palabras expresen con precisión y belleza tu mensaje.

Es el momento de sacar al crítico interno (que estará impaciente y renegón) y es sin duda la hora de borrar, tachar, reelaborar y esmerarse en que todo quede ajustado.

Disfruta con las palabras, con el ritmo y el tempo. Deléitate.

Ojo: hay un momento de parar de corregir y cesar de deleitarse o se nos caen los higos de la higuera mientras los observábamos embelesados… no queremos eso.

Cumplido el ciclo de las tres etapas es ideal (imprescindible) dejar reposar el escrito y abordar la siguiente relectura con ojos frescos.

Otra manera de resumir todo lo dicho es recordar que escribir es reescribir. Confiar en el proceso ayuda. Practicar, también.

Escribir teatro: personajes encarnados

Lo bonito -entre otras cosas- de escribir teatro es que, a tu texto se le suma un nuevo componente: el actor/actriz.

La persona añade algo nuevo que se mezcla con lo propio del autor. Alquimia poderosa.

Esta fusión creativa, hecha de imágenes, palabras y presencias es muy valiosa también para la escritura.

Lo es después de haber escrito y lo es antes de haber puesto una sola palabra sobre el papel.

En el teatro no se escribe solo en papel

Todo se está escribiendo de algún modo, momento a momento, en la misma energía del grupo y en la historia personal de cada uno.

De manera más evidente, el actor aporta su cuerpo y su físico.

De hecho, una manera estupenda de llegar al personaje es a través de su cuerpo. Y una manera de llegar a la trama es a través del personaje… así que vamos llegando al corazón de la obra de forma unificada.

En teatro, como actores, cuando estamos improvisando, a veces, la mente quiere mandar y eso produce bloqueos. ¿Por qué? porque te has puesto a pensar. Te paras. «Un momento, ¿qué debería decir o hacer mi personaje?» Pánico, blanco… Los engranajes mentales dan vueltas y eclipsan todo lo demás.

En cambio, si en una improvisación te pierdes, siempre puedes tratar de atarte a lo único claro: el cuerpo del personaje.

Ese puede ser un punto de partida y de llegada.

Un par de ejemplos

Maite es un personaje que se ríe de forma compulsiva y se da golpecitos en el pecho, como si fuera un tic (esto no es mío; es de la actriz, ella lo ha buscado en su interior y ha conectado con eso…).

Vale, pues si nos perdemos, ( y empezamos a pensar y pensar… ¿qué diría Maite en esta situación?,¿qué haría?) A lo mejor ahí no obtenemos respuesta; En ese punto solo tenemos una idea preconcebida y superficial de sus motivaciones.

En cambio, si Maite vuelve a reírse de forma nerviosa o sigue con sus toquecitos o su manera distintiva de hablar a golpes; si persiste en su modo esquivo de mirar, y en su mostrarse altiva… ahí, poco a poco, volvemos a la senda.

De pronto hay algo auténtico, porque eso sale de ese cuerpo en concreto, no de una cabeza (que encima es la nuestra, no la suya).

Escribir con los personajes en mente

Otro ejemplo: tengo a este otro personaje, Iluminada Blanco. Es una mujer de voz muy grave y potente, pero pequeñita. Habla con grandilocuencia, despotismo y acento madrileño. Observamos todo eso…

Ese aire de grandeza proyectada, unido a esa fragilidad de su cuerpecito, me hacen ver claramente que acabará de rodillas, suplicando «¡No me hagas daño, solo soy una pobre mujer!». También sé que miente más que habla y que se ha hecho a sí misma. ¡Bueno!

De lo dicho se puede comprender que también para escribir ficción no teatral, la tarea de pensar en el físico del personaje ayuda mucho. Piensa en él o ella de la manera más integral posible… Su voz (con su tono, sus inflexiones), su manera de andar, su espalda demasiado recta o encorvada, sus pasos -levitando o arrastrándose.

¿Qué comunica el personaje de forma global? ¿Qué hay debajo de las apariencias?

Vale la pena hacer un esfuerzo por conectar con eso. De modo que las respuestas más naturales lleguen de forma espontánea, no vía mente, sino más orgánicamente.

Si lo hacemos bien, ni siquiera sabremos que estamos haciendo algo… las palabras precisas vendrán.

Nuevos confines

Me hace mucha ilusión poder avanzar el surgimiento inminente de un nuevo proyecto profesional y creativo que me llena de entusiasmo y expectativa.

Dentro de nada voy a dividir parte mi esencia -sea lo que sea eso- entre este blog y otra nueva «casa».

¿Casa? Quizá limito el tema al hablar de casa… Más bien es un vasto espacio en el que todo parece posible…

Ese lugar se llama Brazo de Orión y muy pronto os daré las coordenadas para que vengáis de visita.

No estoy sola en esto. Me acompaña Roberto Hernández, quien contiene -en su misma polifacética persona- miles de universos creativos.

En nuestra aventura hay una dirección muy clara, pero abierta a que la propia vida del proyecto le dé orientación, dimensiones y forma.

El viaje se planea, pero las sorpresas son bienvenidas. ¿Cuántas veces he dicho yo que a creatividad es sorprendente o no es? Pues tal cual.

Para empezar a contactar os comparto una ilustración, nuestra primera emisión espacial. Qué mejor día que este, tan bonito para los que nos gustan las historias y los libros.

En esta ocasión hemos querido homenajear al Sci-fi vintage.

Feliç Sant Jordi!

#¡nos movemos!

Adiós, escorpión

Recuerdo en la terraza de mi casa, las persianas de madera blanca clareaban. Tu silueta en la penumbra, en manga corta. Había un canario enjaulado a tu espalda .

Y yo te grité.

El pececito contra el escorpión. Te canté las cuarenta y tú con la mirada herida, los brazos cruzados sobre el pecho, rebelde, de vuelta de todo con 15 años, jugando con el paquete de Fortuna.

Y ahí casi se acaba todo, dos orgullos enfrentados y un «hasta aquí hemos llegado».

Pero en un segundo, aunque tú no quisieras, entre tus palabras de indiferencia y tú encogerte de hombros con el aguijón preparado, vi que te comunicabas así. Un relámpago de entendimiento me hizo saber que eran tus ganas de llegar a mí lo que te hacía atacarme.

Vi a la chica sensible deseando ser amada. Y tú viste también mi intenso deseo de que te acercaras de otra manera y mi torpeza para pedírtelo. Siempre fue más fácil eludirte que mirarte a los ojos.

Por suerte aquel día no nos rendimos. Nos aceptamos.

Y nos recuerdo por fin conectadas y relajadas, tan distintas pero tan iguales, en tu habitación, sentadas en el suelo, escuchando tu casette de Junco. Y yo, que iba de lista, decía que no me gustaba nada la música que me ponías y luego me marchaba a casa, ligera y con entusiasmo adolescente, cantando por la calle: “Hola, mi amor, tengo que hablar contigo…”

Sonreía cada vez que escuchaba tu canción en la radio, pero eso, claro está, jamas te lo confesaría.

Descansa en paz, amiga ❤️

La mente del creador

Mis indagaciones o mi camino me han llevado estos días a toparme con un libro muy especial de Dorothy L. Sayers (1893-1957).

Esta autora británica es conocida por sus novelas de misterio y esa era la faceta más familiar para mí, pero en realidad era mucho más que una (muy buena) escritora de ficción.

Tenía un genuino interés por el cristianismo y eso la acerca a autores como C.S. Lewis o Chesterton. Estuvo dedicada muchos años a la traducción de La divina comedia, que consideraba su obra más importante. Además de ensayista, desarrolló una interesante carrera de autora teatral. Toda una humanista.

Para hacernos una idea de su impacto, según escuché en una presentación de la investigadora Crystal L. Downing… Sayers fue la responsable de llevar a escena El hombre que nació para reinar (versión del relato de R. Kipling). Para esta adaptación teatral decidió no emplear la biblia en su versión King James (la más empleada en lengua inglesa), sino modernizar el lenguaje empleando el inglés de la época (incluso Mateo hablaba inglés americano coloquial). En ese sentido, fue muy valiente y subversiva, consciente del poder del lenguaje para conectar con la sociedad.

Como anunciaron los periódicos del momento: ¡La vida de Jesús en slang!! Aquello fue un escándalo que llegó al parlamento y al mismísimo Churchill. A Sayers se le acusó incluso de ser responsable de que Singapur cayera en manos de los japoneses en 1942 como castigo divino a su empleo del inglés coloquial…. bueno, digamos que recibió muchísima presión que no la hizo ceder ni en sus convicciones ni en su visión artística.

Mind of the Maker

Os invito a profundizar en su perfil, pero hoy quería hablar de su libro Mind of the maker (1941)

En él se ayuda de la analogía, al modo de Santo Tomás de Aquino o San Agustín. La idea es que, para entender lo desconocido, hemos de poder relacionarlo de algún modo con lo conocido.

Lo que ella hace es -de manera objetiva- comparar la doctrina cristiana con el acto de creación artística. La tesis es que en Dios y en el hombre (¡y mujer!) existe por igual el deseo y la capacidad de crear. Y esto es parte de su esencia.

No es un libro fácil pero es muy sugerente y yo solo doy unas pinceladas aquí (mientras me pregunto por qué me he metido en este lío :))

Esencia tripartita

La analogía es la llave interpretativa y la comparación con la Santísima Trinidad la piedra angular del libro, que sirve para ilustrar la Doctrina de la Mente Creativa.

Dorothy L. Sayers ve en el acto creativo ideal una esencia triple (tomamos la escritura como un ejemplo de creación artística):

1. La idea

Esta existe a lo largo de todo el proceso, pero solo se manifiesta en la escritura. Sería equivalente al Padre o la Palabra.

Precede al trabajo mental y físico. Se trata del impulso inicial, que está fuera del tiempo y no sujeto a él.

2. La energía

Esta es la fase de escritura de la obra, la que requiere esfuerzo, alegrías y sufrimientos. Es el la palabra encarnada o el Hijo.

Esta fase sucede en el tiempo y en el soporte físico y material. En ella se revela la idea, que existía pero solo aquí se manifiesta.

Personajes, capítulos, frases, una palabra tras otra, desarrolladas en tiempo lineal, como eventos sucesivos.

3. El poder

En esta fase al escritor le llega de regreso el poder de la historia escrita. Se produce cuando la obra ha sido compartida y leída. Se trata de la interacción y el significado. Es el Espíritu Santo.

Inmaterial y atemporal, incluye las respuestas que se producen en la mente de los hombres y mujeres que entran en contacto con la obra escrita o representada.

Se trata pues de un poder social.

Así pues, este es el carácter trinitario de la obra artística: pensada, ejecutada y compartida. Lo interesante es que son partes constituyentes, distintivas pero unitarias en conjunto. Cada una ilumina a la siguiente.

Tal vez es difícil de entender, pero también lo es apresar la complejidad de la Santa Trinidad. Basta quizá tener un aroma de ello… Un sentimiento de reconocimiento.

Nuestra naturaleza

La implicación de esto es que, según Sayers, nosotros mismos somos por naturaleza y esencia parte de la misma estructura triple: somos el libro leído, en el universo que es el libro escrito por la mente de Dios, que es el libro como pensamiento.

Esto quiere decir que la creatividad no es exclusiva de los artistas, sino parte de todo hombre y mujer. Y aún más, quiere decir que confinar a los hombres y mujeres a actividades, trabajos y vidas no creativas, les hace violencia.

También que el trabajo podría y debería ser un espacio de integridad y realización para el ser humano.

Hay más analogías interesantes en el libro y que se pueden llevar a bastante profundidad.

Conocer al autor por su obra

Respecto a algo que yo me preguntaba hace unas semanas...si es posible o no conocer a un autor por lo que escribe, podemos preguntarnos: ¿Se puede conocer a Dios por sus obras, es la suma de todas ellas o es independiente de ellas? La teología ha debatido ampliamente sobre esto y el libro se sumerge en concienzuda reflexión.

La conclusión de Sayers es que el autor está en cada personaje e historia y a la vez no se limita a la suma de todos ellos. Podemos entender algo de él por su obra, pero siempre quedará una parte desconocida.

Libre voluntad

Otra idea muy interesante es la del libre albedrío de los personajes. Y esta toca un debate conocido para los autores y al que -como sucede en el plano teológico- se le da muchas vueltas. ¿Existe la libertad individual de autor y personaje?, ¿qué es preferible, planificar con estricto control o dejarse llevar?

Para el Creador, sus criaturas poseen libre voluntad y les permite ejercerla con supremo amor y perfecta libertad. De lo contrario, hablaríamos de un Dios o autor dictador (que también los hay).

El autor debería proceder también así, pero no es tan sencillo como parece, ni se puede dar una fórmula para aplicar felizmente. Se busca un equilibrio entre la atención y el permitir que los personajes decidan su camino.

Esto no significa desentenderse de ellos. Implica escucharlos y sobre todo respetar la lógica de su carácter. A veces sucede que el autor se empeña en algo que contraviene la naturaleza de la historia y de sus personajes. Esto suele acabar mal…

Por cierto que lo dicho conecta también con las tres ideas platónicas y arquetípicas. El Bien se consigue con el oficio; la Belleza con el gusto por la forma y la Verdad atendiendo a la lógica de la estructura.

Es fundamental y revelador entender que la verdad de la historia es una y solo una. Y debemos expresarla. Sintonizar con esa verdad o lógica interna es la clave de un libro bueno o malo (independientemente de su género o pretensiones).

¿Y a mí, qué?

Soy consciente de que esto puede parecer muy intelectual, muy marciano, incluso muy cristiano, y ya que estamos, muy anglicano! 🙂

Independientemente de eso, yo también creo que hay paralelismos en el acto creativo y el trascendente. No para endiosar a los autores, por supuesto (al contrario, esta conciencia debería generar humildad). Sino porque, tal y como decíamos antes, lo creativo está en la esencia humana. Y esto es así porque conecta con lo profundo y con el misterio.

Pero también porque, por debajo de la complejidad del pensamiento (incluso de lo confuso y torpe que puede ser este post), lo más importante es reconocer que crear es tan natural como respirar y vivir.

Cada vez la respuesta cómo abordar este desafío parece la misma: accediendo al acto creativo -vida incluida- desde un lado menos lógico. Como un reflejo del ritmo del mundo creativo mayor y como un acto de amor.

Se trata de aproximarse con la síntesis y no con la razón. Con el símbolo (por eso el arte ayuda).

Quizá ayude liberarnos de formatos y esquemas o tal vez abrirnos a algo más, independientemente de la ideologia o credo. Por ejemplo a esa naturaleza triple y difícil de procesar de forma lineal o verbal (por eso tan difícil de explicar).

Como Dorothy Sayers nos dice es inútil llegar a ello pensando o tratando de resolver un problema al estilo científico… Así que no pensemos en todo esto. Mejor escribamos un poema, pintemos una escena, creemos algo nuevo.

Por cierto, no me resisto a añadir que este libro se publicó en 1941, en plena II Guerra Mundial. Leer sus comentarios (y su saludable humor) mientras todo eso sucede, ayuda también a relativizar nuestros problemas diarios -y creativos- ¡Así que a trabajar!

Fascinarse y fascinar

He estado dando un repaso a lo que he escrito en mi vida y a lo que voy a escribir y ha surgido algo que ya sabía. En mis proyectos pasados, en lo que ideo para el futuro, en lo que sigue captando mi atención, a menudo aparece y reaparece el tema de la fascinación.

Y claro es inevitable que me pregunte por qué me fascina la fascinación.

Según el diccionario, fascinación significa: atracción irresistible que siente una persona o una cosa por algo.

Para mí esa atracción irresistible se focaliza en la mirada. No puedo dejar de mirar lo que me fascina. Me quedo absorta en contemplación. Yo hasta diría que el ojo siente placer, fisicamente.

Eso me recuerda que me intrigó siempre una cita de Goethe, que dice:

Por encima de cualquier otro, fue el ojo el órgano con el que comprendí el mundo.

Siento que puedo intuir algo más allá de esas palabras y que no es gratuito que Goethe dedicara tanta atención a la fisiología o que en 1812 escribiera Teoría de los colores.

En todo caso, en cuanto a mí, esa mirada la puedo poner en acción en narrativa, por ejemplo con una predilección por el punto de vista limitado…. Cedo la visión a un personaje que me sirve de soporte para mirar al otro: el objeto de fascinación.

Me parece un punto de vista muy apropiado porque el lector también se sitúa ahí mismo. Y la limitación, la externalización, forma parte del mecanismo. También la distancia (y la separación).

Surge entonces el deseo de conocer.

Me paso el resto del tiempo intentando apresar ese objeto, penetrarlo (metafóricamente hablando).

Por otra parte, de una lectura de las historias que escribo podría deducirse que ando siempre fascinándome o que me siento intrigada (como mínimo) por mujeres inalcanzables, pero ya sabemos que esto es ficción, ¿no?

¿Se puede conocer a alguien por su ficción? En teoría, no. Pero es cierto que todo lo que escribo ha salido de mí, así que puede que sí.

Aquí viene el giro de tuerca. Si todo es parte de mí, si todos los personajes están aquí (¿qué creéis que estoy señalando, el corazón o la cabeza?)…

Entonces quizá no soy, como cabría interpretar, la persona normal que se fascina por otra. O no solo. También soy muchas veces la que es distante, difícil de conocer. Un absoluto misterio.

No pretendo proclamarme fascinante, solo aceptar cada parte de mi naturaleza. El tira y afloja que hay fuera y dentro de mí.

Lo receptivo (fascinada) y lo activo (fascinante) se ponen en juego, como dos caras de la misma moneda.

Lo mismo sucede cuando soñamos, cada criatura, hasta la que nos persigue en una horrible pesadilla, es parte de nuestra mente.

Quizá por eso soñar y escribir es también trazar un mapa de nuestra conciencia.

A mí me lo parece al menos.

Quizá eso explique que en algún escrito del pasado, y también en algún sueño, tiempo después, haya leído cosas premonitorias… como si algo de mí se hubiera adelantado, como si lo pasado y lo futuro ya formarán parte de mí.

O que, volviendo a la escritura y en palabras de Vázquez Montalbán:

Todo escritor sabe que el verdadero asesino de su novela es él mismo. El escritor es la chica del bar y el amante de la chica del bar, el gánster y el policía, el homosexual y el fascista, el marxista y el heterosexual, la víctima y el asesino.

Un ejemplo de hacerse a un lado en la creación

Una muestra real del proceso creativo, en el que la apertura conduce a la sorpresa siempre.

Hablaba estos días sobre la importancia de quitarse de en medio en el proceso de crear. Me refiero al proceso de olvidar por un rato nuestra personalidad -y todo lo que implica- para acceder a otros paisajes interiores novedosos…

Y esta semana he asistido a una prueba viva de esto.

Como he comentado en algún post previo, estos meses estoy coordinando un grupo de teatro y -mientras esperamos que se reinicien las clases presenciales-, hacemos nuestras sesiones semanalmente a través de la pantalla.

Vivimos al día.

A pesar de las limitaciones, la creatividad y la diversión están siempre presentes y son reuniones muy fructíferas.

Para cumplir nuestro objetivo de creación dramática, con las aportaciones de tod@s, hemos creado una atmósfera, un lugar y unos personajes que se relacionan entre ellos. Como parte del trabajo de desarrollo de estos personajes, hacemos pequeñas improvisaciones entre estos. Después, vamos recogiendo las pistas que los personajes nos dan (y que nos sorprenden) y seguimos ajustando. De esta manera todo el mundo participa en la creación de lo que esperamos sea una obra de teatro en el futuro.

No sé qué tiene el teatro, pero he visto transformaciones asombrosas en personas tímidas, inseguras. Personas «normales» que no se creen creativas o talentosas. Y sin embargo, sienten la llamada de expresar algo interior. Se atreven a exponerse.

Pero ahí va el ejemplo que os prometía al principio:

En esta ocasión, había una escena entre dos personajes en una habitación. Uno de ellos tenía que entrar a esa habitación, donde el otro le esperaba y en ese punto empezar la escena… Una particularidad es que al personaje de la habitación nunca se le ve… solo se le escucha (así que veíamos su pantalla en negro).

A modo de antecedente: la compañera de la que quiero hablar en este caso concreto -el personaje de la habitación- es una persona dulce, delicada, sensible, educada, atenta, detallista. Su tono de voz es un poquito agudo, con algo de ingenuo e inocente, refleja ese parte infantil, divertida, pero escandalizable y asustadiza… Una persona a la que te dan ganas de proteger o por la que te dejarías mimar sin parar. En realidad, ella es muchas más cosas, pero esto es lo que más se «ve».

Así que imaginad nuestra sorpresa cuando, metida por completo en su personaje, escuchamos aquella voz grave, susurrante, colérica, potente… cambiante. Y no solo por el tono, sino por las cosas que decía… Eran palabras que hubieran sonrojado a la mismísima niña del exorcista. No eran solo provocaciones, algunas cosas eran terriblemente sugerentes…

En realidad, todo cuadraba perfectamente con el personaje que estaba componiendo que, como decía, es un ser muy misterioso (y de momento incorpóreo) que vive en una habitación y reacciona de manera distinta según con quien hable. Inesperadamente pasa del lamento y la súplica, al grito y el exabrupto… Se le escucha respirar deprisa o despacio. ¡Y todo con la voz! 

La compañera que hacía la escena con ella se quedó totalmente descolocada. No sabía por dónde «entrarle». Lo que le sucedía es que no reconocía a nuestra amiga en ese personaje que tenía enfrente y estaba estupefacta. What??

El resto hubiéramos podido sacar las palomitas y dejarnos transportar… Las pantallas mostraban a l@s compañer@s siguiendo la escena, llenos de interés. Debería haber hecho una captura de pantalla. Observaba su asombro, su sorpresa, incluso su fascinación ante lo que estaba pasando. ¿¿¿¿Pero quién era ese ser????

Yo estaba casi llorando de la risa. Entendía la sorpresa de la otra compañera que -no está mal precisarlo- tiene una personalidad arrolladora y poderosa. En esa ocasión estaba desarmada.

Fue brutal.

Para que eso saliera, la compañera que me sirve de ejemplo, tuvo que hacer un ejercicio de entrega. Dejar su personalidad a un lado, su manera de hablar, su vocabulario y su censura, incluso la imagen que tenemos de ella, lo que podíamos pensar, cualquier cosa… y permitir que aquel personaje provocador, ofensivo, gutural se manifestara como le diera la gana.

No es solo generoso, es creativo y es un acto de libertad. Quizá se acerca a un estado de trance en el que hemos suspendido por un rato nuestra manera racional y automática de ser y nos hemos permitido ser… lo que sea.

¡Wow! ¡Gracias!

Y para que veáis cómo son estas cosas…

Un par de días después, esta amiga y yo nos encontramos y ella con su habitual encanto me dijo: «Marta, no me gusta nada el personaje ese que me habéis puesto. Es angoniós (en valenciano, angustioso, asqueroso..)… Ufff, me tiene harta».

«¿Pero cómo que te hemos puesto?, pero si has salido de ti. Tú le has puesto el nombre, tú le has dado voz, tú le has dado palabras. Nosotros no hacemos más que flipar desde el minuto uno».

¿Ah, sí?, ¿yo?

Que sí, que sí, -le recordé- que yo no he sido. Solo te marco algunas cosas, como que no puedes salir de la habitación. Nada más. Ah, dijo otra vez, pensativa, ah…

En realidad, aún estaba intentando descubrir de dónde había salido ese personaje y qué quería contar…

Y la verdad es que no lo sabemos. Ni ella, ni yo…

Aquí no hacemos psicoanálisis, ni especulaciones psicológicas (¿será una parte reprimida?, ¿otro fragmento del yo que se enfada y es agresivo?) Pues ni idea, qué más da. Aquí lo único que importa es la creación y cómo esa pieza se integrará en una ficción con sentido y propósito. No el sentido de liberar algo en el interior y quedarse bien a gusto a nivel individual, sino en el de crear una historia que -trascendiendo nuestra pequeña historia personal- comunique algo al espectador… a eso nos someteremos.

Mientras ese sentido se revela… -y más allá de nosotr@s mism@s-, exploramos…