Se acerca esta semana nuestra del orgullo y la reivindicación y a veces parece que ha sido fácil llegar hasta aquí.
Y no lo ha sido. Ahora que nos vemos apoyad@s por las instituciones, reconocid@s (¿y utilizad@s a veces?), metid@s dentro de la misma rueda consumista que parece que es la que da legitimidad para existir en este mundo (si esto lo debemos aceptar o no, ya es otra debate); ahora que hay tantos ejemplos de visibilidad, que los propios conceptos de normalidad, inclusión y diversidad ya no suenan a chino, sino casi a un cliché… ahora es quizá un buen momento para no dar las cosas por sentado y para celebrar esa misma diversidad de la que gozamos con un sentido responsable y profundo. Al margen de la fiesta, el color, la celebración, tenemos que conectar con lo que significa todo esto. Por respeto a los que no han podido vivirlo, y como llamada de atención a los que pueden creer que esto es poca cosa que se puede desdeñar. No, esto no es poca cosa.
Por fin podemos ser lo que queramos y buscar nuestra representación en modelos reales. Ya no tenemos que imaginar un territorio que no existe. Me alegro sinceramente por l@s niñ@s y jóvenes que pueden ver ahora el mundo como un lugar en el que pueden elegir cómo ser.
No hace falta ir a buscar historias dramáticas del pasado como ejemplos de una sociedad injusta que de forma sistemática ha castigado a l@s que desafiaban a la norma. Lamentablemente, de esos conocemos tod@s. Quizá por hoy bastará recordar la invisibilización de los años noventa, ese silencio en apariencia inofensivo, pero tan dañino. Salvo valientes excepciones, fueron años con la ausencia de diversidad en la literatura o en la televisión y los medios; con la falta de información en las aulas y las familias; con la indiferencia, cuando no la sanción, por respuesta.
Por eso hay que celebrar, valorar y continuar. No solo luchando por nuestras propias batallas individuales, sino por las de todos los seres humanos que no encuentran aún su voz y que continúan en los márgenes.
Para festejar la visibilidad, a mí que me gusta el cine, quiero dejaros dos clips. Uno es de una gran peli de Mankiewitz: People Will Talk (1951), que, por cierto, cuenta la historia de un médico humanista y nada convencional perseguido precisamente por eso. Es una película amable y positiva, en al que triunfa lo humano sobre los prejuicios. Os la recomiendo. Pero hoy no la rescato por eso. Quiero fijarme en esos segundos en los que la protagonista femenina entra en una juguetería para comprar un regalo de cumpleaños para Cary Grant.
Cuando veo ese fragmento, no puedo dejar de recordar la escena de la juguetería de Carol.
Y se me enciende algo dentro, que no sé si es orgullo o felicidad, pero se le parece.
Esa ingenua escena, ese acto cotidiano de ir a buscar un regalo… ¿podría también tener un mensaje para nosotras? En la primera peli, veo a esa preciosa Jeanne Crain simplemente comprando, pero en la segunda, me reconozco. Y siento que de pronto es legítimo ver esas escenas que también hablan de cosas que yo siento o puedo sentir y que antes, no mucho tiempo atrás en realidad, en mi adolescencia, en mi primera juventud, creía que no tenían cabida en el mundo y que nunca jamás la tendrían.
¿Me tendría que limitar a fantasear que, en lugar de ese vendedor, podía haber una joven que atendiera a una desconocida y que entre ellas surgiera esa conexión que yo anhelaba ver?
Aunque P. Highsmith había abierto el camino, décadas antes, en 2015 la peli de Carol hizo eso posible, además reinterpretando esos años cincuenta, poniendo el foco en cosas que existían pero que siempre habían quedado fuera del encuadre.
Yo no me canso de dar las gracias a todos y todas lo que lo hacen posible.
¡Celebremos!