La buena literatura te cambia. Y no se vosotr@s, pero yo he comprobado que no es un tópico. La buena literatura te lleva a un sitio distinto del tuyo, te enseña que otros mundos son posibles y no siempre para bien.
Es una revelación entonces comprender lo azaroso de nuestra propia existencia (o lo entretejido entre causas y efectos). ¿Por qué en este país?, ¿por qué con este sexo? ¿Por qué en esta década, en este siglo? Y eso (un poco de eso) te ayuda a entenderlo la buena literatura. Porque a través de la existencia de otros, arrojas luz sobre la tuya. Porque los personajes bien construidos, las atmósferas vivas, las frases acertadas, pueden ser reveladoras.
Leyendo La vista desde Castle Rock, de Alice Munro me pongo en la piel de unos colonos escoceses que, a principios del XIX, se embarcan a la aventura del nuevo mundo en una travesía de seis semanas. Pero no sólo eso. Lo más importante es que me hago preguntas. ¿Cómo sería si me hubiera criado en Canadá, rodeada de nieve, en una granja, con los recursos básicos, y con el sentido del trabajo duro grabado en la mente y el corazón? Si mis padres hubieran criado zorros plateados para vender sus pieles, sería posible tal como soy yo, con mi amor por los animales, con mi sensibilidad cuando siento el dolor ajeno? ¿Hubiera podido ver y sentir aquello como un hecho natural, incuestionable, tan solo como la manera de ganar el sustento de mi padre? ¿Habría sido yo capaz de construirme mi casa desde los cimientos, solo con mis manos? ¿Hubiera podido contemplar un bosque nuevo y virgen y ver allí mi futura tierra de labranza? ¿Tendría valor para empezar una nueva vida, dejando atrás mi casa?
Eso es creo lo que dicen los expertos cuando hablan de la empatía. Los libros nos llevan al terreno del otro y nos invitan a quedarnos allí mientras dura la lectura. Pero con los buenos, además, la sensación es tan vívida que el efecto perdura.
Y todo eso te hace valorar tu existencia desde otro punto de vista. Entonces pasas a preguntarte también, ¿cuál es mi relación con el entorno en el qué he nacido?, ¿qué me define a mí?, ¿qué personas, qué hábitos, qué tradiciones han dado forma a mi carácter? Lo mágico es que con estas lecturas, que no hablan de mí, pero que me alcanzan, yo comienzo a valorar mi propio paisaje como único.
No pretendo ir de profunda, pero, por otro lado y vista la amplitud de las vivencias que se presentan a nuestros ojos, ¿qué importancia real tiene la nuestra propia? No exageremos con nuestros problemas. No nos sintamos el ombligo del mundo. En lugar de eso, salgamos a conocer otras realidades. Otras personas. Otros libros. Transformémonos.