Qué excitante es saber que el lenguaje puede poseer la sensualidad de una espalda de mujer y las letras manuscritas las ondulaciones voluptusosas de un vientre gozoso.
Desde al cerebro a la yema de los dedos, todo el cuerpo está implicado en la escritura. Se escribe también con las vísceras, con el corazón y los pulmones.
Pienso en la suavidad de la piel cuando la frases se deslizan como caricias y en la sabiduría interna de avanzar siempre en la dirección del placer.
Parte de este festín tiene su templo en la boca. Los dientes son las escolleras contra las que la saliva choca y la lengua el terciopelo tibio en el que juguetea la letra.
Por no hablar del goce de la palabra dicha, respirada y lanzada más allá de la garganta, modelada en el paladar y expelida con los labios que se abren y cierran en el momento justo.
Qué fiesta de oclusivas, bilabiales, palatales y fricativas, cada una con su tacto y su deleite.
Los oídos vibran con cosquillas y zumbidos de abeja libando el néctar dulzón de la mente de un escritor, tal vez a kilómetros de distancia.
Después, todo es posible. Caballeros extasiados y poetisas dueñas del mundo. Místicos mantras y ábrete Sésamo.