Me gusta el fútbol

—Marta, ¿te quedas a la cerveza?
No puedo, me voy corriendo. El Valencia juega Champions. 
—¿Fútbol?—Asombro.
— No te pega nada.
—Ya…

Me ha pasado muchas veces, me disculpo como si confesara un gran vicio. ¿Esperáis que prefiera la ópera? Adoro los libros y el cine y el arte, pero también las cosas tontas… Espera, espera… no empieces a hacerlo otra vez. Para mí el fútbol nunca fue tonto. Para mí es una emoción. Es… —ojo, me voy a poner culta— como el trineo de la niñez de Charles Foster Kane en Ciudadano Kane. Es mi Rosebud.

El fútbol era libertad, el deseo de algo prohibido. Era lo físico, la descarga.

“Eso es cosa de chicos”, parece un cliché, pero en los años ochenta y noventa… era un muro bien largo. Era la muralla china entera.

Por suerte, mi madre no discriminaba. ¿Sus hijas quieren un balón? Pues claro. No en vano, ella había sido socia del Valencia…
“Pero a ti no te gusta el fútbol, mamá…” (eso se nota)
“Me gusta más que quedarme en casa”.

En las Dominicas, aquella tarde, tendría cuatro o cinco años. No sé qué hacíamos en el cole… no había clases a esa hora ya… ¿Tal vez había alguna reunión de padres?
Mi hermana y yo esperábamos en el patio desierto. La luz menguaba y estrenábamos el balón nuevo. Rojo y negro, precioso. Aún sueño con él.
Estaba frente a mí y podía darle una patada bien fuerte. Y lo hice. La pelota fue a parar a un parterre que, a mi escala, parecía la selva amazónica. No había manera de encontrarlo.
Un rato más tarde, mi padre salió entre chumberas y flores de colores. “Se ha perdido”, decretó. “Hala, al coche. Nos vamos”.
¿Y ya está? ¿Nos volvemos a casa sin él? Allí se quedó aquel magnífico balón del  color del AC Milan y mi hermana y yo mudas el resto el camino.

Quizá era una metáfora de lo que sería el fútbol para mí: una patada entusiasta sin respuesta. Un golpe al vacío, tan anhelante como solitario… la melancolía de la jugadora sin equipo.

Una niña no tenía dónde jugar al fútbol, pero en casa éramos dos con el mismo deseo y en nuestro mundo sí se podía. Nos repartíamos los roles: yo quería hacer palomitas como Sempere. Mi hermana, marcar goles como Waldo.
Ella lanzaba y yo saltaba de un extremo a otro del sofá sin ningún miedo, prefería lucirme. Milagrosamente, conservamos nuestra figura intacta, no tuvo tanta suerte alguna porcelana…

El cole era un desierto para mi amor por el balón. La cuerda, la goma, nada de eso me interesaba lo más mínimo. Yo miraba de reojo el otro lado del patio. Pero siempre hay un modo y, en Telecinco, Oliver Aton decía que hay que ir por la calle con el balón, como si fuera tu mejor amigo. Funcionó.

En la calle precisamente formamos un equipo. Jugábamos todas las tardes, mis amigas más temerarias del colegio, mi hermana, algunos chicos y esa vecina tan callada y solitaria… “¿Es muda?” El fútbol nos igualaba a todos. Ya no eras el retraído o la rara, eras del equipo anárquico de la calle Luís Santángel.
A mi vecina le encantaba hacer entradas salvajes, como los defensas duros de la tele. Cogía carrerilla y se lanzaba al suelo sin ningún temor, dispuesta a “cazarte”. La llamábamos “la segadora”. Todos sus pantalones llevaban rotos en las rodillas.
«Tere, tía, me vas a romper una pierna!” yo me quejaba y a ella le brillaban los ojos de pura satisfacción. No podías hacerle mejor cumplido.

¿Y aquel chico guaperas que apareció en el barrio?, ¿cómo se llamaba? Mis amigas suspiraban por él y a mí me interesaba lo que sabía. ¡Iba una escuela de fútbol! Me enseñó a chutar con efecto. ¿De verdad había una parte interior y otra exterior en el pie para golpear? Y venga a practicar contra aquella pared.

Los vecinos, hasta el pirri. “Ya está bien con la pelotita, niña. ¿No tienes casa o qué?”
Entonces volvía toda mi educación, con la cara sudada y el pelo tras las orejas… “Sí, señor, vivo ahí, en el once”. “Pues se lo voy a decir a tu madre…”

Lo cierto es que de niña, yo no tenía envidia del pene, tenía envidia de Penev, ese joven búlgaro que llegó del CSK Sofia para jugar en el Valencia. Era tan blanco como yo y se ponía tan colorado cuando esprintaba.¡Lubo, Lubo!

Nunca iba a ser futbolista, por mucho que tuviera una foto de Anton Polster en la pared de mi habitación.
—¡Pero ese tío ni siquiera es del Valencia!
—Ya lo sé, tonta, pero nació el diez de marzo, ¡como yo!

El fútbol podía seguir, clandestino, en los márgenes de lo oficial. Podía brindar momentos de gloria, como ese en el Río…
“¿Podemos jugar con vosotros?”- Mirada de recelo-…
“Bueno, va…”
Ese saque de córner y yo anticipándome a lo que haría años después Mendieta… volea y para adentro. Todos boquiabiertos.
—¡Joder!
—Yeahh.

Por cierto, años más tarde vi a Mendieta en la sección de papelería de Crisol. Yo frente a él mirando los bolis… ¿Se imaginaría que esa estudiante formalita que jugueteaba con unos Pilot sabía que él era un jugador del Valencia B, al que en esos momentos no conocía ni su madre? Yo lo sabía, sí… Escuchaba Ràdio Nou por las noches…

El Valencia C.F. era parte de mi historia. Tenía ocho años aquella tarde que encontré a mi padre gritando a la radio. “¡Burros… más que burros!”“
¿Por qué está tan enfadado?” Mi hermana ladeaba la cabeza con solemnidad… “Hemos bajado a segunda”. ¿A segunda…? Aquello era malo, sin duda.

Por suerte, llegó Víctor Espárrago (qué risa me daba su apellido) y nos enderezó… Entonces me hice espectadora. No era lo mismo, pero también vibraba. Hiddink, Ranieri… Aragonés diciéndole a Romario “Mírame a los ojitos”. O, años después Mijatovic rompiendo nuestra inocencia y enseñándonos lo que es la traición. ¿Quién dice que el fútbol no da lecciones de vida?

Siempre presente… “¿Qué hago?, ¿estudiar el examen de latín o ver el partido de la UEFA…? Uh, Karslruhe, qué nombre tan feo”. Rosa, rosae… Karslruhe, Karlsruhae… Nos cascaron un siete a cero y yo no sé si lloraba por la humillación o porque era la hora de cenar y no me sabía nada…
“Estás faba. Te he dicho ya con el tres a cero que lo apagaras”. —mi hermana me reñía por tener fe.

Casi todas mis amigas se lamentaban.
—No entiendo cómo te puede gustar el fútbol.
—Ya…

Por suerte, alguna me secundaba. ¿Te acuerdas, Goni, de las pretemporadas del Valencia en Holanda, en aquellos veranos en Jávea, derritiéndonos en las siestas con bikini y chanclas frente a la tele, viendo Canal nou con la antena de cuernos…? Los futbolistas eran ruido y niebla, pero servía.
“He compuesto una oda al Valencia. ¿Quieres oírla?
“!Uff, esto debería ser un himno!”
“¿A que sí?

Años después vimos la final de Champions de Milán juntas, en casa. Aquella tanda de penaltis tan cruel. La Goni frente a la tele y yo en el pasillo sin poder mirar, como si fuéramos a tener un niño. El aullido de mi amiga, como quien recibe un tiro. “Pellegrino…¡¡¡¡¡Noooooooo…!!!!!!!”

Pero luego celebramos las ligas de Benitez, yo con la camiseta anacrónica, la del logo de la palmerita de Mediterrania, la que llevaba Oleg Salenko… ¿qué más da?

Todo era emocionante con el fútbol, hasta lo trivial.
“Alucina, he visto a Karpin en Mercadona”
(incomprensión)
“Sí, tía, a Karpin, el que ha fichado el Valencia, el de los mil millones (de pesetas)”
“Jajaj ¿y entonces, qué hace en Mercadona el muy cutre?”

Y en la Universidad aún duraba…
—Mariola, a la una presentan a Adrian Illie en Mestalla. Acompáñame a verlo, porfa, porfa, porfaaa.
—Uh, qué horror. ¿Qué ofreces a cambio?
—… mmm ¿un chupito de absenta en El Pimball esta noche?
—Hecho.

Seguiría un buen rato (¿os acordáis de cuando Farinós, “producte de la terra», se tuvo que poner de portero con el Inter y no hubo quien le marcara? ¿o de cuando Rivaldo nos mandó a la m… de una chilena en el último minuto?)…

Podría haber cambiado hasta la historia del país…
—¿Sabes que en 2004, antes de que empezara a entrenar a España y nos llevara a la gloria, estuve a punto de atropellar a Luis Aragonés en la Avenida Aragón?
—¿¿Luis Aragonés en la Avenida Aragón??, qué rayante, ¿no?
—Exacto, es como atropellar a Españeta en la plaza España.
—O como atropellar a Vicente del Bosque en un bosque…
—Sí, anda, o a Ramos frente a una floristería…
—Vamos a dejarlo…
—Sí.

Del Luis Casanova al Mestalla; de Camarasa a Gonzalo Guedes, aún sigo hablando de fútbol, gritándole a la tele, enfadándome, disfrutando…
Aún queda algo de la llama primitiva.
Por eso ahora, a mi edad (ay, ay, ay), cuando a algún niño (¡o niña!) se le escapa el balón… “Señora, por favor, la pelota…”
Sonrisa. ¿Ey, pequeño, esperas que me asuste? Devolución al primer toque y, si estoy inspirada… una rabona.
—¡¡Uala!!

Autor: Marta Catala

escribo, leo, comparto...

4 opiniones en “Me gusta el fútbol”

  1. Ya somos dos apasionadas del fútbol con una pequeña diferencia mi hermana era la segadora en casa, la cicatriz en mi oreja dan fé de ello 😁😂 y me encanta devolver el balón a los niños pero antes me recreo ⚽

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  2. Venga, pues entonces solo te puedo decir, Amunt Valencia! (aunque vivo en Valencia, sigo siendo culé como siempre lo he sido) pero Vixca Valencia! Un saludo

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